Una arriesgada misión

El barco, casi destruido, estaba llegando por fin a su destino. Breist y Bax estaban absortos con la isla que tenían por delante. Pero, mientras más y más se iban acercando, Breist comenzó a preocuparse. Eso hizo que Bax también lo mirara así.

—¿Qué tiene, mi señor? ¿Ya no se alegra de que por fin encontró la isla que siempre estuvo anhelando desde su infancia?

Breist sacó su catalejo que tenía guardado en el interior de su abrigo. Lo extendió y miró hacia la isla por unos segundos.

—Mira por ti mismo.

Se lo entregó a su amigo y este miró.

—Solamente veo edificios en ruinas. ¿Será esa la isla?

—Según el libro, Yoruza es la única isla que se encuentra al sur del mundo.

—Tal vez el autor no sabía que a lo mejor habría más islas.

—No. Eso es imposible.

—¿Y cómo está tan seguro?

—Fui a la biblioteca del castillo desde que era un niño para encontrar más respuestas. Y todas las cartas náuticas, como los mapas de los cartógrafos más famosos, están de acuerdo en que Yoruza es la única isla más remota que está al sur del mundo. Aunque nunca entendí por qué, pese a las pruebas, mi padre dijo por decreto real que la isla debía considerarse como un simple cuento de fantasía.

Bax redujo el catalejo y se lo devolvió.

—No es por entrometerme, pero quizás su padre sabía algo de esa isla y lo quiso ocultar.

—Mi padre siempre tuvo la mala costumbre de guardar secretos. Así que no descarto esa posibilidad.

Al rato siguiente, el barco comenzó a acercarse hacia la playa. Breist decidió encallar el barco, ya que estaba dañado. Entonces, una vez que encalló, los dos bajaron por una escalera de cuerda.

La suave arena y el aire marino daban testimonio de lo asolado que estaba el lugar. Y aunque el panorama no era tan bueno, Breist continuó con la esperanza de que Sukyo pudiera estar viva.

Ambos caminaron hacia el final de la arena y comenzaron a subir por la hierba. Miraron las antiguas construcciones de piedra mientras iban avanzando. No muy lejos de aquellas extrañas estructuras había una escalinata que conducía a una construcción mucho más grande que las demás. Tenía una forma circular rodeada con pilares y el techo era una cúpula de piedra.

—Ese debe ser el templo y la morada de Sukyo. Debemos entrar —dijo Breist, decidido.

Subieron por las gastadas escalinatas mezcladas con la maleza y llegaron a una plataforma. Los bloques de piedra estaban trizados y unas flores de extraños colores estaban entre medio de ellas. La puerta principal del templo era de doble hoja, estaba hecha de piedra y estaba sellada; había unos grabados con relieves nunca antes vistos.

Breist y su compañero se detuvieron al frente de ésta.

—Ni siquiera hay unas manillas para que las abramos —dijo Bax.

—Debe haber algo que la accione —dijo Breist mirando la puerta de arriba abajo.

—¿Quiénes son ustedes?

Ambos se asustaron y se dieron la media vuelta. Una mujer con un traje largo y una capucha morada estaba justo detrás de ellos; usaba una máscara dorada.

—Soy Breist IV, rey de Elvent. Y el que está a mi lado es Bax. Mi brazo derecho.

—¿Y qué hace el rey de Elvent con su brazo derecho en esta isla que está tan lejos de su reino?

—Vinimos a ver a una amiga. —Volvió a mirar la puerta para seguir buscando algo que pudiera abrirla—. Pero parece que llegamos demasiado tarde.

—Y esa amiga tuya, ¿cómo se llama?

Bax se estaba hartando de que una extraña le hiciera tantas preguntas. Pero Breist no.

—Sukyo. ¿La conoces? —Volvió a mirarla.

—Sí, la conozco. Pero desafortunadamente está muerta. Su tumba se encuentra detrás de esta puerta.

Breist sintió un balde de agua fría, puesto que su sueño de conocerla en persona se estaba esfumando. Sin embargo…

—¿Al menos me podrías ayudar a abrir la puerta? Quisiera hacer una visita para lamentarme de su muerte.

La mujer se acercó a la puerta, haciendo que Breist y Bax se hicieran a un lado. Colocó ambas manos en la puerta y pronunció las siguientes palabras:

...“sopyunodonnunan kaiazoyuzesu”...

La puerta comenzó a emitir un fuerte ruido y se abrió de par en par como si se tratara de una puerta corrediza. Se abrió completamente y el sonido se detuvo. Una sala circular estaba tras esta. Lo único que se lograba ver era una tumba de cristal con una base de piedra rectangular de un metro de alto. Esta se encontraba en el medio y estaba siendo iluminada por una claraboya circular que estaba arriba y en el centro.

—Muchas gracias. ¿Cuál era tu nombre? —preguntó Breist.

—Eso es un secreto. Ya pueden entrar.

—Gracias.

Breist y Bax cruzaron el umbral y lentamente comenzaron a caminar. Ya Breist sentía una profunda tristeza en su corazón. Quería llorar, pero se contuvo.

El olor a encierro y humedad era muy fuerte.

Siguieron caminando hasta que llegaron a la tumba. Breist se puso a su derecha y Bax a su izquierda. Una joven vestida de ropas sacerdotales, tez blanca, orejas y colas similares a las de un zorro, se encontraba encima de unas rosas blancas que serían como cama.

—Eres más hermosa de lo que imaginaba. Incluso pareciera que estás durmiendo —susurró Breist.

Una lágrima le salió. Luego otra y no contuvo más y comenzó a llorar. Apoyó sus manos en el cristal y contempló su rostro.

—Si tan solo hubiera llegado antes… —añadió.

La mujer encapuchada, al oír aquellas palabras, entró a la habitación. Se puso a los pies de la tumba y miró a Breist.

—¿La amabas?

—Desde los seis años.

—¿La conociste en persona?

—No.

—¿Y cómo puedes amar a alguien si nunca la has visto?

—¿Acaso el amor tiene explicación? Lo que siento por ella es amor y punto.

—Tus palabras coinciden con tu corazón. No estás mintiendo.

—¿Y por qué habría de mentir?

—Hace doscientos años, Sukyo dio su vida para que sus súbditos no perecieran a causa de Nego, La Serpiente Escarlata. Después de su muerte, innumerables hombres han venido hasta aquí con la extraña idea de que pueden revivirla para que sea su esposa. Pero tú eres diferente al resto. Sencillamente, das por hecho que perdiste para siempre la oportunidad de conocerla. Y todo porque estás enamorado de ella. No como los otros, que solamente la querían porque era bella.

—¿Qué quieres decir con todo eso?

—Que tengo el poder para que viajes al pasado y puedas conocerla en persona.

Breist sintió un rayo de esperanza cuando ella dijo eso.

—¿De verdad?

—Pero será difícil. Ya que la misión que te voy a encomendar no es solamente para que la conozcas y la enamores. Tendrás que preservar su vida.

—Hace poco me dijiste que Nego fue el responsable de matarla. ¿Cómo pasó eso? El cuento dice que ella huyó muy malherida.

—El cuento no dice lo que pasó después. Ya que, después de huir, cumplió su promesa y regresó mucho más poderosa que la vez anterior. Pero no alcanzó a destruir Yoruza, pues Sukyo y ella murieron en batalla. No sin antes dejar a unos pocos sobrevivientes. Ellos construyeron su tumba y después abandonaron la isla.

—Eso es muy triste.

—Ahora tienes la oportunidad de viajar al pasado y evitar que ocurra esa masacre. ¿Te gustaría conquistarla y además salvarle su vida?

—¿Entonces puedo conquistarla?

—Lo principal es salvarle su vida y a sus habitantes. Ya verás si quieres desposarse con ella o no.

Bax miró a su rey asustado.

—Mi señor. Esa misión es muy peligrosa. Podría costarle su vida.

La mujer sacó un anillo dorado que tenía en su dedo índice derecho y se lo entregó a Breist.

—Póntelo. Liberará todo tu poder oculto y podrás destruir a esa bestia.

Se puso el anillo en su dedo anular derecho. Extrañamente le calzaba.

—¿Entonces irá?

—Si no voy. ¿Quién más lo hará?

La mujer se acercó a Breist y colocó sus manos en el pecho de este.

—Irás una semana antes de que Nego aparezca. No puedo mandarte más atrás.

—¿Y qué pasará después de que cumpla la misión?

—Eso lo decidirás tú.

—¿Y si fallo?

—Eso también lo decidirás tú. Pero te aconsejo en que confíes en ese anillo y en la persona que te lo dio.

—Pero ni siquiera sé quién eres.

—Me has visto en los templos, en los libros que han escrito acerca de mí, ¿y todavía no sabes quién soy?

—Espera un segundo. ¿Eres la diosa Najamura?

Una luz iluminó el cuerpo de Breist.

—Buen viaje.

La luz y Breist desaparecieron sin dejar rastro alguno.

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