Capítulo 6

Fui tan hermosa, mi cabello era del color del más reluciente oro y mis ojos del color del cielo. Piel clara y un lindo cuerpo en el cual los vestidos de la época acentuaban mi pequeña cintura y aunque usaba todo lo más recatado posible se notaba que mis pechos eran grandes.

Iba con mis padres a la iglesia cada domingo y los acompañaba a las reuniones sociales en cada oportunidad junto a mi doncella quien me cuidaba porque las miradas lascivas de los hombres descarados siempre me eran dirigidas y me causaban gran incomodidad.

Estaba mal visto que una hija participara activamente en una conversación de adultos sin estar al menos casada. Ellos planeaban una fiesta en mi honor para cuando cumpliera mis dieciocho años y así ser presentada en sociedad como joven casamentera.

Pedí que mi matrimonio sea aplazado porque no me sentía lista y ellos creyeron que tendrían más tiempo para así estar aún más preparada para ser una buena esposa.

Mi desgracia ocurrió en una de las fiestas que mi madre organizó en celebración de su aniversario cuando un hombre se metió a mi cuarto y abusó de mí.

La tradición era llegar virgen al matrimonio y ser desposada en la noche de bodas pero para llegar a ese punto se debía hacer un proceso antes que incluían una pedida de mano formal que debía ser aprobada por el padre de la mujer, luego un cortejo para conocerse y posteriormente vendría el matrimonio.

Cuando aquel hombre irrumpió a mi habitación mis gritos no se escucharon ya que al haber una celebración y estar alejada todos estaban disfrutando y hablando animadamente. Sentí que me partiría en dos, un gran dolor y ardor que empezaba en mi parte más privada y me desgarraba por dentro.

Intente resistirme antes del ataque pero mi fuerza no era comparada a la de un hombre. Me desmayé debido al dolor y perdí la consciencia. Al recobrar el sentido mi doncella lloraba a mi lado y estaba limpiando mi maltratado cuerpo.

Lo peor llegó cuando fui entregada en matrimonio a aquel hombre que me destruyó porque él me había desflorado y ya nadie querría contraer matrimonio con una mujer previamente usada.

Él era quince años mayor que yo y aunque muchas jóvenes deseaban convertirse en su esposa por ser un buen partido debido a su título y riqueza yo lamentaba mi desgracia. Le temía, me congelaba y encogía de miedo cada vez que me miraba y temblaba cuando escuchaba su voz en la distancia.

Mi matrimonio fue celebrado y ni el velo pudo ocultar mi tristeza ni las lágrimas que caían por mis mejillas y se perdían dentro de aquel vestido de novia que tanto detestaba.

Fui sacada de la iglesia casi a rastras para él disfrutar la noche de bodas. La segunda vez que mi cuerpo sería poseído por alguien que se asemejaba a un demonio. Aunque fue menos brusco y el dolor no fue tan grande me sentía sucia.

Desee morir aquel día, lo quise profundamente. Los siguientes días fueron peores porque no había gente a nuestro alrededor que evitara que el ejerciera sus derechos de esposo e impidiera que fuera poseída por él.

Pasamos tres años casados dónde jamás deje de tener ni de sentir asco y repulsión por él. Di a luz una niña que lo desilusionó aún más porque solo los hombres podrían heredar el título y continuar el linaje. No pude recuperarme de aquel parto porque comenzó a tomarme nuevamente buscando su heredero.

Le pedí a Dios con toda la devoción que pude no ser capaz de traer su heredero al mundo porque no quería ser la madre de una persona criada por ese malvado. Él lo haría un hombre deplorable y sembraría la maldad en su corazón.

Desgraciadamente si fui capaz de traer a su heredero al mundo pero morí después del parto por complicaciones provocadas por eso.

Vi desde el cielo que aquel monstruo que desgració mi vida intentó ser un buen padre para nuestros dos hijos pero no tuvo éxito y volvió a casarse, algo que lo llevó a la ruina.

Sufrí aún después de muerta cuando ví como mis pobres hijos crecían. Aquella vida me marcó profundamente pero me enseñó que aveces la belleza atrae la atención de las personas equivocadas.