La Reina Oculta

Rowan inclinó la cabeza, observándola con una intensidad casi palpable, como si ella fuera un acertijo que se le había encargado descifrar. La calma que irradiaba su postura parecía no tener relación con el caos interno que se desbordaba en Emma, cuyos pensamientos daban vueltas frenéticamente, atrapados en una maraña de preguntas sin respuesta.

—¿Sabías que los reyes alfas y los príncipes están aquí? —preguntó Emma. Su mirada buscó algún signo en el rostro de Rowan, algo que la desafiara, que al menos indicara sorpresa, pero nada. Nada cambiaba en él.

—Lo sabía —respondió Rowan con una indiferencia que cortaba como el filo de una espada. Como si las palabras no fueran más que una corriente de aire, casi tan insignificantes como su suspiro. —Hay cosas que no podemos detener, Emma. Algunas simplemente deben suceder.

El ceño de Emma se frunció, con la frustración creciendo dentro de ella. ¿Cómo podía ser tan críptico? ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se desmoronaba con cada nueva revelación?

—¿Eso es todo? ¿"Deben suceder"? ¿Nada más? —preguntó, con la incredulidad escapándose entre sus dientes.

Rowan dejó escapar una sonrisa apenas perceptible, esa que siempre parecía esconder secretos y verdades que nadie pedía conocer. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, la gravedad de su presencia lo llenó todo. Como si en ese momento, cada palabra que estaba a punto de decirse pesara más que toda una eternidad.

—Dime, ¿qué sabes sobre Elandor? —inquirió, con voz más profunda, cargada con un peso que parecía provenir de siglos olvidados.

Emma parpadeó, sorprendida por la dirección de su pregunta. Pensó por un momento, sus pensamientos se deslizaron lentamente hacia lo que sabía de Elandor.

—No mucho —admitió finalmente, su tono marcado por la frustración y la evasión. —Mis padres no tuvieron tiempo de explicarme. Desde que llegué, todo mi enfoque ha estado en Kattie.

Rowan asintió, como si la respuesta no hubiera sido ninguna sorpresa. Y mientras su mente parecía perderse en el horizonte, sus ojos se posaron en el lago frente a ellos, su superficie reflejando la luz del sol como un espejo líquido, mudo testigo de los secretos que flotaban en el aire.

—Elandor no es un lugar común, Emma —su voz adquirió una tonalidad grave, como si cada palabra estuviera impregnada de historia. —Es único, un refugio creado por algo mucho más antiguo y puro que cualquiera de nosotros. Pero su origen no es tan puro como parece.

La intensidad en su mirada aumentó, y Emma pudo ver en sus ojos la memoria de algo más oscuro, hasta doloroso. Algo que estaba mucho más allá de su comprensión.

—Hace mucho tiempo —comenzó Rowan, su tono ahora cargado de un sufrimiento no dicho —tanto que ni los ancianos más sabios pueden recordarlo, la magia estuvo al borde de la extinción. La ambición superó todos los límites. Lobos, vampiros, brujas, dragones... Todos se volvieron unos contra otros, buscando dominar la magia y gobernar sobre los demás. La guerra consumió razas, destruyó reinos, y con cada batalla, la magia misma comenzó a desvanecerse.

Un escalofrío recorrió la espalda de Emma, como si las palabras de Rowan fueran un eco lejano, reverberando en su alma. No pudo evitar imaginar aquel mundo desgarrado por la guerra, criaturas luchando entre sí, destruyéndose sin piedad, dejando atrás solo el vacío.

—Entonces... ¿qué pasó? —preguntó, con voz temblorosa, como si necesitara entender, como si el destino de todo aquello dependiera de una sola respuesta.

—La magia decidió protegerse —respondió Rowan, con la mirada fija en los árboles que rodeaban el claro, como si el tiempo mismo hubiera quedado atrapado entre sus raíces. —De esa necesidad surgió Elandor, un lugar creado por la magia misma, un refugio para quienes supieran entender su verdadero valor. Pero no es un lugar accesible para cualquiera. Todo aquel que quiera entrar debe pagar un precio.

El pecho de Emma se apretó. El aire parecía volverse más denso a su alrededor.

—¿Un precio?— repitió, su voz apenas un susurro.

—Elandor no se encuentra por casualidad, y aunque lo encuentres, no puedes entrar tan fácilmente, —Rowan la miró entonces con una intensidad que la hizo sentir pequeña bajo su mirada, como si ella fuera una simple pieza en un juego mucho más grande que cualquier cosa que hubiera podido imaginar. —Para entrar, debes ofrecer algo que tu alma valore profundamente, algo que ames con todo tu ser, incluso más que a ti misma. Pero eso no es todo. Si alguien entra y sus intenciones cambian, lo que ofreció será destruido. Y pagará el precio final: su alma quedará atrapada aquí, alimentando la magia de este lugar por toda la eternidad.

Emma sintió su respiración acelerarse. Las palabras de Rowan se estrellaron contra ella con la fuerza de un torrente, arrastrándola a una realidad que no comprendía del todo, pero que temía con cada fibra de su ser.

—Entonces... ¿qué ofrecieron mis padres? —logró preguntar, sus palabras apenas lograron salir de su boca, como si su voz tuviera que luchar contra la creciente ansiedad.

Rowan la miró, con un brillo en sus ojos que hablaba de un conocimiento profundo, oscuro y a la vez inevitable. Como si la respuesta fuera una condena.

—Ellos lo ofrecieron todo. Su magia, su libertad, su conexión con este mundo —la voz de Rowan se suavizó, pero la gravedad de sus palabras hizo que un nudo se formara en la garganta de Emma. —Pero tranquila, mientras sus almas no se corrompan, estarán a salvo y serán libres. Sin embargo, contigo fue diferente. Tú eres una excepción, no tuviste que ofrecer nada.

Emma dio un paso atrás, el aire se volvió más pesado, casi irrespirable. Sus padres siempre habían sido su refugio, su protección inquebrantable. ¿Qué podía significar esto? ¿Qué sacrificio habían hecho?

—¿Qué quieres decir? —su voz se quebró mientras formulaba la pregunta, casi en un susurro.

Rowan se levantó lentamente, caminando hacia ella con pasos firmes. El brillo en sus ojos era tan intenso que Emma sintió como si la luz de su mirada la consumiera.

—No hubo precio que pagar por ti —dijo Rowan, sus palabras eran claras como una sentencia, marcando un antes y un después en todo lo que Emma había creído saber sobre su vida. —Elandor te aceptó porque tu alma es diferente. La magia que fluye aquí es la misma que llevas dentro de ti. Estás conectada a este lugar más de lo que puedes imaginar.

Emma lo miró, sin poder comprender del todo el significado de aquello. El aire se volvió denso a su alrededor, y por un momento, no pudo respirar.

—¿Qué significa eso? —preguntó, con su voz quebrándose mientras buscaba alguna pista, algo que le ayudara a entender la magnitud de sus palabras.

—Significa que no eres como los demás —Rowan dio un paso más cerca, su presencia la envolvía, haciendo que el mundo a su alrededor pareciera desvanecerse. —Eres luz, Emma. Por eso iluminas todo a tu alrededor. Eres tan brillante que atraes a todo aquello que te rodea. Tu magia es diferente. Ya lo comprenderás con el tiempo.

El aire estaba impregnado con la carga de lo inexplicable, y el peso de las palabras de Rowan cayó sobre ella como una verdad que se resistía a ser comprendida.

—Hablas igual que él —dijo, antes de que pudiera detenerse. Las palabras salieron de su boca como una revelación inesperada.

Rowan frunció el ceño, claramente desconcertado.

—¿Quién?

—Después de que los príncipes se fueron —empezó a contar Emma. —Estaba dispuesta a entregarme para que liberaran a mis padres. Pero apareció un hombre. Era alto, con el cabello dorado como el sol y una voz que hacía que todo lo demás desapareciera. Me dijo que yo era luz... y habló de una hermana.

La tensión creció entre ellos, como si el aire estuviera cargado de electricidad, de algo que Emma aún no entendía, pero que sentía profundamente en lo más hondo de su ser.