JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

—¡¿Qué demonios haces tú aquí?! —grita Leticia, avanzando como una fiera hacia él.

Mateo da un paso atrás, pero Lola se mueve con rapidez adelantándose por el otro lado, bloqueando cualquier escapatoria posible.

—¡¿Yo?! No… Esto no es lo que piensas… —balbucea, alzando las manos en un intento desesperado por calmar la situación.

—¿No es lo que pienso? —repite Leticia, su voz cargada de furia—. Entonces, ¡¿qué es, Mateo?! ¿Una obra de caridad? ¿Le estás dando clases de educación sexual a esta pobre niña perdida?

La rubia, visiblemente incómoda, intenta escabullirse, pero se queda inmóvil cuando Lola le lanza una mirada fulminante.

—¿Y tú a dónde crees que vas, muñeca? —pregunta Lola, avanzando hacia ella—. Esto también es asunto tuyo, querida.

Mateo se interpone, tratando de apaciguar los ánimos.

—¡Ya basta! Leticia, escúchame… Y tú, Lola, esto no te incumbe —gruñe Mateo, con la desesperación de quien siente el suelo desmoronarse bajo sus pies.

—¿Perdón? —Lola arquea una ceja y coloca sus brazos alrededor de la cintura, mirándolo como si sus ojos estuvieran a punto de salirse de sus cuencas y su quijada fuera a caer al piso. La audacia de su amante la deja momentáneamente sin palabras.

Leticia sonríe internamente al ver a Lola humillada.

—Lo que oíste —bufa Mateo, ignorándola por completo y volviendo su atención a Leticia. No puede permitirse perder los beneficios que conlleva estar a su lado.

Da un paso hacia ella, intentando suavizar su tono.

—Lety, mi amor, esto no es nada serio. Es solo… solo diversión. No significa nada —balbucea, notando cómo el rostro de su esposa se tensa con cada palabra.

Por un instante, el silencio se apodera del ambiente. Luego, Leticia suelta una carcajada. Pero no es una risa de alivio ni de diversión. Es amarga. Es peligrosa. Y Mateo, al escucharla, siente un escalofrío recorrerle la espalda.

—¡Maldito desgraciado! —ruge Leticia, completamente herida y con la firme determinación de acabar con el desfile de amantes de su esposo—. ¡¿Tienes idea de las humillaciones por las que me has hecho pasar?!

Su mirada se desliza con desprecio hacia Lola, antes de posarse en la rubia.

—No fue suficiente con la zorra quita maridos… —escupe con veneno—. ¡Ahora también una rubia oxigenada con tetas de silicona! ¿Hasta dónde llega tu asquerosa falta de respeto?

Llena de ira, lo agarra de la camisa y lo zarandea como si fuera un muñeco de trapo. Mateo intenta zafarse, pero el agarre de Leticia es feroz, y su furia, incontenible.

Lola se une a la risa de Leticia, pero la suya es más un rugido de furia llena de desprecio. Sin pensarlo dos veces, le da un empujón en el pecho a Mateo, obligándolo a retroceder.

—¡Y tú decías que yo era la única! ¡Imbécil! —grita, su voz temblando de indignación—. Y ahora, además de ponerme el cuerno, ¿te atreves a menospreciarme y pretendes humillarme frente a estas…? —Hace un gesto despectivo hacia Leticia y la rubia antes de soltarle un manotazo en la cabeza—. ¡Eres un asco de hombre!

Mateo intenta recuperar el equilibrio, pero Lola no ha terminado.

—¿Sabes qué es lo que más me duele? —escupe Lola con desprecio, mirándolo de arriba abajo—. Haber aguantado tus miserias y tus malos polvos por unos míseros pesos.

Se inclina ligeramente hacia su entrepierna y, con una sonrisa cruel, remata:

—Porque déjame decirte algo, cariño… eso que tienes en medio ni cosquillas hace.

Mateo se enciende de rabia y, con la dignidad herida, levanta la voz:

—¡Lola, cómo te atreves a hablar así de Theodoro! —exclama, indignado. Y dispuesto a defender a su "amigo del medio", añade con petulancia—: Bastaban cinco minutos para que gritaras como perra en celo.

Lola suelta una carcajada, cargada de burla y lástima.

—Ja, ja… —ríe con sarcasmo—. Pobrecito, ¿de verdad creías eso? Yo solo lo hacía para inflar tu ego y que me soltaras más reales. Pero luego me tocaba llegar a casa a terminar… no, espera, iniciar y continuar, porque contigo ni para calentar motores servía.

Se cruza de brazos y con una mirada fulminante lo remata:

—Tu hombría es tan minúscula como tú billetera, ya me enteré que no eres dueño de nada y todo es de tu esposa… Además de poseer un maní, no tienes ni en qué caerte muerto.

Leticia sonríe, a pesar de la traición se está quitando un lastre.

—Pensé que era la única insatisfecha… —dice, riendo con sarcasmo—. Hasta llegué a pensar que el problema era mío, que tenía un agujero muy grande.

Mateo aprieta la mandíbula con tanta fuerza que sus dientes rechinan, a punto de quebrarse.

—¡Cálmense, cálmense! —suplica Mateo, levantando las manos en un intento desesperado por frenar la humillación. No puede soportar que sigan atacando a Theodoro.

—¡Cállate! —gritan Leticia y Lola al unísono.

Antes de que pueda reaccionar, Leticia le suelta una bofetada con tanta fuerza que el eco resuena en todo el estacionamiento. Mateo se tambalea, con una mano en la mejilla ardiente y los ojos desorbitados.

Aprovechando el caos y dándose cuenta de que ella también ha sido estafada por un micropene, la rubia decide que no vale la pena quedarse. Sin decir una palabra, sale corriendo.

Mateo traga saliva. No tiene escapatoria. Acaba de quedar solo... frente a dos fieras hambrientas de venganza.

Marylin, observando desde el coche, sacude la cabeza y murmura:

—Esta noche se está convirtiendo en una masacre masculina. Ojalá yo pudiera darle unos buenos golpes a tu papá… pequeña…