En un mundo donde las familias toman formas diversas, León se enfrenta a los desafíos y recompensas de crecer en un hogar que rompe con las normas tradicionales. Mientras navega la relación con su novia Clara, León descubre que no solo está construyendo su propia identidad, sino también reconciliando las influencias de un padre bisexual, un padrastro con quien compartió momentos cruciales, y una madre que ha sido un pilar de fortaleza.
Las raíces de su historia no solo se hunden en su familia inmediata, sino que también se entrelazan con las de Clara y su mundo, revelando tensiones, aprendizajes y momentos de unión entre dos realidades aparentemente opuestas. León deberá balancear la autenticidad con las expectativas externas, mientras ambos jóvenes enfrentan el peso de los prejuicios y el poder del amor.
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La Necesidad de Conocer las Raíces: Un Viaje de Sanación para Rebeca
Rebeca siempre se había dedicado por completo a su hijo, León. Cuando él era pequeño, su vida giraba en torno a él: sus necesidades, sus cuidados, su educación. Pero ahora que León se acerca a su mayoría de edad, se siente una mezcla de emociones: por un lado, la satisfacción de ver a su hijo madurar y por otro, la sensación de que algo falta en su propia vida. Después de años de dedicarse exclusivamente a la maternidad, siente que ha llegado el momento de redescubrirse como persona fuera de ese rol. Rebeca es una mujer sociable, llena de energía y siempre dispuesta a brindar apoyo a quienes la rodean. En sus tiempos libres, se ha dedicado a escribir, creando relatos y cartas que se han convertido en una especie de consuelo para quienes los leen. A través de esos escritos, ha encontrado una manera de sanar y ayudar a los demás.
Sin embargo, un sentimiento profundo de vacío persiste en ella. Desde que tenía 5 años, había perdido el contacto con su padre, un hombre al que su madre había dejado cuando ella era pequeña por infidelidades y engaños. Rebeca, al igual que muchos hijos de padres ausentes, había crecido con la herida de una figura paterna que nunca estuvo presente. A pesar de los años que habían pasado, la necesidad de conocerlo seguía latente en su corazón.
Un día, por medio de algunos parientes lejanos, Rebeca logra conseguir una dirección de su padre, quien ahora vive en una zona rural, apartado de las grandes ciudades. Esto despierta en ella una mezcla de emoción y temor. ¿Qué pasará si lo encuentra? ¿Qué tipo de relación podrán tener después de tantos años? El pasado, con todas sus sombras, vuelve a su vida.
Cuando Rebeca le cuenta a León sobre su decisión de viajar al campo para conocer a su padre, él se siente desconcertado y confundido. León ha crecido con una figura paternal que lo guiara, quien ha estado presente en su vida desde que era pequeño. Aunque Daniel siempre le dio amor y apoyo, León siente que la figura de un “padre biológico” es algo muy distante y casi ajeno a su experiencia.
“¿Por qué quieres ir a buscar a alguien que ni siquiera te ha mostrado interés todo este tiempo?” le pregunta León, sintiendo una mezcla de frustración y desconcierto.
Rebeca, al ver la sorpresa y el dolor de su hijo, decide explicarle con paciencia. Sabe que no será fácil para él entender, pero también siente la necesidad de compartir con él lo que ha estado guardando dentro desde hace tanto tiempo.
“León, sé que para ti eso puede parecer extraño, pero nunca he dejado de pensar en la figura de mi padre. Durante todos estos años, he tenido que construir mi vida sin él, pero eso también me hizo darme cuenta de lo importante que es sanar esas heridas del pasado. No se trata solo de conocerlo. Se trata de conocerme a mí misma, de poder perdonarme por el rencor que guardé hacia él por tanto tiempo. Es parte de sanar y avanzar. Esta es una parte de mi vida que tengo que explorar, para conocerme a mi mismo.
León, aunque no del todo convencido, ve en los ojos de su madre una vulnerabilidad que nunca antes había visto. Su tono no es de reproche, sino de algo más profundo: una necesidad de cerrar un ciclo, de hacer las paces con su propio pasado. Después de un momento de silencio, León responde con tono serio, pero más calmado: “Lo entiendo, mamá. Solo… no quiero que te hagas ilusiones sobre lo que puedas encontrar. No siempre las personas cambian, y no siempre las respuestas son las que esperamos.”
Rebeca asiente lentamente. Sabe que su viaje no será fácil, pero está decidida a emprenderlo.
Rebeca había imaginado este encuentro muchas veces, pero nunca de la forma en que realmente sucedió. Cuando llegó a la casa de su padre, Pedro, sintió una mezcla de emociones: nostalgia, ira reprimida, pero también una sensación de finalización, como si estuviera dando un paso necesario en su vida. Sin embargo, al cruzar el umbral de la casa, se dio cuenta de que la reunión no sería fácil.
Pedro, un hombre mayor, de rostro marcado por los años y el trabajo duro, no la recibió con los brazos abiertos como ella había esperado. La distancia entre ellos era palpable, y aunque el lugar estaba lleno de recuerdos y objetos del pasado, la atmósfera se sentía extraña. El hombre que había engañado a su madre y dejado a Rebeca con un vacío profundo en su vida no era el padre que ella había idealizado en su mente. En lugar de arrepentimiento o un anhelo de reconectar, lo que Rebeca encontró fue un hombre que había hecho su vida, con otras hijas y una familia que, aunque él no lo dijera explícitamente, le era más importante que la que dejó atrás.
"¿Qué esperabas encontrar aquí?", le preguntó Pedro, con un tono áspero, mientras se sentaba en una silla. Su mirada era directa, pero fría.
Rebeca, parada frente a él, se sintió más vulnerable de lo que había anticipado. "No sé, quizá algo de lo que nunca tuve… una disculpa, un poco de comprensión, algo que me haga entender por qué me dejaste, por qué dejaste a mi madre."
Pedro se frotó la frente, claramente incómodo. "No tengo las palabras que esperas, Rebeca. La vida fue complicada, y yo fui un hombre débil. Lo que hice, lo hice por mí, pero no puedo cambiarlo ahora."
Esa falta de reconocimiento, esa indiferencia hacia sus sentimientos, golpeó a Rebeca de una manera que no había anticipado. Su corazón se llenó de frustración, pero también de una tristeza profunda. No podía entender cómo alguien que había sido su padre podría ser tan distante, tan desinteresado.
"Quizá no puedo cambiar el pasado", continuó él, "pero tampoco puedo ofrecerte lo que no tengo."
La conversación terminó abruptamente, y Rebeca se retiró a la habitación donde se quedaría esa noche. A pesar de la amargura del encuentro, algo dentro de ella le decía que aún necesitaba estar allí, que este viaje era más que cerrar una puerta; era abrir una para comprenderse mejor a sí misma. Sin embargo, al día siguiente, su vida tomaría un giro inesperado, uno que le haría reconsiderar todo lo que había vivido.
Aunque Rebeca no encontró lo que había esperado en su padre, pronto descubrió una conexión inesperada con las otras hijas de Pedro, quienes la recibieron con una calidez que no había anticipado. Ellas, en su mayoría más jóvenes que ella, se sintieron inmediatamente atraídas por su personalidad abierta, su facilidad para hablar y su forma genuina de ser. Aunque Rebeca sentía la tristeza de la situación, no podía evitar sentirse atraída por la conexión que había formado con ellas. Había algo en su físico que les resultaba familiar, un parecido sorprendente que las hacía sentirse unidas desde el primer momento.
La más pequeña de las hermanas, Valeria, fue la primera en acercarse a Rebeca. "Tienes los mismos ojos que papá", le dijo con una sonrisa. Aunque la observación era simple, en ese momento Rebeca sintió una oleada de emociones contradictorias. Por un lado, sentía que la conexión física con ellas era un recordatorio de todo lo que había perdido. Pero, por otro lado, había algo reconfortante en el hecho de que, a través de su padre, compartían algo más: una parte de él que no había sido perdida del todo.
Durante esa noche, mientras Rebeca se acomodaba en la casa de su padre, las hermanas prepararon para ella unos regalos, queso, sandía, un bordado, anque sencillos, representaban un deseo de las hermanas que ella formara parte de la familia,
El día siguiente trajo consigo un paisaje diferente. Rebeca, acompañada de sus hermanas, decidió dar un paseo por la laguna cercana, un lugar al que Pedro solía ir para escapar de la rutina. Las aguas calmadas y el cielo anaranjado del atardecer parecían ofrecerles un espacio para hablar, lejos de la rigidez de la casa y la tensión del día anterior.
Al principio, Rebeca se mantuvo callada, contemplando el paisaje. Sin embargo, fue Valeria quien rompió el silencio: "¿Cómo te sientes? Sabemos que este viaje no ha sido fácil para ti."
Rebeca miró a las jóvenes, sintiendo una conexión más fuerte con ellas de lo que había imaginado. "No es fácil, pero me ayuda tenerlas cerca. No esperé encontrarme con tanta calidez aquí. Todo esto me hace darme cuenta de que, a veces, las respuestas que buscamos en las personas no están donde las esperamos."
Lucía, que siempre había sido más reservada, asintió con la cabeza. "Quizá porque no podemos encontrar lo que perdimos en quienes ya no están, sino en aquellos que aún están a nuestro lado. Nadie es perfecto, y hay muchas formas de familia."
Rebeca asintió, sintiendo que esas palabras, sencillas pero profundas, tocaban algo dentro de ella. En ese instante, comprendió que, aunque su padre no fuera el hombre que había esperado, no podía dejar que su ausencia la definiera. Las mujeres a su lado, sus hermanas, le ofrecían una oportunidad de sanar y redefinir lo que significaba la familia para ella.
La conversación continuó mientras el sol se ocultaba en el horizonte, bañando la laguna en tonos cálidos y suaves. Rebeca se dio cuenta de que la reconciliación no tenía que ver solo con perdonar a su padre, sino con aprender a aceptar las nuevas formas de conexión que la vida le ofrecía. A su lado, las hermanas no eran la familia perfecta, pero eran la familia que ella necesitaba, con sus imperfecciones y su sinceridad.
"Gracias por estar aquí", dijo Rebeca, mirando a cada una de ellas. "Creo que este viaje no solo fue para encontrar a mi padre, sino para encontrarme a mí misma de una manera diferente."
Las hermanas, sin decir una palabra más, la rodearon en un abrazo colectivo. En ese momento, Rebeca sintió que, a pesar de todo el dolor que había vivido, por fin había comenzado a sanar.