Obsesión Peligrosa~

Elena se despertó al día siguiente con una sensación de incertidumbre. Las palabras de Damian seguían repitiéndose en su cabeza: “Eres mi punto débil.” Aquello la perturbaba más de lo que quería admitir. No estaba acostumbrada a ser considerada una vulnerabilidad, y mucho menos para alguien como Damian Moretti.

Después de prepararse para el día, revisó las actualizaciones que Sophie le había enviado sobre la investigación. Había conseguido poca información sobre Damian; parecía que su vida estaba cuidadosamente protegida, envuelta en un manto de misterio.

—¿Qué esperabas, Elena? —se dijo en voz baja mientras revisaba su correo electrónico.

Justo entonces, su teléfono sonó. El identificador marcaba un número desconocido, pero algo en su interior le dijo que debía contestar.

—¿Diga?

—Señorita Carter —dijo una voz masculina, grave y profesional—. Necesitamos hablar. Es importante.

—¿Quién habla?

—Llámeme Marco, ya nos hemos encontrado anteriormente . Estoy aquí para advertirle nuevamente que se mantenga alejada de Damian Moretti. Es por su propio bien.

Elena se puso de pie de inmediato, el corazón latiéndole con fuerza.

—¿Y quién se supone que eres tú para darme órdenes?

—Alguien que entiende el peligro que representa Moretti. No es un hombre con el que quiera involucrarse.

La llamada se cortó antes de que Elena pudiera responder, dejándola con una sensación de impotencia y furia.

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Más tarde, mientras conducía hacia su oficina, no podía dejar de pensar en la llamada. ¿Quién era ese tal Marco? ¿Y qué ganaba con advertirle sobre Damian?

Decidió enfrentarlo. Ese mismo día, al finalizar su jornada, se dirigió al club privado donde sabía que Damian solía reunirse con sus contactos. Aunque no era un lugar al que solía ir, estaba decidida a obtener respuestas.

Al llegar, un hombre en la entrada la detuvo.

—Lo siento, señorita. Este es un lugar exclusivo para miembros.

Elena lo miró con la confianza que solo alguien como ella podía proyectar.

—Llame a Damian Moretti. Dígale que Elena Carter está aquí.

El hombre la observó por un momento antes de hacer una llamada. Apenas unos segundos después, le permitió entrar.

El club era elegante, con una iluminación tenue que creaba un ambiente íntimo. Elena caminó con paso firme hasta que vio a Damian sentado en un rincón, conversando con dos hombres. Al verla, él se levantó de inmediato, sorprendido pero también intrigado.

—Elena, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó mientras se acercaba a ella.

—Necesitamos hablar.

Damian le hizo un gesto para que lo siguiera a una sala privada. Una vez dentro, cerró la puerta y la miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—¿Qué sucede?

—Recibí una llamada esta mañana —dijo Elena, cruzándose de brazos—. Un hombre llamado Marco me dijo que debía alejarme de ti.

Damian frunció el ceño, su expresión endureciéndose.

—¿Te dijo algo más?

—Solo que estar cerca de ti es peligroso. ¿Es cierto, Damian?

Él la miró en silencio durante unos segundos antes de hablar.

—Elena, mi mundo no es seguro. Lo he intentado todo para mantenerte al margen, pero hay personas que no me lo pondrán fácil.

—¿Por qué? ¿Qué quieren de mí?

—No eres el objetivo, Elena. Soy yo. Pero saben que pueden usar a cualquiera que sea importante para mí como un arma.

Elena sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras.

—¿Y qué planeas hacer al respecto?

Damian dio un paso hacia ella, sus ojos fijos en los de ella.

—Protegerte, a toda costa.

—¿Y cómo piensas hacerlo? ¿Controlando mi vida?

—Si eso es lo que se necesita, sí.

Elena lo empujó suavemente, frustrada.

—No soy una pieza de ajedrez en tu tablero, Damian. No necesito que me protejas.

Damian la tomó de la muñeca, su agarre firme pero no agresivo.

—Esto no es negociable, Elena. No voy a dejar que te lastimen.

Elena quiso discutir, pero la intensidad en sus ojos la dejó sin palabras.

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Esa noche, de regreso en su apartamento, Elena se sentía más confundida que nunca. No quería depender de Damian, pero tampoco podía ignorar la amenaza que parecía rodearla.

Justo cuando comenzaba a relajarse, un ruido en la ventana llamó su atención. Al asomarse, vio una sombra moverse rápidamente. Su corazón se aceleró.

Llamó a la policía de inmediato, pero mientras esperaba que llegaran, tomó un bate de béisbol que tenía guardado. No iba a quedarse de brazos cruzados.

—¿Quién está ahí? —gritó, avanzando hacia la sala con cautela.

De repente, la puerta principal se abrió y Damian apareció, seguido de dos de sus hombres.

—¿Estás bien? —preguntó él, su mirada recorriendo el lugar en busca de peligros.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Elena, sin bajar el bate.

—Recibí un informe de que alguien podría intentar atacarte esta noche.

—¿Un informe? ¿De quién?

Damian ignoró la pregunta y le hizo un gesto a sus hombres para que revisaran el apartamento.

—Estás a salvo ahora.

Elena lo miró con incredulidad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Damian dio un paso hacia ella, su expresión seria.

—Porque estoy aquí, Elena. Y no voy a dejar que nadie te haga daño.

Elena dejó caer el bate, sintiéndose abrumada por la intensidad de la situación.

—Esto no puede seguir así, Damian. No puedo vivir con miedo todo el tiempo.

—No lo harás. Pero para eso, tienes que confiar en mí.

Elena lo miró, sintiendo que sus barreras comenzaban a derrumbarse. Aunque odiaba admitirlo, había algo en Damian que le hacía sentir segura, incluso en medio del caos.

Finalmente, suspiró y asintió.

—Está bien. Pero si me entero de que me estás ocultando algo más…

Damian sonrió ligeramente, aunque la seriedad en sus ojos no desapareció.

—No lo haré.

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Esa noche, después de que Damian se asegurara de que todo estaba en orden, se quedó en el apartamento con Elena. Aunque ella protestó al principio, finalmente accedió, demasiado cansada para discutir.

—No tienes que quedarte —murmuró mientras se acomodaba en el sofá.

Damian la miró desde el otro lado de la habitación.

—No voy a irme.

Elena suspiró, rindiéndose. Mientras cerraba los ojos, no pudo evitar pensar que, aunque odiaba admitirlo, había algo reconfortante en tenerlo cerca.

...