Camino A La Venganza

Aún no se acostumbraba al cuerpo en el que ahora habitaba. Mientras se miraba al espejo, se imaginaba que todo era un sueño del que pronto despertaría. Volvería a su vida, donde su hijo seguía con ella, y cuando Óscar se enterara de la noticia, podrían ser felices. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Poco a poco, una sonrisa forzada se dibujó en su rostro.

—¡Tonta! Él no te amó. Nunca lo hará… y tu hijo solo se iba a convertir en un estorbo para ellos —se recriminó en voz alta.

Estaba segura de que, si no hubiera muerto ese día, tarde o temprano habrían acabado con su bebé. Decidida a vengarse, sabía que debía encontrar la manera de entrar al cuarto de seguridad y obtener las grabaciones del día del accidente, antes de que a Estela se le ocurriera borrar la evidencia. De repente, recordó a Mariela, la antigua asistente de Alicia. Con un poco de suerte, su número seguía siendo el mismo. Marcó, con esperanza y un toque de nerviosismo.

—Hola, ¿habla Mariela? —preguntó con cautela.

—Hola, sí, soy yo. ¿Con quién tengo el gusto?

Suspiró, emocionada. Quería decir su nombre anterior, pero nadie le creería su historia.

—Mi nombre es Regina Tobón. Un amigo me dijo que estás desempleada y… necesito una asistente. ¿Te gustaría trabajar conmigo? —preguntó, con la esperanza de que no se negara.

—¿¡De verdad!? ¡Claro que sí! —Mariela se emocionó. Desde que Óscar la había despedido, nadie quiso contratarla. Esta era una gran oportunidad, y no podía desaprovecharla.

—Muy bien, nos vemos en el café frente a las empresas Carrasco —indicó Regina.

Mariela dudó. Tenía miedo de encontrarse con Óscar, de que este impidiera que consiguiera el empleo. Aun así, decidió arriesgarse.

Ese también era el lugar donde solía verse con Alicia. Por eso Regina lo eligió. Era difícil olvidar ciertas costumbres de su vida pasada. No había de qué preocuparse; además, allí también trabajaba su esposo. No debía parecer extraño para nadie. Acordaron la hora y se verían más tarde ese mismo día.

Sentada junto a la ventana, Regina sostenía una taza de café, justo como cuando era Alicia. Al pensarlo mejor, se dijo que debía cambiar un poco. Aferrarse a su vida pasada no le permitiría disfrutar esta nueva oportunidad. Llamó a la mesera y pidió otro café.

La puerta del café se abrió mientras bebía su nueva bebida, sin notar que alguien había entrado y, al verla, se quedó inmóvil. Manuel la observaba. En su mirada había una sonrisa sutil y encantadora. Regina estaba tan perdida en su mundo que no se dio cuenta de que su esposo la miraba fijamente. Él se acercó.

—Es linda la vista, ¿no lo crees?

Al oír su voz, ella giró bruscamente. Su mirada subió despacio hasta encontrarse con el rostro de Manuel.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendida.

—Esta cafetería está frente a las oficinas, es lógico que venga aquí. La verdadera pregunta es… ¿qué haces tú?

—Tengo una cita.

—¿Una cita? ¿Se puede saber con quién?

Los profundos ojos de Manuel reflejaban una mezcla de burla y curiosidad. A solo unos días de haber firmado el matrimonio, ella ya tenía una cita. Estando frente a las oficinas Carrasco, él tenía una vaga sospecha.

—Puedes quedarte y comprobar quién es mi cita —le dijo con firmeza.

La puerta del café se abrió nuevamente. Una joven, de la edad de Regina, entró. Llevaba gafas y un sombrero. Preguntó por la reservación a nombre de Regina y fue guiada hasta la mesa donde estaban ambos.

—Buenas tardes. ¿Es usted la señorita Tobón?

—Así es. Soy Regina Tobón —saludó cortésmente. Sintió nostalgia al verla. Ver cómo intentaba pasar desapercibida para que Óscar no la reconociera le resultaba triste.

—Él es el señor Manuel Carrasco, mi esposo —agregó sin titubeos. No tenía intención de ocultar su matrimonio. Necesitaba ganarse la confianza de ambas partes.

Manuel, al ver que ella no ocultaba su relación, saludó amablemente, pero notó cómo Mariela tembló al escuchar su nombre.

—Tengo que irme. Nos vemos después —se despidió de ambas mujeres. Ahora que comprobó que no era quien pensaba, no quería incomodar a Regina. Al salir, pidió a su asistente que investigara a la joven. Por alguna razón, se le hacía conocida.

Mariela suspiró aliviada al ver que él se había ido.

—Él no es como Óscar. No tienes por qué preocuparte —la tranquilizó Regina.

Aun así, Mariela no estaba segura de aceptar el trabajo. Se había hecho muchas ilusiones, pero no quería poner en riesgo su integridad ni su vida.

—No tengo buena opinión de esa familia. Creo que lo mejor es que busques a alguien más.

Regina imaginaba que sería difícil convencerla, al verla tan pálida y vigilante, como si se estuviera escondiendo de alguien peligroso.

—No tienes que temer. Estás conmigo, yo te protegeré.

No muy convencida, Mariela aceptó. Necesitaba el empleo; tenía muchas deudas acumuladas a causa de Óscar.

—Está bien… espero que sea una gran colaboración entre nosotras.

Regina sonrió. Después de mucho tiempo, ambas mujeres se marcharon del lugar.