Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.
¿Dónde encuentro una mujer así?
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Mentiroso
¿Qué acaba de pasar? Ese no podía ser Dylan, debe ser su gemelo malvado, debe ser un espíritu que entró a su cuerpo. Debe ser alguien más, pero no es Dylan. No puede ser el.
Los próximos días fui a visitarlo después del trabajo. El no me abría la puerta, solía tener llave, pero cambio la chapa.
— Dylan no me iré si no abres la puerta. — Toque varias veces.
— Te dije que no me molestes. Vete.
— No. No me importa lo que digas no me iré. Te amo.
— Yo a ti no.
— Mentiroso. — Tiene que ser una mentira. — Tú me amas. Dime la verdadera razón para terminar conmigo. ¿Estás enfermo? ¿Es eso? — Hubo un gran silencio. — Amor si estás enfermo no me importa. Estoy dispuesta a cuidarte hasta que te recuperes. Estaremos juntos siempre. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas nuestra boda? Nos juramos amor eterno, nos juramos estar juntos en buenas y malas, nos juramos fidelidad, lealtad, nos juramos nunca mentir al otro. Dylan nunca nos hemos mentido. ¿Por qué empiezas ahora? Yo sé que me amas. Ese amor no se pudo terminar en unos días. — Azote mi mano en su puerta. — Abre o te juro que soy capaz de tirar la puerta.
— ¿Quién eres tú? — Una mujer rubia, de ojos azules y piernas largas me llamo. — ¿Eres su ex? — Se rio. — Por favor deja en paz a mi novio. Entiende que ya no te quiere. — La puerta se abrió y el salió. Me vió un momento con calidez, una calidez que pasó a disgusto, tomó la cintura de la mujer y la besó. Mi corazón se hizo añicos. Hay algo que jamás imaginé ver, y eso era a mi Dylan besándose con otra, podía imaginar a cualquiera, hasta mi padre, pero no a Dylan.
— Ella es mi novia. ¿Ya te quedó claro por qué te deje? — Le di una bofetada.
— No quiero volver a verte. Nunca. ¿Entendiste? Nunca, si un día te arrepientes de lo que me hiciste no te atrevas a buscarme. Ya no estaré disponible para ti.
Camine por las calles lluviosas, un auto casi me atropella. El conductor me gritó loca, tenía razón, estoy loca, el me dijo que había sido infiel, pero no le creí, elegir mentirme, elegí creer que estaba mintiendo. ¿Cómo puedo ser tan estúpida?
Espere el autobús, esté no llegaba, llame a mi padre para que me recogiera. No es una buena idea ir sola en éste estado.
El tiempo parecía no pasar, al ver el reloj en mi mano me di cuenta de los veintiséis minutos que había estado esperando. El auto de mi padre seguro está atorado en el tráfico. Camine un poco y ahora sí, un auto me chocó.
Nathan.
Odio los días lluviosos. No sé ve nada en las putas carreteras. Siempre pido chófer para estás ocasiones, no imaginé que el de esta ocasión sería un inútil. Atropelló a una mujer.
Baje del auto para comprobar. Ella estaba bien, se puso de pie por si sola. Aunque le costaba, la reconocí al ver que se echaba el cabello mojado para atrás. Baje del auto y puse un paraguas sobre su cabeza.
— ¿Señor Nathan?
— Sube. Te llevaré a un hospital.
— Estoy bien.
— No te llevaré en brazos, sube ahora. — Fuí más firme. Ella camino y sus piernas flaquearon. Mi chófer la sostuvo, de lo contrario se habría caído. Le di el paraguas al hombre y tome a Esther en mis brazos. La acomode en el auto y le puse el cinturón de seguridad. Al subir a su lado, noté sus ojos llenos de lágrimas. Pensé que era el agua de la lluvia, pero no. Quise preguntar su razón para llorar, sin embargo eso no es de mi incumbencia. En el camino, ella empezó a temblar de frío. No tenía nada para cubrirla. Así que me quite el saco y lo puse sobre sus hombros, ella me vio con asombro. — No digas nada. — Advertí. Guardo silencio hasta llegar al hospital. La revisaron y por suerte era una lesión leve.
— Gracias por ayudarme.
— Hice lo que cualquiera. No te sientas importante.
— Se que no lo soy. — Reconocí la tristeza, ¿quién la hizo llorar? ¿Y por qué quiero cortarle la cabeza a la persona?
— Te dejaré en tu casa.
— Llamaré a mi padre.
— Era una afirmación, no una pregunta. — Pague la factura y la lleve al auto, pregunté dónde vivía y ella contesto sin ánimo, su casa no estaba lejos, pero por la lluvia y el tráfico nos tardamos un poco en llegar.
— Por Dios hija, ¿qué te pasó? — Su madre mostro preocupación. La ayudo a entrar y a sentar.
— Tuve un pequeño accidente. Nada grave. No te preocupes. — La mirada de la mujer castaña vino a mi. — Es mi jefe. El me ayudó.
— Muchas gracias. — Sus ojos me vieron con devoción. — No se que haría si algo malo le pasa a mi única hija. Me volvería loca tal vez.
— Tengo pendientes. Tomate un par de días. — Le dije a Esther y me retire. No puedo lidiar con una madre agradecida.