Yo No Soy Ella

La noche olía a humo, neón y adrenalina. La pista de carreras ilegales zumbaba como una criatura viva, con sus motores rugiendo y voces que se mezclaban entre apuestas y gritos. Nelly bajó de la moto aún sintiendo el calor del asiento y el temblor en los dedos. Había emoción en el ambiente, pero no era suya.

—Wow… esto está genial —murmuró, sin poder evitarlo—. Cuántas motos…

Yulian se quitó el casco a su lado. Sus ojos azules buscaron los de ella como si esperara algo más que una reacción casual.

Nelly esbozó una media sonrisa. No por respeto, sino por fastidio.

“Siempre con ese tono. Siempre con esa maldita necesidad de controlarlo todo”, pensó, mientras él se acercaba.

—Quédate cerca. Si te alejas, te vas a arrepentir —dijo él, como si le hablara a un objeto valioso pero problemático.

Ella lo miró de reojo, con una ceja en alto.

—¿Y si me lo repites una tercera vez?

Antes de que él pudiera replicar, una mujer se abrió paso entre la multitud. Morena, alta, llamativa. Claudia. Nelly no la conocía, pero bastó verla acercarse y plantarle un beso en la mejilla a Yulian para entender el tipo de relación que había entre ellos.

—Yulian —dijo la mujer, en tono coqueto—. Qué bueno verte.

Yulian no respondió. Apenas frunció el ceño y la miró con incomodidad. Claudia, al notar su falta de entusiasmo, se encogió de hombros y se despidió con una sonrisa forzada, desapareciendo entre la gente.

Nelly no dijo nada. No hizo comentarios sarcásticos. No le dedicó una mirada. Solo bajó los ojos un segundo y luego miró a otro lado, como si Claudia hubiera sido una sombra pasajera.

“Así es él. Las mujeres le sobran. No veo porqué yo tengo que estar con él … si puede escoger a muchas mujeres estén con él sin problemas.”

Yulian, sin embargo, pareció desconcertado por su reacción. Esperaba rabia, quizás celos. Lo que recibió fue distancia.

—¿A dónde vas? —preguntó en voz baja, cuando ella dio un paso para alejarse.

—A ningún lugar. Estás ocupado —dijo Nelly con indiferencia.

Él pareció querer decir algo más, pero entonces Esteban apareció con su sonrisa despreocupada, como si la tensión del mundo entero no fuera asunto suyo.

—¡Hermano! Siempre rodeado de problemas —bromeó, dándole una palmada en el hombro.

—Esteban… —gruñó Yulian, sin mucho ánimo de conversar.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Esteban, dirigiéndose a Nelly con descaro.

—Nelly —respondió ella, con una sonrisa cortés.

Esteban le estampó un beso en la mejilla antes de que Yulian pudiera reaccionar. Nelly no se movió. No fue un gesto provocador, fue una forma de dejar en claro que podía interactuar con quien quisiera.

Yulian apretó los puños, la mandíbula, el alma.

—Haz eso otra vez… y no volverás a salir —murmuró, la voz apenas un hilo tenso—. Y él…

Nelly lo miró directamente. Su rostro no se alteró. No se encogió de miedo, ni gritó. Solo lo sostuvo con la mirada hasta que él bajó los ojos.

—¿Vas a matar a todo el que me hable? Vaya forma de marcar territorio…

Esteban intervino, tranquilo.

—Relájate, hermano. Fue un beso. No seas ridículo.

Y luego la miró a ella, más curioso que antes.

—¿Sabes? Me recuerdas a alguien.

—¿A quién? —preguntó Nelly, por primera vez con algo de interés.

Pero Yulian no respondió. Solo desvió la mirada hacia la pista.

—Cuídala —le dijo a su hermano—. Me voy un rato. Que nadie se le acerque.

Nelly ni se molestó en despedirse. Solo lo vio alejarse, con las luces reflejadas en su espalda, como una figura que ya no sabía si detestaba o simplemente no entendía.

Esteban la guió hacia una mesa. Se sentaron. Había ruido, música, motores. Pero por un instante, todo pareció lejano.

—¿Hace cuánto estás en esa casa? —preguntó él, casual.

—Un mes, creo. Desde que me llevaron —dijo ella, con voz opaca.

—¿Y qué has visto allí?

—¿Esto es un interrogatorio?

—Nah —rió Esteban—. Curiosidad. Mamá dice que Yulian nunca visita. Pensé que quizás tú sabías por qué.

Nelly lo miró de reojo.

—No salgo del cuarto. Soy su... prisionera decorativa, al parecer.

Esteban se quedó en silencio un momento. Luego habló más bajo.

—¿Quieres irte conmigo?

Ella lo miró fijamente.

—¿Qué?

—Hay un lugar. No muy lejos. Yulian jamás se atrevería a buscarte ahí.

—¿Y dónde queda ese milagro?

—Con nuestra madre.

Nelly bajó la mirada. Lo pensó. Lo midió.

—¿Y si se entera?

—Se va a molestar. Mucho. Pero lo va a superar —dijo Esteban—. Además, no irías sola.

Víctor apareció junto a ellos, en silencio, como si hubiera estado escuchando desde el principio.

—Yo la acompaño —dijo él, con seriedad—. No puedo dejarla ir sola. Y si me quedo, no sabré qué decirle al señor.

Nelly tragó saliva. Por dentro, sentía el vértigo de la decisión.

“¿Y si es una trampa? ¿Y si Yulian enloquece y decide matarlos a todos? ¿Y si es la única oportunidad que tengo?”

Suspiró.

—Está bien… vamos.

《●》