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"¿Qué pasa cuando la fachada de galán encantador se transforma en un infierno de maltrato y abuso? Karina Sotomayor, una joven hermosa y fuerte, creció en un hogar tóxico donde el machismo y el maltrato doméstico eran la norma. Su padre, un hombre controlador y abusivo, le exige que se case con Juan Diego Morales, un hombre adinerado y atractivo que parece ser el príncipe encantador perfecto. Pero detrás de su fachada de galán, Juan Diego es un lobo vestido de oveja que hará de la vida de Karina un verdadero infierno.
Después de años de maltrato y sufrimiento, Karina encuentra la oportunidad de escapar y huir de su pasado. Con la ayuda de un desconocido que se convierte en su ángel guardián y salvavidas, Karina comienza un nuevo capítulo en su vida. Acompáñame en este viaje de dolor, resiliencia y nuevas oportunidades donde nuestra protagonista renacerá como el ave fénix.
¿Será capaz Karina de superar su pasado y encontrar el amor y la felicidad que merece?...
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Problemas...
—Bueno, disfruten la fiesta —dijo Juan Diego con su acostumbrada sonrisa fingida, soltando la mano de Massimo tras un apretón frío y amenazante. Luego se giró hacia Karina, pasando un brazo por su cintura—. Mi reina y yo iremos a saludar a los demás invitados.
Mientras se alejaban, su sonrisa se desvaneció. Se inclinó hacia Karina y le apretó el brazo con fuerza, lo suficiente para causarle dolor sin dejar marcas.
—Debes estar feliz de que ese imbécil esté aquí esta noche —le susurró con voz cargada de veneno.
—No estoy feliz de nada —respondió ella entre dientes—. Deja tu paranoia.
—A mí no me engañas, Karina Sotomayor. Las mujeres son todas unas zorras, y tú no eres la excepción.
Ella lo miró con odio puro reflejado en sus ojos, sin importarle que estuvieran rodeados de personas.
—Si tan zorra te parezco, déjame ir. Sabes que te odio, y no estoy feliz con esta farsa a la que llamas matrimonio.
Juan Diego se detuvo un instante. La apretó aún más fuerte, inclinándose a su oído con una sonrisa peligrosa.
—Ni en tus sueños serás libre de mí. Así que compórtate, estúpida.
La noche continuó en medio de un ambiente elegante, pero tenso. Las conversaciones giraban en torno a negocios, inversiones, construcción, acuerdos internacionales. Las copas de vino, whisky, martinis y vodka se servían sin descanso, y los meseros recorrían el lugar ofreciendo aperitivos exquisitos sobre bandejas de plata. El salón principal brillaba bajo luces cálidas que resaltaban la opulencia de la decoración.
Más tarde, el magnate español subió al escenario improvisado y, copa en mano, ofreció un discurso cargado de hipocresía y autoelogios.
—Quiero agradecerles a todos por acompañarme en esta celebración. Este galardón representa no solo mi esfuerzo, sino también el compromiso de todo mi equipo... Y por supuesto, no puedo dejar de mencionar a mi hermosa esposa, Karina, quien ha sido un pilar en mi vida.
Karina, sentada junto a él, sonrió con rigidez. Se sintió exhibida como si fuera un trofeo más. Asqueada por dentro, mantuvo la compostura para evitar desencadenar una escena.
Mientras tanto, Massimo no perdía de vista a la pelinegra. Le parecía una mujer demasiado especial para estar al lado de un hombre como Juan Diego, cuya sola presencia destilaba peligro.
Ya entrada la noche, Juan Diego se encerró en su despacho con un grupo de empresarios para finiquitar un contrato importante. Karina aprovechó la oportunidad para escapar por unos momentos. Caminó hacia los jardines traseros hasta llegar al lago privado que se extendía a unos metros de la mansión. Las luces de la fiesta quedaban lejos, y allí, por fin, pudo respirar con tranquilidad.
El aire era fresco, y la luna se reflejaba sobre el agua. Karina cerró los ojos unos segundos, disfrutando del silencio, hasta que una voz profunda la sacó de su momento de paz.
—Parece que no estás disfrutando mucho de la fiesta de tu marido —dijo Massimo, acercándose con calma.
Karina se sobresaltó ligeramente y se giró de inmediato.
—Lo siento, no quise asustarte —agregó él, levantando las manos en señal de paz.
—Tranquilo —respondió ella con un suspiro—. Generalmente vivo con los nervios de punta.
Su mirada se endureció.
—Veo que es muy observador, por lo tanto, le aconsejo que se aleje de mí. Si Juan Diego nos ve, podría molestarse mucho.
—¿Le temes? —preguntó Massimo con seriedad.
—No —replicó ella—. Pero recibir las consecuencias de su enojo no es algo sencillo.
Massimo asintió lentamente.
—Lo entiendo. Pero una esposa jamás debería temerle al enojo de su esposo. Me iré, solo porque no quiero causarte problemas con él. —Sacó una tarjeta de presentación y se la tendió—. Si alguna vez me necesitas, solo llámame.
Karina la tomó, pero lo miró desconfiada.
—¿Qué le hace pensar que lo necesitaré?
Massimo sonrió, sin arrogancia.
—Tu mirada. No veo felicidad en tus ojos… ni siquiera ahora que llevas en tu vientre un hijo del prepotente de tu esposo.
En ese momento, Juan Diego salió nuevamente a la fiesta. No ver a Karina a su lado lo encendió por dentro. Tras preguntar disimuladamente por ella y obtener pistas contradictorias, sus ojos la encontraron a lo lejos, junto al italiano. Su sangre hirvió.
Caminó hacia ellos con pasos firmes, respirando hondo para mantener la compostura. No era el momento de revelar su verdadera naturaleza, pero cada segundo de esa conversación lo carcomía.
—¿Puedo saber qué hace, señor Ferratii, asediando a mi esposa? —dijo Juan Diego con una sonrisa falsa—. ¿Acaso no puede tener un momento de soledad sin que usted se le acerque?
Karina palideció. No por ella, sino por Massimo. Sabía lo peligroso que podía ser su esposo, y no quería que nadie más sufriera por su culpa.
Pero lo que ella no sabía era que Massimo Ferratii no era un hombre cualquiera. No solo no temía a Juan Diego, sino que en poder e influencia, podía igualarlo… o incluso superarlo.
El aire se volvió más denso entre los tres.
—No fue mi intención molestar —dijo Massimo con cortesía—. Solo me retiraba cuando usted llegó.
La sonrisa de Juan Diego se endureció.
—Perfecto. Entonces espero que siga retirándose… y no vuelva a acercarse a mi esposa.
Massimo sostuvo su mirada por un segundo más de lo necesario. Luego, con una inclinación de cabeza, se alejó sin perder la compostura.
Juan Diego se giró hacia Karina. Su rostro aún mostraba una sonrisa, pero sus ojos ardían como brasas.
—Ya hablaremos cuando estemos a solas —susurró, y le ofreció su brazo—. Ahora vuelve a tu papel de esposa ejemplar.
Karina obedeció, sabiendo que esa noche tendría consecuencias.
El italiano se alejó del lago con el rostro endurecido, sus pensamientos dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Cada paso que daba lo alejaba de Karina, pero su instinto le gritaba que debía protegerla. Había algo en esa joven que lo conmovía profundamente: su fragilidad contenida, la valentía en su mirada, el dolor detrás de cada palabra.
Sabía que Juan Diego no era un hombre que tolerara desafíos lo podía percibir. Había visto la forma en que la miraba… no como a una esposa, sino como a una posesión. Una posesión que no estaba dispuesto a compartir ni con una simple conversación.
Massimo caminó con decisión hacia la zona del salón donde su prima Stefany conversaba con otros invitados. Ella lo vio acercarse y, de inmediato, percibió en su rostro ese gesto sombrío que solo aparecía cuando algo lo perturbaba de verdad.
—¿Qué pasa, Massimo? —preguntó Stefany en voz baja, saliendo discretamente del grupo para acercarse a él—. ¿Pasó algo?
—Me voy —dijo él con firmeza—. Tengo asuntos que atender.
—¿Porque? No hemos bailado aún ¿Qué pasó? —insistió ella, mirándolo con una ceja arqueada.
Massimo bajó la voz y desvió la mirada, claramente incómodo.
—Acabo de ocasionarle un problema a alguien... y creo que lo mejor es irme antes de que empeore.
Stefany frunció el ceño, comprendiendo más de lo que él decía.
—¿Tiene que ver con la esposa de Morales?
Massimo no respondió. Su silencio fue suficiente confirmación.
Stefany suspiró, mirando hacia el fondo del salón, donde la pareja anfitriona había reaparecido. Karina, aunque perfectamente maquillada y con su vestido de gala impecable, tenía los ojos apagados y la sonrisa forzada. Juan Diego, en cambio, irradiaba autoridad y control… una máscara bien lograda.
—En ese caso —dijo ella—, me voy contigo. No pienso quedarme aquí para presenciar cómo ese cavernícola descarga su frustración con su esposa.
—¿Estás segura? Puedo llevarte a casa o dejar a Elliot contigo si prefieres quedarte.
—No —respondió ella con determinación—. Me voy contigo. Esto ya me huele mal, y si tú te sientes culpable, es porque tu intuición te está diciendo que esa mujer necesita ayuda… aunque no lo diga en voz alta.
Massimo le ofreció el brazo, y juntos caminaron hacia la salida, ignorando las miradas curiosas de algunos invitados que notaron su repentina despedida. El chofer los esperaba ya con el vehículo preparado. Mientras subían al auto, el italiano lanzó una última mirada a la mansión.
Tenía la sensación de que esa no sería la última vez que vería a Karina Sotomayor... y tampoco sería la última vez que se cruzara con Juan Diego Morales...