Oliver es un joven aventurero que quiere recuperar el alma de su hermana mayor, pero el mundo le recarcará lo difícil que será su deseo para alguien como él. ¿Podrá cumplir con su cometido? Acompáñalo junto a su grupo de compañeros: Evelyn, Richard, Ginna y Victoria, quienes a pesar de tener distintos motivos, comparten un mismo destino, el continente oscuro. Para ello, deberán unirse a la Unión de Asalto antes de su excursión hacia el continente oscuro.
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Un susurro frío
El polvo flotaba en el aire, creando una densa neblina que dificultaba la visión y llenaba el ambiente de una sensación opresiva y sofocante. Los escombros estaban esparcidos por todos lados, y el sonido de toses resonaba como un eco lejano que se mezclaba con la calma después del impacto. Oliver se levantó lentamente, sacudiéndose el polvo de la ropa con un gesto de fatiga. Miró a su alrededor con preocupación, sintiendo un nudo en el estómago, y con la voz ronca y entrecortada llamó: —¿Chicos? ¿Dónde están?
Los demás respondieron a su llamado, pujando mientras se incorporaban. Henry, con el ceño fruncido y la voz temblorosa por la incertidumbre, mencionó: —Está muy oscuro todo, mientras preguntaba preocupándose cuántas piedras mágicas les quedaban.
Entre todos aún contaban con un total de 17 piedras mágicas, y una tensión silenciosa se apoderó del grupo. —Tratemos de ahorrar lo más que podamos; no sabemos cuánto nos podemos tardar hasta encontrar una salida, expresó Oliver con una mezcla de urgencia y desesperación, mientras activaba una de las piedras.
A medida que avanzaban, la oscuridad se volvía más densa, como si el pasillo mismo estuviera absorbiendo incluso la mínima chispa de luz de sus piedras mágicas. El aire se tornaba pesado, dificultando la respiración, y un frío penetrante se filtraba a través de sus armaduras.
—Oigan, ¿soy yo o hace mucho más frío que antes?, preguntó Henry, mientras se esforzaba por cubrir su cuello con un trapo que llevaba consigo, su voz reflejando un malestar creciente.
Ginna, abrazándose a sí misma para conservar el calor, comentó con voz pausada y reflexiva que no era de extrañar que hiciera tanto frío; cuanto más bajo estuvieran, más frías se volvían las rocas, haciendo que el clima se mantuviera en un punto terriblemente gélido.
—Pero es curioso que haga tanto frío a pesar de no estar tan abajo, murmuró, observando la oscuridad que se extendía a lo largo del pasillo. Su voz revelaba una mezcla de intriga y ligera preocupación.
A medida que avanzaban, el frío se volvía más penetrante, mordiendo sus pieles con cada paso. Justo cuando sentían que el helor se hacía insoportable, el pasillo se abrió revelando una vasta cámara. El aire era pesado y se podía sentir una energía antigua vibrando en el ambiente. La penumbra parecía absorber cualquier destello de luz, pero antes de que pudieran explorarla, un viento helado hizo que todos se estremecieran.
A pesar de la densa oscuridad que los envolvía, la magnitud del lugar era evidente. Donde el frío calaba en los huesos y las estalactitas de hielo pendían del techo como colmillos cristalinos, reflejando una luz tenue que las piedras de los aventureros apenas ofrecían.
Henry, lanzó una piedra mágica lo más lejos que pudo. La luz que emanó de la piedra alumbró una imponente puerta, y algo que parecía una figura inerte a su lado.
—¿Qué es eso?, susurró Lyam, su curiosidad reflejada en su mirada mientras entrecerraba los ojos para discernir mejor la figura en la penumbra.
Oliver, intentando calmar el creciente nerviosismo en el grupo, lanzó unas piedras mágicas que iluminaron fugazmente la enigmática figura. —Parece... ¿un golem de roca?, dijo, no logrando ocultar la curiosidad en su voz, mientras sus palabras reverberaban en la inmensidad de la cámara.
—Si, pero por el ambiente de la sala, podría ser más uno de hielo, comentó ginna sacando otra piedra mágica para activarla.
Antes de que pudieran procesar lo que Oliver y Ginna había dicho, la figura emitió una serie de ondas de aire, como si liberara siglos de presión acumulada. La cámara resonó con una voz antigua y rugosa.
—No son dignos, expresó la voz con un dejo de autoridad y experiencia mientras la figura comenzaba a separar su cuerpo de las rocas y trozos de hielo que lo rodeaban. —Solo guiados por la fuerza de la ambición, no puedo permitirles tocar algo tan sagrado. Alguien debe apagar esa llama, y ese alguien debo ser yo, Oldern, guardián de la tumba de Herlbram.
El ambiente se tornó aún más opresivo cuando, de repente, una inmensa hacha se precipitó desde el techo, impactando el suelo con tal fuerza que el eco del estruendo resonó por toda la cámara, haciendo temblar las paredes. Los corazones del grupo latían con frenesí, mientras se preparaban.
—Oye, oye, esto debe ser una broma, Dijo, Lyam observando al golem que se levantaba para tomar el hacha.