El Aliento De Los Suspiros

Jamás había visto algo igual en todos sus años de vida en los que llegó a su madurez, jamás había visto el daño que podían aplicarle a una mujer, su rostro magullado, los visibles ematomas en sus brazos, los,su mejilla incautada, el escurrimiento nasal de aquella sangre.

Temblaba, temblaba en los brazos de su antigua institutriz, veía como sus manos manchadas en sangre se aferraba a la espalda de aquella ya adulta mujer.

—Todo estará bien, estas bien

Escucho las palabras de consuelo, pero lo que escucho a continuación lo hizo quebrarse.

—Ya no puedo, ya no quiero vivir...

Vio el llanto incesantemente correr por su rostro, por esa mejilla enrojecida, por ese bello rostro que si algún poeta lo mirase aria una obra de arte ante el verdadero sufrimiento, pero el ser un rey y tener bajo su tutela aún grande pueblo, el sufrimiento de esa mujer le era imposible de creer, pues era una princesa y era de esperar que alguien viniera por ella.

Se acercó lentamente hasta ambas mujeres de rodillas y se deshizo de nueva cuenta de su capa para cubrir a la pequeña mujer del frío.

—¿Puedes caminar?

Interrogó a la indefensa rubia quien sorbio la nariz y limpiaba la sangre con la manga desgarrada de su vestido seguido de la negativa.

—Leticia, recoge lo que sea necesario, se resguardaran en el castillo esta noche

La castaña asintió colocándose de pie, pero la frágil mano que aún sostenía se aferró a su mano haciéndola parar y ver los ojos azules de su pequeña princesa, el agarre significaba una sola cosa, no quería alejarse de ella, volvió a arrodillarse delante de ella y la abrazo para poder decirle algo al oído.

—Estará todo bien

Le dio seguridad a lo que asintió al propio rey quien se inclinó para poder sujetar a la pluma que era la princesa, al levantar la al estilo nupcial el horrible quejido que emitió la princesa se oyó seguido de como está abrazaba su vientre con dolor, aun no podía creer aquello, ¿Cómo es que alguien golpearla a una niña siquiera?

—Caminaré, transporten cualquier objeto personal al castillo...

Se negó a subir a su caballo pues ya no quería escuchar los incesantes gemidos de dolor, no quería lastimarla aún más de lo que ya mostraba, podía sentir como temblaba como un pequeño polluelo sin el calor de su madre, podía sentir como la mano que se sujetaba en su hombro se aferraba. Camino con ella en brazos tan ligeramente, la mujer ni siquiera representaba un peso extra al cual sostener, hasta el momento en que llegó a los jardines del castillo fue que se dio cuenta de que la princesa había caído en un profundo sueño.

Al llegar a sus aposentos un extraño sentimiento se apoderó de él al momento de recortarla sobre la cama, fue como una especie de sueño visible, ese mismo sueño que había tenido hace unos días, un vestido blanco sencillo, un campo plano, esa cabellera rubia que se mecía por el aire, esa ligera y pequeña mano que sostenía la suya, corrían, corrían en aquel lugar, pero cuando llegaba el momento en que ella se giraba no podía visualizar aquel rostro.

Una sirvienta llevó un pequeño tinaco de agua caliente y paños blancos y el mismo decido limpiar aquel rostro herido, su labio inferior estaba reventado, un ematoma en su mejilla era de un horrible color verde morado, de alguna manera esa pequeña niña le recordaba a la mujer de sus sueños, aquella que corría mientras lo llevaba de la mano y la misma con la que se veía bailando en un enorme salón, realmente estaba confundido, no era ella de eso estaba seguro, pero el calor de su mano lo sentía tan familiar, el color de sus ojos le resultaba haberlos visto antes, todo era como si hubiera vivido un deja vu.

Limpio la suciedad de su rostro y depósito una suave caricia en su mejilla sana, se acercó lo suficiente para asegurarse de que realmente estaba respirando, permaneció cerca de su rostro al verse hechizado por los rasgos delicados, evidencia de que realmente era una princesa.

—Majestad

Leticia había llegado a los aposentos del rey rápidamente y extrañamente solo vio una única pertenencia en sus manos, se trataba de un collar con un dije en forma de estrella de un dorado intenso.

—Mande a que se limpiara y preparará una de las habitaciones para ambas

—No es necesario, Majestad

—Lo es, un grupo de soldados desconocidos cruzaron la frontera, invadiendo mis tierras, además, al encontrarse desprotegidas en medio del bosque que atraviesa la frontera, me veo en la obligación de ordenarles quedarse en el castillo, eso sin incluir que le he hecho una promesa a esta mujer

Dijo para después tomar un abrigo de cuero y marcharse para darles la privacidad a ambas mujeres, no podía seguir viendo a la herida princesa, jamás había golpeado a una sola mujer y el ver que ella lo estaba le era imposible de aceptar, pero no únicamente se fue por el disgusto sino, también por la extrañeza de que algo así sucediera bajo su mando, era inaceptable, habían burlado la seguridad que el mismo había ordenado, caminando a pasos agigantados con su musculatura rígida y con un semblante colérico fue que irrumpió en el salón principal donde sus comandantes y generales se encontraban discutiendo el altercado de esa misma noche, pero estos se detuvieron al oír el estruendo en las puertas.

—Ineptos, estúpidos, mis tierras son sagradas, este altercado solo demuestra que soy débil

—Majestad

—¡Silencio!

Grito eufórico provocando que el silencio y el miedo se plantará sobre ellos.

—Quiero más guardias en las murallas, durante él día y noche habrá vigilancia, el cambio será cada hora, quiero más vigilancia en los bosques que cruzan la frontera, nadie sale y entra sin algún papel que avale su entrada, quiero a cada soldado custodiando los caminos y calles de la ciudadela, ¡Ahora!

Grito con frustración dejando a todos los presentes realmente temerosos, puesto que el rey Rafael VI Roosevelt Zimmermann era un rey paciente, pero cuando este se molestaba podría ser el ser más cruel y despiadado y en ese momento se podía apreciar la molestia que tenía.

—Si, su alteza

Dijeron todos al unísono mientras reverenciaban al rey que gruñó y salió de la sala.