Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 22. Es el Plan
La anciana ama de llaves observaba cómo el carruaje, llevando a Lisel de vuelta a su hogar, se alejaba lentamente del Castillo Blackthorn.
Una sonrisa discreta y reflexiva se dibujó en sus labios al contemplar la partida. Era la primera vez, en muchos años, que alguien más que el señor Alaric o ella misma cruzaba las puertas de ese lugar solitario.
El ama de llaves pensó en Alaric. La anciana no podía soportar ver al niño que había criado, ahora consumido por un deseo de venganza que eclipsaba todo lo demás.
“No le importa nada ni nadie más que su propio anhelo” pensaba, mientras un suspiro que llevaba consigo el peso de años de observar a su señor se escapaba de sus labios. En su mirada se mezclaban la tristeza y la preocupación por el joven Alaric, a quien había visto transformarse con el paso de los años.
El Castillo Blackthorn, una vez lleno de vida y risas, ahora era testigo silencioso de la soledad y la amargura de su amo.
"¿Será posible que ambos hallen confianza mutua?" se preguntó, contemplando cómo el carruaje se perdía entre los árboles que rodeaban la propiedad.
La idea de que su señor pudiera abrirse a alguien le infundía una pequeña esperanza. Observó hasta que el carruaje se desvaneció por completo, dejando a Blackthorn en su acostumbrada quietud.
Tan pronto como entró en el castillo, el ama de llaves se dirigió directamente a la cocina para preparar la cena y luego la llevó a la recamara de su señor.
El dormitorio, que también hacía las veces de despacho, era pequeño.
Contaba con una modesta ventana circular y una gran mesa de escritorio que dominaba el centro. Sin embargo, lo que realmente destacaba era el retrato colgado en la pared derecha de una mujer de extraordinaria belleza.
Alaric estaba sumergido en un mar de papeles e informes con su atención fijada en ellos con meticulosidad. Sin desviar la mirada de los documentos, preguntó con su tono habitual, serio y calmado.
—¿Se ha ido ya?
—Sí, mi señor —respondió la ama de llaves con voz suave, colocando la bandeja en el borde del escritorio, cuidadosa de no interferir la zona de trabajo plagada de documentos.
—¿Os referiste a ella apropiadamente?
—Sí, señor. La Marquesa Luton fue atendida con toda la cortesía debida en este lugar.
—Bien —dijo Alaric con su voz cortante y seca.
Con un gesto discreto de su mano, dio a entender que podía retirarse.
Mientras Alaric releía un documento ya conocido, su mente no podía evitar divagar hacia los eventos de aquel día.
Había observado a Margaret y al príncipe Teodor conversando en secreto. Sus miradas intercambiadas eran suficientes para revelar una conspiración, y él intuyó rápidamente a quién iba dirigida.
Al ver a Lisel luchando torpemente con las riendas del carruaje de la familia Luton en su intento de huida, un destello de satisfacción le inundó al comprobar que su instinto estaba en lo cierto.
Su intuición había sido certera. Algo se estaba tramando contra ella.
Había visto la detención accidental de la joven y cómo la arrastraban sin piedad. Sabía que si su plan de venganza tenía alguna oportunidad, no podía permitir que el príncipe acabara con Lisel ese día.
De manera inesperada, se vio asumiendo el papel del caballero salvador.
Sin embargo, lo que no anticipó fue la furia que se apoderó de él al pensar que Lisel podría atentar contra su propia vida.
La idea de su ausencia en este mundo, sumada a las posibles atrocidades que el príncipe podría infligir a su cuerpo inerme, encendió un fuego de ira en su interior.
Incluso perdió el control, incapaz de contenerse y arremetiendo contra ella.
“¿Por qué?” se preguntaba en lo más recóndito de su ser.
"Es el plan" se respondió a sí mismo, tratando de convencerse.
Debía ser eso. Era la explicación más lógica. La mera preocupación de que todas las piezas de su intrincado plan de venganza ocuparan el lugar preciso que había designado para ellas.
Lisel solo era una pieza más en sus planes, como las otras partes que debían alinearse para conseguir su objetivo contra el príncipe heredero; nada más, no podía ser nada más.