Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 3 Intersección
En menos de diez minutos, el área se llenó de policías. Las patrullas iluminaban la zona con luces rojas y azules que destellaban sobre el asfalto, mientras los cuatro secuestradores permanecían arrodillados y esposados, rodeados por agentes. La adrenalina aún corría por las venas de Aristoteles Dimitrakos mientras un paramédico, con su botiquín en la mano, se acercaba a él para evaluar su estado.
—¿Cómo se siente? —preguntó el paramédico, evaluándolo con ojos atentos y profesionales.
Aristoteles lanzó una rápida mirada hacia Alice, quien estaba de pie cerca de una ambulancia, acompañada por James. A primera vista, cualquiera pensaría que no había pasado nada, que no acababa de enfrentar un intento de secuestro.
Su postura, su expresión serena, e incluso la forma en que sostenía sus manos con una calma imperturbable la hacían ver como una mujer completamente en control. Pero Aristoteles notaba pequeños detalles: la tensión en su mandíbula y la ligera rigidez en sus hombros, casi imperceptibles, pero evidentes para alguien tan observador como él.
Antes de que pudiera responder al paramédico, un hombre con uniforme de policía se acercó y se presentó.
—Oficial Cortes —dijo, extendiéndole la mano.
Aristoteles aceptó el saludo y asintió, manteniéndose alerta.
—Aristoteles Dimitrakos.
El oficial lo observó con curiosidad y cierto respeto.
—La señora Crawford y el señor Porter mencionaron que fue usted quien neutralizó a los asaltantes. —Cortes mantuvo una expresión inquisitiva, esperando una respuesta.
—Así es. —Aristoteles asintió, manteniendo la mirada fija en el oficial—. ¿Qué dijeron los sujetos?
—Ya están siendo trasladados a la comisaría. Pero ahora, tengo que preguntar… —el oficial alzó una ceja, escaneando a Aristoteles con interés—, ¿cómo es que un chófer fue capaz de inmovilizar a cuatro hombres en perfectas condiciones?
Aristoteles tomó aire antes de responder, sin dejar de vigilar a Alice y James, quienes seguían hablando en voz baja junto a la ambulancia.
—Estuve en el ejército griego —respondió, su voz profunda y firme—. Capitán de la Guardia Nacional Helénica. Me retiré hace ocho años.
El oficial Cortes lo miró, visiblemente impresionado.
—Capitán… Entiendo. —El oficial asintió y bajó la mirada a su libreta de apuntes—. ¿Cuánto tiempo lleva en el país?
—Hace tres años —respondió Aristoteles—. Mi esposa, fallecida, era estadounidense. De Nueva Jersey.
Cortes hizo una breve pausa, asimilando la información, y asintió de nuevo, pareciendo satisfecho con la explicación. Justo en ese momento, un sedán negro de alta gama, con vidrios polarizados, se acercó a toda velocidad y se detuvo bruscamente junto a la escena. Del asiento del conductor bajó un hombre que, con agilidad, abrió la puerta trasera. Un segundo hombre salió, erguido y con paso rápido: Jonathan Fairfax, el congresista.
Aristoteles lo reconoció de inmediato. Fairfax era el esposo de Alice, y también un nombre importante en la política local. Sabía que era considerado por su partido para la próxima campaña a la alcaldía de Nueva York, y estaba al tanto de su estilo de liderazgo y la imagen pública que cultivaba con esmero.
Fairfax se acercó rápidamente a Alice, sin detenerse a analizar la escena. Su atención estaba completamente centrada en su esposa.
—Cariño, ¿cómo estás? —preguntó, con una expresión preocupada, mientras la rodeaba con los brazos en un abrazo posesivo y protector.
Alice respondió al abrazo con una leve reticencia, su postura rígida y su cuerpo manteniendo una distancia sutil, aunque visible solo para quien supiera observar con detalle. Aristoteles lo notó de inmediato, con una mezcla de incomodidad y una extraña punzada de irritación.
—Estoy bien, Jonathan —respondió Alice, su tono carente de emoción mientras él la soltaba, aunque su mano se quedó en el hombro de ella, como si quisiera retenerla.
Jonathan la miró con una mezcla de preocupación y frustración.
—Esto pasa porque te niegas a aceptar seguridad. —El tono de su voz estaba impregnado de irritación—. Te dije que te pondría una escolta. No entiendo por qué te resistes tanto.
Alice suspiró y apartó un mechón de cabello detrás de la oreja, con una paciencia que claramente estaba siendo puesta a prueba.
—Esto habría pasado con o sin seguridad, Jonathan. Además, ya todo está bien. —Hizo una pausa, y su expresión se volvió dura, casi desafiante—. Y si esos malditos quieren venir por mí otra vez, que lo hagan. No me dan miedo.
Jonathan la miró con incredulidad y luego bajó la voz, lanzando una rápida mirada alrededor, preocupado de que otros escucharan.
—No digas eso. —Se inclinó ligeramente hacia ella—. Necesito que tengas más cuidado con lo que dices. Sabes que no es solo por ti… Esto puede afectarme también.
Alice arqueó una ceja. Sabía que su esposo veía la situación desde un ángulo político y, aunque entendía la necesidad de mantener una imagen intachable para las aspiraciones de Jonathan, no podía evitar sentirse cansada de su preocupación por la opinión pública.
—Lo sé, Jonathan. —Su tono era seco y firme—. Pero no pienso vivir con miedo.
Mientras tanto, cerca de ellos, el chófer del congresista se acercó al oficial Cortes y a Aristoteles. El hombre, un sujeto corpulento y de aspecto serio, extendió la mano al oficial.
—Elijah Hartford, jefe de seguridad del congresista Fairfax —dijo con un tono autoritario—. Me gustaría que me informaran de todo lo sucedido.
El oficial Cortes asintió y comenzó a explicarle los detalles del intento de secuestro. Aristoteles observaba a Elijah con curiosidad, notando el aire de superioridad que emanaba, propio de alguien acostumbrado a tomar el control en situaciones de crisis.
Mientras tanto, la mirada de Aristoteles se desviaba constantemente hacia Alice. A pesar del caos y la tensión del momento, la atracción que sentía hacia ella era innegable. Había algo en su postura fuerte y serena, en la forma en que mantenía la cabeza erguida y el rostro impasible, que lo cautivaba. Sabía que ella era una mujer acostumbrada a enfrentarse a desafíos, una líder nata, y ver su temple inquebrantable bajo presión solo hacía que su interés creciera.
Alice, consciente de la presencia de Aristoteles, giró ligeramente la cabeza hacia él, como si pudiera sentir su mirada. La sensación de su atención la envolvió de una forma inesperada; algo en su mente le decía que Aristoteles era diferente a cualquiera que hubiese conocido. Había algo en su energía, que le transmitía una calma que no lograba encontrar en otros.
Jonathan, al notar la dirección de la atención de Alice, frunció el ceño ligeramente.
—¿Quién es ese hombre? —preguntó, mirando a Aristoteles con desconfianza.
Alice no perdió el tiempo en responder.
—Es el chófer temporal que envió Blackwell Chauffeurs. Anderson está enfermo, y él vino en su lugar.
Jonathan asintió, aunque su expresión seguía siendo de cautela.
—Asegúrate de pedirle a Blackwell alguien más permanente —sugirió, con un tono casi despectivo hacia Aristoteles.
Alice simplemente asintió, sin confirmar ni negar la sugerencia de su esposo, mientras Jonathan seguía observando a Aristoteles con una mezcla de recelo y curiosidad.
Aristoteles captó la mirada de Jonathan y no pudo evitar mantener la compostura, sin revelar ni un ápice de incomodidad. Sabía quién era y lo que representaba. Pero en ese momento, el interés del congresista no le preocupaba. Su atención estaba fija en Alice, en su postura firme y en su habilidad para manejar la situación con una fuerza que, a su parecer, iba más allá de lo común.
Finalmente, Jonathan suspiró y volvió a mirar a Alice.
—Volvamos a casa, ¿te parece? —dijo, suavizando el tono, aunque su mano seguía firmemente apoyada en el hombro de su esposa.
Alice asintió, aunque lanzó una última mirada en dirección a Aristoteles antes de dejarse guiar hacia el sedán negro. Un leve movimiento de su cabeza fue su forma de despedirse, y Aristoteles lo interpretó como un agradecimiento no dicho.
Mientras los observaba subir al coche y alejarse, sintió un extraño vacío. La sensación de estar atrapado entre la atracción por una mujer que parecía intocable y el deber de protegerla a pesar de todas las complicaciones.
El oficial Cortes finalmente se volvió hacia Aristoteles, rompiendo el silencio.
—Tendrá que venir a la comisaría en algún momento para dar una declaración formal —dijo, con un tono comprensivo—. Pero, créame, hizo un trabajo excelente aquí.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo