Casada Con Un Desconocido

Casada 20.

Capítulo 20. El oso se rinde.

Casada con un desconocido.

Elsa ISASA.

Lago Azul se había vuelto más helado desde la partida de Cristina..

O quizás era el frío de su alma lo que le inundaba el cuerpo.

Ella hablaba a diario con su hijo. Pero no con él.

No le decía que lo amaba y que le necesitaba. No sé refugiaba en sus brazos y no bebía la pasión de sus labios. Solo la tenía en sus sueños.

Se volvió ermitaño otra vez.

Empezó a pasar tiempo en la cabaña del lago.

Ahora estaba distinta.

El había, pensando que volvería con ella, reacondicionado el lugar. El único que parecía igual era el oso que la asustaba. La alfombra peluda que cobijó su primer acto de pasión. Y ahora, el oso, lo miraba con sus ojos negros brillando de burla. Era como si quisiera decirle “ Ella se ha marchado por tu culpa”

Llevaba consigo una botella de whisky y se dormía en la piel de oso, cuando sus ojos se nublaban por el alcohol.

Ya no quería rasurarse la barba. Volvió a ser “el oso de la montaña" como ella lo llamaba.

Ni siquiera salía al bar con sus amigos.

Trabajaba duro durante el día. Esperaba a su hijo del colegio. Y luego de verlo llegar , lo saludaba y ensillaba su caballo y marchaba a la cabaña.

Ya no le preguntaba si Cris lo había llamado. No quería saber de ella. Solo quería tomar hasta que se nublara lo suficiente para dormir. Y así descansar su cabeza de tanto pensamiento y remordimiento.

Sabía muy bien lo que debía haber dicho y no dijo :

– Perdóname amor.

Solo eso.

Perdona mis celos. Perdona mi desconfianza. Perdona mi humanidad.

Ese día, estaba aún mirando el lago. Ya el agua casi no corría por el hielo cristalizado que iba metiéndose en sus huesos, en su alma. Y supo que si no expresaba ya, esas palabras, nunca más podría hacerlo.

Entonces tiró la botella de whisky caro y subió a su caballo.

Marchó a su casa. Cambio solo su chamarra. Dio algunas órdenes.

Vio la luz de alegría en los ojos de Lucas, de Matilda y de Alejo.

Llamó a Salinas y marchó al aeropuerto.

Era un viaje lleno de esperanza.

Era el viaje solo de ida del oso de montaña.

Frente al Holding de Vela, en la capital, bajando del carro, sintió otra vez el frío que se había anidado en sus huesos.

Ingresó y pidió la cita al hombre de seguridad que estaba en el hall de entrada.

– Buenos días Señor Espinosa. La Señora Cristina Alcántara lo espera. Está en una reunión de concejo. Pero pase. Solo deberá aguardar un momento. - dijo sonriente.

Subió en el ascensor al piso de la presidencia.

¿Ella acaso sabía que él vendría?

¿Ella lo conocía tanto que sabía cuando el “oso de montaña” terminaría sus gruñidos y se rendiría a sus pies?

Allí estaba.

Desde el pasillo veía el salón con mucha gente y la veía a ella al frente.

El calor comenzó a agobiarlo.

Todo el frío que traía se marchó y su frente se cubrió de gotas de transpiración.

Caminó hacia ese salón.

Sus ojos prendidos en los de la mujer que amaba.

– Buenos días. Perdón por romper esta junta con mi presencia.

La gente lo miraba.

Mujeres y hombres sentados frente a María Cristina que en esos momentos, había dejado de explicar sobre la construcción que se proyectaba en la pared.

– Te esperaba. Has venido- dijo su esposa.

– Perdóname. - fueron sus únicas palabras.

Y la sonrisa de esa hermosa mujer que era suya, le cubrió como un manto de estrellas.

– Les presento a mi esposo. El Señor Fernando Espinosa. Es el empresario de quien les hablé y con quién mi empresa Vela, se unirá en esta nueva planta del Calafate. - dijo ella sonriendo.

La gente aplaudía.

El sentía el calor de su mano contra la suya.

– ¿Puedes seguir Borges?. Explica las prendas de abrigo que serán nuestro objetivo en el Calafate. Quiero atender a mi esposo – terminó ella.

Un hombre que él no conocía , se paró de inmediato, y comenzó a hablar.

– Bien, como les decía la señora Espinosa , el equipo que trabajará en la nueva sucursal , llamada “Grace”, en el Calafate, se dedicará a la producción de ropa de abrigo, con materia prima local. De hecho llevaremos personas de Buenos Aires pero tomaremos a la mayoría de nuestro personal de aquella región….

Fernando ya no escuchó más. María Cristina cerró la puerta de vidrio y empezó a arrastrarlo a su escritorio.

– Ven mi amado oso de Montaña. No has podido afeitarte verdad. Me gusta tu barba. – dijo ella cerrando su puerta.

El sentía su cuerpo otra vez pegado al suyo.

– Te gusta. ¿Puedo besarte entonces? ¿Me has perdonado amor mío?.--

Pero ella no contestó.

Se prendió a su cuello y buscó su boca.

Y su humanidad volvió a perderse en su fragancia, su sabor.

El beso se hizo dulce, luego apasionado y furioso.

– No puedo estar sin ti…no puedo…murmuraba el.

– Te extrañé tanto. Te necesito Fernando….- rezongaba ella mientras desprendía su chamarra para tocar su cuerpo.

– Podemos ir a algún lado,.. murmuraba él mientras mordía sus labios y recorría su cuerpo con manos fuertes y desesperadas.

– Salgamos. Vamos a mi departamento - gemía ella.

Fernando casi no la dejaba manejar. Los ladridos de un perro sin raza que se llamaba como él intentaba morderle los pantalones cuando llegaron.

Los perros odian a los osos.

Pero solo porque no los conocen.

Solo porque creen que los gemidos de su dueña son de dolor, no de placer.

Fernando encerrado en el baño seguía ladrando hasta que se convenció que su humana estaba feliz. Los gemidos y gritos se convierten en risas y murmullos de placer. Todo estaba bien, se dijo, cuando ambos sonrientes abrieron la puerta del baño y entraron juntos.

Y entonces le movió la cola al oso y él le acarició la cabeza.

Los miró bañarse juntos.

Algunas gotas salpicaron su pelaje.

Caminó a la guarida de su ama y olfateó las ropas del oso tiradas en el suelo. Y se acostó allí. Para marcar su territorio. Esa era su casa. Y el oso debería saberlo.