Una profesora de campo muere tras un accidente en su escuela-casa. Reencarna en Arlette, la protagonista de una historia donde la verdadera villana es ella. pero ella no seguirá la trama y creará a su propio villano para protegerla
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capitulo 19: En un mes.
Arlette se encontraba en un rincón del espléndido jardín de cristal, donde los reflejos del sol se deslizaban por los delicados paneles de cristal. La fragancia de las flores era embriagadora. En ese entorno mágico, Arlette sintió un momento especial al conocer el verdadero nombre de Everest. Era un momento que la conectaba de manera más profunda con él.
— ¿Prefieres que te llame por tu verdadero nombre o por Everest? —preguntó Arlette, sus ojos brillando con curiosidad.
— con el nombre que me diste —respondió él, una sonrisa suave asomando en sus labios. Era la primera vez que ella lo veía de esa forma.— no puedo deshacer la identidad que me diste. Un nombre no es solo como te llames, es la vida que me ofreciste.
Respetando su deseo, Arlette le ofreció su mano, invitándolo a acompañarla, donde el cristal y la naturaleza se entrelazaban en una armonía perfecta. Alejandra, continuó bebiendo su té, ignorando a ambos. Su mente parecía estar en otro lugar, distante de la conversación que se desarrollaba entre la joven y el misterioso Everest.
El jardín era un refugio para Arlette, un lugar donde podía soñar con la libertad que anhelaba, lejos de las imposiciones de su padre. En un susurro, comenzó a hablar sobre el tipo de prometido que su padre había elegido para ella. Con cada palabra, su voz resonaba con desdén.
— como pudiste ver, ese es el tipo de prometido que mi padre me ha buscado —dijo, con una mezcla de tristeza y desafío— solo está interesado en el estatus y el poder que tiene.
Everest, intrigado por su valentía, le preguntó si podía escoger a sus pretendientes. Arlette soltó una risa, una risa que era tanto de ironía como de liberación.
— no, no puedo —respondió ella— mi padre es quien elige. Él jamás aceptaría que me casara con alguien inferior a un príncipe.
Everest, con su mirada comprensiva, compartió su propia experiencia.
— de donde yo vengo, uno puede elegir con quién casarse —dijo él.— no tenemos reglas a excepción de una.
— ah si. ¿Cómo cuál?
— solo podemos amar a una persona. Más que una ley, es una religión para nosotros. Por eso siempre escogemos a la indicada.
— ¿Cómo te das cuenta de eso?... Por lo visto, aquí en este país es al revés.
— es algo que te explicaré a futuro, te lo prometo. Por ahora, no lo entenderías.
— no me gusta la intrigas, pero aceptó que me lo prometas.
Arlette se rió de buena manera, disfrutando de la idea, pero rápidamente se dio cuenta de la realidad que enfrentaba.
— pero no pienso casarme —afirmó con determinación— ni mucho menos con el príncipe. Yo y mi hermana conseguiremos nuestra libertad.
Everest, intrigado, le preguntó qué haría con esa libertad. Arlette se detuvo por un momento, contemplando el futuro que se extendía ante ella como un lienzo en blanco.
— no lo sé aún —respondió, con sinceridad— pero sé que no tendré que satisfacer los deseos egoístas de mi padre ni estar casada con el malcriado de la corona.
Fue en ese instante de conexión profunda que Everest, con un gesto delicado, le tomó la mano. La calidez de su toque era un bálsamo en medio de sus inquietudes.
— Arlette —dijo, su voz suave y llena de significado— recuerdo que me dijiste que necesitabas un motivo para seguir, para enfocarte en el futuro.
— sí. —respondió ella, con un leve asentimiento.
— Entonces... dentro de un mes me iré —declaró Everest, su mirada fija en la de ella.
“aun así... Mi vida te seguirá pertenecido." Pensó él y que no se atrevió a decir al ver el rostro de ella.
La atmósfera se tornó densa, y Arlette sintió cómo su corazón se encogía ante la perspectiva de perderlo, no obstante, no debía sentirse así. Ella le dijo una vez que era libre y podía irse cuando quisiera. Por más que le cueste dejarlo ir, no interferirá en qué busque su vida.
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En el palacio, el príncipe Murphy daba vueltas en su habitación, incapaz de contener la rabia que lo consumía. Su figura se movía frenéticamente, cada paso un reflejo de su frustración. Estaba discutiendo acaloradamente con su padre, el rey, sobre la amenaza que representaba un duque del imperio del sur, quería quitarle a Arlette, su prometida.
— ¡No puedo permitir que eso suceda! —gritó Murphy, su voz resonando en las paredes del palacio— si no me caso con Arlette, no aceptaré a ese mugriento país como unión.
La ira en sus palabras era palpable, un grito de desesperación que revelaba su inseguridad y posesividad. El rey, con una calma que contrastaba con la tempestad de su hijo, le respondió con autoridad.
— ese duque no existe, tarado. Lo del sur solo se rigen por Lores de cargos—dijo el rey, su expresión grave— debes entender que la política es diferente. Si no fueras mi único hijo, te juro que te quitará de la sucesión, pero no puedo.
Murphy, al escuchar esas palabras, comenzó a caer en la cuenta de que el hombre que había visto en la casa de Arlette no era más que un falso aristócrata. La revelación lo golpeó, y su mente se llenó de confusión y rabia.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó, su tono lleno de desafío.— es mi novia y de nadie más.
El rey, con una mirada decidida, le aseguró que haría lo posible para que se casara con Arlette, sin importar los obstáculos que tuvieran que enfrentar. El príncipe sintió una mezcla de alivio y ansiedad. Por un lado, sabía que su padre tenía la influencia necesaria para manejar la situación. Pero por otro, la idea de que Arlette pudiera estar con otro hombre lo llenaba de celos y frustración.
— hablaré con el duque tan pronto este en su casa. No puedo comunicarme con él ya que está estableciendo relaciones en el exterior.
— pero padre... Serán meses. Yo me quiero casar con ella antes de que termine el mes.
— está bien. Si con eso te quitas lo estúpido que estás. Haré que la señorita se case contigo antes del mes.