— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Adanis, creo que voy a necesitar esos libros que sueles leer.
Margaret terminó completamente sonrojada mientras vivían escapaba por su vida.
— Mi señora, no le haga caso a ese par. ¿El duque la trató bien? ¿Le dolió? — Adani quería asegurarse del estado físico de su señorita.
Margaret estaba tres veces más roja, pero ahora que Adani lo preguntó, se daba cuenta de algo un tanto inusual.
— No, ahora que lo pienso, no sentí dolor alguno, solo una pequeña molestia, pero muy leve. ¿Acaso hay algo mal en mí? — Dijo Margaret, completamente alarmada, ya que la enseñanza era esa: que la mujer debía sentir dolor. En su vida pasada, fue terriblemente doloroso. Adani inspeccionó la cama, dándose cuenta de que había un pequeño rastro en las sábanas, lo que da a entender que el acto fue consumado en su totalidad y no había de qué preocuparse.
— Mi señora, en los libros que leí, decía que si el hombre en cuestión era buen amante, en algunos casos la mujer no sentía dolor alguno por la bruma en la que se encontraba. — Margaret recordó todo lo que su esposo le hizo la noche anterior y parte de la madrugada. A Adanis le causó gracia las muecas que hacía su señora, pero le preocupaba que le fuera a dar calentura, pues Margaret estaba completamente carmesí.
— Adanis, creo que voy a necesitar esos libros que sueles leer. Mi esposo es alguien muy apasionado; no quiero ser tan descuidada. Además, no quiero que me tome por una niña. — Margaret estaba con mucha vergüenza y a la vez, determinación, porque recordaba que Bastian era un hombre veinte años mayor y podía estar acostumbrado a cosas diferentes de las cuales ella no tiene ningún tipo de conocimiento. Ella solo sabe quedarse quieta.
— Mi señora, yo puedo traerle algunos, pero no creo que su esposo tenga algún inconveniente con su edad o que la crea una niña; por el estado en que se encuentra, él también debió disfrutar de su compañía. — Adani era muy observadora y entendía lo que podía estar pensando su señora.
Las otras doncellas entraron como un torbellino, haciendo un alboroto en la habitación.
— Hay algunas víboras venenosas de las cuales hay que tener cuidado; pueden llegar a causar problemas, pero después me encargaré de ellas — Dijo Cloy con enfado.
— ¿Quiénes se atrevieron a molestarte? Al parecer, el espectáculo de ayer no fue suficiente — Dijo Margaret, frunciendo el ceño. El archiducado había estado mucho tiempo sin una señora; eso le daba ciertas ínfulas de grandeza al personal más antiguo.
— Cuando estaba preparando el té, una doncella quiso decirme cómo hacer mi trabajo. Por supuesto que la ignoré; soy la mejor en lo que hago y no pienso permitir que alguien me haga dudar de mis capacidades. Pero esta doncella, junto a dos que triplicaban mi tamaño, quisieron intimidarme y las agarré a calderazos. — Decía Cloy con una pequeña sonrisa al recordar su hazaña.
Margaret suspiró pesadamente; Cloy era extremadamente impulsiva y no se dejaba de nadie, lo que causaría más de un revuelo en el archiducado.
— Sabes por qué estaban interviniendo en tu trabajo. — Margaret no quería hacer un mal juicio; a lo mejor las otras doncellas se sintieron desplazadas por la llegada de sus compañeras.
— Decían que una niñita como yo no sabría atender a la archiduquesa. Viejas decrépitas, intentaron golpearme; tuve que defenderme con lo primero que encontré y eso fue el caldero. — Decía Cloy mientras remeda los gestos de las doncellas, cosa que causó gracia en todas.
— Más tarde hablaré de eso con mi señor. El personal tendrá que adaptarse a las nuevas reglas. ¿Qué hora es?
— Faltan unas cinco horas para la cena; aún tenemos tiempo de alistarla — Dijo Vivian con tranquilidad. Margaret asintió levemente. Vivian había preparado la tina a una temperatura adecuada y Adanis colocó unas cuantas hierbas medicinales que se había traído del ducado. Margaret duró casi media hora en el agua, mientras las doncellas organizaban todo, aunque aún no se decidían por la vestimenta. Su señora tenía rojeces por todo el cuerpo y no era conveniente que el personal la viera así.
Margaret salió del baño y optó por un vestido totalmente cubierto.
— Está comenzando a hacer frío; esta es la mejor opción. — El vestido era cubierto en su totalidad, las mangas le llegaban por encima de las muñecas y el cuello era extremadamente alto. Cloy sugirió recogerle el cabello; tenía miedo de que su señora muriera sofocada entre tanta tela, porque, a pesar de que fuera de noche, el calor del verano era abrasador.
— Antes de la cena, iré a familiarizarme con las labores de la archiduquesa; no quiero ser un adorno más en este palacio.
Margaret salió de la habitación en busca de Fermín y lo encontró cerca del comedor, regañando a unas doncellas que se veían en mal estado. Tenían rojeces en varias partes del rostro y sus ropas estaban mojadas. Miró disimuladamente a Cloy, quien tenía una pequeña sonrisa.
— Que sea la última vez que se tomen tal atrevimiento; su excelencia ya les avisó lo que les espera.
— Señor Fermín, lo he estado buscando.
El rostro de Fermín se alegró de inmediato al ver a Margaret.
— ¿Mi señora se encuentra bien? — Fermin quería asegurarse de que el bruto de su señor no lastimara a su joven señora.
— Estoy en perfecto estado, gracias por preguntar. ¿Su excelencia, dónde está?
— Está en su estudio; permítame guiarla.
Al llegar al estudio, los dos guardias que custodiaban la puerta hicieron una reverencia ante Margaret. Uno de ellos entró a avisarle al archiduque que su señora quería verlo, y este, de inmediato, dio la autorización y una pequeña orden.
— Mi esposa no necesita permiso para verme; ella puede entrar cuando se le plazca. — Los guardias entendían que su señor estaba admirado por la belleza de su nueva esposa, quien gozaba de privilegios que su anterior esposa nunca tuvo.