Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 18 Verdades sin máscaras
El monitor cardíaco emitía un pitido suave y constante que hacía contraste con la lluvia fina contra el ventanal acompañaban el silencio que siguió a la tensión. Nadie hablaba, pero los tres sabían que ese momento era inevitable.
Gia le temblaban ligeramente los dedos. Miró a Noa, luego a Margaret. Y habló.
—Mi nombre… no es Daniela Rocco. Me llamo Gia Greco.
Noa asintió. Pero para ella, decirlo en voz alta fue como abrir una herida que había estado cosida con miedo.
—Nací en Ciudad Cielo. Estudié arte en la universidad, soñaba con exponer mis cuadros, tener una galería… Luego conocí a Roberto. Era encantador, educado y atento. Me hizo sentir como si fuera la única mujer del mundo. Al principio, fue perfecto.
Bajó la mirada. Las palabras empezaron a fluir con más fuerza, como un río que ya no podía ser contenido.
—Nos casamos después de un año. Todo cambió poco después. No al principio, no de golpe. Fue… sutil. Un comentario hiriente, una crítica, un grito. Luego vino el control: sobre lo que vestía, lo que comía, a quién veía. Me alejó de mis amigos. Me hizo creer que Maleni que es mi mejor amiga me había traicionado. Me aisló.
Respiró hondo. Las lágrimas le temblaban en los párpados, pero no cayeron aún. Noa le tomo la mano con ternura, tratando de que se sintiera tranquila y segura.
—Después vinieron los golpes. No constantes… al principio. Siempre con excusas. “Perdóname”, “estaba estresado”, “fue culpa tuya”. Y luego más, más seguido, más cruel. Me decía que nadie me creería si hablaba. Que los policías eran sus amigos.
Que mi voz no valía nada.
Noa tensó la mandíbula, pero no interrumpió.
Solo la miraba, con los ojos llenos de furia contenida, deseaba matarlo con sus propias manos.
—Intenté denunciarlo. Dos veces. Las denuncias desaparecieron. La segunda vez, un agente me sugirió “no revolver tanto las aguas”. Comprendí que… yo estaba sola.
Noa bajó la cabeza. Y la abrazo un poco más fuerte Pero con delicadeza.
—Hace seis meses, Maleni volvió al país a visitar a sus padres. Nos encontramos por casualidad, en un mercado. Lloré en sus brazos. Hablamos del malentendido que nos separó y le conté todo ella sin juzgarme, me ayudó.
El tono de Gia cambió. Se volvió más firme. Más nítido.
—Durante semanas, planificamos cada detalle. Vendí cosas en secreto, reuní efectivo, ella me dio un sobre con poco más de dinero. No podía dejar rastros. Viajé en bus, bajo un nombre falso. Ciudad Luz fue la opción porque la amiga de Maleni, tu hermana tenía un departamento vacío aquí. Y porque… pensé que nunca me buscaría en un lugar donde nadie me conocía.
Ella lo miró. Noa se inclinó hacia ella. Tomó suavemente su rostro.
—Gracias por contarme esto —dijo, con una ternura que no necesitaba alzar la voz—. Me alegra saber quién eres. Porque ahora puedo cuidarte como mereces. No necesitas contarme lo que ocurrió en Ciudad Cielo, ya ti tía me lo conto todo.
Gia no pudo más. Las lágrimas, suaves pero intensas, rodaron por su rostro. Noa no soltó su mano.
—Tengo acceso a canales que él no sabe usar. Puedo revisar si ha hecho denuncias, si movió contactos. Si intenta usar sus influencias, puedo bloquearlo… por ahora.
Pero si quiere encontrarte, eventualmente lo hará. Tenemos que anticiparnos.
—¿Cómo? —preguntó Gia.
—Creando algo más sólido que solo esconderte. Necesita una identidad legal nueva, un respaldo. Y tal vez… un testimonio grabado. Por si algo le ocurre. Si Gia decide denunciar formalmente en Ciudad Luz, con apoyo, y se comprueba su situación, puede pedir protección estatal.
—¿Testimonio? —susurró ella, con los ojos aún húmedos.
Noa asintió.
—Yo tengo recursos. Abogados de confianza. Lo haremos bien. Y estarás libre de ese mounstro y de esa pesadilla.
Gia los miró a ambos.
—Gracias —dijo al fin, con la voz quebrada, pero firme—. Estoy lista. Ya no quiero huir. Quiero luchar por mi libertad y mi felicidad.
Y en esa habitación de hospital, Gia dejó de ser la mujer que escapaba. Y se convirtió en la mujer que regresaba a sí misma.
Más fuerte. Más viva. Más libre.