Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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###**Capitulo 16: Transformación del Cavernicola **
El despertador sonó de forma criminal a una hora que ni siquiera debería existir. Jay abrió los ojos con fastidio, rodó sobre la cama y lo apagó de un manotazo. Ni siquiera había salido el sol. Genial. Justo lo que necesitaba: arrancar de la cama a un alfa de casi dos metros que dormía como si fuera parte del mobiliario.
Sin mucho ánimo, se levantó y empezó a buscar sus cosas. Por toda la habitación acomodó su arsenal: cremas, exfoliantes, mascarillas, aceites, toallas, secador, maquillaje... Todo perfectamente alineado. Sabía que si no preparaba cada paso con precisión militar, Gio sería capaz de dormirse a mitad del proceso y tirarse al suelo como saco de papas.
Cuando estuvo seguro de tener todo listo, se giró hacia la cama. Ahí estaba Gio, hecho un ovillo enorme, acaparando las sábanas como si se las hubiera ganado en una pelea, la boca entreabierta, los pelos parados y roncando descaradamente.
Jay se cruzó de brazos y lo observó unos segundos.
—Gio. Despierta. —Nada. Ni un mísero movimiento—. Gio. Ya. Levántate.
Gio apenas gruñó, medio enterrando la cabeza en la almohada.
—Cinco minutos… —murmuró, arrastrando la voz.
Jay le tiró de la almohada sin remordimiento, dejándole la cabeza colgando.
—Ahora. O te levanto a patadas.
Gio soltó una risa baja, adormilada.
—Qué carácter, bebé… ¿Siempre tan dulce al despertar?
—Cállate.
—Ven, dame los buenos días como se debe… —musitó, con los ojos cerrados y los brazos estirados, esperando un abrazo que obviamente no iba a recibir.
Jay lo miró con una ceja alzada.
—¿Quieres un abrazo? Perfecto. Pero primero te juro que te baño con agua fría si no te levantas ya.
—Qué agresividad tan sexy… —susurró Gio, sonriendo medio dormido, sin ningún tipo de vergüenza—. Empiezo a pensar que me gusta.
Jay resopló y le dio una palmada en la pierna.
—Arriba. Ya.
Con mucho esfuerzo y cero dignidad, Gio se arrastró hasta sentarse, frotándose los ojos como si hubiera trabajado toda la noche en una mina. Apenas se puso de pie, fue directo a abrazar a Jay por la cintura, apoyando su cara en su hombro como si fuera una almohada.
—Cinco minutos así... solo cinco... y ya hago lo que quieras... —murmuró, apretándolo sin intención de soltarlo.
Jay rodó los ojos, aunque por dentro le costaba no reírse.
—Cinco segundos y te suelto a empujones. Al baño.
—Dame un beso y voy.
—Sueña.
—Estoy soñando. Contigo, justo ahora.
Jay lo empujó por la espalda hasta hacerlo caminar.
—Muévete antes de que te deje calvo de tanto jalonearte.
Gio solo reía mientras se dejaba llevar, arrastrando los pies como si pesaran toneladas.
Dentro del baño, Jay lo sentó en la banqueta y le puso una toalla sobre los hombros. Gio la recibió con una sonrisa de idiota enamorado y los ojos entrecerrados.
—¿Me vas a consentir? Qué afortunado soy.
—Te voy a dejar la cara nueva, porque con la que tienes ahora no sales ni a la esquina.
—Qué romántico.
Jay comenzó a mojarle el cabello, concentrado, pero bastaron unos segundos para que Gio soltara un suspiro cargado de descaro.
—Mmm... así sí me caso contigo otra vez... qué manos, bebé...
—¿Puedes callarte?
—No si me sigues tocando así.
Jay le echó más agua encima de forma intencional.
—¡Eh! Abuso.
—Todavía no empiezo.
Siguió con el shampoo y la mascarilla mientras Gio, con los ojos cerrados, sonreía como si estuviera en el paraíso.
—Cuando quieras abres un spa, ¿eh? Yo te hago publicidad.
Jay solo negó con la cabeza, aplicándole el exfoliante con un poco más de fuerza de la necesaria.
—Duele, duele… pero me gusta… —susurró Gio, aguantándose la risa.
—Eres insoportable.
—¿Pero me quieres?
—No sé qué me pasa.
Cuando terminó la ducha y empezó a secarlo, Gio no colaboraba. Se quedaba de pie, medio dormido, dejándose hacer sin moverse.
—Levanta los brazos.
—¿Para qué? ¿Para que me abraces?
—Para secarte, idiota.
Cuando llegó el turno de la skincare, Gio abrió un ojo con sospecha.
—¿Qué es eso? ¿Veneno?
—Sí. Relájate y déjame trabajar.
—Si muero, pon en mi lápida que fue por guapo.
Jay le estampó la crema en la cara sin delicadeza.
—¿Sabes que puedes dejar de hablar?
—Pero si me callo, te pones triste —respondió Gio con una sonrisa ladina, aún con media cara llena de crema.
Jay resopló y terminó de aplicarle todo, peinándolo con paciencia fingida hasta que quedó perfecto.
Cuando dio un paso atrás para revisar el resultado, Gio abrió los ojos, se miró al espejo y sonrió satisfecho.
—Ufff. Me casaba conmigo mismo si no fuera porque ya tengo dueño.
Jay lo miró de reojo.
—Y tu dueño está a un segundo de meterte la cabeza en la bañera.
—Te amo.
—Sí, sí. Sal de aquí antes de que me arrepienta.
Pero claro, Gio no se iba sin antes pegarse a su omega, abrazándolo por la espalda mientras salían del baño.
—Admite que me adoras —susurró pegado a su oído.
—Admite que no sirves para madrugar.
—Admito que solo me levanto si me atiendes así todos los días.
—¿Quieres dormir afuera?
Gio soltó una carcajada.
—Nah, afuera hace frío... mejor aquí, contigo.
Y Jay, aunque intentó mantener su pose de molestia, tuvo que morderse la sonrisa mientras se metia al baño, ahora era su turno de autocuidado.
Aún no amanecía del todo cuando Jay salió del baño, secándose el cabello con una toalla y repasando mentalmente todo lo que debía hacer antes de la gala. Caminó hacia la habitación revisando su agenda en el teléfono, pero apenas cruzó la puerta, se topó con Gio echado boca abajo sobre la cama, envuelto solo en la misma bata de hace un rato que apenas le cubría... y nada más.
—¿En serio, Gio? —murmuró Jay, deteniéndose frente a él con una ceja alzada—. ¿Ni un maldito calzón?
Gio alzó la cabeza con una sonrisa perezosa y los ojos entrecerrados.
—¿Por qué? ¿Te distrae? —preguntó con tono sugerente, arrastrando las palabras.
Jay le lanzó la toalla mojada directo al rostro.
—Cállate. Solo ponte algo, por decencia. Mis suegros siguen durmiendo en la habitación de al lado.
Gio se rió entre dientes y dejó la toalla a un lado.
—Ah, vamos. No creo que bajen tan temprano... Además, no me mires así, que si quieres, me la quito completa.
—Dios mío... —Jay giró los ojos y abrió el armario, ignorando los comentarios mientras sacaba la ropa que usaría para la mañana.
Gio no tardó en levantarse y lo siguió como un cachorro pegado a los talones.
—¿En serio no era una indirecta? ¿Ni un poquito?
Jay bufó, acomodando una camisa sobre la cama.
—Era una indirecta para que cubras tu trasero, idiota.
Gio se echó a reír y se apoyó en el marco de la puerta, cruzado de brazos y dejando en claro que seguía sin llevar nada bajo la bata.
—Me ofendes. Pensé que querías aprovechar antes de que empiece el caos del día.
—Lo que quiero —dijo Jay, dándose media vuelta y señalándolo con el dedo— es que te pongas ropa interior. Ahora.
—¿Me vas a obligar? —sonrió Gio, dando un paso hacia él con descaro.
Jay lo empujó suavemente por el pecho, manteniéndolo a raya.
— Vístete, a menos que quieras que tus padres te vean paseándote por la casa toda la mañana con el pene al aire.
Gio soltó una carcajada tan fuerte que Jay tuvo que hacerle un gesto para que bajara la voz.
—Shhh, que los vas a despertar.
—Vale, vale... —cedió Gio, dándole un beso rápido en la mejilla antes de desaparecer rumbo al armario—. Pero conste que no es por ti, es por mi dignidad.
Jay negó con la cabeza, conteniendo una sonrisa.
—Sí, claro. Lo que digas.
Mientras Gio finalmente buscaba algo decente para ponerse, Jay aprovechó para ordenar la cama y bajar a la cocina para preparar el desayuno. La casa aún estaba en silencio, solo interrumpida por los pasos perezosos de Gio y el sonido de la cafetera encendiéndose.
La cocina estaba en completo silencio, salvo por el sonido del pan tostándose y la cafetera trabajando. Jay movía con precisión los sartenes mientras terminaba de preparar el desayuno. La luz tenue de la mañana se filtraba por la ventana, y todo parecía en calma… hasta que Gio apareció, arrastrando las pantuflas, ahora sí con ropa interior y la bata medio cerrada, aunque claramente sin mucha intención de cubrirse bien.
—¿Por fin decidiste vestirte? —murmuró Jay sin apartar la vista de los huevos revueltos.
—Solo por mi dignidad, amor —respondió Gio, acercándose despacio, como si planeara algo.
Jay sirvió los huevos en los platos y los dejó sobre la barra. Luego, sin mirarlo, apuntó hacia la cafetera.
—Sirve el café, vago.
—¿Así sin más? ¿Ni un "por favor, mi guapo esposo"? —bromeó Gio, pero aun así se acercó a la cafetera para preparar las tazas.
Jay bufó, pero no respondió. Estaba ocupado cortando pan cuando sintió a Gio pegársele por detrás, rodeándolo con los brazos con descaro, apoyando el mentón en su hombro.
—Gio, el café… —intentó quejarse, aunque su voz sonó más cansada que molesta.
—Luego. —Gio habló junto a su oído, su voz ronca y baja, dejando un beso lento justo debajo de su mandíbula, donde aún quedaban rastros de los chupetones que le había dejado noches atrás. Esas marcas que Jay tendría que disimular más tarde con maquillaje.
Jay se tensó ligeramente, cerrando los ojos un segundo. Iba a empujarlo, de verdad que iba... pero Gio empezó a besar con calma la misma zona, rozando con los labios como si supiera exactamente qué botones apretar.
—Gio... —murmuró Jay, apenas audible, queriendo mantener el carácter pero sintiendo cómo su cuerpo se rendía despacio.
—¿Qué? Si te ves tan... así... —susurró Gio, deslizando las manos por su cintura, pegándose aún más contra su espalda—. Deberías dejar que todos vean esas marcas... para que sepan que eres mío.
Jay soltó un suspiro suave, apoyándose apenas contra Gio sin darse cuenta, como si por un momento quisiera quedarse así.
—Eres un imbécil... —susurró, pero su tono ya no tenía fuerza.
—Sí, pero soy tu imbécil.
Jay entrecerró los ojos, y cuando giró un poco la cabeza para decirle algo, Gio aprovechó y le robó un beso, uno lento, con descaro, sin apuros. Fue de esos que hacían que el pecho se apretara y el estómago diera un vuelco. Jay intentó resistirse, porque todavía tenía pan por cortar y un desayuno por terminar, pero los labios de Gio eran un maldito problema.
Y sin darse cuenta, su cuerpo empezó a relajarse... tanto que dejó escapar un leve aroma dulce al ambiente, tibio y embriagador. Sus feromonas salieron sin que pudiera evitarlo.
Gio se detuvo solo un segundo para inhalar, como si el aire mismo lo volviera loco.
—Dios… eso no es justo —murmuró contra sus labios, volviendo a besarlo otra vez, esta vez más profundo, más necesitado.
Jay apenas alcanzó a apoyarse en la encimera para no perder el equilibrio, cerrando los ojos mientras dejaba que Gio lo devorara un poco más. Sus dedos terminaron apretados en el borde del mármol.
—Nos van a escuchar… —susurró, apenas separándose.
—Están dormidos. —Gio mordió su labio inferior con ternura, como si eso fuera suficiente justificación.
Jay exhaló despacio, como si por un segundo se olvidara de todo, pero luego sacudió la cabeza, recuperando algo de razón.
—Ya… ya basta. Come o harás que lleguemos tarde.
—Solo un poquito mas...
Gio volvió a atraparlo, esta vez con más hambre, como si necesitara devorarlo entero antes de que alguien los interrumpiera.
—Gio… —intentó protestar, pero sonó más como un suspiro ahogado.
Las manos de Gio se deslizaron por su cintura, subiendo por debajo de la camiseta que Jay llevaba puesta, apenas rozando la piel de su espalda con los dedos fríos, provocando un escalofrío que lo hizo arquearse involuntariamente contra él.
—Dios, amor… hueles tan bien... —susurró Gio contra su cuello, besando con descaro sobre los chupetones que ya estaban ahí, como si quisiera marcarlos de nuevo—. Te juro que no sé cómo esperé dos días para tocarte otra vez.
Jay apretó los labios, tragando saliva, sintiendo cómo ese aroma dulce que lo delataba se hacía cada vez más fuerte en el aire, envolviéndolos como una niebla tibia. Lo peor era que Gio se alimentaba de eso… literalmente. Parecía embriagarse con cada bocanada, pegándose más, apretándolo contra la encimera sin darle escapatoria.
—Gio, basta... —susurró, aunque ni él mismo creía en sus palabras.
—No quiero. —La confesión salió tan simple, tan descaradamente honesta, que a Jay le temblaron las piernas. Sintió cómo la fuerza comenzaba a irse, como si solo pudiera sostenerse gracias a las manos de Gio ancladas firme en su cintura.
Los labios de Gio bajaron por su cuello, arrastrándose lento, besando, mordiendo suave. Cada roce lo iba desarmando, quitándole cualquier intención de poner límites. Jay apretó los puños sobre la encimera, cerrando los ojos con fuerza mientras trataba de controlar la respiración.
Pero no podía.
Maldita sea, no podía.
Jay soltó un suspiro, entre frustración y algo más peligroso. Su cuerpo, traicionero, ya no estaba tan rígido. Gio lo notó. Y sonrió.
—Un poquito... —susurró Gio, como si le leyera la mente, como si supiera que Jay estaba tambaleando entre detenerlo o rendirse por completo.
Y claro que lo permitió. Porque cuando Gio volvió a besarlo, fue con una pasión que le robó todo el aire, profundo, húmedo, de esos que dejan las bocas adormecidas y las almas temblando. Jay terminó agarrándose de la bata de Gio, aferrándose como si fuera lo único que podía sostenerlo en pie.
—Dios… Gio… —jadeó apenas, rompiendo el beso por la mínima necesidad de oxígeno. Tenía los labios hinchados y los ojos vidriosos. Su aroma seguía saliendo descontrolado, empapando el ambiente.
Gio lo miró como si quisiera llevárselo en ese instante directo a la habitación y no salir de ahí hasta el día siguiente.
—Eres tan jodidamente hermoso así… —susurró, acariciándole la mejilla con los nudillos—. No sabes lo mucho que me cuesta parar.
Jay cerró los ojos un momento, apoyando la frente contra su hombro, intentando calmarse, respirar, pensar.
—Van… van a despertar… —logró decir al fin, aunque apenas era un murmullo.
—Que despierten —rió Gio bajito, besando su cabello.
—Idiota… —Jay sonrió contra su bata, sin fuerza para pelearle, aunque después de un par de segundos se obligó a enderezarse, separándose con toda la fuerza de voluntad que le quedaba.
—Ya basta… o no vamos a desayunar nunca —dijo, recuperando un poco la compostura, aunque su cara seguía encendida y sus piernas seguían medio temblorosas.
Gio lo dejó ir, pero no sin darle una última caricia por la cintura antes de volver a la cafetera, aún con esa sonrisa satisfecha que tanto lo sacaba de quicio.
—Solo porque me lo pides bonito.
Jay resopló y volvió a su tarea como si nada, pero su cuello sonrojado y el aroma dulzón que aún flotaba en el aire lo delataban por completo.
Y Gio, por supuesto, no dejó de sonreír mientras servía el café, feliz de haber ganado otra mini batalla.