nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 16
El amanecer los encontró exhaustos y alerta. El campamento improvisado en el claro era un caos de mantas sucias, armas desgastadas y cuerpos heridos que apenas habían dormido. Nix se sentó al borde del pequeño fuego, afilando su espada con movimientos mecánicos, mientras sus pensamientos giraban como un torbellino. La Corona del Cuervo, guardada en su bolsa de cuero, parecía latir suavemente, un eco que solo ella podía sentir.
Drystan, apoyado contra un árbol cercano, estudiaba a Nix con ojos entrecerrados, como si intentara descifrar un enigma. Finalmente, habló.
–Deberíamos buscar un asentamiento antes del mediodía. Necesitamos provisiones y un lugar seguro donde descansar.
–No podemos quedarnos mucho tiempo en ningún lugar –respondió Nix sin mirarlo–. Si Elara y Kael descubren que sigo viva, enviarán a sus mejores cazadores tras nosotros.
Reinar, sentado cerca del fuego, levantó la vista con expresión cansada.
–Las sombras del bosque no aparecieron por casualidad. La corona… tiene poder. Y ese poder llama tanto a aliados como a enemigos.
–¿Aliados? –bufó Ivar, quien terminaba de ajustar sus dagas en el cinturón–. Hasta ahora, solo nos ha traído problemas.
Nix guardó silencio. La corona era tanto un símbolo de autoridad como una maldición. Según las leyendas, solo quien fuera digno podría portarla sin ser consumido. Y aunque Nix no sentía el peso del caos en su mente, algo en su interior sabía que la reliquia la estaba probando.
–Nos dirigimos al Paso de los Cuervos –anunció finalmente Nix, poniéndose de pie y clavando la espada en el suelo para llamar la atención del grupo–. Es un territorio neutral donde comerciantes y mercenarios se reúnen. Podremos conseguir lo que necesitamos… y quizás aliados.
–Aliados que nos venderán al mejor postor si no ofrecemos algo a cambio –apuntó Ivar, siempre pragmático.
–Les ofreceré la cabeza de Kael y la caída de Elara –replicó Nix con frialdad, sus ojos brillando con determinación–. Los Reinos están cansados de su tiranía. Solo necesitan una razón para levantarse.
Un silencio incómodo siguió a sus palabras. Todos sabían que la batalla por el trono no solo sería contra Elara y Kael, sino contra el miedo que ambos habían sembrado.
Drystan fue el primero en romper la tensión.
–El Paso de los Cuervos, entonces. Pero deberíamos movernos ya. No soy supersticioso, pero este bosque no nos dejará ir tan fácilmente.
Reinar asintió con gravedad.
–Lo que despertamos en el templo aún nos sigue.
El Paso de los Cuervos
El viaje tomó el resto del día. El sol estaba en su punto más bajo cuando el grupo divisó las murallas de piedra oscura del Paso de los Cuervos. Una ciudad fortaleza, oculta entre montañas y rodeada de gargantas peligrosas que solo los más valientes o desesperados se atrevían a cruzar.
Nix sintió un escalofrío al ver las imponentes puertas abiertas, decoradas con estandartes raídos y gárgolas deformes. El Paso no era un lugar donde las leyes del mundo exterior se aplicaran. Aquí reinaba la supervivencia y el oro.
–Manténganse cerca –ordenó Nix mientras avanzaban–. Y no confíen en nadie.
Dentro, el bullicio del mercado los envolvió: comerciantes gritaban sus ofertas, ladrones hábiles deslizaban sus manos entre túnicas ajenas, y guerreros mercenarios exhibían armas relucientes, buscando a su próximo empleador. Todo el lugar olía a metal, sudor y descomposición.
–Es un agujero, pero tiene su encanto –comentó Drystan con una sonrisa torcida mientras esquivaba a un niño que intentaba robarle el cuchillo del cinturón.
–¿Y cuál es el plan, reina? –preguntó Ivar en voz baja–. No podemos simplemente gritar “¿alguien quiere ayudarnos a derrocar un reino?”.
Nix ignoró la ironía de Ivar y escaneó el área. Sabía exactamente a quién debían buscar.
–Vamos a la taberna del Cuervo Tuerto –dijo, señalando una estructura desvencijada que sobresalía en una esquina del mercado–. Si alguien puede ponernos en contacto con mercenarios dispuestos a luchar, será allí.
El Cuervo Tuerto
El interior de la taberna era peor de lo que imaginaban: mesas rotas, borrachos inconscientes y una neblina densa que olía a tabaco y algo más rancio. Al fondo, un hombre calvo con una cicatriz en forma de “X” sobre el ojo servía cerveza a un grupo de soldados.
Nix se acercó directamente a la barra, ignorando las miradas que se posaban en ella y en su grupo.
–Busco a Thalos el Negro –dijo con voz firme.
El tabernero la miró con curiosidad antes de reír entre dientes.
–¿Y qué quiere una dama como tú con ese viejo diablo?
–Trabajo –respondió ella sin titubear.
La risa del tabernero murió al ver la determinación en sus ojos. Con un gruñido, señaló una escalera al fondo.
–Arriba. Pero no digas que no te advertí.
Subieron en silencio. El piso superior era aún más lúgubre que el resto de la taberna. En una habitación privada, iluminada apenas por una lámpara de aceite, un hombre de hombros anchos y barba gris observaba mapas sobre una mesa.
Thalos el Negro. Un antiguo general caído en desgracia que ahora vendía su espada al mejor postor.
–No acepto visitas sin cita –gruñó sin levantar la mirada.
Nix dio un paso al frente y arrojó la Corona del Cuervo sobre la mesa. La reliquia emitió un leve zumbido al tocar la madera, haciendo que Thalos finalmente levantara la vista. Sus ojos, duros como el acero, se clavaron en Nix.
–¿Sabes lo que traes aquí, niña?
–Sé exactamente lo que traigo –respondió Nix con frialdad–. Y sé que tienes hombres dispuestos a luchar por una causa.
Thalos la estudió en silencio.
–¿Cuál es tu causa?
–Venganza. Justicia –dijo Nix, con una voz tan firme que la habitación pareció enfriarse–. Elara y Kael me quitaron mi trono. Lo voy a recuperar.
El general se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con un interés peligroso.
–La venganza es cara, muchacha. ¿Tienes con qué pagarla?
–Te daré algo más valioso que oro –dijo Nix, acercándose–. Te daré un lugar en la historia.
El silencio se hizo espeso en la habitación. Finalmente, Thalos sonrió, una mueca que mostraba más dientes que alegría.
–Tienes agallas, chica. Me gusta.
Miró a Drystan y los demás.
–Mis hombres te escucharán. Pero si les fallas, o si tu causa es débil, te dejarán caer.
–Entonces que escuchen –dijo Nix, recogiendo la corona de la mesa–. Porque esta vez, el cuervo no traerá muerte a mis aliados. La muerte será para mis enemigos.
Thalos asintió lentamente, un destello de respeto cruzando su mirada.
–Que así sea, reina caída. Que así sea.
En ese momento, Nix supo que había dado el primer paso para recuperar su trono. Pero también sintió que el juego apenas comenzaba, y las piezas aún estaban por moverse.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias