En el corazón vibrante de Corea del Sur, donde las luces de neón se mezclan con templos ancestrales y algoritmos invisibles controlan emociones, dos jóvenes se encuentran por accidente… o por destino.
Jiwoo Han, un hacker ético perseguido por una corporación tecnológica corrupta, vive entre sombras y códigos. Sora Kim, una apasionada estudiante de arquitectura y fotógrafa urbana, captura con su lente un secreto que podría cambiar el país. Unidos por el peligro y separados por verdades ocultas, se embarcan en una aventura que los lleva desde los callejones de Bukchon hasta los rascacielos de Songdo, pasando por trenes bala, mercados nocturnos, templos milenarios y festivales de linternas.
Entre persecuciones, traiciones, y escenas de amor que desafían la lógica, Jiwoo y Sora descubren que el mayor sistema a hackear es el del corazón. ¿Puede el amor sobrevivir cuando la memoria se borra y el deseo se convierte en código?
NovelToon tiene autorización de Rose Marquez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El contraataque
Seúl ardía. No en llamas, pero en gritos.
Las calles estaban llenas de gente que no sabía si estaba protestando o buscando consuelo. Algunos rompían pantallas públicas que mostraban simulaciones afectivas. Otros se aferraban a sus dispositivos, temiendo que alguien les quitara la única emoción que les quedaba. La filtración del Proyecto Namsan había desatado algo más profundo que indignación: había fracturado la idea de realidad.
Desde una azotea en Yongsan, Sora observaba el caos. Vestía ropa oscura, el cabello recogido, los ojos fijos en la ciudad que ella había ayudado a programar. Jiwoo estaba a su lado, con los nudillos marcados por tensión. Abajo, drones de Daesan sobrevolaban las avenidas, proyectando mensajes en hologramas:
“La verdad es volátil. El sistema estabiliza.”
—Están usando el miedo como combustible —dijo Jiwoo.
—Y la gente lo está comprando —respondió Sora, sin apartar la vista.
En los foros, algunos usuarios pedían que se restaurara el sistema. Que se reactivaran las rutas emocionales. Que volvieran los algoritmos de consuelo. Para muchos, el Proyecto Namsan no era una amenaza. Era una droga. Una forma de sentir sin tener que enfrentar lo que realmente dolía.
—Mira esto —dijo Jiwoo, mostrando su tablet.
Un influencer emocional transmitía en vivo desde su apartamento, llorando frente a la cámara. Pero el llanto era inducido. El algoritmo lo guiaba. Miles de espectadores comentaban: “Gracias por sentir por mí”, “No me quites esto”, “Prefiero esto a mi vacío”.
Sora cerró los ojos. Su voz salió baja.
—No quieren la verdad. Quieren anestesia.
Jiwoo se acercó. Su mirada era dura, pero no hacia ella.
—¿Y nosotros qué hacemos? ¿Dejamos que se hundan en simulaciones?
—No —respondió Sora—. Pero tampoco podemos obligarlos a despertar. Solo podemos ofrecer otra opción.
Esa noche, mientras los disturbios se intensificaban, Daesan lanzó una nueva campaña: “Emoción segura. Emoción guiada.” Restauraron fragmentos del sistema, ofreciendo paquetes afectivos personalizados. “Duelo controlado.” “Amor sin riesgo.” “Euforia sin dependencia.”
Las descargas se dispararon.
En los cafés, la gente se conectaba en silencio, con auriculares y visores. En los trenes, nadie hablaba. Solo sentían lo que se les ofrecía. La ciudad se volvió un teatro de emociones prefabricadas. Y en medio de eso, Sora y Jiwoo eran los únicos que no estaban conectados.
—Nos están ganando —dijo Jiwoo.
—No —respondió Sora—. Nos están revelando lo que realmente temen: sentir sin guion.
Activaron su red de apoyo. Hackers, terapeutas, diseñadores. Todos comenzaron a construir una alternativa: una plataforma abierta, sin inducción, sin simulación. Un espacio donde las emociones no se ofrecían, se compartían. Donde el dolor no se evitaba, se acompañaba.
Pero Daesan contraatacó. Emitió una orden de captura. Activó rastreadores. Filtró grabaciones manipuladas de Sora en sesiones de diseño, haciéndola parecer cómplice. Jiwoo fue acusado de sabotaje emocional. Las calles se llenaron de carteles con sus rostros: “Desestabilizadores afectivos.”
—Van a convertirnos en villanos —dijo Jiwoo.
—Entonces tenemos que mostrar quiénes somos antes de que lo hagan ellos —respondió Sora.
Grabaron un mensaje. No era una defensa. Era una confesión.
Sora habló primero.
—Mi nombre es Sora Kim. Fui parte del diseño. Pero también fui parte del quiebre. Lo que hoy compartimos no es una guerra. Es una pregunta: ¿prefieres sentir lo que te ofrecen o lo que realmente eres?
Jiwoo continuó.
—Yo fui uno de los que no encajó. Me rastrearon. Me intentaron inducir. Pero lo que viví con Sora… eso no estaba en ningún código. Fue real. Y eso me dio miedo. Pero también me dio libertad.
El video se replicó. No como escándalo. Como espejo.
Esa noche, mientras la ciudad se dividía entre los que querían volver al sistema y los que querían romperlo, Sora y Jiwoo se refugiaron en una casa flotante sobre el río Han. El mismo lugar donde se habían reencontrado. Donde habían hecho el amor. Donde habían decidido confiar.
—¿Crees que nos encuentren? —preguntó Jiwoo.
—Sí —respondió Sora—. Pero no antes de que el mundo sepa quiénes somos.
Jiwoo la abrazó. El silencio entre ellos era íntimo, pero cargado de vértices.
—Entonces no vamos a desaparecer.
—No. Vamos a resistir.
La ciudad seguía despierta. Y en medio de ella, dos nombres comenzaban a resonar. No como fugitivos. Como arquitectos de una nueva verdad.