Puntadas

Era de noche y todos los hombres de Aziel Rinaldi habían llegado, ahora, luego de un largo día de negociaciones, descansaban afuera de la casa rodante. Algunos jugaban a las cartas, otros bebían un poco de whisky cerca de la fogata con la excusa de así entrar en calor. El ambiente era distendido, hasta que Josep comenzó a susurrar sus dudas sobre la paternidad del pequeño. Rubén y Julián se unieron a la conversación con comentarios sobre lo extraño de la situación.

La señora desapareció por años sin dar señales de vida y de repente la encontraron con un niño discapacitado que decía ser hijo del señor Aziel. Los hombres asentían y murmuraban, insinuando que tal vez la mujer había tenido un amorío con otro hombre durante su ausencia. Rubén expresó abiertamente su escepticismo sobre que el niño fuera realmente del jefe incluso salió a relucir la posibilidad de que fuera hijo de Marco, por eso el infeliz le ayudó a escapar.

En ese momento, la puerta de la casa rodante se abrió de golpe y Aziel Rinaldi entró colérico. Al escuchar los murmullos y dudas de sus hombres, la semilla de la duda comenzó a germinar en su propia mente. Trató de mostrarse seguro, bramando con autoridad sobre la paternidad del chiquillo. Sin embargo, su voz no sonaba tan firme.

Los hombres guardaron un tenso silencio, apartando la mirada avergonzados. Julián tragó saliva, nervioso ante la presencia intimidante de su jefe. Aziel los observó detenidamente, con el ceño fruncido. Las dudas crecían en su interior al ver las expresiones escépticas de sus hombres de confianza.

Intentó reafirmar que el niño era su hijo y que Emily era su esposa, aunque su tono denotaba inseguridad. Sus hombres asintieron, aunque algunos intercambiaron miradas de soslayo. Aziel apretó los puños, indeciso. Por el momento, prefirió dar por terminada la incómoda conversación.

Se dio la vuelta y salió azotando la puerta de la casa rodante. Un pesado silencio reinó después de su partida, mientras la sospecha seguía creciendo en Aziel Rinaldi.

La imagen de Marco viéndole la cara de estúpido todos esos años apareció ante él, consumido por los celos, se dirigió hacia la modesta casa de adobe, donde Emily y el pequeño se encontraban. Su mente era un torbellino de emociones encontradas, pero había una certeza: necesitaba respuestas. Visualizó a sus hombres afuera e intuyó cuál era su tema de conversación.

Al entrar, encontró a Emily meciendo suavemente en sus brazos al niño. Sus ojos se cruzaron y Aziel sintió una extraña mezcla de calidez y desasosiego. Se acercó a ella con pasos cautelosos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó con voz queda, arrodillándose junto a ellos.

Ella asintió lentamente.

—Sí... todo es tan extraño.

Aziel posó su mirada en el pequeño, quien dormitaba ajeno a los dramas que los rodeaban. Con delicadeza, acarició su mejilla con un dedo. Era una sensación extraña y maravillosa, pero la duda seguía mordiéndole la mente.

—Emily… —comenzó a decir, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Ella lo miró con ojos suplicantes, adivinando sus dudas no expresadas.

—Yo… él me dijo que te habían asesinado.

—¿Por “él” te refieres a Marco?

—Sí.

—¿Qué fue lo pasó?

—Me llevó a un pueblo, uno que está más cerca de la ciudad, no… no recuerdo su nombre, solo estuve encerrada en un cuarto pequeño, hasta que di a luz con ayuda de unas parteras. Cuando Alán cumplió seis meses… Andrea vino por nosotros y nos trajo aquí. Después de eso vi a Marco tres veces cuando mucho, pero no platicamos, solo venía a ver qué todo estuviera bien.

Aziel entrecerró los ojos.

—¿Cómo es esa tal Andrea?

—Es un poco más alta que yo, delgada, con cabello rubio, bueno, se lo tiñe y sus ojos son cafés…

—Andrea Parra, ¡esa hija de puta está envuelta en todo esto!

Emily se impresionó ante el repentino cambio de humor de su esposo. Y con curiosidad preguntó si él conocía a Andrea.

—Era la amante de mi padre —se limitó a decir sin intenciones de dar más información.

—Oh —exclamó Emily cubriendo su boca con la mano.

Aziel quería creerle, pero el relato resultaba confuso: años de traiciones y engaños lo habían vuelto desconfiado. Decidió posponer esa conversación para otro momento.

—Necesitamos un lugar más seguro para pasar la noche —dijo poniéndose de pie—. Vengan conmigo a la casa rodante.

El rostro de la mujer se ensombreció levemente, pero asintió. Comenzó a envolver a Alán con mantas para el traslado. Sin embargo, en cuanto lo levantó entre sus brazos, el niño rompió en llanto desconsolado. Sus pequeños puños se agitaban y sus mejillas se tornaron rojas por el esfuerzo.

Desconcertados, Emily y Aziel intentaron calmarlo, pero Alán sólo lloraba con más fuerza. Era como si percibiera la intención de alejarlo de aquel lugar y se negara rotundamente.

Exhaustos, finalmente tuvieron que ceder y quedarse en la casa, donde poco a poco se fue serenando.

—Es un niño bastante chillón —declaró, observando con atención los rasgos de Alán, tratando de encontrar similitud con los suyos o con los de aquella sabandija traidora.

—No, solo está asustado —replicó Emily con tristeza.

Él se sintió impotente. ¿Cómo podría construir una familia cuando ni siquiera sabía si ese niño era realmente suyo? ¡No! Se repetía una y otra vez que no debía comportarse como un imbécil.

—Yo… No estoy acostumbrado a tratar con niños —admitió.

Ella tomó su mano. Aziel sintió un cosquilleo, junto a unas enormes ganas de besarla, hace años, no podía quitarle las manos de encima, y ahora, tenía que mantener su distancia para no incomodarla. Patético, si su padre lo viera, le escupiera en la cara por ser un idiota débilucho.

—Hace mucho frío, si… si gustas puedes ir a dormir a la camioneta —ofreció Emily.

—No me quieres aquí —la interrumpió, buscando cualquier rastro de incomodidad en su rostro.

—No, no es eso, solo puede que no estés acostumbrado.

—Soy un hombre que se acopla a cualquier situación, no un maricón delicado —replicó con firmeza.