Todo Por Amor A Tí

Luego de calmarse, Sofía decidió hablar.

—Está bien, Tomás, te voy a contar mi historia y el por qué me encuentro sola.

—No hace falta, Sofía, puedo ver lo mal que te hace este tema, así que…

—No, por favor, solo escúchame. Hace rato que quiero hablar de esto con alguien, creo que me va a hacer bien contártelo.

—Si es así, te escucho.

Sofía comenzó desde el principio y esta vez fue totalmente sincera. Le contó su historia de principio a fin. Tomás solo escuchaba atentamente. También le contó que en estos meses recapacitó y se dio cuenta tarde de lo mala hermana que siempre había sido. Terminó llorando nuevamente y dijo:

—Y es así como arruiné mi vida y la relación que tenía con mi hermana por un hombre al que nunca me importó más allá de para pasar un rato. Soy la peor persona del mundo. —sollozando.

—No eres la peor persona del mundo, Sofía. Eres una persona que cometió errores, pero eso te hace humana. No te justifico, lo que ustedes le hicieron a tu hermana estuvo mal, tanto él como tú le fallaron, pero eso no te define. Deja que las heridas sanen y luego búscala, pide su perdón.

—¿No estás desilusionado de mí? —dijo, calmándose.

—Por supuesto que no. Yo creo que, a pesar de todo, pudiste darte cuenta de que lo que hiciste estuvo mal. Ambas fueron el objeto de burla de ese tipo. Quieras o no, también jugó contigo. Te utilizó y, cuando pudo deshacerse de ti, lo hizo.

—Y no lo culpo, lo tenía amenazado.

—No hagas eso, no lo justifiques. Tanto tú como él hicieron mal. Desde el principio sabían que esto podía acabar de una sola manera, mal.

—Sí, en eso tienes razón. Gracias por escucharme. ¿Quieres comer algo? Es lo mínimo que puedo hacer después de haberme escuchado por horas.

—Por supuesto, pero yo te ayudo a cocinar.

Después de eso, Tomás y Sofía se hicieron amigos. Él no la consideraba una mala persona. Se había equivocado y estaba pagando por eso, había sido humillada, despreciada, sus hijos eran llamados bastardos por su propio padre y, además, estaba sola. Ella era una persona que se equivocó, y mucho, pero eso es parte de la vida: errar y aprender de esos errores.

Alexis había contratado hacía unos días a un investigador privado para que le dijera el paradero exacto de Mía. Hoy lo había ubicado para entregarle toda la información. Al llegar a la oficina del investigador, este le entregó un sobre con toda la información y algunas fotos de Mía junto a Max.

—La señorita se encuentra trabajando en la empresa de ese hombre y, por lo que pude averiguar, ella se hace pasar por su hermana y viven juntos.

—Debí suponer que lo iría a buscar. Muchas gracias por la información.

Alexis salió de la oficina del investigador y se dirigió a su apartamento. Tenía que preparar sus maletas; iría a buscar a la mujer que amaba.

Mía se encontraba mal desde temprano, se sentía con el estómago revuelto. En ese momento estaba en el sanitario de la empresa devolviendo hasta el alma. Max estaba sosteniendo su cabello, y David había ido a prepararle un té para que mejorara su malestar.

—Esto es una mierda.

—Mía, será mejor que empieces desde ahora a corregir tu vocabulario. No quiero que mi sobrino o sobrina hablen como un camionero.

—No exageres, Max. No digo tantas groserías. Justo hoy que tenemos que ir a la consulta con el obstetra, me tengo que sentir así.

—La cita es a las 3 de la tarde. Espero que para esa hora estés bien. Si no, pasamos la cita.

—No, Max, ya la pospusimos dos veces. No quieres que vea a tu sobrino.

—Por supuesto que quiero. Bueno, salgamos de aquí y vamos a mi oficina, que tiene un baño privado. Hoy trabajarás desde ahí, ya que no te quieres ir a descansar.

Mía solo rodó los ojos y se dispuso a seguir a su amigo, quien solía ser muy sobreprotector. Cuando entraron a la oficina, David ya los estaba esperando con el té en mano.

—Gracias, David. Tú siempre estás en todo, eres perfecto. Dime, David, ¿tienes novia?

—Mía, ¿qué son esas preguntas? No le hagas caso, David. Sabes lo indiscreta que puede llegar a ser.

—No se preocupe, señor. Y no, señorita, me temo que mis gustos son otros. Pero igualmente, en este momento estoy soltero.

Max miró a David curioso por su declaración. Él no tenía miedo de lo que la gente pensara y declaraba abiertamente sus preferencias. Mía ya sospechaba de esto, y hace rato veía cómo David miraba a Max. Por eso quería darle un empujoncito para que se acercara a su amigo.

—Me acabas de romper el corazón, trabajador, buen chef, servicial, atento, buen mozo. Si tienes razón, eres demasiado perfecto para ser hetero, sin ofender.

Dijo Mía, tomándose el té, y tanto Max como David se rieron de su comentario.

Después de eso, pasaron toda la hora trabajando hasta que llegó el momento de ir a la cita con el médico.

—David, volvemos por la tarde. Ya sabes qué hacer.

—Claro, señor.

Salieron y fueron directo a la clínica. Mía se encontraba muy ansiosa. Ella ya había empezado a usar ropa un poco más suelta porque su incipiente vientre la hacía ver hinchada más que embarazada, pero aún así le encantaba su pancita.

Llegaron y esperaron a ser atendidos. Pasaron unos minutos y fueron llamados.

—Hola, ¿cómo están? Humm... por lo que veo cancelaron las anteriores consultas.

—Sí, perdón, doctor, pero se nos presentaron casos de fuerza mayor.

—Señorita, esto tendría que ser más importante que cualquier cosa. La salud de su hijo está primero.

—...

—...

—Pasemos a la camilla, que voy a revisarla.

Mía, después de ser regañada por el doctor, le hizo caso en todo hasta que le dijo que se recostara para realizarle la ecografía.

—Bueno, aquí está su bebé, está saludable, tiene buen peso y tamaño, pero… a ver…

—¿Qué pasa, doctor? ¿Le sucede algo?

Mía, al ver que el médico comenzó a mover el aparato por todo su vientre y se mantenía en silencio, pensó que algo malo le estaba pasando a su hijo.

—Bien, no, no pasa nada. Estaba tratando de poder enfocar al otro. Es que el primer bebé tapa a su hermano, que se encuentra detrás.

—¿Son dos?

—Así es, felicidades.

Mía no habló más. Terminaron de hacer la revisión, y el doctor pidió que no faltara más a la consulta. Max podía ver que Mía estaba procesando todavía la noticia, así que prefirió retirarse. La guió hasta su auto y, antes de arrancar, habló.

—Son dos, Max...