Cheryl solía ser una chica común, adicta a las novelas románticas y a una vida sin sobresaltos… hasta que murió. Ahora ha despertado en el cuerpo de la mujer más odiada de su historia favorita. Pero ella no piensa repetir el final.
Entre seducción, traición y poder, Cheryl jugará con las reglas del imperio para cambiar su destino. Porque esta vez, la villana no está dispuesta a caer.
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El emperador
Los rayos del alba apenas tocaban las torres del castillo cuando las puertas del ala este retumbaron con furia. Aery no se inmutó. Estaba de pie frente a los ventanales, enfundada en un vestido de seda negra con detalles dorados, ajustado en la cintura y con una profunda abertura en la pierna izquierda. Su escote, sutilmente sugerente, dejaba claro que no era una muñeca del imperio, sino una mujer con poder y dominio. Su cabello recogido con precisión y el metal negro en sus hombros la hacían ver como una diosa de guerra. Desafiaba con elegancia, imponía con solo respirar. El emperador irrumpió como una tormenta, sus botas resonando en el mármol, la rabia dibujada en cada arruga de su rostro.
—¿Qué clase de juego estás jugando, Aery? —rugió—. ¿¡Cómo te atreves a sacar a un esclavo de las minas sin mi permiso!?
Rael, de pie junto a uno de los pilares, vestido ahora con una túnica negra que realzaba sus ojos claros, no tenía ni una sola herida visible. El cuerpo que había sido reducido por el castigo y el encierro, ahora parecía firme y limpio. Estaba completamente curado. El emperador lo notó de inmediato.
—Usaste tu magia en él —escupió con asco, sus ojos en Aery—. ¿Qué has hecho?
Kaelion ya estaba en la sala, recargado con los brazos cruzados, pero su expresión se tensó ante el tono de su padre. Aery dio un paso adelante, su vestido arrastrándose con elegancia tras ella.
—Lo curé. Porque tus métodos son una vergüenza. Porque lo necesitaba. Y porque puedo.
—¡No puedes decidir sola sobre un esclavo! ¡Ese miserable no vale nada!
—Entonces por qué te molesta tanto que lo haya salvado —replicó ella, sin elevar la voz, pero con un filo que cortaba—. ¿Es eso lo que te enoja? ¿Que tengo el poder de devolverle lo que tú le quitaste?
El emperador, desbordado, desenrolló el látigo de su cinturón. Lo alzó, con el rostro transformado por la ira. Lo que hizo después no fue sólo un castigo… fue un intento de someter. El látigo voló hacia Rael. Pero Aery se movió primero. ¡CRACK! El golpe cayó sobre su espalda desnuda a través de la abertura de su vestido. La seda se abrió con el movimiento brusco, y una línea roja apareció en su piel clara. Pero no se estremeció. Ni un sonido. Solo su respiración, dura y sostenida. Kaelion maldijo por lo bajo y dio un paso al frente.
—Padre… eso fue demasiado.
—¡Esta mujer necesita recordar su lugar! —gruñó el emperador, acercándose para tomarla del brazo, zarandeándola con furia.
Pero entonces, Rael reaccionó. En un solo movimiento, lo empujó contra el pilar, interponiéndose entre él y Aery, los ojos encendidos, salvajes.
—No volverá a ponerle una mano encima —dijo con la voz seca, como si fuera una orden.
El emperador quedó helado. Rael, el maldito esclavo, lo había tocado. Lo había empujado. Y estaba de pie como si fuera un igual. Como si fuera más que eso.
—¿¡Cómo te atreves…!? —comenzó a gritar, pero en ese mismo instante las puertas se abrieron de par en par.
—¡Su Majestad! —anunció un sirviente—. Los miembros de la Corte Suprema ya han llegado. Solicitan su presencia inmediata.
El salón se congeló. El emperador miró a sus dos hijos. A la princesa herida, orgullosa y sin un solo gesto de dolor. Al príncipe que no decía nada, pero cuyo desprecio se leía en la mirada. Y al esclavo… que había perdido sus cadenas. No podía arriesgarse. No frente a los ojos de los hombres más poderosos del imperio. No ahora. Lentamente, bajó el látigo. Dio media vuelta, sin dignarse a mirar a nadie más.
—Esto no ha terminado.
Y se marchó. Aery se giró sin decir nada, y Kaelion se acercó para ver su herida. Pero ella lo apartó suavemente. Rael seguía allí. Respirando con fuerza.
—Te arriesgaste por mí —le dijo, en voz baja.
—Tú lo hiciste primero —respondió Aery, sin volverse. Luego caminó, imponente.
Aery no había dado más de dos pasos por el pasillo cuando una mano la tomó del brazo con fuerza, haciéndola girar. Era Rael. Su mirada no era la de un esclavo, ni la de un súbdito. Era la de un hombre. De uno que había estado en el infierno… y había vuelto con fuego en los ojos.
—Ven conmigo —dijo sin pedir permiso.
La llevó por los corredores sin soltarla, directo a una sala de descanso cercana, una que apenas se usaba. Aery no se resistió, ni una palabra de protesta. Solo caminaba, dejando que él guiara por primera vez. Rael cerró la puerta con un golpe seco y la hizo sentarse. El silencio los envolvía como una bruma espesa.
—Quítate eso —dijo, señalando su vestido, donde la seda estaba manchada por la sangre que ya comenzaba a secarse.
Ella lo miró, desafiante, con una ceja arqueada.
—¿Vas a ordenar ahora?
—Voy a curarte —respondió él, mientras tomaba un cuenco con agua y telas limpias.
Aery se giró lentamente, dejando su espalda al descubierto. El vestido cayó por sus hombros, revelando la línea roja que cruzaba su piel pálida como una cicatriz recién nacida. Rael se acercó en silencio, presionando con cuidado, limpiando la herida. Sus dedos eran firmes, pero suaves. Todos sabían en Diamond que las personas con el poder de sanación, solo podían sanar a otros, pero no a ellos mismos, era algo injusto, pero era lo que había.
—¿Qué es lo que pretendes? —preguntó de repente, su voz áspera—. Me maltratas. Me arrastras a tus pies. Me haces sentir como si no valiera nada. Luego... me salvas, te pones entre tu padre y yo, recibes un látigo por mí.
Aery no respondió de inmediato. Solo bajó la cabeza un momento. Su respiración era profunda, contenida. No podia decirle que ella no era Aery, o bueno, que su alma no era la de la princesa, que en realidad ella era de otro mundo, en el que esta solo era una novela de romance. Así que, solo dijo:
—Las personas cambian —dijo al fin—. Yo cambié.
Rael se detuvo, su mano aún en su piel. Ella giró el rostro, y sus miradas se encontraron.
—¿Cambiaste… por mí?
La pregunta colgó en el aire, sin respuesta. Porque no la necesitaban. Entonces ocurrió. Sin pensarlo, sin permiso, sin suavidad. Sus labios se encontraron como choque de tormentas. Él la besó con furia contenida. Ella respondió con hambre. Con necesidad. Sus manos se aferraron, se apretaron, se buscaron como si el aire no fuera suficiente. Rael la alzó por la cintura y la sentó sobre la mesa del centro. Aery lo atrajo más, entrelazando sus piernas alrededor de él, rompiendo el control, dejando que el instinto dominara. Era fuego y rabia, deseo disfrazado de venganza, pasión envuelta en orgullo. Al separarse, sus respiraciones estaban entrecortadas. Sus frentes tocándose.
—Esto no significa nada —susurró ella, aún con los labios cerca de los suyos—. No hay sentimientos inútiles aquí.
—Perfecto —respondió él, sin dudar—. Solo somos dos cuerpos quemándose. Nada más.
Pero ambos sabían que mentían. Y que ese beso… ya lo había cambiado todo.
Esta novela está muy buena
Gracias por el capítulo 🤩🫶🏻
De ahí en fuera ese imperio debía desaparecer ya que así es la vida real cuando atacas no hay compasión
Gracias por los capítulos, espero más 🤩 muy buena esta esta novela
Ahora veremos como le irá a aery en el imperio de rhazir
Gracias por la actualización
Que bueno que volviste 😊 es una gran historia 💪🏻y ahora está mucho más interesante 🫶🏻😬
dudo que muera pronto, porque su bombón la rescatará tal cual una princesa en aprietos.