Flor Del Pensamiento

Su mirada es seria. Algo dentro de mí se siente extraño, como un ligero malestar. Las palabras de Facundo, aunque honestas, tienen un peso que no esperaba. Quizás quiso dejar claro que no lo idealizara por haberme salvado, o quizá deseaba que confiara más en él al mostrarme su lado más humano.

— ¿A quién te hago acordar? –le pregunto, fijando mis ojos en los suyos.

Por un momento parece sorprendido. Me mira fijamente, y en sus ojos tristes vislumbro una humanidad que, de algún modo, sigue resistiendo dentro de él. Suspira, como si revivir lo que está a punto de contarle exigiera toda su fuerza.

— Cuando todo esto comenzó... –hace una pausa, buscando las palabras adecuadas– estaba en una reunión con amigos. Había llevado a mi pareja; apenas llevábamos unos meses juntos, pero decidí presentarla ese día. Era alguien especial.

Su mirada se pierde por un momento. Es como si estuviera viendo algo que solo él puede ver. Sus ojos se oscurecen antes de continuar.

— Después de esa noche, tuvimos que sobrevivir juntos. Al principio éramos un grupo grande, nuestras familias ya no estaban... Salvo la de un amigo, que decidió quedarse con los suyos. Éramos siete. Con el tiempo, las cosas se complicaron y quedamos seis.

Hizo una pausa más larga esta vez. Su rostro se endurece, como si necesitara blindarse contra el peso de sus recuerdos.

— Pasó un año. Un año sobreviviendo juntos. Ella era increíble, fuerte, siempre sonriendo a pesar de todo. Entonces, una noche, mientras dormíamos, todo cambió.

Sus manos, cerradas en puños, empiezan a temblar ligeramente. Su respiración se vuelve irregular. Lo veo luchando contra sus emociones, intentando mantenerse firme.

— Nunca supe cómo sucedió. Una noche escuché ruidos extraños. Nos habíamos refugiado en un supermercado que usamos como base. Al abrir los ojos y mirar a mi alrededor, vi algo que me heló el alma. Tres de mis amigos estaban... muertos. Ella estaba sobre ellos.

Me quedo completamente callada. Las palabras se atascan en mi garganta.

— Estaba... comiéndolos.

Sus ojos se llenan de lágrimas. Aprieta los puños con más fuerza, como si eso le ayudara a contenerse.

— La llamé por su nombre, con la esperanza de que volviera a ser ella, aunque fuera por un instante. Pero no fue así. Se giró hacia mí y se lanzó. Lo único que pude hacer fue intentar detenerla.

Facundo traga saliva, visiblemente afectado.

— Yo... no podía matarla. Era la mujer que amaba. Pensé que tal vez podría detenerla sin hacerle daño, pero era demasiado fuerte, ya no era ella.

Hace una pausa, y sus hombros parecen desplomarse.

— Entonces, un disparo. Mi amigo... el último que quedaba, le disparó en la cabeza.

Se lleva una mano al rostro, limpiándose las lágrimas que inevitablemente caen.

— La vi caer a mi lado. La tenía frente a mí, mirándome con esos ojos que ya no eran suyos. Luego... se apagó.

Facundo cierra los ojos por un momento, como si buscara fuerzas para seguir.

— Mi amigo... estaba llorando. Se arrodilló en el suelo y dijo "lo siento". Antes de que pudiera reaccionar, se disparó a sí mismo.

El silencio se hace pesado entre los dos. Siento un nudo en el pecho mientras lo observo.

— En una noche lo perdí todo. Quedé solo con los cadáveres de las personas que más quería.

Me mira, su expresión vuelve a ser seria, pero los rastros de su dolor aún son visibles en sus ojos.

— Tú me recuerdas a ella.

Su confesión me toma por sorpresa.

— Tenía una voz suave como la tuya, su cabello largo y oscuro. Su carácter fuerte y esa elegancia natural... –sonríe débilmente –. Cuando te vi en el hotel, fue como si todos esos recuerdos volvieran de golpe. Por eso no pude dejarte atrás.

Su sonrisa es frágil, cargada de tristeza. Siento que las palabras no son suficientes, así que decido actuar. Tomo un trapo, lo humedezco ligeramente con mi saliva y me acerco. Con suavidad, limpio las marcas de lágrimas en su rostro.

Él cierra los ojos, permitiéndome hacerlo.

Cuando termino y me alejo, él toma mi mano con delicadeza.

— Gracias... por escucharme, y por aparecer.

Me mira con una mezcla de gratitud y melancolía. Su mirada seria y segura logra conmoverme de una forma que no esperaba.

—Pensé que había dejado de ser humano... pero creo que sigo siendo un idiota sensible –dice, esbozando una sonrisa débil.

Mi corazón late con fuerza. Espero que no lo note. Me pregunto si es porque hace mucho que no comparto un momento así con nadie, o si es por él. Algo en este hombre roto y frágil me hace querer quedarme a su lado, entenderlo y quizás... sanar con él.

— Facundo... –digo suavemente, pero me detengo antes de terminar.

Él me observa, esperando que continúe, pero las palabras no salen. En lugar de eso, aprieto su mano ligeramente, dejando que el gesto hable por mí.

En ese momento, decido algo con una claridad que nunca había tenido: no importa lo que venga, quiero estar con él, descubrir más de su historia y caminar este infierno a su lado.