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Katleen e Ingrouna habían retornado a su hogar después de una extenuante jornada de sanación, a raíz de la invasión de los saindors a su amado planeta Morfelia. En sus semblantes se reflejaba la amargura que los embargaba por los hechos horribles y sangrientos que habían cobrado tantas muertes y dejado un montón de handexs heridos. No habían tenido un segundo de sosiego, pero se sentían aliviados porque ahora los heridos se encontraban fuera de peligro.
Al ingresar a la residencia, Katleen e Ingrouna fueron recibidos en la sala por su sobrino Told y su nieta Lenis.
—Ódarod y Norgard encontraron a una chica humana desmayada y herida en medio de un roquedal y descansa en el mismo cuarto que el pequeño —les informó Told.
—¿Ellos la trajeron? —quiso saber el Maetsu Ingrouna.
—No, Arimaldu.
—¿Es de una edad parecida a la del pequeño? —se interesó Katleen.
—No, mayor. Entre quince y dieciocho años —le respondió Lenis–. Es muy hermosa, de largo cabello rubio.
—Llegó en peores condiciones que el niño, pero la sané y le di a beber el mismo brebaje que a él —posó la vista sobre su tía.
—Bien hecho, la ayudará a recuperarse —Ingrouna se sobaba la barbilla con expresión pensativa—. Tal vez hayan varios humanos escondidos por ahí, ¿no tienen noticias al respecto?
—No —Lenis se alzó de hombros.
—Y el niño, ¿cómo sigue? —Katleen apartó de su frente transpirada unas plumas que la incomodaban.
—Del todo recuperado.
—¡Qué tristeza, ambos fueron separados de sus seres queridos! —Katleen exhaló un suspiro.
—Sí, y no sabemos si se conocen entre ellos. Cuando la chica llegó, el niño dormía —agregó Told.
—Si están despiertos, tal vez nos lo aclaren —conjeturó Ingrouna.
—Es extraño; miles de saindors ingresaron a Trinopia, sin embargo, humanos, pareciera que solo ellos dos —reflexionó Lenis en voz alta.
—Quizás la chica y el pequeño nos puedan dilucidar ese misterio, así como por qué fuimos invadidos por los saindors y cuáles son sus intenciones.
—Ingrouna y yo subiremos a verlos. Ustedes deberían dormir un poco —les aconsejó Katleen.
—No, no estoy cansada.
—Yo tampoco.
—Está bien, como quieran —Ingrouna se elevó hacia el segundo piso seguido de Katleen, Lenis y su sobrino.
Cuando los cuatro handexs entraron en la habitación, Ajnep los miró echando chispas por sus ojos pardos. Katleen sonrió para infundirle paz. El niño la enternecía porque pretendía mostrar seguridad, pero su cara lo delataba. A través de la siri, percibían que el humano les temía. Debían tratar de que bajara la guardia y entrara en confianza para acercarse a él, pero intuían que no sería fácil. Lo más probable era que se negara a brindarles información.
Ajnep inhaló aire inflando el pecho con exageración y lo expulsó ruidosamente. Sin darse cuenta había contenido la respiración y sintió un leve mareo.
Katleen no quería asustarlo aún más y se le acercó con lentitud. Una vez frente a él tuvo la intención de apartarle un poco su cabello cobrizo para ver si el chichón que tenía en el cráneo había disminuido, pero Ajnep, acostumbrado a recibir malos tratos, dio un brinco hacia atrás y se protegió en forma instintiva la cabeza con sus brazos.
—No temas pequeño, no te haremos daño, por el contrario, estamos aquí para ayudarte.
—¡No es cierto! —gritó Ajnep encolerizado—. Nos tienen prisioneros y… —se detuvo pasmado porque cayó en la cuenta de que no solo comprendía lo que la señora le decía, sino que él también le había hablado en el idioma de ellos. Asustado, fue retrocediendo hasta chocar contra una pared.
Ingrouna, al ver la expresión que se pintaba en el semblante de Ajnep, adivinó lo que pasaba por su mente y le habló en tono pausado:
—Yo te trasmití nuestro lenguaje mientras dormías.
—Pero… ¿¡cómo!? —Ajnep frunció el ceño. ¿Acaso eres brujo? ¿Qué me has hecho? —se rascó la cabeza, alborotando aún más sus rizos cobrizos—. Ya sé, me has hechizado.
—Calma —Ingrouna le sonrió—. No te he hechizado. Te trasmití nuestro idioma para que podamos entendernos.
—¿Así de fácil? —se mofó Ajnep—. Si eso no es brujería, entonces, ¿qué es? —apuntó su mirada parda recto a los ojos violetas del Maetsu.
Ingrouna meneó la cabeza sin dejar de sonreír.
—Llámalo brujería si lo deseas, yo prefiero decirle sabiduría.
A Ajnep le parecía que se burlaba de él. Aunque en este mundo, con seres tan distintos y de quienes lo ignoraba todo, bien podía ser. Si sabían volar, al igual que los saindors, como había comprobado a su llegada, cabía la posibilidad de que poseyeran un lote de habilidades. Tal vez era un demonio embutido en ese cuerpo esbelto, fantaseó el niño. Ingrouna se percató de que lo analizaba. No resultaría fácil lidiar con él, no bajaba la guardia y continuaba mirándolo taciturno.
—¿Cómo lo has hecho? —insistió Ajnep.
—Con mucho amor.
—¿Amor? ¿Qué tiene que ver el amor en esto?
—Todo.
—Mientes.
—Yo no miento jamás. ¿Y Tú?
—Eso no viene al caso.
Ingrouna admiró el temple del niño; podía tener muchos defectos, pero demostraba coraje.
Mientras Ingrouna intentaba entenderse con Ajnep, Katleen se había acercado al catre donde Triama seguía durmiendo. Estudió su semblante: “Aún es una niña, debe tener la edad de Lenis”. La invadió la ternura. “Pobre criatura. ¿Dónde estarán sus padres?”. Esperaba que pudiesen aclararle pronto aquella incógnita, así como tantas otras. “Deben haber pasado por una experiencia traumática”. Vio satisfecha que Lenis y Told habían efectuado un minucioso trabajo; la chica estaba aseada y vestida a la usanza de los handexs. Sin embargo, constató que sus heridas eran bastante más profundas que las del niño y, aunque no presentaban indicio de infección, tendrían que ayudar a su cicatrización. Katleen había traído el mismo ungüento aromático, que era desinfectante, anestésico y cicatrizante a la vez, que les habían aplicado a los handexs. Embebió una tela y aplicó la loción en las partes lesionadas de la piel blanca de Triama.
Katleen, a través de su siri, le sugirió a Ingrouna que también le trasmitiera el idioma de los handexs a la joven antes de que despertara.
Cuando el Maetsu llegó junto a Triama, Katleen se hizo a un lado.
Ajnep vigilaba con atención cada movimiento de los handexs. Para defender a su amiga, aún a costa de su propia vida, estaba dispuesto a abalanzarse sobre cualquiera que pretendiese dañarla.
Ingrouna se concentró y, a través de la siri, comenzó a traspasar al cerebro de la humana la información de su complejo lenguaje.
Ajnep se movió para quedar en un mejor ángulo porque la alta figura del Maeztu le tapaba a Triama.
Ingrouna también fue aplicando la palma de sus manos a centímetros de las heridas de Triama para acelerar la sanación con su energía. Katleen se le unió para reforzar el proceso; sabían que la regeneración de los tejidos humanos era mucho más lenta que la de los handexs.
—¿Qué le están haciendo? —chilló Ajnep acercándose.
—Tranquilízate, la estamos sanando, eso es todo —Katleen empleó un tono gentil e intentó de nuevo acariciar a Ajnep, pero él la rechazó furioso.
—¡No me toques!
—No te asustes, iba a hacerte un cariño.
—¡No estoy asustado! —la rebatió
—¿Y entonces por qué te alejas? —su forma de ser la descolocaba.
—No confío en ti.
Katleen se preguntó apenada qué clase de vida había llevado. Percibía con nitidez la energía negativa que manaba de su interior.
—Te reitero, ni Ingrouna ni nadie quiere dañarlos, los handexs somos seres de amor.
—Tú también con ese cuento del amor. No creas que lograrán engañarme para luego hacerme sufrir.
—¿Y eso qué me aportaría?
—¡Felicidad, disfrutar de mi dolor.
—¿¡Felicidad, disfrutando de tu dolor!? Cuán equivocado estás.
—¿Ah, sí? —se alzó de hombros con displicencia. No estoy equivocado, la felicidad consiste en el placer que te da tener poder sobre los demás, que te teman, te respeten y que nadie se atreva a enfrentarte.
—Te irás dando cuenta de que nuestro mundo es diametralmente opuesto al tuyo —intervino Lenis con voz bondadosa—. Nosotros funcionamos con el poder sí, pero del amor. Has almacenado un cúmulo de enseñanzas erróneas que han bloqueado la esencia pura de tu espíritu, pero algún día despertarás.
—¡Y tú qué te metes, la cosa no es contigo! ¡Además, no comprendo lo que dices! ¡Ustedes me aburren! —tras decir esto, Ajnep apretó los dientes y se propuso no hablar más.
Katleen no insistió en su intento de ablandar a Ajnep. Era un ser tan dañado que derribar sus barreras iba a requerir un trabajo minucioso. Lenis decidió imitar a su abuela, ya habría tiempo de hacerlo entrar en razón con cariño.
Triama abrió los ojos, la claridad del cuarto la encandiló y parpadeó. Con lo primero que tropezó su mirada verde fue con un par de ojos violetas. Pensó que jamás había visto un color de ojos tan hermoso. Todavía aletargada, trató de sentarse y sintió un intenso dolor en una pierna, cuando apoyó su brazo para ayudarse también le dolió el hombro herido y desistió.
Al ver las dificultades que presentaba la joven para enderezarse, Katleen acudió en su ayuda. Le agradó que ella no la rechazara como el pequeño. Para que Triama quedara más cómoda, le pidió a Lenis que trajera la almohada que había usado Ajnep y se la colocó en la espalda.
Ajnep corrió hacia Triama, gritando en el idioma de ambos.
—¡Estoy tan contento de que hayas despertado!
—Yo también me alegré muchísimo cuando me trajeron a esta habitación y descubrí que reposabas en el otro lecho. Tenemos suerte de estar con vida y juntos.
—¡Sí, pero no confíes en ellos! Mientras dormías el hombre debe de haberte trasmitido su lenguaje como hizo conmigo. Tienen extraños poderes. ¡Ten cuidado, no les cuentes nada!
—¿De qué hablas? Presiento que no tienen intención de hacernos daño. Hasta ahora, por lo que veo, nos han sanado.
—Pero no te dejes embaucar. Creo que nos atienden solo para utilizarnos. Sino, dime; ¿por qué nos mantienen encerrados aquí? ¡Obvio que para tenernos vigilados!
—De momento, sigámosle el juego. No tenemos otra opción. Tranquilízate, eres capaz de echarlo todo a perder con tus arrebatos.
—¿Yo? —la miró frunciendo el ceño.
—Ajnep, no vamos a ponernos a pelear ahora.
Él fingió no escucharla y se fue al otro extremo.
Triama le dio un vistazo al cuarto. La maravilló la belleza de su construcción, las curiosas enredaderas luminosas que ascendían por las paredes y la riqueza de los objetos contenidos en él. Apreció la enorme diferencia con los lugares sórdidos en los que acostumbraba alojarse en la Tierra. Al igual que Ajnep, también se percató de la agradable fragancia que impregnaba el aire.
Cuando Ajnep se hizo a un lado, Katleen volvió a acercarse a Triama.
—¿Cómo te sientes?
“Ajnep tiene razón, entiendo lo que me dice”.
—Adolorida y atontada —al contrario de su amigo, le pareció genial contestarle en su idioma—. ¿Sigue la batalla?
—No.
—¿Y quién ganó?
—De momento nosotros, porque conseguimos encerrar a los demonios.
—¿A todos? —se extrañó Ajnep, alegrándose por dentro.
—Sí.
—¡Qué raro! —miró a su amiga que se limitó a alzarse de hombros.
Triama escrutó el rostro armonioso de la mujer. Leyó dulzura en sus ojos y pensó que era sincera. Le pareció espectacular la noticia. Luego, fijó su atención en el plumaje celeste, la piel dorada y la piedra que tenía incrustada en la frente. Al primero que había visto al despertar fue a Ingrouna y, al recorrer con la mirada la habitación, Triama también se había fijado en Lenis y Told que se mantenían apartados. Los tres poseían las mismas características físicas. Aunque procuraba ver el pelo por debajo de sus plumas, no lo conseguía y no pudo controlar su curiosidad.
—¿Esas plumas forman parte de un ornamento?
Katleen, Ingrouna, Lenis y Told intercambiaron una sonrisa.
—No. Nosotros tenemos plumaje en vez de cabello —Katleen estaba complacida por el interés que mostraba la chica. Quizás con ella sí pudiesen sostener una plática constructiva.
—¿Nos explicarías cómo fue que entraron a Morfelia? —Ingrouna fue directo.
Triama se había alejado mentalmente de su entorno y no escuchó la pregunta del Maetsu. Ajnep, que había entrado en un total mutismo, se limitaba a observar como un mero espectador.
La imaginación de Triama volaba hacia el muchacho de rostro atractivo, penetrantes ojos azules y dientes blanquísimos que resaltaban en su piel dorada. Al evocarlo, un cosquilleó se anidó en su estómago. Tal vez uno de los presentes lo conocía. Al suponer aquello, su corazón se desbocó.
—¿Podrían decirme cómo llegué hasta aquí?
—Te trajo Arimaldu —le informó Told.
—¿Él me encontró en el roquedal?
—No. Fueron otros jóvenes, Norgard Drasco y Ódarod Molier.
El corazón de Triama seguía galopando.
—¿Cuál de ellos tiene plumaje azul con negro?
—Ódarod, pero… ¿lo recuerdas? —Ingrouna se sobó la barbilla.
—¿Cómo es posible si estabas desmayada? —se interesó Lenis.
—Abrí los ojos unos segundos y lo distinguí inclinado hacia mí. ¿Saben si él se encuentra bien?
—Sí, lo vi hace poco —le aseguró Ingrouna.
“Ódarod”. No llegó a pronunciar su nombre en voz alta. El solo hecho de pensar en él encendía sus sentidos. Sintió que sus mejillas se arrebolaban y volteó el rostro. No quería dejar traslucir sus sentimientos. “Ódarod. Ahora el muchacho de mis sueños tiene nombre, es real”. Con la posibilidad de llegar a conocerlo, se estremeció de emoción.
La pareja Sófolis, Told y Lenis se percataron de que Ódarod despertaba un interés especial en la chica, pero prefirieron pasarlo por alto de momento para que no se retrajera como el pequeño.
—¿Vuestros padres vinieron con ustedes a Morfelia? —Ingrouna pensaba que era triste que estos jóvenes estuviesen separados de sus familiares.
Triama y Ajnep cruzaron una fortuita mirada y no despegaron los labios.
—No pregunto por mera curiosidad, sino porque ustedes nos importan y queremos brindarles nuestro apoyo en todos los sentidos.
Que Triama hubiera intercambiado unas palabras con los handexs tenía a Ajnep muy molesto, por lo que menos iba a hablar él.
A Triama le produjo nostalgia evocar a su padre.
Al no obtener respuesta, Ingrouna no insistió.
—¿Vinieron más humanos con los saindors a Morfelia? —Katleen posó su mano en el brazo de Triama, pero ella lo retiró.
—No sabemos.
Tanto Katleen como Ingrouna, Lenis y Told se daban cuenta de que la comunicación no fluía entre ellos y que los humanos no estaban siendo transparentes. Los cuatro concluyeron, a través de la siri, que lo mejor sería esperar e interrogarlos más adelante.
Triama no tenía idea de qué le había ocurrido a Erzac, pero no quería que estas personas supieran que estaba en Morfelia, pues de estar vivo y libre, quizás podría ayudarlos a escapar en caso de ser necesario. La partida había sido tan rápida, que tampoco poseía la certeza de que otros humanos hubiesen o no viajado.
—¿Qué pretenden hacer con nosotros? —quiso saber Triama.
Ajnep y ella solo se tenían el uno al otro en este nuevo mundo y la suerte que correrían de ahora en adelante la intrigaba sobremanera.
Les aseguraron que no se preocuparan, que serían atendidos en sus necesidades básicas hasta que decidieran, en un par de días, dónde se alojarían.
Triama pensó al instante que le encantaría vivir con Ódarod, pero no formuló su deseo.
Katleen les ofreció beber de las jarras y comer del surtido de frutos dispuestos en la bandeja. No tenía idea qué comían en la Tierra y no le extrañó que ambos se negaran a probar bocado. Con el ejemplo, les demostró que eran comestibles.
Triama fue la primera en decidirse. Estaba hambrienta y degustó con agrado los manjares deliciosos. Trató de convencer a su amigo de hacer lo mismo, pero él se mantuvo desconfiado.
—¡Eres tan testarudo! Tú te lo pierdes.
Ajnep frunció el ceño y no la tomó en cuenta.
Tras despedirse con palabras afectuosas, la pareja Sófolis, Lenis y Told se retiraron. Los cuatro necesitaban dormir para reponer fuerzas.
Entonces, Ajnep, no aguantando más su sed y apetito, dejó de lado su porfía, se abalanzó sobre la bandeja y comió y bebió hasta saciarse.
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