El Bastión despertó con el retumbar de pasos apresurados. Sonaron alarmas mágicas: un zumbido profundo que helaba la sangre.
Lyra se encontraba en medio de su segundo día de entrenamiento, esta vez intentando manipular el viento. Apenas había logrado levantar una hoja del suelo cuando el aire se cortó, como si algo lo hubiera desgarrado desde adentro.
—¡Invasores! —gritó una voz desde lo alto de la torre sur.
Kael apareció al instante, espada desenvainada, con los ojos encendidos por un brillo sobrenatural. Detrás de él, Theryn convocaba rayos de energía desde su lanza.
—¡Lyra, retrocede! —ordenó Kael.
Pero era tarde. Desde las grietas de la tierra surgieron figuras encapuchadas, cubiertas por un aura oscura. Uno de ellos levantó la mano y disparó una ráfaga de energía directa hacia ella.
Lyra alzó las manos instintivamente… y la ráfaga se detuvo. No la desvió. La absorbió.
El atacante retrocedió.
—Así que es cierto… —susurró.
Lyra sintió cómo su interior hervía, no de miedo, sino de furia. La oscuridad en ella, esa parte que tanto temía, se agitó como un lobo oliendo sangre.
—¿Qué quieren de mí? —gritó, mientras el viento se arremolinaba a su alrededor.
Uno de los encapuchados bajó la capucha. Era joven, de ojos negros y sonrisa torcida.
—Liberarte.
Lyra lanzó una onda de choque que partió el suelo. Varios enemigos salieron volando. Pero en el caos, uno logró tocar uno de los símbolos del Bastión… y algo se rompió.
Una barrera ancestral, una protección milenaria.
El Bastión ya no estaba sellado.
Kael atravesó a uno de los invasores y corrió hacia ella.
—¡Ese símbolo era lo único que nos mantenía ocultos! ¡Ahora pueden encontrarnos todos!
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Lyra, jadeando.
—No lo sé. Pero uno de los nuestros los dejó entrar.
Theryn cayó junto a ellos, cubierta de sangre, con una expresión de rabia y algo más peligroso: miedo.
—Tenemos un traidor entre nosotros… y lo peor es que no actúa solo.
El aire seguía cargado de energía. Las llamas aún ardían en partes del Bastión, pero la mayoría de los invasores habían sido expulsados. Sin embargo, lo peor no era el ataque… sino lo que habían dejado atrás: miedo y preguntas.
Lyra no podía dejar de temblar. Caminaba por los pasillos sin rumbo, tratando de calmar el fuego que hervía bajo su piel. Pero cuanto más intentaba ignorarlo, más fuerte se hacía esa presión dentro de su cabeza… como si algo estuviera a punto de estallar.
Cayó de rodillas en medio de un corredor. Las paredes comenzaron a temblar. El suelo crujió. Y entonces… lo vio.
Todo desapareció.
De pronto estaba en otro lugar. Oscuro. Antiguo.
Delante de ella, un salón inmenso de piedra negra, iluminado solo por antorchas flotantes. En el centro, un trono. Y sobre él, ella misma. Vestida con una túnica escarlata, corona dorada, mirada fría.
—¿Quién… soy yo? —susurró Lyra.
La figura en el trono sonrió.
—Eres fuego que destruyó y luego se arrepintió. Eres reina… y traidora.
A su derecha, estaba Kael. Arodillado. Encadenado.
A su izquierda, Theryn. Con la lanza rota. Sangrando.
Lyra quiso moverse, pero no podía. Solo observaba. Solo escuchaba.
—Entregaste Aeloria por amor —dijo la figura del trono—. Y cuando te diste cuenta del error, ya era tarde.
Una lágrima descendió por la mejilla de la Lyra del presente.
—Yo no recuerdo nada de eso…
—Pero yo sí. Porque yo soy lo que dejaste atrás cuando te rendiste.
El fuego detrás del trono estalló. Y de él surgió la réplica oscura. Su otra yo.
—No soy tu sombra. Soy tu origen. Y mientras más niegues lo que eres, más fuerte me haré.
La visión tembló. El salón comenzó a romperse. Gritos, fuego, llanto.
Y justo antes de despertar, una última frase quedó grabada en su mente:
“Kael morirá por ti… otra vez.”
Lyra abrió los ojos de golpe, empapada en sudor. Kael estaba junto a ella, preocupado.
—¿Qué viste? —preguntó con la voz grave.
Lyra lo miró, pálida, rota.
—Mi pasado. Y si es cierto… yo misma soy el arma que destruirá este lugar.
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