cap 11

El cristal temblaba. Dentro, la figura idéntica a Lyra abría lentamente los ojos… y aunque estaban cerrados, ella lo sentía todo.

Kael la sostenía con fuerza, pero la mirada de él estaba clavada en el cristal.

—¿Es… ella?

—Soy yo —susurró Lyra—. O lo fui. O lo seré. No lo sé.

Theryn se acercó con cautela, sus pasos silenciosos sobre la piedra rota.

—Esto no es solo un sello. Es una prisión. Alguien encerró a esa versión de ti por una razón.

—¿Y si esa razón fue salvar Aeloria… de mí? —preguntó Lyra, apenas en voz baja.

La energía del cristal empezó a vibrar, como si respondiera a sus pensamientos. Voces antiguas llenaron la sala, un murmullo de muchas lenguas, todas dirigidas a ella. Todas… esperándola.

Kael sacó su espada y apuntó hacia el cristal.

—Si intenta salir, la destruiré.

—No puedes —dijo Lyra, alzando la vista—. Si destruyes eso… me destruirás a mí también.

Theryn tocó la base del altar con su lanza, e inscripciones antiguas brillaron por un instante. La verdad se reveló en un hechizo proyectado en el aire.

Una escena de siglos atrás: una reina hechicera, idéntica a Lyra, de pie frente al pueblo. Su ejército la rodeaba. Y a su lado, un Kael distinto… con alas negras desplegadas.

—Ella entregó el reino al Ojo para salvarlo de una guerra. Ganó poder, inmortalidad… y con eso, condenó a todos. El propio Kael selló su alma en este cristal —explicó Theryn, con la voz llena de temor—. Pero no sin consecuencias. Él también fue alterado. Por eso tu conexión con él es tan fuerte.

—¿Estás diciendo que… Kael me encerró? —preguntó Lyra, girándose hacia el rey.

Kael no respondió de inmediato. Bajó la mirada.

—Yo no era… yo. No del todo. No en esa vida. Pero sí… fui yo quien lo hizo.

Lyra retrocedió un paso, helada por dentro.

—¿Y si esa versión mía despierta? —preguntó.

—Entonces el reino arderá otra vez —dijo Kael—. A menos que seas más fuerte que ella.

En ese instante, una grieta recorrió el cristal. Pequeña, pero real.

La figura dentro sonrió.

Las grietas en el cristal eran como venas de luz, latiendo con fuerza propia. El rostro de la Lyra encerrada allí ya no dormía. Observaba.

Esa noche, en sus aposentos, Lyra intentó dormir. Pero el silencio era una ilusión.

—¿Tú también sientes cómo se acerca? —susurró una voz dentro de su cabeza.

Lyra se sentó de golpe. La habitación estaba vacía. El fuego en la chimenea danzaba… pero no había viento. No había eco. Solo esa voz.

—No eres tú sola —susurró de nuevo—. Somos una. Siempre lo fuimos.

Lyra se abrazó a sí misma, sintiendo el sudor frío en la espalda.

—¿Qué quieres de mí?

—Recuerdos. Poder. Libertad. Y tú también lo deseas, aunque no lo admitas. Te cansaste de huir. Cansada de fingir que no quieres incendiarlo todo.

El fuego se elevó sin razón. La sombra de la Lyra del cristal se proyectó sobre el muro, con los ojos dorados brillando.

—Solo quiero vivir en paz —respondió Lyra.

—La paz es para los muertos —susurró la voz—. Nosotras nacimos para reinar… o para destruir.

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Al día siguiente, Kael y Theryn la encontraron entrenando sola en los jardines, creando círculos de fuego a su alrededor, uno tras otro, hasta que el suelo quedó marcado.

—Estás agotándote —dijo Kael, acercándose.

—Si no la controlo, me controlará —respondió Lyra—. Está dentro de mí. Me habla. Sabe todo lo que pienso.

Kael la tomó de los hombros.

—Entonces no estás sola. Lucharemos juntos.

—No. Esta pelea es mía.

Theryn, más atrás, observaba en silencio. Su mirada era distinta. Dura. Como si hubiera comprendido algo que aún no se atrevía a decir.

—¿Qué sabes tú que no dices? —le preguntó Kael más tarde, en privado.

Theryn bajó la voz.

—El alma de Lyra… fue fragmentada. Esa parte que está en el cristal no es solo un recuerdo. Es una entidad. Un espíritu con conciencia. Si se une a ella… no sé si quedará algo de la Lyra que conocemos.

Kael apretó los puños.

—Entonces haré lo que sea para protegerla. Aunque eso signifique enfrentarla.

Pero esa noche, al cerrar los ojos, Kael soñó con ella… con las dos.

Una Lyra vestida de blanco. Y otra, con una corona de sombras. Ambas mirándolo.

Y ambas diciendo al unísono:

—Elige.

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