CAPÍTULO 8

Decidió seguir moviéndose por los techos tanto como fuera posible, para evitar enfrentamientos directos con las criaturas.

Aunque fuera largo el camino, ya que tenía que subir y bajar las escaleras de emergencia entre los edificios, era quizá la ruta más segura que ella tenía para acercarse lo más posible a la comisaria.

Bajó del edificio con cautela, deslizándose por una escalera de incendios. Mantuvo su arma lista, consciente de que cada esquina podía ocultar una amenaza.

Llegó al suelo y, manteniéndose pegada a las paredes, avanzó rápidamente. Cada paso la acercaba a la comisaría y, con suerte, a su exesposo.

—¡Joder!—espetó con rabia.

Le faltaban solo unas cuantas cuadras para llegar a la comisaria, pero su suerte no había durado mucho.

Puesto que, parte de las escaleras de emergencia de un edificio cercano estaban rotas, por lo que no tuvo de otra más que continuar su camino entre las callejuelas, evitando las calles principales.

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Después de varios minutos esquivando todo lo que podía, y teniendo tan solo cinco balas en su arma, pudo llegar finalmente a las afueras de la comisaria. Sin poder llegar a la entrada principal, debido a que estaba atestada de criaturas, tuvo que subirse por un árbol cercano al parqueadero interno del lugar.

Con ayuda de la rama más larga, logró saltar parte del muro de seguridad, pero se lastimó la muñeca con la cerca de alambre. Agradeciendo que no estaba electrificada, pudo saltar al otro lado.

—¡Cómo duele!—se quejó en el piso.

No solo se había lastimado la muñeca, sino también el tobillo que tenía adolorido desde que estuvo en la gasolinera a las afueras de la ciudad. Llena de sudor y con el corazón a mil, producto del terror, así como el dolor, se levantó y estiró un poco su pie para retomar el camino.

—¡¿Hay alguien aquí?!—gritó cuando llegó a la entrada del parqueadero subterráneo—¡¿Alguien?!

Su corazón seguía a mil por hora, ni siquiera la verja de seguridad estaba baja. Era como si la hubieran abierto a medio camino y las marcas en el asfalto mostraba como si hubieran acelerado para salir de allí. Temiendo que algo malo estuviera pasando en el sótano, continuó guiándose con su linterna.

—Sangre—susurró.

Se detuvo al pisar un charco de sangre provenir de la puerta que daba acceso a las perreras, cuando iba a desviarse por otro camino, los sonidos de balas y gritos la detuvieron. Escuchando que algo corría hacia su dirección, se escondió entre un muro y una pared.

Así fue que terminó observando como de las perreras salían despavoridos dos oficiales de policía, y, a los segundos, varios perros rabiosos iban tras ellos. Sabiendo que, por lo heridos que estaban, no pudieran aguantar mucho, disparó al techo para llamar la atención de los caninos.

Corriendo, al ver que los perros ahora iban por ella, se acercó hasta uno de los cilindros de gas que allí había y estando lo suficientemente lejos logró dispararles, provocando la muerte en el estallido de aquellos seres del infierno.

Aquella era la segunda vez que se enfrentaba en una misma noche a una explosión, por lo que creía que de verdad estaba en una pesadilla.

—¡Es Williams!—la voz de un hombre la llamó por su antiguo apellido—¡Es ella!

Antes de caer inconsciente, observó como los dos oficiales que había salvado la vida, corrían hacia ella para auxiliarla; sin embargo, el golpe provocó que todo se volviera oscuro y que no pudiera ver más de cerca a los dos hombres.

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El olor fuerte a alcohol hizo que frunciera el ceño y despertara, encontrándose en la camilla de la enfermería del primer piso de la comisaria. Sintiendo una venda alrededor de su cabeza, observó como dos personas estaban en frente de ella.

—¿Quiénes son?—preguntó con dolor.

Una vez su visión se aclaró, bajo la tenue luz de la única lámpara que funcionaba, pudo ver a dos de sus antiguos compañeros de escuadrón. Al ver a gente conocida, una punzada de tranquilidad invadió su atormentado su corazón.

—¿Oliver?—preguntó reconociéndolo—¿Eres tú?

—Sí, Williams—expresó contento—aunque no lo parezca, me alegra verte acá... ¿Cómo has llegado hasta acá? ¿No estabas fuera de la ciudad?

—Llegué hace una hora a la ciudad—respondió aceptando una botella de agua de su otro compañero—¿Pueden decirme qué ha ocurrido? ¿Por qué está la ciudad hecha un caos?

Sus compañeros de inmediato fruncieron el ceño, no entendían nada. Desde hacía una semana que la ciudad estaba en caos y que estaban intentando huir.

Ya suponían que las personas en el exterior sabrían de la situación que estaba pasando, por lo que la ignorancia de su excompañera era una mala señal.

Claire escuchó horrorizada todo lo que sus antiguos compañeros le decían. No sabían como había comenzado exactamente el brote, pero por casi un mes intentaron contenerlo.

La situación se agravó hacía más de una semana, cuando finalmente los hospitales y clínicas colapsaron. Poco a poco los pocos miembros de las autoridades no daban para controlar a los “poseídos".

Así fue que terminaría por comenzar la noche del Caos. Donde por primera y única vez la cantidad de poseídos era mayor que la de las autoridades, provocando el colapso de la ciudad.

No sabían si lo que volvía a los humanos en seres rabiosos era un virus o algo del más allá, solo sabían que si querían sobrevivir tenían que disparar a la cabeza a aquellos seres o quemar sus cuerpos. Aun si anteriormente habían sido sus propios familiares.

—¿Ni siquiera pudieron aislar a los que comenzaban a mostrar signos de infección?—preguntó asustada Claire.

—Fue una de las primeras cosas que se intentó—comentó Oliver—pero fue inútil. Más infectados aparecían y los sitios de cuarentena se abarrotaban a más no poder.

Claire tragó duro, le era imposible creer que todo eso pasara. Si hubiera sabido de la situación que estaba pasando por la televisión o el periódico, jamás hubiera regresado a Hell City.

No obstante, cuando pensaba en la probabilidad de no volver a ver a su hijo enfermo, quien necesitaba la sangre del infiel de su exmarido, no tuvo de otra más que seguir adelante en aquel infierno.

—¿Dónde está el comandante Williams?—preguntó levantándose de la camilla.

—Su esposo se encuentra en la oficina del vestíbulo—respondió Derek, su segundo compañero.

—¡Exesposo!—corrigió—¿Podemos ir a donde está él?

Ambos oficiales asintieron, una mano con experiencia como la de Claire sería de ayuda; sin embargo, se quedaron sorprendidos al saber que su excompañera estaba divorciada.

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Maria Elena Maciel Campusano

Maria Elena Maciel Campusano

Es hora que se entere de la existencia de su hijo y haga algo por él

2024-06-09

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