Borrar el pasado.

¿Cuál es la rutina normal para el resto del día?, Grace le preguntó a la señora Carla cuando llegó.

Los niños se entretienen con sus juguetes mientras hago las camas y reúno la ropa sucia, contestó ella. A mediodía les preparo la comida y luego duermen una siesta.

No sé bien qué se espera de mí, comentó Grace con incomodidad.

Yo ya estaba aquí cuando vivía la primera señora Valverde, replicó la señora Carla. Ella pasaba casi todo el tiempo con los niños. Si no, leía o cosía.

Muy pocas veces salía a comer o a tomar el té con otras mujeres.

Betty y Paquito parecieron sorprendidos cuando Grace entró en el cuarto de los niños. Paquito dejó las piezas de madera y corrió hacia ella.

Léele a Paquito.

Me encantaría leerte, algo pero primero vamos a hacer sus camas.

Él hizo todo lo que pudo para estirar las sábanas y las mantas. Luego agarró una muñeca de trapo, se subió a la cama de Betty arrugándola otra vez, dejó la muñeca en la almohada y volvió a bajarse.

¡Ya está!

Grace lo elogió y volvió a alisar la colcha. Cuando terminaron de hacer las camas lo dejó que eligiera un libro, se sentó en la mecedora y leyó en voz alta.

Apareció la señora Carla y se quedó sorprendida al ver las camas hechas.

El señor Valverde y usted también se han hecho las camas, estoy quedándome sin tareas...

El comentario Indicó que sabía que dormían en habitaciones distintas, pero no captó censura o extrañeza en su tono.

Si puedo hacer algo más, dígamelo le pidió Grace.

Paquito y Betty siguieron llevándole libros hasta que le propuso que se pusieran unos jerseys para salir a dar un paseo. Los niños agradecieron su compañía y el inesperado cambio. Tenían que aburrirse jugando casi todo el día en su cuarto y ella se alegraba de poder ampliar sus actividades. Las payasadas de Paquito le hacían reír y la aceptación silenciosa de Betty le conmovían. Pensó en todos los niños donde podían haber acabado, aunque hubiese conseguido casarse con un gran empresario, y supo que no habría podido encontrar un hogar mejor ni una posición la mitad de respetable.

Eso hizo que se acordara de Celeste y de las otras chicas y se preguntó cómo habrían pasado esa primera semana de sus nuevas vidas.

No era una soñadora ni se imaginaba situaciones que nunca podrían darse, pero aquello era real.

Por algún golpe increíble del destino, estaba en un sitio que no se merecía y casada con un hombre desmesuradamente atento e íntegro.

Bruno era amable con los empleados de la casa, amaba a sus hijos y era un caballero en todo lo relacionado con ella. Haría lo que hiciese falta para quedarse allí y hacerse indispensable.

Esta tarde, mientras los niños estaban dormidos, insistió en pelar papas, aunque Viviana tuvo que enseñarle a hacerlo y luego se pasó todo el rato mirándola con curiosidad. Luego eligió un libro tomó una manta y fue al lado del arroyo.

Extendió la manta y se sentó para oír los cantos de los pájaros. El viento corría entre las hojas de los campos de algodón e interpretaba una canción más melodiosa que cualquiera de las que ella había tocado al piano. Cerró los ojos y escuchó. El sol le calentaba el rostro y, seguramente, le saldrían pecas pero le daba igual. Nunca había tenido el privilegio de pasar un día a sus anchas.

Sus pensamientos derivaron hacia el día anterior, cuando Bruno la animó para que se quitaran las medias y los zapatos y cuando se metieron en el agua y todo acabó en un beso que no olvidaría jamás. Había olvidado muchos besos, había olvidado intencionadamente muchas cosas de su pasado. Sin embargo, quería aferrarse a sus recuerdos con Bruno porque eran las únicas vivencias puras y verdaderas que había tenido.

Que sus besos le gustasen quizá hubiese sido el descubrimiento más impresionante de su vida. Lo que había querido ser una forma de garantizar la seguridad si había transformado en algo que nunca había esperado ni deseado. Que sus besos le gustasten no era tranquilizador, la asustaba como pocas cosas podían asustarla. Abrió los ojos y vio las algodonosas nubes de manera cambiantes. Por primera vez, se sintió parte de un universo tan grande que ella era pequeña e insignificante, pero estaba indescriptiblemente viva.

La falta absoluta de limitaciones era la sensación más liberadora que había conocido. Había elegido un destino nuevo, ser una persona distinta, y su vida pasada le parecía que estaba a millones de kilómetros de distancia.

Iba a hacer todo lo posible para ser la persona que Bruno y sus hijos necesitaban. Al fin y al cabo, era Grace Valverde, y lo que más deseaba era ser digna de su respeto, no dejaría mal a su marido.

El jueves, Grace ya no pudo esperar más para saber qué tal estaba yéndole a Celeste en su nueva casa. Durante el desayuno sacó el tema a Bruno.

Me gustaría visitar a Celeste si todavía tengo tu autorización.

Él la miró con curiosidad.

Al parecer, no podías moverte libremente en el colegio donde estabas, pero no necesitas mi autorización para salir de la casa o visitar a tus amigas. Te vendrá bien ver a gente.

Me invitaron a asistir al ensayo del coro femenino, pero creo que todavía no estoy preparada. Lo haré la semana que viene, cuando esté más asentada.

Claro, como prefieras. Dijo él por toda respuesta.

Puedo llevarme a los niños a visitar a Celeste.

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