Miró los papeles sobre su escritorio, los había mantenido cerca por más de una semana y aún creía que todo lo que había ocurrido esa noche había sido solamente un sueño más, sin embargo, la indiferencia y frialdad de Adrien lo regresaban a la realidad de golpe. Ya no era la persona que iba tras de él, ya no era la persona que anhelaba y sonreía cada vez que le llevaba una rosa y la ponía sobre su escritorio.
Al parecer, habían regresado a lo mismo de hace más de cuatro años: a ser completamente desconocidos. Pero, había una diferencia: Adrien ya no mantenía su mirada sobre él, ya no le saludaba con una enorme sonrisa y mucho menos se esforzaba en hablarle. Adrien parecía estar olvidándose de él.
Por supuesto, él había deseado incontables noches que ese día llegara. Deseaba que Adrien Gautier se desencantara de él y lo hiciera a un lado, para poder regresar a su rutina solitaria, pero ahora que lo había conseguido, no era tan satisfactorio como había imaginado. No se sentía feliz ni mucho menos sentía que le habían quitado una carga de encima. En cambio, todos los días estaba de mal humor, se llenaba de trabajo y horas extras para estar lo más cansado posible y dormir durante cuatro o cinco horas, de otro modo, se la pasaría las noches en vela dándole la vuelta al mismo asunto.
Asunto que tenía nombre y apellido: Adrien Gautier.
—Señor, recuerde que hoy tiene una reunión con el juez Gautir, separo su tiempo para la comida. —le recordó la amable secretaria abriendo levemente la puerta.
Carlo asintió y le hizo una señal para que saliera y cerrara la puerta, seguramente había estado tocando y él ni siquiera la había escuchado. Puso sus codos sobre el escritorio y cubrió su cara con sus manos, dejando salir un suspiro enorme que resonó por todo el despacho.
—Mierda, Adrien, eres una jodida molestia incluso cuando no estás.
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Carlo golpeó levemente la puerta tres veces y escuchó la voz anciana del otro lado: “adelante”, dijo. Carlo se aseguró de acomodar bien la corbata antes de entrar.
—Hijo, ¿cómo estás? —preguntó el juez desde el otro lado de su escritorio sin levantar la mirada de la carpeta que tenía frente a él.
—Digamos que he tenido días mejores. —Carlo caminó hacia la mesa de confitería que había en una esquina y sirvió dos tazas de café negro, fue hasta el escritorio y dejó una frente al Juez.
—Me gustaría preguntar, pero sé la razón de eso —el juez levantó la mirada y agradeció por el café, después de darle un sorbo cerró la carpeta y la hizo a un lado. Gautier puso sus manos cruzadas sobre el escritorio y miró a Carlo—. Cuando mi esposa estaba viva también discutíamos, en ocasiones me mandaba a dormir a la sala, pero…
—Juez —interrumpió Carlo—, lamento la interrupción, pero… las cosas con Adrien son demasiado complicadas. Sé que usted se preocupa por nosotros, pero no es necesario, de verdad.
—Entiendo, pero…
—Hazle caso, abuelo —la voz de Adrien llegó desde la puerta de la entrada. Carlo se puso tenso y el juez levantó la mirada. Adrien caminó hacia ellos y ocupó el lugar libre al lado de Carlo. Se sentó en una posición recta, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en los reposabrazos—, te lo dije antes, son nuestros problemas y nosotros sabemos si los solucionamos o no. —Carlo arrugó las cejas y miró de reojo a Adrien. No quería hacerlo. Juraba que no quería verlo. Pero no podía evitarlo. O no quería hacerlo.
Adrien llevaba una camisa de cuello alto negra, un blazer del mismo color, pantalones de vestir y zapatos de piel, todo en color negro, resaltando su piel pálida. Traía un collar de plata con un colgante pequeño, el cabello azabache brillaba bajo la luz del foco en el techo, con una nariz perfecta y cejas bien formadas, además de pestañas largas y rizadas. Hacía mucho que no lo veía tan detalladamente, pero ahora que lo miraba bien, el título de “príncipe de hielo” no le sentaba mal.
—Por lo que veo, ninguno parece una persona adulta ni responsable de sus errores y sentimientos —las palabras del juez hicieron que Carlo regresara la mirada hacia el frente. El anciano parecía un poco decepcionado, aunque lograba ocultarlo muy bien—. Se tratan peor que desconocidos, Adrien, ni siquiera le saludaste y tú, Carlo, tampoco te atreves a saludarlo, incluso cuando lo estás viendo a escondidas. —Carlo se tensó en su lugar al escuchar esas palabras. No esperaba que el juez se hubiese dado cuenta de su mirada.
—Eso, en parte, se debe a que el señor Mancini detesta mi presencia —dijo Adrien antes de que Carlo pudiera responder—, ¿No es así, Carlo? —cuestionó girando su mirada hacia él. Carlo nunca pensó que los ojos obsidiana pudieran verse tan fríos, distantes y lindos al mismo tiempo. Iba a responder, pero Adrien volvió a hablar primero—, así que, evitarlo, únicamente es como una muestra de… ¿afecto?, ya sabes abuelo, para evitar incomodarlo.
—Con eso únicamente refuerzas mi punto, Adrien. Ambos han estado juntos por años, no sé qué ocurrió, pero no pueden seguir comportándose como adolescentes, nunca los había visto ser tan inmaduros. —Carlo se quedó en silencio y Adrien también. Ninguno había explicado que esa “relación” no era más que una hoja firmada.
—Abuelo, en realidad nosotros…
—Lo lamento, señor Gautier, le aseguro que arreglaremos esto y todo volverá a ser normal —dijo Carlo repentinamente haciendo que Adrien abriera los ojos de sorpresa y girara a verlo. Pensaba reclamarle, pero antes de que pudiera hacerlo, su abuelo lo interrumpió.
—Muy bien, eso es lo que quería escuchar —dijo con una sonrisa mientras levantaba el teléfono—, Ross, trae la comida, por favor —luego colgó—, vamos a comer y conversar tranquilamente. —El juez, Carlo y Adrien se pararon y caminaron hacia el pequeño comedor redondo que había en la oficina. Carlo, como de costumbre, recorrió la silla para que Adrien se sentara, y aunque lo vio de mala manera, le dio las gracias haciendo que su abuelo sonriera con satisfacción—. No quiero que piensen que los presiono, bueno, solo un poco, pero es porque me preocupo por ustedes. —Mencionó mientras agarraba los cubiertos.
Adrien se mantuvo en silencio, pero quería asesinar a la persona que tenía al lado. Algo en él lo hacía hervir por dentro, una mezcla de dolor, frustración y un deseo irracional de golpear algo o alguien. Cada palabra pronunciada por Carlo lo hacía sentir como si su corazón se retorciera en su pecho, pero se obligó a mantener la calma por respeto a su abuelo.
"¿Lo vamos a arreglar?, arreglar, ¿qué?, tremendo idiota" pensó Adrien.
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Comments
Estrella Guadalupe Martinez Vera
que fastidio 😠 que parte no entiende este wuewon 😠
2025-02-20
1
🤗Finita💖💫🇲🇽
Ahora si, naco.
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido.
2024-12-12
1
Esperanza Zapata
tienes razón adrien arreglar ¿que?🤔🤨 ... ay carlo primero lo quieres lejos y ahora que te da tu libertad quieres tenerlo cerca quien te entiende🤦♀️🤦♀️🙄🙄
2024-06-14
6