De Espinas Y Maldiciones

De Espinas Y Maldiciones

01

Lenore

Mahdoor es un dragón de doce metros de largo y caemos en picado desde el cielo a una velocidad que nos hará pedazos cuando toquemos el suelo. Al menos, a mí me hará pedazos.

Llevamos días volando lo más lejos posible del lugar del que huimos y, por alguna razón, sus enormes alas han dejado de batir, como si hubiera olvidado lo que es elevarse por encima de las nubes y volar.

Su ruido es estridente y me duelen los oídos por el repentino cambio de presión. El viento sacude mi cuerpo y mis sentidos se pierden cada metro que me acerco a las copas de los altos árboles y al suelo verdoso. El daño sería menor si cayéramos al agua, pero creo que será aún mayor si Mahdoor no se recupera a tiempo para agarrarme con sus afiladas garras negras o se sumerge debajo de mí para llevarme a cuestas.

Darme cuenta de que probablemente no lo hará despierta una descarga de adrenalina y la sangre corre caliente por mi cuerpo, palpitando tan fuerte que puedo oírla. El grito que se me escapa se pierde en la cantidad de aire que me ahoga al entrar en la boca.

Estoy cayendo. Estoy cayendo y mi dragón es incapaz de ayudarme, porque lo veo caer en picado más rápido que yo, a mayor velocidad y en menos tiempo, como una figura azul oscuro y negra que penetra en los árboles, rompiendo sus ramas y derribando algunas de ellas.

Evito pensar en las decenas de formas en las que podría morir en esta única situación y pido a la Diosa que si la mejor de ellas es morir porque mis pulmones han estallado por la presión, pues que estallen pronto.

Las ramitas me arañan la piel e intento agarrarme a ciegas a algunas de ellas, con la esperanza de que alguna sea lo bastante fuerte como para al menos atenuar el impacto. Varias se rompen cuando las aprieto con los dedos y, con cada una que lo hace, crece el miedo en mi estómago. Siento que mis costillas van a romperse si mi corazón sigue latiendo así y, por una fracción de segundo, la tela de mi capa se engancha en los ásperos troncos y la cremallera se rompe, arrancándola, lo único que me permite seguir vivo en el accidentado aterrizaje.

Ruedo por la hierba seca y siento que me palpita el costado del cuerpo. Me paro boca arriba y mantengo los ojos cerrados, respirando y digiriendo lo que acaba de ocurrir. Casi muero y si no fuera por la maldita capa sólo habría sangre y trozos de mí por todo este lugar. Respirar es una tarea sencilla para la mayoría de la gente, pero ahora mismo es doloroso e insoportable. Inhalar es peor que exhalar y siento el sabor de la sangre en la lengua, amargo y ferroso.

Entreabro las pestañas y veo un cielo azul con nubes blancas y esponjosas. Sería hermoso si mi costilla no intentara perforarme los órganos ahora mismo. Intento sentir las otras zonas de mi cuerpo, eludir el dolor mayor, pero nada es más fuerte que él, aparte de que me arden los codos y las rodillas, porque debo de habérmelos raspado en las innumerables vueltas que he dado antes de dejar de rodar.

La decisión de sentarme es la más equivocada que he tomado nunca, después de la de dejar atrás Solastia. Si nos hubiéramos quedado, yo estaría intacta y Mahdoor estaría bien. ¡Mahdoor! Mi conciencia grita cuando recuerdo que no caí sola.

Obligo a mis rodillas a doblarse y veo que el cuero azul oscuro de los ajustados pantalones se ha rasgado en las articulaciones. Compruebo mis codos y las mangas largas de mi camisa blanca también están rasgadas y hay sangre manchando ligeramente las fibras de algodón. Los rasguños son el menor de mis problemas ahora, teniendo en cuenta la posibilidad de una costilla rota, o la gravedad de las heridas de mi dragón.

Mahdoor tuvo un aterrizaje más brutal que yo, pesar cinco toneladas en caída libre es catastrófico. Me acerco cojeando a su gigantesco cuerpo y veo que aún respira, lo cual es bueno. Toco el lugar donde me duelen las costillas derechas y la desagradable sensación se irradia por todo mi centro. Maldigo y parpadeo ante los puntitos blancos que brillan frente a mí como estrellas. Si alguna de ellas se hubiera roto de verdad, apenas podría respirar, así que intento convencerme de que solo ha sido una fisura o una dislocación lo bastante terrible como para dejarme un feo corte durante el próximo mes. Doy gracias por el corsé plateado que llevo sobre la camisa, una armadura que me sujeta los pechos y me protege el torso hasta el principio de la cintura. Es corto pero resistente, lo que no altera la verdad de que debería haber elegido uno mejor si iba a pasar los próximos días sobrevolando lugares desconocidos.

Miro por encima del hombro y veo una piedra afilada en el camino de hierba aplastada donde aterricé. La piel me palpita bajo la armadura y estoy segura de que la golpeé con toda mi fuerza incluso antes de caer al suelo. Escapar de una fractura grave fue pura suerte. Si la caída no me mató, un pulmón perforado lo hará.

Todavía respirando con dificultad, avancé hacia la montaña de escamas y músculos que es Mahdoor. Los dragones son seres mágicos y más fuertes de lo que creemos y sus pieles están llenas de escamas duras e impenetrables. Eso es lo que me reconforta ahora.

Sus ojos redondos con pupilas finas y verticales se abren hacia mí y parpadean junto con un ruido que no suena bien, pero que tampoco suena mal. Estoy segura de que le habrá dolido y vuelvo a rezar a la Diosa para que sus alas estén enteras. Veo mi reflejo en sus iris, grises y claros como los míos, y me doy cuenta de un corte en su sien izquierda que se me había pasado en mi breve y rápido análisis corporal. Mi cerebro parece darse cuenta y la herida empieza a dolerme también. De ahí el sabor de la sangre en mi lengua, las gotitas que han corrido por un lado de mi mejilla y han teñido mis labios de escarlata.

— Estoy bien. - Tranquilizo a Mahdoor, porque sé que no me hará partícipe de nada de lo que siente si le muestro lo mal que estoy. Le acaricio la nariz azul y negra agrietada, está húmeda. Busco más señales de heridas en su cuerpo, pero es demasiado grande para verlo desde donde estoy. El dragón parpadea y me llama la atención. — ¿Qué pasa, Mahdoor? - pregunto y él levanta la barbilla de una cabeza más grande que yo, agitando las alas. — ¿Están rotas?

Mahdoor lo niega y sus ojos se oscurecen con un sentimiento que no puedo descifrar. Si no están rotas, ¿qué nos hizo caer? Esta pregunta me hace mirar a mi alrededor para descubrir por fin dónde estamos.

Hemos caído en un bosque parcialmente abierto. Hay menos árboles rodeándonos de los que imaginé que habría mientras caía en picado a través de ellos y las ramas retorcidas y secas me indican por qué fracasó mi desesperado intento de agarrarlas. Son delgadas y quebradizas, resecas como si no hubieran recibido agua en meses. El silencio es extraño cuando los insectos deberían estar zumbando, pero ni siquiera sus ruidos son audibles. Hay demasiado silencio. Pienso. Si hay gente viviendo cerca, no tardarán en llegar, después de todo, un dragón que cae del cielo es fácil de ver.

— Voy a echar un vistazo. - Acaricio a Mahdoor, que suspira al verme. Sé que prefiere que me quede donde pueda defenderme si pasa algo, pero necesito saber si estamos bajo alguna amenaza. — Quédate.

Los tobillos me están matando dentro de las botas, pero empiezo a alejarme de Mahdoor. Soy consciente de sus ojos en mi espalda y también de que se mueve para ponerse en una posición más cómoda. Respiro hondo por el alivio de saber que la caída me ha afectado más a mí que a mi dragón. Moriría por Mahdoor y apuesto a que él lo haría antes que yo por él.

Algo ha hecho que sus alas dejen de funcionar como deberían. Este lugar -sea donde sea- no me huele bien y los poros de mi cuerpo se dilatan mientras camino menos de dos minutos y me encuentro al final del verde bosque.

Frente a mí sólo hay espinas. Un bosque de ellas, como un muro alto e impenetrable. Espinas grandes, afiladas y amenazadoras bloquean el resto del pasaje y mi sentido de la autoconservación me hace retroceder. Eso y el rugido de un dragón.

— ¡Mahdoor! - grito, corriendo tan rápido como puedo hacia el pequeño claro que ha abierto al talar los árboles.

Mi corazón se acelera, necesita más aire del que puedo respirar sin que las costillas me maten. El dolor pulsa y palpita bajo mi piel y mis rodillas se quejan ante el incómodo movimiento de los arañazos.

Ignoro mi propio cuerpo y llego a tiempo de ver a los soldados armados con lanzas rodeando a Mahdoor con intenciones que le obligan a ponerse a cuatro patas y doblar la espalda para amenazarles. Sus alas extendidas se agitan, apartándolos.

— ¡Mahdoor! - grito de nuevo, advirtiéndole que estoy aquí y que moriré si es necesario para protegerle.

Los guardias se giran el tiempo suficiente para que el dragón los atrape con sus garras, los arroje lejos y repita el mismo gesto con su otra pata gigante hacia el grupo de guardias del otro lado. Más armaduras brillantes lo flanquean y esquivo a uno de los hombres que intenta agarrarme. Un codazo en la nariz le hace soltar la lanza y la cojo para mí.

Ensarto a los tres siguientes hombres que intentan impedir que llegue hasta Mahdoor y la sangre brota a borbotones de los agujeros que les he abierto en el abdomen. Hierro y tierra y... fuego. Conozco a mi dragón desde que tenía cinco años y estoy acostumbrada a percibir cuándo quiere incinerar milisegundos antes de que abra la boca. El olor a hollín y llamas llena el aire y Mahdoor echa hacia atrás su largo cuello para abrir su boca llena de dientes afilados.

El fuego brota a borbotones y el olor a piel y huesos quemados impregna todo. Ha convertido en cenizas a un grupo de cinco soldados, lo que ha aterrorizado a la mayoría de los que quedaban atrapándonos.

Aprovecho para apuñalar a otro por el punto débil de su armadura, le doy en un costado del cuerpo y el líquido escarlata me salpica la cara, viscoso y caliente. Evito las ganas de vomitar que surgen en mi garganta y me agacho para esquivar una lanza que pasa volando junto a mi cabeza. Giro sobre mis talones a tiempo para ver cómo Mahdoor arroja al hombre contra los árboles. Cae sobre la hierba con el cuello en un ángulo antinatural.

— ¡Deteneganla! - Una orden resuena en el pequeño y accidental claro y miro en la dirección de la que procede, pero no puedo ver nada porque el cuerpo del dragón bloquea casi todo el campo de visión que hay más allá. — ¡Ya!

Más soldados me rodean y siguen flanqueando a Mahdoor. Vuelve a atacar con fuego, pero no soy lo bastante rápida para enfrentarme a tres a la vez. Mientras dos me distraen, el otro del trío me da una patada en la espalda y caigo de rodillas sobre la hierba seca.

Hierba seca. Miro el fuego del dragón que quema el follaje donde antes estaba el grupo incinerado y las llamas se extienden por el suelo. Su calor no me molesta, pero la gente como los que nos atacan quizá no sepan lo caliente que puede ser y lo rápido que puede extenderse.

Mahdoor tiene un fuego distinto al de la mayoría de los dragones, un fuego azul claro electrizante que extingue cualquier posibilidad de que su objetivo sobreviva. Más caliente que los demás, más letal que los demás. Aunque ya no puedo verlo, dando la falsa impresión de que se ha apagado, sigue ardiendo y pronto otros dos de los soldados caen forcejeando y gritando desesperados.

Me arden las rodillas y me palpitan las costillas dentro de la armadura plateada. Apenas puedo contener un gemido de dolor cuando se me escapa un grito. Algo me ha golpeado en un lado del muslo. Mi sangre se filtra en la tierra y tiñe de rojo la hierba. Una flecha se clava en mi piel y la agonía se apodera de mí. Dejo caer la lanza ensangrentada a mis pies.

Estoy herido y para Mahdoor esto es imperdonable. Siento punzadas de dolor en la cabeza cuando me agarran del pelo y tiran de él hacia arriba. Alguien me obliga a levantarme y sus manos son demasiado firmes para que las mías puedan soltarme.

— Haz que pare y vive. - La misma voz que me ordenó parar me susurra ahora al oído. Hundo las uñas en sus dedos, aún intentando liberarme de su agarre.

El dragón se divierte con otro grupo de guardias que consiguen clavarle una de sus lanzas en la pata delantera. El grito se mezcla con un gruñido y su cabeza gira hacia el atacante, tragándoselo para partirlo por la mitad. La mitad restante cae como trozos de carne.

Vuela. suplico mentalmente, olvidando por qué estamos aquí. No volará, porque no puede y porque se negaría a dejarme sola para morir aquí. Algo frío toca la piel de mi garganta y reconozco el olor a metal. Una daga amenaza con cortarme la cabeza y siento el calor del rostro del hombre que me sujeta contra mi mejilla.

— No pierdas el tiempo pensando en utilizar tus pequeños trucos, bruja. - Su aliento huele a moras y alcohol. — No funcionan en este lugar.

Otro chorro de fuego azul incinera más cuerpos blindados y el agarre de mi pelo me impide pensar qué significan esas palabras. El hombre aprieta la daga contra mi cuello con más vehemencia.

— ¡Mahdoor! - Levanto la voz, temiendo que si grito mi piel sea desgarrada por el arma afilada. El dragón se vuelve hacia mí, clavándome sus furiosos ojos grises. — ¡Atrás!

Su cabeza se inclina hacia un lado, confundido por semejante orden dadas las circunstancias. Mantengo la mirada fija en él y observo cómo retrocede ante el ataque que estaba preparando con el culo sobre las espaldas de dos guardias. Mahdoor lo baja y gruñe a los hombres dispuestos a atacar. Lenta y cautelosamente, se retira.

— Ahora, bruja -susurra de nuevo la voz y me doy cuenta de que el hombre sonríe-. — Voy a llevarte al curandero antes de que el veneno de la flecha te mate.

¿Veneno? Al cesar el ataque, el sonido de la sangre que brota, los cuerpos incinerados y los gritos de horror también cesan y puedo sentir que el dolor de mis costillas no es rival para el que me sube por la pierna. Arde como debe arder el fuego de Mahdoor, recorre mis venas como líneas negras y me nubla la vista.

— Esa cosa alada se queda aquí y si se atreve a moverse o a matar a alguno más de mis guardias, le rajaré su bonita garganta, ¿entendido?

Mahdoor gruñe al hombre que me sujeta, ofendido por la forma en que le ha llamado. Como si fuera un simple animal prescindible. Los dragones son seres orgullosos y detestan la petulancia.

El ardor sube como llamas por el resto del muslo y se extiende hasta la cadera, haciéndose insoportable en la cintura, donde termina el corsé y empieza el dolor en las costillas. La unión de ambos me deja sin aliento y me roba la visión el tiempo suficiente para que mis rodillas cedan y unos fuertes brazos protegidos por una simple camisa beige me sujeten.

Sus manos me sueltan el pelo y guardan la daga en algún lugar de mi pierna, donde hay sujeciones y bolsillos para ella. No lleva armadura, lo que resulta cuanto menos curioso. O es muy arrogante, o se fue con tanta prisa que apenas tuvo tiempo de vestirse adecuadamente.

Mi cuerpo se echa hacia atrás y mi cabeza se apoya en el hombro del hombre, que ahora veo que tiene el pelo rubio pegado a la frente y los ojos verdes como dos esmeraldas redondas y brillantes. Intento agarrarle la mano, resistiéndome a que toquen más centímetros de mí y él las rechaza con un gesto sin esfuerzo. Me faltan las fuerzas.

El rubio me levanta del suelo y la sonrisa disimulada en la comisura de sus labios es lo último que veo antes de rendirme a la oscuridad.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play