Lonan
La bruja lleva dormida desde que se desplomó en el claro. Su cuerpo parece inerte en la cama de la cabaña del curandero, pero su pecho sube y baja. Desmond tuvo que quitarle el corsé de la armadura y la camisa que llevaba para comprobar si tenía otras heridas, aparte de la que yo le causé.
El veneno de mi flecha podría haberla matado si hubiéramos tardado un minuto más en traerla y a mi padre no le habría gustado saber que la única bruja que pisó Ambrose en casi dos décadas acabó muriendo por culpa de mi error.
No había otra forma de conseguir que la criatura dejara de freír a mis hombres que amenazar de muerte a su dueña. Soy un hipócrita si digo que no disfruté disparando la flecha y viendo cómo acertaba exactamente donde yo quería. Soy un buen soldado con la espada y luchando, pero la puntería ha sido mi punto débil desde que empecé a aprender sobre batallas y guerras a los ocho años. Mi padre nunca se olvida de recalcarlo cuando me ve entrenar con el resto de sus hombres. Entonces, ¿por qué me nombraría su líder de guerra si me desprecia tanto?
Sé por qué, y no nos agrada a ninguno de los dos.
Veo la parte expuesta de su muslo derecho. Desmond envolvió la herida con una mezcla de hierbas medicinales y un vendaje improvisado, no había tiempo para los materiales adecuados. La sangre seca manchó la tela y dejó de gotear en algún momento de las últimas cuatro horas que llevamos aquí.
La vieja silla de madera en la que estoy sentado es incómoda comparada con las del palacio, pero no puedo permitirme abandonar esta cabaña. Si la bruja se despierta y huye -no es que haya ninguna posibilidad de que llegue muy lejos-, será más tiempo perdido intentando encontrarla. Aunque estoy bastante seguro de que irá a lo suyo con alas gigantes y un fuego abrasador.
No hay noticias de más muertes después de que los detuviéramos, así que supongo que el dragón se dio cuenta de lo que le pasaría si decidía incinerar a uno más de los soldados. Les he ordenado que se defiendan si eso ocurre, pero que eviten provocar a la criatura.
Seguro que el rey ya sabe lo que ha pasado y, al ser mi padre, espera que le informe de todos los detalles y también que me lleve a la bruja conmigo. Cosa que no podré hacer si se queda dormida.
Parece una de las chicas comunes de Ambrose. Es pequeña y con pocos músculos, lo que me hace dudar de sus habilidades, habiendo acabado con la vida de tantos de mis soldados con sólo una lanza. Puede que sea débil, pero es ágil y sin duda sabe cómo utilizar un arma afilada en su beneficio. Su piel es clara y un poco pálida -quizá porque el veneno aún está abandonando su cuerpo- y no tiene marcas del sol ni de enfermedades. Debe de ser la magia que convierte a todas las brujas en seres encantadores y hermosos, una trampa obvia, pero demasiado fuerte para que nadie se dé cuenta antes de caer en ella. Los mechones rubios oscuros se extienden por la vieja sábana del curandero, como una cortina de olas que caen sobre sus hombros y se posan en su cintura. Un poco más arriba, ocultando sus pechos y abrazando su tórax, hay otro trozo de tela con más ungüento medicinal para curar el gran hematoma morado de sus costillas derechas, atado con fuerza para evitar que se expandan demasiado y empeoren su estado.
No, Lonan. No es como las chicas de Ambrose, que parecen demasiado acabadas para su edad e incluso un poco sucias. Hace semanas que no llueve en el reino y la reutilización del agua tiene un límite. Nosotros, en el castillo, nos damos el lujo de tener agua limpia, pero el resto de la gente se queda con lo que les queda. Tiene largas pestañas que sombrean sus mejillas y un cabello sedoso que ni siquiera las cortesanas son capaces de mantener, porque están demasiado ocupadas satisfaciendo a los hombres.
Ni siquiera la cicatriz en la comisura del labio inferior y otra en la sien le hacen perder el encanto de una bruja maldita. Una bruja que mató a mis hombres.
Su pecho inhala con más fuerza y sus ojos se entornan en párpados cerrados. Sus pestañas se separan lentamente mientras se acostumbra a la tenue luz amarilla de las velas repartidas por la cabaña del curandero. Le pedí a Desmond que fuera a informar a mi padre del estado de la nueva huésped del reino, para que no perdiera el tiempo esperándonos.
La bruja rodea con los dedos la sábana que tiene debajo y sus fuerzas son demasiado escasas para emitir siquiera un gemido de dolor. De repente, la daga con la que he estado jugando durante horas pierde interés y dejo de hacerla girar entre mis dedos.
— Mah... - El susurro es casi inaudible, así que me inclino, apoyando los codos en las rodillas cubiertas por los pantalones de cuero negro. — Mahdoor.
Mahdoor. El dragón. Está llamando a la criatura y por un segundo temo que la esté escuchando de algún modo ilógico. No sé mucho sobre la magia y sus bestias, pero espero que no sean capaces de telepatía, o la cosa alada no tardará en llegar para destruirlo todo a su paso.
Esa voz. La maldita voz que hechiza a la gente y la maldice para siempre, como la voz de la bruja que condenó a Ambrose y a mi hermano a aislamiento para el resto de nuestras vidas. Me trago mi resentimiento y clavo la daga en la mesilla de noche llena de restos de vendas ensangrentadas, hierbas y cera de vela derretida. El sonido del metal al chocar con la madera la hace girar lentamente la cabeza hacia mí.
Su respiración se detiene un instante y sus ojos grises, claros como el cristal, se abren un poco más, centrándose en el arma afilada que refleja la luz.
— Te sugiero que evites moverte. - digo, rompiendo el silencio de cuatro horas interminables. — Tus costillas casi se han roto y tu cuerpo aún está deshaciéndose del veneno. - Explico antes de que la bruja intente hacer algún movimiento imprudente.
— Mahdoor. - Murmura sin separar sus labios parcialmente llenos y perfectamente delineados en un suave tono rosa teñido de coral.
— Tu criatura está viva y bien. - Respondo y luego sonrío ante el siguiente pensamiento que cruza mi mente. — Por ahora.
La bruja aparta sus profundos ojos de mí para mirarse a sí misma. Volver a sentir su propio cuerpo después de tanta adrenalina, dolor y sangre puede ser, como mínimo, incómodo. Sus manos sueltan la sábana y tocan el vendaje improvisado sobre sus senos, deslizándose hacia el lugar donde más debe dolerle, el lado derecho, un poco por debajo de ellos. Se le tuerce la cara y me doy cuenta de que maldice para sus adentros mientras apoya los codos en la cama y hace un ridículo intento de sentarse por su cuenta.
— Te he dicho que no te muevas. - señalo con aire divertido, lo que al instante siguiente me parece un error. Pongo los ojos en blanco y esta vez me maldigo a mí mismo mientras me levanto de la silla para deslizar las manos por debajo de los hombros de la bruja y subirla al respaldo de madera de la cama. Huele a hierbas, a hierro y a jazmín, lo que me hace preguntarme si volar a lomos de un dragón no te deja oliendo a dragón.
La cara de la bruja se tuerce de nuevo por el dolor que le causa el movimiento y se estremece cuando vuelvo a tocarla para ajustarle la almohada a la espalda. La otra sábana que le cubre el bajo vientre se desliza hacia abajo y puedo ver la constelación de manchas marrón claro alrededor de su ombligo, a la izquierda. Debe de ser una marca de nacimiento o algo así, porque son diferentes de las manchas normales.
Su pelo me hace cosquillas en los antebrazos y me encuentro con sus ojos cuando levanto la cabeza para darme la vuelta. Tan cristalinos y profundos y misteriosos y... Encantadora en el mal sentido. Maldita bruja.
Soy consciente de que me siguen mientras cruzo la pequeña cabaña hasta un aparador con una jarra y vasos de agua. Un escalofrío me recorre la espalda mientras lleno uno de ellos hasta la mitad y vuelvo a la cama.
— Bebe. - ordeno y suspiro ante su duda a la hora de obedecer. Vuelvo a sentarme en la silla, odiando tener que volver a pedírselo. — Si quisiera envenenarla, dejaría que lo hiciera el veneno de la flecha. Sólo es agua.
La bruja estira el brazo opuesto a sus costillas lastimadas y envuelve el vaso alrededor de sus dedos delgados y uñas sutilmente redondeadas en un tamaño que yo esperaba más grande. Al menos, todas las brujas de los cuentos tienen uñas gigantescas capaces de cortar gargantas. Las suyas son normales e incluso estarían limpias, si no estuvieran sucias de sangre seca y tierra. Desmond no la limpió por falta de tiempo o por miedo a que se despertara mientras lo hacía.
— Puede que haya cambiado de opinión. - Su voz suena ahora un poco más alta que un susurro y sus cejas se arquean hacia el vaso, que se lleva a la boca y bebe un pequeño sorbo. Se pasa la lengua por el labio inferior húmedo y me tiende el vaso, esperando a que lo tome. — Primero me disparas con una flecha y luego quieres degollarme con una daga. Me pareces una persona indecisa.
Me trago una carcajada de buen humor y la transformo en una sonrisa ladeada mientras cruzo los brazos y me reclino en la dura silla. Recorro su rostro con la mirada y no hay rastro de broma. Al darse cuenta de que no voy a aceptar el vaso, su mano se posa en el borde de la mesilla de noche.
— ¿Cómo sabes que yo disparé la flecha? - pregunto con cierta curiosidad.
— Los otros tenían lanzas. - La bruja se acomoda en la cama y sube un poco la pierna herida, tratando de analizar la situación, incluso por encima del vendaje. — Eras el único con armas diferentes.
Lonan, idiota. Me maldigo una vez más por dejarme vencer por su buen razonamiento. Unos ojos demasiado observadores pueden ser muy peligrosos en Ambrose. En cualquier lugar que necesite ocultar ciertos secretos a otras personas para mantener la paz. Aprieto la mandíbula al verla desatarse la venda de la pierna y mostrar el estrecho agujero hecho por la punta de la flecha. Ha dejado de sangrar hace un rato, pero está roja con los bordes rosados, demasiado reciente para concluir que la cicatrización es lo bastante buena como para prescindir de la venda.
— Eres peligrosamente inteligente para una bruja. - Admito que desearía haber cerrado la boca antes de abrirla para confesar eso.
— Y tú eres peligrosamente arrogante por no llevar armadura cuando luchas. - Ella replica volviendo a hacerse el nudo en el muslo y sacando las piernas de la cama.
— Deberías pensar antes de ofenderme. - Aconsejo, aunque no me siento ofendido en lo más mínimo por sus palabras. — O ofender a alguien en este lugar.
No soy arrogante, sólo me conozco lo suficiente como para saber que mis habilidades son suficientes para protegerme en una pequeña e inesperada batalla como la que ocurrió en el claro y que perdería un tiempo precioso si me molestara en ponerme la pesada armadura que tengo. Por eso aprecio lo que dice, pero sé que cualquier otra persona de Ambrose se lo tomará como una ofensa. Especialmente mi padre. Si no consigo que controle su lengua afilada, tendrá más problemas de los que ya tiene.
La bruja se encoge de hombros y recorre la habitación hasta encontrar lo que busca con ojos perspicaces. Lo que quedaba de su ropa reposa sobre una pila de libros dispersos por el suelo. Se desliza fuera de la cama cargando con la sábana que le impide estar desnuda de cintura para abajo y se acerca cojeando a la pila de libros. Confieso que me gustaría que se cayera, pero eso no es una opción para mí.
— Mejor no vestirse así. - Recojo la daga que he clavado en la mesilla de noche y la hago girar entre mis dedos. La bruja me ignora y se pone la camisa manchada de sangre seca, los pantalones rotos por las rodillas y las botas negras. Finalmente, intenta ponerse ella misma el corsé, pero se vuelve hacia mí como si la petición fuera obvia y una cortesía por mi parte.
— Sé un caballero y evita que mis costillas me maten, ¿vale?
Suspiro y me pongo en pie, guardando la daga en una de las ataduras de mis pantalones. Las suyas también están, pero vacías. ¿Cómo es posible que alguien que maneja tan bien las armas no lleve ninguna?
Me acerco a la bruja, que me da la espalda, completamente vulnerable mientras se echa el pelo por encima del hombro con una mano, mientras con la otra sujeta la parte delantera de la pequeña armadura. Con ese gesto, sí, me ofendo. ¿De verdad cree que no puedo matarla si quisiera sólo porque la libré antes? O es demasiada arrogante para admitir que tiene miedo a morir e intenta demostrarlo fingiendo que se siente cómoda cuando le ato el corsé, consciente de que podría apretarlo un poco más de la cuenta a propósito y provocar entonces la rotura de sus frágiles costillas.
— Es una mala idea. - comento, cogiendo los cordones de cuero, lo bastante fuertes como para mantener la armadura en su sitio y bien sujeta a su cuerpo. Las cintas de satín como las de otros corsés se desprenderían con facilidad. El jazmín vuelve a invadirme la nariz y aprieto los cordones.
— Es uma mala idea andar por ahí semidesnuda con gente deseando mi cabeza. - Ella responde y jadea cuando vuelvo a tirar, con más fuerza para que la armadura se ajuste a su pequeño cuerpo. Su cabeza apenas me llega a la clavícula y sería muy fácil matarla si quisiera.
Si pudiera. Es difícil creer que alguien tan liviana y minúscula sea capaz de montar un dragón como Mahdoor, y aún más difícil me resulta contener el impulso de acercarme e inhalar el aroma que confunde mis sentidos. En general, odio el olor de la sangre de hierro y las hierbas de Desmond.
— No quieren tu cabeza. - replico y siento que contiene una risa irónica, sólo para jadear ante el dolor que el gesto debe de haberle provocado en el torso. — Todavía no. - añado y termino de atarle el corsé, dejándole un poco de espacio para que respire.
— Quiero ver a mi dragón. - La bruja se vuelve hacia mí con la cabeza alta. Es buena disimulando el dolor y ocultando lo que siente.
— Una cosa a la vez. - No sé por qué hago lo que hago, pero le levanto el lado de la camisa que ha caído sobre su hombro izquierdo y se la vuelvo a poner, consciente de que me sigue con la mirada y frunce el ceño. — Primero, vamos a presentarte al rey. Él decidirá si puedes ver a su preciosa criatura.
— Se llama Mahdoor. - Su tono se cierra y noto que la furia empieza a oscurecer el gris de sus ojos. — Si vuelves a llamarle así con esa petulancia, te convertirás en ceniza como tus soldaditos.
— Si el rey lo permite, lo verás. - Repito, ignorando su advertencia. — Si te sirve de algo, mis soldaditos no le harán daño si te portas bien. - Enfatizo la palabra que usó para referirse a mis guardias con la misma ironía. — Así que compórtate, bruja.
— Lenore. - Me corrige la bruja, visiblemente irritada por mi forma de llamarla, y por fin sé su nombre, pero mantengo el mío en secreto.
— Bien, Lenore - le sonrío y me dirijo hacia la puerta de la cabaña para abrirla y dejarla pasar. Ella capta el mensaje y pasa a mi lado cojeando, deteniéndose en la entrada de la casa del curandero, algo impresionada al ver fuera un pueblo agitado lleno de otras cabañas. La miro, pero lo único que veo es su cabeza rubia, porque sus ojos no se levantan de lo que la rodea. — Bienvenida al reino de Ambrose.
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Comments
✨♡vane♡✨
No puedo aguantar la espera
2024-01-08
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