Lonan
Empujo a Lenore contra la pared en cuanto estamos fuera de la vista de cualquiera que pueda vernos o de aquellos con oídos agudos y curiosos. La mano que la guió fuera de la sala del trono es la misma que uso para inmovilizarla entre la pared y mi cuerpo.
— ¿Qué crees...
— ¿Llamas a eso comportarse? - pregunto entre dientes, manteniendo la voz lo más baja posible para que no resuene en el pasillo lleno de ventanas altas y puntiagudas de la pared opuesta. Esta tiene velas que iluminan el camino que conduce a otro arco al final.
La bruja jadea cuando su espalda choca contra la dura pared de piedra negra pulida. Los cristales que son sus ojos me penetran como si quisieran atravesarme el alma con una de las lanzas de los guardias que se mantienen como estatuas por todo el castillo. Unos ojos tan grises que nunca había visto nada igual y estoy segura de que, si su magia funcionara, podrían reducirme a polvo.
— Las brujas no se inclinan. - Lenore me empuja el pecho con la mano para aumentar la distancia que nos separa. — ¡Y me has hecho parecer incapaz de actuar por mí misma!
— Créeme, bruja -le digo bruscamente, odiando el hecho de tener que bajar la cabeza para mirarla tan intensamente como ella-. — En este lugar, ¡eres incapaz de todo lo que puedas imaginar!
En una fracción de segundo siento un metal helado contra mi cuello y no reacciono más que con asombro. Mi propia daga se ha desprendido de su amarre en el pantalón y ahora amenaza con degollarme a manos de una bruja temperamental.
— Y tú eres incapaz de darte cuenta de que te he robado tu arma sin ni siquiera sentir que te he tocado. - Lenore frunce la comisura de sus labios deliciosamente prohibidos y sus pupilas se dilatan ante la pequeña victoria sobre mis argumentos. Dudo que termine el trabajo con tanto que puede perder, así que me acerco más, forzándola de nuevo contra la pared, aunque aún tengo la daga clavada en el cuello. Un leve ardor recorre la piel de la zona y me doy cuenta de que mi gesto ha hecho brotar una gota de sangre. La bruja baja el cuchillo, lo hace girar entre sus dedos y lo engancha en uno de los lazos negros de su pantalón de cuero azul. — Ahora es mía.
— No sólo es temperamental, también es una ladrona. - Hago una mueca de desprecio, sin preocuparme por la daga, porque es una más de todo el arsenal de este castillo. Recorro con la mirada su rostro, admirando las delicadas mejillas y la barbilla fina y orgullosa levantada hacia mí. Sus pestañas son un tono más oscuro que su pelo, que cae en ondas por sus hombros hasta la cintura en una red de rubio oscuro y algunos mechones arenosos. Maldita sea, ni siquiera el color del pelo puede ser normal. Evito detenerme demasiado en su boca, pero noto que el corte de su labio inferior ya tiene mejor aspecto. Acabo encontrándome con sus ojos claros, que me miran con demasiada rabia para un ser tan pequeño. — ¿Qué otra cosa pueden hacer esas manos ligeras?
— En tus sueños, soldadito. - responde Lenore a mi sonrisa maliciosa. — Ni siquiera en ellos.
No puedo negar que es hermosa. Peligrosamente hermosa como debe ser una bruja, lo que me hace odiarme por las palabras que he dicho hace un segundo. Estoy bajando la guardia y dejándome llevar por el encanto de un ser como el que maldijo a Ambrose y a mi hermano. Bajo la mano que ha estado en la pared todo este tiempo y permito que ponga largos centímetros entre nosotros.
La guío de nuevo por el pasillo y, al final del mismo, Lenore se niega a que vuelva a llevarla en brazos y sube los numerosos escalones circulares de la torre, que nos retrasan unos minutos porque tiene que subirlos de uno en uno debido a la pierna que le he lesionado. Por un momento reflexiono sobre si debería haber disparado la flecha, si debería haber apuntado al corazón y acabar con todo para siempre. Le diría a mi padre que el dragón estaba solo en el claro y escondería su cuerpo en cualquier lugar del bosque cerca de las espinas. Nadie la encontraría y mis hombres me cubrirían. Al final, detendríamos a Mahdoor y mi padre colocaría su enorme cabeza en la sala del trono como trofeo y recordatorio para todos de que la magia no es bienvenida en Ambrose y tampoco tiene lugar aquí.
— ¿Los dragones necesitan magia para volar? - pregunto, esperando a que la bruja termine los últimos cinco escalones. El muro de piedra me da un codazo en la espalda y cruzo los brazos sobre el pecho.
— Son criaturas mágicas. - Lenore jadea y sube dos escalones más. Veo gotas de sudor pegadas a su frente y su camisa deslizándose por su hombro como antes en la cabaña de Desmond, revelando su graciosa clavícula saliente y la curva de sus senos apretados dentro de su corsé. Los veo subir y bajar de una forma que me dice que sus pulmones necesitan más espacio para expandirse y más aire del que está tomando. — Necesitan magia para todo.
— ¿Y qué comen? - Continúo con mis dudas y la bruja me mira, deteniéndose a un paso de subir. — Necesito saber cómo alimentarla o empezará a devorar a mis guardias.
— Mahdoor no es una mascota. - Por fin termina de subir las escaleras y se apoya en la pared frente a mí. Veo dolor en su rostro y sangre fresca manchando el rojo seco de sus pantalones, donde debe haberse abierto la herida de flecha. — No puedes darle de comer. - Lenore inspira bruscamente, apartándose el pelo de los ojos, y se lleva una mano a sus pobres costillas, aplastadas por el corsé. — Déjale cazar.
— ¿Cazar? - Frunzo el ceño, un poco preocupada por las respuestas que tengo. Me pican los dedos y, como un gesto involuntario, le paso la manga de la camisa por el hombro, como hice en la cabaña. Ella se estremece ante mi roce y me sostiene la mirada con esos malditos ojos grises que reflejan la luz de una vela clavada en la pared sobre su cabeza, haciendo que parezcan dos grandes lunas llenas.
— Ofrécele una presa viva cada día y dejará a tus hombres enteros. - La paciencia que muestra ahora es nueva para mí y estoy segura de que proviene de su comodidad al hablar de Mahdoor, porque lo conoce muy bien y porque no es algo que pueda utilizar contra ella en el futuro alguien que desee hacerle daño.
Todo está borroso, pero eso es suficiente para que la bruja levante la cabeza en busca de algo que no puede encontrar debido a la iluminación tenue y amarillenta que provoca sombras en lugar de luz propiamente dicha.
— ¿Qué ha sido eso? - pregunta Lenore, aún analizando la escalera sobre nosotros.
¡Maldito seas, Caelan! Maldigo mentalmente a mi hermano por haber elegido salir de su torre en este día en particular, cuando las tenía todas consigo para hacerlo. Hacía años que no se atrevía a bajar, desde que decidió encerrarse y aislarse aún más de todos en palacio. ¿Hoy, Caelan? ¿Lo juras?
— Nada. - Hablo y me trago el torrente infeliz de palabras que pienso decirle a mi hermano más tarde, cuando la nueva huésped de mi padre no pueda oírlas.
Lenore pasa a mi lado y el aroma a jazmín me envuelve como una tentadora provocación. Salimos a un enorme pasillo con más ventanas y puertas dobles. Abro una de las últimas puertas, al final del pasillo y lo más lejos posible de las escaleras, por si Caelan decide aventurarse esa noche más allá de su preciosa y oscura torre.
— Sus criadas no tardarán en llegar para ayudarle con la ropa y el baño. - Digo, deteniéndome ante la puerta abierta en cuanto la bruja entra en su nueva habitación.
— No quiero criadas. - Se vuelve hacia mí y suspiro sin fuerzas para meterme en otra discusión por nada.
— No es una opción.
— Puedo lavarme sola y seguro puedo vestirme sola. - Lenore apoya su peso en la pierna buena y se agarra a uno de los pilares del dosel de la enorme cama con sus almohadas y sábanas limpias y cómodas, muy distintas a las de Desmond. El dolor vuelve a cruzarle la cara y se muerde el labio inferior, casi maldiciendo. El dolor vuelve a cruzarle la cara y se muerde el labio inferior, maldiciendo casi en un susurro. — No te desmayes, Lenore.
— Será mejor que te sientes. - Sugiero, al ver que su tono de piel palidece. — Estás envenenada, ¿recuerdas?
— Gracias a ti, soldadito. - Sus manos se liberan de sus botas, que acaban en algún rincón de la habitación, y luego de sus amarras -donde está mi daga- y empiezan a bajarse los pantalones, que caen rápidamente a sus pies. No puedo ocultar mi evidente interés por observar sus muslos separados y sus sinuosas caderas, anchas en comparación con sus estrechos hombros. Su ropa interior está hecha de una especie de encaje que me encantaría tocar para averiguar lo suave que es y lo que esconde.
A Lenore no parece importarle desvestirse delante de mí y empieza a luchar contra el cordón que le puse al corsé cuando lo cerré en la cabaña. Es rápida y ágil desatando el nudo y aliviando la presión sobre sus senos mientras afloja las cuerdas y empuja la armadura hacia abajo, quitándomela por los pies. La sorpresa me invade cuando agarro el corsé que me arroja y veo su sonrisa de suficiencia. En el fondo, apuesto a que le ha costado un montón demostrarme que mis palavras están mal sobre necesitar criadas.
— Ya te he dicho que no necesito criadas.
— Estás sangrando. - Levanto la barbilla hacia su muslo derecho, hacia el vendaje teñido de rojo brillante. Lo único que lleva puesto la bruja es una simple camisa blanca sucia y necesito salir antes de que mi instinto me obligue a cruzar la habitación y arrancársela. — Le pediré a Desmond que la vea antes de la cena.
— Puedo soportar un poco de sangre.
El aire se me escapa en una mezcla de indignación y cansancio. Dejo la armadura encorsetada sobre la chimenea junto a la puerta y me cruzo de brazos, apoyándome en las toscas piedras de su estructura.
— Dudo que pueda soportar el veneno. - Arqueo las cejas mirando a Lenore, que se sienta en el borde del colchón y apoya el pie derecho en los brazos del sillón que hay junto a la cama. Sus dedos aflojan la venda de su muslo, revelando una herida inflamada con pequeños vasos sanguíneos que parecen patas de araña negras alrededor del agujero.
— Quizá tenga un punto. - Lo admite y me mira. — ¿Qué tipo de veneno es ese? Nunca había visto nada igual.
Por primera vez, me contengo de responder a una pregunta que satisfaría mi ego. Hablar de las espinas venenosas implica hablar de la maldición de Ambrose y de parte de su pasado. En otro momento que no sea ahora, apuesto a que mi padre le hará saber a Lenore sólo lo que él desee y considere prudente. Si lo hago, me castigará por ello.
La observo un momento más y me alejo de la chimenea, fingiendo interesarme por mis dedos sucios manchados de sangre seca. Necesito un baño, y ella también.
— La recojo para cenar. - Me despido, dispuesta a agarrar la perilla de bronze y poner una puerta entre nosotros.
— ¿De verdad vas a confiar en que no salga corriendo? - La bruja me obliga a detenerme y mirar por encima del hombro su hermosa figura desordenada.
— Adelante. Huye, Lenore. - replico ante su sorpresa. — Verás que si fuera una posibilidad, ya habría huido hace mucho tiempo.
Cierro la puerta, deseando profundamente que no intente huir, porque sólo me daría más trabajo tener que buscarla por el reino. Nadie consigue atravesar las espinas y las vidas perdidas de los guardias que envío cada día a intentar cruzarlas son prueba de ello.
Mi habitación está arriba. Pensar en los veinticinco escalones que tengo que subir para llegar allí me hace pensar en quedarme en cualquiera de las habitaciones del pasillo. Sin embargo, prácticamente me arrastro por ellos hasta lo alto de la torre.
Dudo antes de abrir mi puerta y miro fijamente las puertas dobles que hay más allá. El único pasillo y la única planta con una habitación al final. Una elevación más que lleva a la habitación de Caelan. Probablemente debería hablar con él y regañarle por sus escapadas nocturnas. No tiene el coraje para salir durante el día, pero se pasea por el castillo por la madrugada, cuando todos duermen.
Tiene su propia torre y debe de haber oído la pequeña batalla en el claro, si no la ha visto desde lejos. Me preocupa pensar que si mi hermano se entera de que tenemos una bruja justo debajo de nosotros, tendré que poner guardias nocturnos delante de la puerta.
Caelan la mataría. Lenore no era la bruja que lo maldijo, pero para él, todas son iguales.
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