La Reina De Sangre

La Reina De Sangre

El inicio

Tal vez si alguien hubiera estado ahí para guiarme por el camino correcto no estaríamos aquí. Tal vez si hubiera buscado asesorías para el vacío que tenía dentro de mí hubiera evitado esto. Tal vez si hubiera permanecido en ese rincón jamás me habría encontrado con ellos. Tal vez si hubiera obedecido no estaríamos así. Tal vez si hubiera diferenciado lo malo de lo bueno podría haber solucionado esto yo sola. Tal vez si no hubiera entrenado ellos no me tendrían miedo.

Y me gusta que sientan miedo.

Los guardias fuera de mi celda me vigilan con fuerza, ni por error despegan sus ojos de mí. Todos tienen sus armas listas por si hago algún movimiento tosco. Mi habitación es distinta a las demás, para llegar a ella hay dos rejas más y dentro es pura losa blanca y lisa, con una pequeña ventana. Cuatro guardias por puerta les fueron necesarios para tenerme aquí hasta que llegue mi juicio. De nada hubiera servido intentar negociar con ellos, era bastante claro que yo era culpable; las cámaras me delataron y la gente que estaba ahí también, ellos dijeron toda la verdad por miedo, o por conveniencia. No lo sé. Tampoco me importa.

Yo maté al candidato a gobernador de Krish, se lo merecía.

Lo recuerdo todavía: era la última reunión del candidato y era seguro que ganaría las elecciones. Estudié muy bien mi estrategia, sabía que lo que iba a hacer significaba una pena de muerte y en ese momento no me importaba. Cuando estuve frente a él tomé el arma que descansaba en mi muslo, apunté a su cráneo y disparé; el eco del disparo acompañado de mi voz gritando "Corrupto" alarmó a todos, yo no me moví; poco a poco la multitud se fue alejando a las orillas y me dejaron en el centro, como clara culpable de la muerte del candidato. Recuperé mi postura y giré sobre mis talones, me deleité con el miedo que había en la mirada de todos; permanecí quieta, en espera de seguridad, que había quedado atascada por la multitud.

Me empezaba a aburrir sólo ver cómo los policías se abrían paso entre los civiles y me alejé; sabía que al hacer eso se darían más prisa y no dudaron ni un momento en empujar a todos. Me detuve en seco y sujeté mi catana; esperé el primer golpe y en cuanto noté la presencia de alguien cerca de mí, di media vuelta. Desenfundé mi catana y atravesé con ella a un policía, lo empujé con mi pierna y continué con los demás. Acabé con todos en menos de lo que esperaba y ahora tocaba la huida, resonaron por la calle los pasos de los refuerzos; sacudí la catana, quitando los restos de sangre, y la guardé en mi espalda. Subí al pequeño escenario del candidato y le acaricié la cabeza, tan guapo pero a la vez tan mentiroso.

Pronto llegaron a mí grupos de cinco policías, no tomé importancia y combatí a los primeros grupos que llegaron, algunos sabían defenderse muy bien y me desarmaron varias veces, pero yo siempre tuve un as bajo la manga. En cuanto me quitaron mi catana saqué mis dagas, con eso los derroté más fácil. Empezaba a cansarme y ya habían alejado del sitio a la multitud, sin más que hacer me alejé corriendo y me escabullí por un callejón. Subí al edificio más pequeño que encontré y hui desde los techos; los policías no se rindieron y fueron subiendo por distintos edificios hasta rodearme.

Pero el hubiera no existe y no me arrepiento de nada.

Pasaron los minutos y las horas, llegaron más guardias y me sacaron de mi celda, iba camino al juicio. Mientras me sacaban del túnel donde me atrapaban, ninguna vez alcé la mirada; entramos en una habitación con tres pisos repletos de celdas y contemplé a todos los que eran menos que yo realizar una reverencia. La prensa estaba ahí y captaron el momento en que todos los delincuentes se arrodillaban delante de mí; eso me hizo sentir segura.

—Aidah Jinks — dijo el juez, sacándome de mis recuerdos —, usted es acusada de asesinato de quinto grado. Además fuerzan a veinte años de prisión por participar en un atraco al Banco Nacional de Dirun y otros cinco por intento de robo. Sin embargo, ambas ocasiones logró fugarse de la cárcel. ¿Alguna objeción?

—Sí, su señoría — alzó la voz una mujer joven.

—Adelante.

—Opino que tal vez fue un acto de venganza, la señorita Jinks intercambió miradas con el candidato Dukes antes de que lo asesinara.

—¿Venganza?¿Por qué venganza?

—Quizá tenían una relación amorosa-

—¡Yo jamás saldría con un puerco como él!

—¡Señorita Jinks! ¡No se le concedió la palabra! — bajé la mirada — Continúe, señorita.

—Gracias, su señoría, el candidato Dukes parecía conocer a la señorita Jinks-

—Pido la palabra, su señoría — dijo mi abogado.

—Con su permiso, su señoría, ¡creo que la señorita Jinks debería ser exiliada! — continuó la mujer.

—¿Para qué cause problemas en otra parte?

—Su señoría, permítame hablar — el juez guardó silencio -. Gracias, la señorita Jinks pudo haber sido manipulada, sé que no evitaré que la encarcelen pero quizá alguien la haya amenazado si no cumplía con el asesinato del candidato Dukes.

—Señor Fross, con el debido respeto, no creo que exista la posibilidad de eso — espetó la señora.

—Su señoría, debe pensarlo.

—Si ese fuera el caso, ¿por qué la señorita Jinks atracó un banco e intentó robar una tienda de joyas? ¿Acaso usted cree que también la hayan amenazado?

—Su señoría-

—¡Esto debe acabar ya! — la mujer golpeó la mesa donde se encontraba y se puso de pie — Su señoría, la señorita Jinks es de sumo peligro para la sociedad. Agradezca que no convirtió el asesinato del candidato en una masacre con la gente que estaba ahí.

—Por favor — dije riéndome — ¿quién querría lastimar gente simple para que le presten atención? El candidato Dukes era un corrupto, yo sólo evité que trajera pobreza al estado, y luego al país... y luego al mundo.

—El candidato Dukes era un buen futuro para el país — un señor que permanecía en la esquina de la sala alzó la voz.

—Ya no hables, sólo causas problemas que no podré solucionar — me susurró mi abogado.

Poco a poco la gente empezó a ponerse de pie y a lanzarme maleficios y castigos por mi acto.

—¡Orden en la sala! — gritó el juez azotando su mallete en la mesa. Todos guardaron silencio — El candidato Dukes era de un alto rango, lamentablemente, usted, señorita Jinks, lo asesinó y como ya he dicho antes, ese acto es un asesinato de quinto grado. Con toda la pena, señorita, queda sentenciada a pena de muerte en público.

—¡No estamos en el siglo XVII! — me puse de pie y mi abogado me tomó del hombro.

—¡Déjenla que pase vergüenza! — fue lo último que dijo el juez antes de salir de la sala.

La gente se fue retirando y mi abogado, enfurecido, salió volando, me quedé sentada analizando mi situación, hasta ese momento me di cuenta que nada más podían haberme sentenciado a treinta años de prisión y no a quitarme la vida. Dos policías se acercaron a mí y me escoltaron.

 

Pasaron los días y los periódicos se inundaron de la noticia de mi muerte, invitando a todos a ese espectáculo. Mi muerte era hoy. Todos la esperaban con ansias. Ese último día me asomé por la ventanilla de la puerta y analicé a los oficiales, estaban tensos y algunos cargaban con ellos el periódico del día: "Aidah Jinks verá su última luz hoy". Esperé pacientemente mi hora de partida; dos oficiales entraron y me tomaron de los brazos y me sacaron de mi celda y otros diez nos rodearon todo el camino; salimos caminando hasta la Plaza Girasoles. La gente se iba acercando a nosotros, ésta es la vergüenza que el juez dijo que me hicieran.

Cuando llegamos a la Plaza ya se había creado una masa enorme de gente dispuesta a verme morir; en el centro de la plaza había una picota. Mantuve la mirada siempre abajo y los guardias se encargaron de acomodar mi cabeza y manos en la picota; el verdugo cargaba con él mi catana. Me iban a degollar. Cerraron con un candado sencillo la picota y la gente inició a arrojarme cosas asquerosas, cerré mis ojos y boca con fuerza para que nada me entrara. Sentí como si ese momento no tuviera fin, entonces escuche su voz:

—¡Alto! — gritó una voz joven y todos quedaron en silencio — Quiero decirle unas palabras.

El silencio inundó la Plaza y el joven se me acercó, escuché el quedo sonido del candado abriéndose.

—No mereces morir — me susurró —. Huye.

El chico se alejó de mí y alcé la mirada, traía puesto un cubre bocas y su mirada era seria; dio media vuelta y lo perdí de vista. La gente volvió a lanzarme cosas y poco a poco sentí menos peso en mis muñecas y cuello. Era libre. No sé qué pasó, no sé si me moví mal, porque cayó el candado; la plaza volvió a quedar en silencio y se fue escuchando los murmullos de la gente. Bajé la cabeza aún más y esperé a que el verdugo se acercara; revisó el candado, la cadena y yo me deshice de la picota, le arrebaté mi catana y la apunté a su cuello.

—Bien público, han venido aquí a ver una muerte, jamás quedó muy en claro si iba a ser la mía o la de alguno de ustedes. Claro que en los periódicos se informó que iba a ser yo, pero bien saben que no soy tan fácil — miré desafiante a todos — ¡Arrodíllate! — le grité al verdugo, quien temeroso me obedeció — ¡Jamás lograran conseguir lo que quieren si se trata de mí!

Con la punta de la catana hice un pequeño corte en el brazo del verdugo y con su sangre tracé en su frente una corona, me enderecé y volví a mirar a todos.

—Esto no es divertido — dije y enterré la catana en el pecho del verdugo —¡Atrévanse a seguirme y tendrán el mismo destino!

Bajé del escenario donde me dejaron encadenada y corrí al bosque, no me detuve hasta estar lejos; ningún policía me siguió. Me hundí en la espesura del bosque sin ningún destino, esperaba encontrar otra ciudad o un pequeño pueblo donde refugiarme por un tiempo, o que al menos no me conocieran. Encontré comida en los árboles del bosque y de eso me alimenté por un largo tiempo que no sé cuánto fue; a pesar de no tener rumbo no me sentía perdida. El bosque me daba una sensación de pertenencia, el aire siempre fue muy misterioso y mágico; toda la sociedad le teme al bosque, se rumoreaba que habitaban bestias dentro de él, pero jamás hubo un caso donde se comprobara eso.

Una noche mientras preparaba la fogata escuché voces, tomé todo lo que tenía y las seguí; poco a poco iba perdiéndolas, el miedo punzó en mi pecho, había tomado tan rápido mis cosas que no me fijé ni por dónde me fui para seguirlos. Mis piernas estaban dejando de reaccionar a mi necesidad de correr y mis ojos querían obligarme a cerrarlos. Estaba a punto de darme por vencida, cuando vi varias luces a unos cuantos metros, forcé mi cuerpo a enderezarse y fui aumentando la velocidad de mis pasos, el camino por donde iba se empezaba a encoger y las varas de los árboles rozaban mi piel. Salí del bosque con la respiración muy agitada, mi cuerpo estaba al límite y no existía una razón para estar así; había un pueblo bastante grande en una pradera y me fui acercando con cuidado. Me detuve en la entrada, tal vez aquí me conocieran, pero la situación me obligaba a entrar; casi todo estaba en silencio menos una posada, renté un cuarto y esperé el amanecer.

—¿Cómo se llama aquí?

—Baldar.

—¿Baldar?

—Un pequeño pueblo de Mauru.

Salpiqué toda el agua que tenía en la boca.

—¡¿Mauru?!

—¿Por qué te sorprendes?

—No sentí que haya caminado mucho.

—¿De dónde vienes?

—Krish, el oeste de Krish.

—Vaya, pues si es bastante.

Dejé a la señora platicando con las demás y busqué un puesto de periódicos, no tardé mucho en encontrar uno; esculqué en varios periódicos y en ninguno aparecía una noticias sobre mí. Empezaba a cansarme cuando abrí el último periódico que estaba dispuesta a revisar. "Chica vestida de negro asesina al candidato a gobernador de Krish, Donald Duke"

 

 

Aquí no me conocían. Bueno, pues haría que me conocieran.

 

 

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Miriam Castillo Basilio

Miriam Castillo Basilio

hola como están amigos

2020-02-06

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