Tal vez si alguien hubiera estado ahí para guiarme por el camino correcto no estaríamos aquí. Tal vez si hubiera buscado asesorías para el vacío que tenía dentro de mí hubiera evitado esto. Tal vez si hubiera permanecido en ese rincón jamás me habría encontrado con ellos. Tal vez si hubiera obedecido no estaríamos así. Tal vez si hubiera diferenciado lo malo de lo bueno podría haber solucionado esto yo sola. Tal vez si no hubiera entrenado ellos no me tendrían miedo.
Y me gusta que sientan miedo.
Los guardias fuera de mi celda me vigilan con fuerza, ni por error despegan sus ojos de mí. Todos tienen sus armas listas por si hago algún movimiento tosco. Mi habitación es distinta a las demás, para llegar a ella hay dos rejas más y dentro es pura losa blanca y lisa, con una pequeña ventana. Cuatro guardias por puerta les fueron necesarios para tenerme aquí hasta que llegue mi juicio. De nada hubiera servido intentar negociar con ellos, era bastante claro que yo era culpable; las cámaras me delataron y la gente que estaba ahí también, ellos dijeron toda la verdad por miedo, o por conveniencia. No lo sé. Tampoco me importa.
Yo maté al candidato a gobernador de Krish, se lo merecía.
Lo recuerdo todavía: era la última reunión del candidato y era seguro que ganaría las elecciones. Estudié muy bien mi estrategia, sabía que lo que iba a hacer significaba una pena de muerte y en ese momento no me importaba. Cuando estuve frente a él tomé el arma que descansaba en mi muslo, apunté a su cráneo y disparé; el eco del disparo acompañado de mi voz gritando "Corrupto" alarmó a todos, yo no me moví; poco a poco la multitud se fue alejando a las orillas y me dejaron en el centro, como clara culpable de la muerte del candidato. Recuperé mi postura y giré sobre mis talones, me deleité con el miedo que había en la mirada de todos; permanecí quieta, en espera de seguridad, que había quedado atascada por la multitud.
Me empezaba a aburrir sólo ver cómo los policías se abrían paso entre los civiles y me alejé; sabía que al hacer eso se darían más prisa y no dudaron ni un momento en empujar a todos. Me detuve en seco y sujeté mi catana; esperé el primer golpe y en cuanto noté la presencia de alguien cerca de mí, di media vuelta. Desenfundé mi catana y atravesé con ella a un policía, lo empujé con mi pierna y continué con los demás. Acabé con todos en menos de lo que esperaba y ahora tocaba la huida, resonaron por la calle los pasos de los refuerzos; sacudí la catana, quitando los restos de sangre, y la guardé en mi espalda. Subí al pequeño escenario del candidato y le acaricié la cabeza, tan guapo pero a la vez tan mentiroso.
Pronto llegaron a mí grupos de cinco policías, no tomé importancia y combatí a los primeros grupos que llegaron, algunos sabían defenderse muy bien y me desarmaron varias veces, pero yo siempre tuve un as bajo la manga. En cuanto me quitaron mi catana saqué mis dagas, con eso los derroté más fácil. Empezaba a cansarme y ya habían alejado del sitio a la multitud, sin más que hacer me alejé corriendo y me escabullí por un callejón. Subí al edificio más pequeño que encontré y hui desde los techos; los policías no se rindieron y fueron subiendo por distintos edificios hasta rodearme.
Pero el hubiera no existe y no me arrepiento de nada.
Pasaron los minutos y las horas, llegaron más guardias y me sacaron de mi celda, iba camino al juicio. Mientras me sacaban del túnel donde me atrapaban, ninguna vez alcé la mirada; entramos en una habitación con tres pisos repletos de celdas y contemplé a todos los que eran menos que yo realizar una reverencia. La prensa estaba ahí y captaron el momento en que todos los delincuentes se arrodillaban delante de mí; eso me hizo sentir segura.
—Aidah Jinks — dijo el juez, sacándome de mis recuerdos —, usted es acusada de asesinato de quinto grado. Además fuerzan a veinte años de prisión por participar en un atraco al Banco Nacional de Dirun y otros cinco por intento de robo. Sin embargo, ambas ocasiones logró fugarse de la cárcel. ¿Alguna objeción?
—Sí, su señoría — alzó la voz una mujer joven.
—Adelante.
—Opino que tal vez fue un acto de venganza, la señorita Jinks intercambió miradas con el candidato Dukes antes de que lo asesinara.
—¿Venganza?¿Por qué venganza?
—Quizá tenían una relación amorosa-
—¡Yo jamás saldría con un puerco como él!
—¡Señorita Jinks! ¡No se le concedió la palabra! — bajé la mirada — Continúe, señorita.
—Gracias, su señoría, el candidato Dukes parecía conocer a la señorita Jinks-
—Pido la palabra, su señoría — dijo mi abogado.
—Con su permiso, su señoría, ¡creo que la señorita Jinks debería ser exiliada! — continuó la mujer.
—¿Para qué cause problemas en otra parte?
—Su señoría, permítame hablar — el juez guardó silencio -. Gracias, la señorita Jinks pudo haber sido manipulada, sé que no evitaré que la encarcelen pero quizá alguien la haya amenazado si no cumplía con el asesinato del candidato Dukes.
—Señor Fross, con el debido respeto, no creo que exista la posibilidad de eso — espetó la señora.
—Su señoría, debe pensarlo.
—Si ese fuera el caso, ¿por qué la señorita Jinks atracó un banco e intentó robar una tienda de joyas? ¿Acaso usted cree que también la hayan amenazado?
—Su señoría-
—¡Esto debe acabar ya! — la mujer golpeó la mesa donde se encontraba y se puso de pie — Su señoría, la señorita Jinks es de sumo peligro para la sociedad. Agradezca que no convirtió el asesinato del candidato en una masacre con la gente que estaba ahí.
—Por favor — dije riéndome — ¿quién querría lastimar gente simple para que le presten atención? El candidato Dukes era un corrupto, yo sólo evité que trajera pobreza al estado, y luego al país... y luego al mundo.
—El candidato Dukes era un buen futuro para el país — un señor que permanecía en la esquina de la sala alzó la voz.
—Ya no hables, sólo causas problemas que no podré solucionar — me susurró mi abogado.
Poco a poco la gente empezó a ponerse de pie y a lanzarme maleficios y castigos por mi acto.
—¡Orden en la sala! — gritó el juez azotando su mallete en la mesa. Todos guardaron silencio — El candidato Dukes era de un alto rango, lamentablemente, usted, señorita Jinks, lo asesinó y como ya he dicho antes, ese acto es un asesinato de quinto grado. Con toda la pena, señorita, queda sentenciada a pena de muerte en público.
—¡No estamos en el siglo XVII! — me puse de pie y mi abogado me tomó del hombro.
—¡Déjenla que pase vergüenza! — fue lo último que dijo el juez antes de salir de la sala.
La gente se fue retirando y mi abogado, enfurecido, salió volando, me quedé sentada analizando mi situación, hasta ese momento me di cuenta que nada más podían haberme sentenciado a treinta años de prisión y no a quitarme la vida. Dos policías se acercaron a mí y me escoltaron.
Pasaron los días y los periódicos se inundaron de la noticia de mi muerte, invitando a todos a ese espectáculo. Mi muerte era hoy. Todos la esperaban con ansias. Ese último día me asomé por la ventanilla de la puerta y analicé a los oficiales, estaban tensos y algunos cargaban con ellos el periódico del día: "Aidah Jinks verá su última luz hoy". Esperé pacientemente mi hora de partida; dos oficiales entraron y me tomaron de los brazos y me sacaron de mi celda y otros diez nos rodearon todo el camino; salimos caminando hasta la Plaza Girasoles. La gente se iba acercando a nosotros, ésta es la vergüenza que el juez dijo que me hicieran.
Cuando llegamos a la Plaza ya se había creado una masa enorme de gente dispuesta a verme morir; en el centro de la plaza había una picota. Mantuve la mirada siempre abajo y los guardias se encargaron de acomodar mi cabeza y manos en la picota; el verdugo cargaba con él mi catana. Me iban a degollar. Cerraron con un candado sencillo la picota y la gente inició a arrojarme cosas asquerosas, cerré mis ojos y boca con fuerza para que nada me entrara. Sentí como si ese momento no tuviera fin, entonces escuche su voz:
—¡Alto! — gritó una voz joven y todos quedaron en silencio — Quiero decirle unas palabras.
El silencio inundó la Plaza y el joven se me acercó, escuché el quedo sonido del candado abriéndose.
—No mereces morir — me susurró —. Huye.
El chico se alejó de mí y alcé la mirada, traía puesto un cubre bocas y su mirada era seria; dio media vuelta y lo perdí de vista. La gente volvió a lanzarme cosas y poco a poco sentí menos peso en mis muñecas y cuello. Era libre. No sé qué pasó, no sé si me moví mal, porque cayó el candado; la plaza volvió a quedar en silencio y se fue escuchando los murmullos de la gente. Bajé la cabeza aún más y esperé a que el verdugo se acercara; revisó el candado, la cadena y yo me deshice de la picota, le arrebaté mi catana y la apunté a su cuello.
—Bien público, han venido aquí a ver una muerte, jamás quedó muy en claro si iba a ser la mía o la de alguno de ustedes. Claro que en los periódicos se informó que iba a ser yo, pero bien saben que no soy tan fácil — miré desafiante a todos — ¡Arrodíllate! — le grité al verdugo, quien temeroso me obedeció — ¡Jamás lograran conseguir lo que quieren si se trata de mí!
Con la punta de la catana hice un pequeño corte en el brazo del verdugo y con su sangre tracé en su frente una corona, me enderecé y volví a mirar a todos.
—Esto no es divertido — dije y enterré la catana en el pecho del verdugo —¡Atrévanse a seguirme y tendrán el mismo destino!
Bajé del escenario donde me dejaron encadenada y corrí al bosque, no me detuve hasta estar lejos; ningún policía me siguió. Me hundí en la espesura del bosque sin ningún destino, esperaba encontrar otra ciudad o un pequeño pueblo donde refugiarme por un tiempo, o que al menos no me conocieran. Encontré comida en los árboles del bosque y de eso me alimenté por un largo tiempo que no sé cuánto fue; a pesar de no tener rumbo no me sentía perdida. El bosque me daba una sensación de pertenencia, el aire siempre fue muy misterioso y mágico; toda la sociedad le teme al bosque, se rumoreaba que habitaban bestias dentro de él, pero jamás hubo un caso donde se comprobara eso.
Una noche mientras preparaba la fogata escuché voces, tomé todo lo que tenía y las seguí; poco a poco iba perdiéndolas, el miedo punzó en mi pecho, había tomado tan rápido mis cosas que no me fijé ni por dónde me fui para seguirlos. Mis piernas estaban dejando de reaccionar a mi necesidad de correr y mis ojos querían obligarme a cerrarlos. Estaba a punto de darme por vencida, cuando vi varias luces a unos cuantos metros, forcé mi cuerpo a enderezarse y fui aumentando la velocidad de mis pasos, el camino por donde iba se empezaba a encoger y las varas de los árboles rozaban mi piel. Salí del bosque con la respiración muy agitada, mi cuerpo estaba al límite y no existía una razón para estar así; había un pueblo bastante grande en una pradera y me fui acercando con cuidado. Me detuve en la entrada, tal vez aquí me conocieran, pero la situación me obligaba a entrar; casi todo estaba en silencio menos una posada, renté un cuarto y esperé el amanecer.
—¿Cómo se llama aquí?
—Baldar.
—¿Baldar?
—Un pequeño pueblo de Mauru.
Salpiqué toda el agua que tenía en la boca.
—¡¿Mauru?!
—¿Por qué te sorprendes?
—No sentí que haya caminado mucho.
—¿De dónde vienes?
—Krish, el oeste de Krish.
—Vaya, pues si es bastante.
Dejé a la señora platicando con las demás y busqué un puesto de periódicos, no tardé mucho en encontrar uno; esculqué en varios periódicos y en ninguno aparecía una noticias sobre mí. Empezaba a cansarme cuando abrí el último periódico que estaba dispuesta a revisar. "Chica vestida de negro asesina al candidato a gobernador de Krish, Donald Duke"
Aquí no me conocían. Bueno, pues haría que me conocieran.
El mercado estaba muy lleno, era el ambiente perfecto, mantuve mi rostro oculto hasta que Joseph pasara al lado de mí, esperé a que se alejara lo suficiente y corrí a él con la daga en la mano; lancé la daga y dio justo en la cabeza, Joseph cayó muerto y me acerqué, la gente gritaba horrorizada y le quité mi daga. Ya sabían quién fue, o no. Miré a todos mientras giraba en mis talones y giré la daga en mis manos; me puse un guante de plástico, enterré la daga en la espalda de Joseph y obligué a su cuerpo a darme sangre, con calma tracé en su frente una corona y en letras chiquitas "corrupto". Nadie se acercó hasta que hube terminado, sonreí maliciosamente y me fui.
Salí en la tarde, cuando el caos de la muerte de Joseph era mayor, los policías en el mercado intentaban encontrar pistas del asesino y a quienes le preguntaban describían una chica vestida de negro. Al principio los policías creyeron que era una broma, pero conforme iban pasando los testigos se dieron cuenta de que el tema era mucho más serio y que necesitaban refuerzos; me acerqué sigilosa a ellos y escuché a uno murmurar:
—La reina de sangre.
Todos los policías ahí tragaron saliva y tomaron todas sus cosas; le pidieron a la gente que dejara la escena tal y como ellos la habían dejado y que no se acercaran a ella, mientras se alejaban uno de ellos iba llamando refuerzos. A las pocas horas llegó el jefe en departamento de seguridad, Abel Otto, y sus ayudantes a inspeccionar la zona y el cadáver ya medio podrido. Me escabullí entre la gente y esperé su conclusión; el señor Otto descubrió mi corona y abrió los ojos como platos.
—Secretario Rayne, venga — se acercó a él un chico de no más de treinta años. El señor Otto le mostró la marca y el secretario Rayne se acomodó los lentes.
Ambos se alejaron del cadáver y se dirigieron al público que los contemplaba hacer su trabajo.
—Señores y señoras, lamentamos decirles que esta acción no pudo haber sido realizada por alguien que no fuera La Reina de Sangre — inmediatamente iniciaron los susurros que inundaron de miedo el mercado —. No queremos que entren en pánico, ya mandamos a varios agentes a inspeccionar la zona y está bastante claro que esa chica aún está aquí, en Baldar. Mañana llegaran militares a esta zona y armaremos una estrategia.
—¿Por qué no hoy? — gritó una mujer.
—¡Sí! ¿Por qué no hoy? — dijo un señor.
—Los militares están demasiado lejos, aunque los contactemos en este preciso momento no llegarían hasta mañana al medio día.
El pánico comenzó a crecer y yo me fui de ahí. Llegué a mi casa y tomé varias provisiones, las suficientes para un viaje de un mes, corrí al bosque por mi caballo y fui siguiendo al río. No me metería con los militares. Hui a Krish y saqué mi peluca antes de entrar.
Me hospedé en un lujoso hotel y cuando salí a la calle lo primero que hice fue buscar un puesto de periódicos. De nuevo, en primera plana: "La reina de sangre regresa, asesina a un mercader en Mauru. El gobierno ya tomó precauciones", paseé por los sitios más concurridos y toda la gente que tenía en sus manos el periódico del día cargaba también una cara de susto. Habían pasado ya tres años desde que asesiné al candidato Dukes y la sociedad ya se había acostumbrado a la paz, tal vez pensaron que mi único objetivo era el candidato, y se equivocaron.
Pasé el resto del día en la calle y contemplé el crepúsculo en la Plaza Girasoles, pensando en qué hacer para destruir a Krish por todo lo que me hiso. Yo sólo los ayudé. Cuando salí de mis pensamientos una leve luz roja se posaba en mi camisa, justo en mi corazón; fingí que no había visto nada y busqué de donde podría venir, no traía armas conmigo y en cuanto vi que el portador del arma se acercaba eché a correr; me movía de un lado a otro por si llegaba a disparar, hui por los callejones que unían a las calles principales, escuchando claramente cómo ese sujeto me venía siguiendo. No tenía muchas alternativas y subí a un edificio, cuando miré hacia atrás, ya eran tres personas que me seguían. Salté de un edificio a otro muchas veces y ya me estaba cansando, me detuve cuando vi que otras tres luces se acercaban a mí por enfrente, esperé a que se acercaran para combatirlos, pero no pude, ya había corrido bastante, y no era lo mismo que hace tres años. En cuanto se acercaron uno de ellos posó en mi boca una tela y quedé dormida.
Desperté en una sala llena de metal oxidado, tres hombres estaban frente a mí cuidando la puerta. Intenté acomodarme en la silla donde me tenían, pero estaba atada; moví la cabeza de un lado a otro y uno de esos hombres me quitó la tela que tenía en la boca.
—Llama a los demás — dijo.
Uno de los otros dos hombres se fue de la sala y regresó con otros tres más, jamás había secuestrado y jamás me habían secuestrado; el miedo comenzó a invadirme, pero lo supe disimular. Seis hombres estaban delante de mí en silencio y yo no me atreví a mirarlos a los ojos. Ni siquiera a emitir un sonido de dolor.
—¿Es ella? — dijo una voz arisca.
—Sí, es ella — dijo otra gélida.
—Aidah Jinks, ¿cierto? — volvió a hablar la voz arisca — ¡Respóndeme!
—Sí — dije temblorosa —, soy yo.
—¿Seguro que servirá? Se asustó — dijo el hombre que me quitó la tela.
—¿Sabes algo de ella?
—No.
—Entonces cállate, sé lo que hago.
—Desátenla — dijo la voz arisca.
Dos de ellos me quitaron los lazos atados a mí y me cargaron hasta una mesa, mantuve la mirada abajo y perdida, no sabía qué hacer. ¿Negociar? ¿Golpearlos?
—Aidah Jinks — la voz arisca encontró al fin su dueño, un señor de alrededor cuarenta o cincuenta años —, mejor conocida como La Reina de Sangre, ¿no?
—No me interesa cómo me llamó la sociedad — alcé la mirada y lo penetré con ella —. ¿Qué quieren de mí?
—Tu ayuda.
—¿Mi ayuda? — solté una risa escandalosa que hizo eco en la sala — Si necesitaran mi ayuda no me combatirían.
—No sabíamos cómo acercarnos a ti.
—¿Así que decidieron apuntarme con sus lucecitas? Si hubieran llegado a hablarme sobre la situación los habría escuchado.
—Necesitamos que asesines a alguien.
—¿Por qué no lo hacen ustedes? No soy un sicario, ¿acaso no son lo suficiente fuertes? ¿O quieren condenarme de nuevo a la muerte?
—Lexa, convéncela tú — el señor se puso de pie y dejó sentar a otro más joven, mucho más joven.
—No estoy interesada en asesinar a alguien que tal vez no signifique nada.
—Sé que te interesan las víctimas importantes en la sociedad, tal vez la que tenemos para ti te interese bastante.
—Mientes.
—El candidato a gobernador iba a ser gobernador y el tal Joseph Saab era un mercader que tenía varias alianzas con diferentes mercados de alta calidad. Dime si no tienen importancia en la sociedad.
—Cállate.
—Es inútil, Lexa — dijo otro hombre que no había intervenido —, nos trajiste a una chica inútil.
—No tengo por qué ayudarles, sólo es eso. Inútil tu madre.
Aquel hombre se acercó a mí con intenciones de golpearme, entonces me puse de pie y a él lo detuvo uno de sus compañeros.
—Pon una de tus asquerosas manos en mi cuerpo y mi cara será lo último que verás — me senté un poco más tranquila.
—Regresando al tema, en tu juicio por el crimen de asesinar al candidato dijiste que evitaste que trajera pobreza al país, es justo lo que queremos evitar nosotros.
—Para tu información, primor, el candidato Dukes ya está muerto, ¿por qué te sigues preocupando por él?
—No es el candidato Dukes.
—Entonces quién.
—Dices que no estás interesada en asesinar a alguien para nosotros, ya te he dicho suficiente. Puedes irte.
—Bien — me levanté — ¿No me va a guiar alguien?
El tal Lexa se paró, me abrió la puerta y me dejó salir, estuvo al lado mío hasta llegar a una puerta que irradiaba la luz de la mañana.
—¿Cuánto tiempo estuve aquí?
—Dormiste por 6 horas — abrió la puerta principal.
—Bueno, adiós.
—Deberías pensártelo mejor.
—¿Su propuesta? Ya he dicho que no estoy interesada.
—Amyra está en peligro.
—No me interesa.
—Velo por ti misma.
Le di unas palmadas en su hombro y me fui; mientras más me alejaba más curiosidad sentía por el trabajo, a quién querrían asesinar, miré hacia atrás y ese chico seguía plantado en la puerta, cuando se dio cuenta que lo vi bajó la mirada. Di media vuelta y tardé mucho en encontrar la salida a una avenida principal.
No presté mucha atención al sitio que rodeaba su escondite, solo me concentré en llegar a casa y buscar información sobre Amyra.
—"Nicolas Lowe, presidente de Amyra, reelegido dos veces, a pesar del poco tiempo que tiene en el gobierno la sociedad ya no lo acepta", ¿por qué fuiste reelegido entonces? "Casado y con tres hijos, todos ellos estudian fuera del país. Ha implementado una nueva forma de trabajo y de estudios que causó distintas protestas en el territorio. Busca renovar completamente el Libro Mayor". Supongo que si implementó una nueva reforma de estudios es para el bien de la sociedad y suya, ¿entonces por qué sus hijos estudian en el extranjero? No ha hecho nada al respecto para tener contento a su pueblo y su esposa se ve muy bien acomodada y aparte es hermana del ex presidente Mike Evans. Muy bien, muy bien. "Realizó su servicio del Ejército Alfa y el Omega a muy temprana edad" — me reí mientras leía toda su historia.
Salí a la biblioteca a sacar más información, encontré los libros más nuevos de historia política y averigüé que el presidente Lowe había sido acusado de lavado de dinero cuando fue diputado de Shirak, además en su periodo como Jefe de Seguridad liberó a muchos delincuentes, entre ellos al senador Richard Klein, acusado por tráfico de personas y lavado de dinero. Este señor presidente era un asco.
Esperé el atardecer, impaciente para salir y buscar a esos hombres. Los colores en el cielo iban desapareciendo y entonces subí al techo del hotel, me cambié de civil a asesina y escondí mi ropa en una bolsa dentro de una bodega. El primer sitio que me llegó a la mente fue el callejón pero no recordaba bien sus alrededores, después fui a la Plaza Girasoles y me quedé vigilándola por un largo rato, cientos de personas salían más por las noches y era difícil ver los rostros de todos; al final, el único sitio más obvio era el mercado, me acerqué a él y lo vi salir del mercado con varias cosas en sus brazos, a pesar de que el mercado ya estuviera cerrado; lo seguí por los techos e hice mi mayor esfuerzo en aprenderme el laberinto de callejones para llegar a su guarida.
Bajé un tramo del edificio escalándolo y cuando vi que ya estaba lo suficiente cerca del suelo me detuve y esperé a que él se acercara más; Lexa venía revisando las bolsas que traía abrazadas junto a su pecho y lo sobresalté cuando escuchó mi bajada.
—¿Qué- qué haces aquí? ¿Cómo supiste que-?
—¿Te asusté?
—Sí, mira, no lo creo.
—A mí no me da pena admitir que me asusté — le dije acercándome mucho él.
—Sólo un poco — alzó una ceja y me recorrió con los ojos — ¿Qué haces aquí?
—¡Oh, cierto! — me alejé de él — Nicolas Lowe es de quien estaban hablando en la mañana.
—¿Estuviste investigando?
—Yo no acepto algo si no sé de qué se trata, ¿entiendes? — le tomé la mano y lo ayudé a subir al techo — Ven conmigo.
Una vez arriba empezamos a correr y él parecía confundido pero divertido, llegamos hasta la Plaza Girasoles y le mostré la enorme huelga que se había formado exigiendo trabajo; ambos nos detuvimos en seco en la orilla del edificio.
—Todo esto es su culpa, ¿cierto? - le dije.
—Sí, de hecho.
—Yo no quiero ver a la ciudad así, de esta... forma. Me gustaría revivir cuando era una niña y todo estaba bien, sé que no puedo, pero me gustaría. Por eso acepto el trabajo que me dijeron, si asesinando al presidente Lowe logro que estemos más tranquilos, lo haré.
—¡Perfecto! Entonces, vámonos de aquí — dio media vuelta.
—Pero hay otra cosa, una vez muerto el presidente, ¿quién tomara su puesto?
—Eso... no lo sé.
—Era de esperarse, si quieres yo conozco a mucha gente que sabe liderar.
—Aidah — me tomó de los hombros y me acercó a él -, no sólo está en peligro el país.
—¿Eh?
—Lo está el mundo entero.
—¿Por qué?
—No te lo diré yo. No estoy calificado.
Volvimos a la guarida, Lexa me ayudó a orientarme para encontrarla más fácil y llegar rápido en caso de que me necesitaran.
—Lexa, suena nombre de niña — me miró confundido —, ¿trans?
—¡No! — exclamó enojado — Me dicen así.
—Suena muy homo.
—¿Estás en contra de ellos?
—Para nada, sólo me daba curiosidad tu nombre.
—Es mi apodo, mi nombre es Alexander, Alexander Lee — me ofreció la mano y se la estreché.
Entramos a su guarida, donde estaban los otros cinco hombres.
—Bienvenida al Club de los Anti-asociales.
—Decidiste meditarlo, ¿eh?
—En realidad investigué.
—De haber sabido que tendrías la capacidad para averiguar sobre el presidente jamás te habría dicho nada — Lexa llegó a mi altura —. Señores, Aidah forma parte del club a partir de ahora.
—No nos consultaste, Lexa.
—Ya sabe demasiado. Aidah, él es Benedict Leavitt — el señor con aspecto mayor se acercó a mí y estrechamos nuestras manos—, él se encargó de reclutarnos a todos y nos ayudó a diferenciar el mal crimen y el buen crimen, si es que hay. Este otro es Raven Jordan, es un experto con las armas de tiro largo y nos ayuda a fabricar esa clase de armas — el chico que me quitó la tela de la boca se acercó y me dio un abrazo muy corto — Malcom Hanley, sabe de todo un poco pero destaca con el enfrentamiento cuerpo a cuerpo y lucha con armas punzo cortantes — un chico, tal vez un poco mayor que Lexa se inclinó y volvió a sus asuntos — Kade Teel, es un gran estratega y casi siempre es quien averigua primero de nuestras víctimas — un chico de aspecto fino y pacífico me sonrió y meneó su mano saludándome — Sólo falta Wade Parish, él siempre sale para estudiar la zona y poder salir a hacer lo nuestro sin que logren encontrarnos.
—¿Dónde está?
—Tal vez vagando por las calles — interrumpió Kade, creo —. Oh, lo lamento. Es sólo que ya me tiene hasta la coronilla ese maldito holgazán.
—Vamos, Kade, sin él no podrías armar tus jugadas.
—Cállate, humano sin cerebro.
—Continúa insultándome, nerd.
—¿A quién llamas nerd ? — Kade se había enderezado y dejó ver su gran altura.
—Maldito antisocial. ¿Quieres que te quite esas gafitas?
—Chicos, chicos, tenemos una dama aquí, ¿qué tal si se comportan? — Benedict estaba listo para retenerlos.
—Realmente que se peleen no representa un problema para mí.
—¿Estás a favor de las peleas? — Lexa había puesto toda su atención en mí por el comentario que hice.
—No, claro que no, lo que quería decir era- — todos posaron sus ojos en mí — nada.
—Lindo atuendo — dijo Raven.
—Gracias.
Bajé la cabeza para mirar mi ropa y cuando la alcé para continuar conversando descubrí a todos, menos Benedict, contemplando mis medias y zapatillas. Tomé ambos lados de mi capucha y cubrí mis piernas, intenté evitar que vieran el rubor que había aparecido en mis mejillas. Aclaré un poco mi voz con la garganta y di media vuelta.
—Hasta la próxima, caballeros.
—Necesitamos saber dónde vives.
—¿Para qué? ¿Me van a secuestrar cuando me necesiten? No, prefiero una llamada.
—Va a tardar en superarlo — murmuró Lexa de tal manera que podría asegurarse que lo escuché.
Abrí la puerta con todas las fuerzas que tenía, estaba muy pesada. Volví a escuchar el leve sonido que hacía y supe que todos ellos habían salido para verme partir; me até el cabello y me puse el gorro de la capucha. Subí al edificio más pequeño por la gran cantidad de tuberías que tenía y lancé una veloz mirada hacia el callejón y, en efecto, estaban allí todos. Sonreí levemente y me fui saltando de techo en techo.
El clima era perfecto para la reunión, me abrigué con un saco y una bufanda negra, a pesar del frío el sol alumbraba bastante, busqué mis gafas de sol y salí del hotel como si fuera cualquier otro civil normal. Abrí la puerta del café y la recepcionista me guió a una mesa cerca de la amplia ventana; me entretuve viendo pasar a la gente por muy poco tiempo. La campana que anunciaba la llegada de alguien o su salida sonó y alcé la mirada. Ya había llegado.
—Llegas tarde — comencé.
—Convencer a la gente no es nada fácil.
—¿Traes lo que te pedí?
—Sinceramente no creí que tú fueras esta clase de personas, siempre buscas el bien mayor sobre el tuyo y-
—¿Lo traes?
—Sí.
—Dámelo.
Abrió su maletín y sacó una carpeta, la colocó en la mesa y la abrió para que pudiera leerla.
—Aquí está toda la información que pude recopilar del presidente Lowe.
—¿Es suficiente?
—¿Para tu acto? No lo creo.
—Por favor.
—Enserio, puedo buscar un poco más.
—No es necesario.
—Puedo hacerlo yo sola — cambió la voz en un tono más chillón —. Te conozco lo suficiente, sé que eres capaz de lograr cualquier cosa que te propongas.
—Entonces deja las cosas como están. Yo me encargaré de lo demás.
—¿Segura?
—Aquí está tu dinero — saqué de mi bolsillo un sobre gordo lleno de billetes —. Aprovéchalo en buenas cosas.
—Te diría que lo haré, pero estaría mintiéndote.
Me levanté y me despedí, me dirigí a la biblioteca para leer los documentos que había recibido.
Nicolas Lowe mantenía alianzas ocultas con los reinos del Oriente, sobre todo con Durbatú, por eso todos esos reinos han estado atacando a los enemigos de Amyra y no a Amyra, casi siempre van en contra del mundo; participó en un genocidio en Virazy y culpó a sus "amigos" terroristas; realizó varias campañas para apoyar a la población y más de la mitad del dinero se depositó en su cuenta bancaria, que cuenta con más de tres billones de iris; repartió armas ilegales a los reinos de Durbatú, Nebir y Heded en la reciente guerra y ocultó al mayor delincuente mundial, Johan Lund. El presidente era un criminal en el poder y ayudaba a sus otros amigos a cometer sus fechorías sin presentar cargos ni juicios.
Tan pronto acabé de analizar la información corrí al hotel y me cambié mi ropa normal por mi capucha, salí a la guarida del Club de los Anti-asociales y me detuve varias veces a estudiar los movimientos que empezaban a producirse diario por el trabajo y los estudios.
No toqué la puerta, sólo la empujé con mi pie y los vi a todos jugando cartas. Aventé la carpeta, arruinando su juego, y fui a la cocina por un vaso de agua.
— Quizá les interese eso — les grité desde el refrigerador.
— ¿Qué es? — gritó Malcom.
— Velo tú.
El silencio invadió toda la propiedad y me acerqué a ellos para romperlo, Benedict ya estaba de pie caminando de un lado a otro y Lexa leía con desesperación la información, Raven tenía las yemas de sus dedos en el frente y los frotaba con su piel con frecuencia, Kade estaba pensativo con sus manos entrelazadas tocando sus labios y Wade me miraba con desprecio.
—¿De dónde lo sacaste?
—Tengo mis medios.
—¿Corrupción?
—Estoy en contra de eso, Wade, si quieres acusarme de algo, mejor ten pruebas, ¿vale?
—Basta, Wade, ésto es peor de lo que todos pensábamos. ¿De dónde lo sacaste? — intervino Lexa.
—Ya dije que tengo mis medios.
—¿Qué medios? — Lexa se puso de pie y se acercó a mí con mirada desafiante.
—Tengo un buen amigo que me ayudó.
—¿Estás segura que hace trabajo limpio?
—Claro, trabajé con él por mucho tiempo.
—Así que es él.
—Atrévete a investigar sobre él y juro que no te perdonaré.
—No me interesan tus amiguitos, Aidah.
—Lexa-
—Tú me dices Alexander.
—Bien, señorito Lee, no es de su incumbencia mi trabajo.
—Dije Alexander.
—No te conozco ni me interesa conocerte, Lee.
Alexander frunció el ceño y me dio la espalda, él y Wade compartieron la misma mirada hacia mí.
—Aidah, tu información nos fue de gran ayuda, gracias.
—Benedict, estamos en el mismo equipo, no hay nada que agradecer.
—Claro que lo hay — se acercó a mí —. Vamos a tomar un café, ¿te parece? Los demás no se ven con el ánimo suficiente para que nos ayuden a alegrar el día.
—Por supuesto. Sólo que mi ropa es-
—Vuelve a casa y cámbiate algo casual. Nos vemos en el café.
Salí de ahí y fui directo al hotel, encontré la ropa más cómoda que tenía y salí; Benedict esperaba en la puerta del café y entramos juntos, ordenamos algo ligero y nos quedamos callados un momento, al poco tiempo de que Benedict se acabó su plato sacó un cigarrillo de la bolsa de su camisa y lo prendió. Intenté soportar el horrendo olor que desprendía y esperé a que su cigarrillo se extinguiera.
—La juventud es complicada — lo miré confundida —. Lexa puede ser un poco pesado y obstinado pero en realidad es muy bueno.
—No entiendo por qué nos comportamos tan bien antes y ahora-
—La juventud es complicada — le volví a lanzar mi mirada de confusión —. A veces Lexa puede ser lo peor que han visto tus ojos pero otras veces puede ser lo mejor.
—No concuerdo con eso.
—Es porque no lo conoces tanto como yo; todos piensan lo mismo de él cuando lo conocen, todo inicia muy bien y al poco tiempo ya todo se derrumbó.
—¿Desde cuándo lo conoces?
—Él tenía ocho años cuando lo encontré perdido en el mercado, lo llevé conmigo en busca de ayuda para devolverlo a su casa, sus padres me contactaron poco después de que di el informe a la policía, me dijeron que nunca le dijera que se habían comunicado conmigo y que le inventara una historia. No lo querían con ellos. Cuando cumplió trece comenzó con sus problemas emocionales, experimentó una gran curiosidad por sus padres y yo no pude ocultárselo por mucho tiempo, a los quince se lo dije todo. Poco tiempo después sus padres habían aparecido muertos.
—Vaya vida tan más fea.
—Alexander es un chico fuerte, a partir de que le dije su historia podría aguantar cualquier tipo de dolor emocional. Hasta que te conoció, por alguna extraña razón él se acercó a ti de una manera poco sospechosa y te ayudó, no estuvo tranquilo hasta que notificaron en todos los medios que habías escapado.
—Espera un segundo — alcé mi dedo índice para que callara — ¿Alexander fue el chico que me ayudó a deshacerme del candado?
—¿Sorpresa? Alexander no es lo que aparenta ser. Sufrió bastante en su niñez, perdió a sus padres y se fue a vivir con un extraño que resultó bueno en los negocios criminales y no pudo evitar que se uniera. Yo realmente quería que fuera un hombre mejor que yo y terminé criándolo para que fuera como yo.
—Oye, escúchame, cada quien hace lo que se le hace correcto, no todos pensamos de la misma manera y eso es lo que hace al mundo más divertido. Al menos Alexander te tomó como ejemplo.
—Yo no quería eso.
—Algo bueno ha de haber sacado de ti, Benedict.
Entonces Alexander suele comportarse frío con todos, incluso con el hombre que lo crió después de perderse, ¿por qué me salvaste hace tres años? Benedict me miraba en silencio y parecía que quería descifrar lo que iba a pasando por mi mente; bajé la mirada y después parpadeé lentamente. El miedo nos invadió a todos al momento que sonó una explosión del otro lado de la calle, salí corriendo del café con Benedict y nos separamos, él se fue con los demás y yo a mi hotel. Eran terroristas.
Entré a mi habitación llena de desesperación y salí vestida de delincuente, corrí lo más rápido que pude sin cansarme tanto hasta el café; me detuve en seco, los hombres que habían causado eso ahora tenían en un círculo a al menos treinta personas. Bajé por los callejones y caminé hasta el centro de la calle, los miré bien al recibir sombra en mis ojos, todos los civiles parecían más asustados que antes y los hombres más satisfechos. Moví la cabeza hacia un lado y busqué una buena estrategia de ataque, la mirada se me detuvo cuando vi a Benedict con los demás chicos detrás de los hombres, siendo unos espectadores más. Estaban asustados. Sonreí un poco de un solo lado, avancé hacia ellos e iniciaron los murmullos, todos decían que había sido planeado por mí.
Los hombres terroristas dieron varios pasos al frente y nos encontramos, algunos de ellos se inclinaban un poco para ver mis ojos, aclaré la garganta y saqué mi daga, la apunté al cuello del que parecía el líder; hice un movimiento circular con mi cuello y le indiqué que se arrodillara, obedeció a mis órdenes y el resto de ellos se arrodilló tan solo unos pasos más atrás. Alcé la mirada de los rehenes, quienes al recibirla salieron corriendo fuera de ahí para ser libres; giré sobre mis talones y yo me fui alejando, entonces alguien me jaló de los pies y me tiró.
Di un giro para poder ver hacia arriba y aquel hombre al que le apunté con la daga estaba sobre mí.
— Lindos ojos, princesa.
Sin dudarlo un segundo, me estiré para tomar mi daga y la clavé en su cuello, toda su sangre me salpicó en la cara; lancé su cuerpo y me senté en el suelo, los demás hombres que lo acompañaban se echaron a correr en dirección contraria. Tenía los ojos bien abiertos, jamás había asesinado de tal forma, mi respiración se agitó al ver la expresión de todos, incluso Kade se veía traumado. La presencia de la policía se iba sintiendo, me levanté del suelo y corrí hacia donde habían ido los demás terroristas, avancé unos cuantos metros cuando escuché varias voces autoritarias pedirme que me detuviera. No miré hacia atrás, no me importaba quién fuera.
Subí a los techos y los policías me perdieron de vista, en una esquina me encogí como un feto en el vientre de su madre, hundí la cabeza en mis brazos y lloré; intenté limpiar mi rostro de la sangre que empezaba a secarse y me di por vencida al ver que solo me manchaba más. Desahogué mi dolor gritando al cielo por mi desgracia, ¿cómo me convertí en esto? Golpeé el suelo hasta que aparecieron cortadas en mis manos, pero aun así no me detuve, parecía loca y berrinchuda. Sé que pasaron horas, el sol ya no estaba en el cielo. Lexa y Kade aparecieron frente a mí; Kade me limpió la cara y la sangre de las manos, y me ayudó a bajar del edificio, Lexa me llevó cargando hasta su guarida y sin darme cuenta me quedé dormida en sus brazos.
— ¿Crees que esté bien?
— Confía en mí, Lexa, de algo sirvió estudiar un poco de medicina.
— No sé cómo pagártelo, Kade.
— No hay necesidad, ya es un miembro del Club, ¿no? Nos preocupamos por todos.
— ¿Si les avisaste que la encontramos?
— Sí, les hice repetir lo que dije. No sé por qué no han llegado.
Poco a poco sus voces se fueron apagando y todo se tornó oscuro.
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