El Club de los Anti-asociales

El mercado estaba muy lleno, era el ambiente perfecto, mantuve mi rostro oculto hasta que Joseph pasara al lado de mí, esperé a que se alejara lo suficiente y corrí a él con la daga en la mano; lancé la daga y dio justo en la cabeza, Joseph cayó muerto y me acerqué, la gente gritaba horrorizada y le quité mi daga. Ya sabían quién fue, o no. Miré a todos mientras giraba en mis talones y giré la daga en mis manos; me puse un guante de plástico, enterré la daga en la espalda de Joseph y obligué a su cuerpo a darme sangre, con calma tracé en su frente una corona y en letras chiquitas "corrupto". Nadie se acercó hasta que hube terminado, sonreí maliciosamente y me fui.

Salí en la tarde, cuando el caos de la muerte de Joseph era mayor, los policías en el mercado intentaban encontrar pistas del asesino y a quienes le preguntaban describían una chica vestida de negro. Al principio los policías creyeron que era una broma, pero conforme iban pasando los testigos se dieron cuenta de que el tema era mucho más serio y que necesitaban refuerzos; me acerqué sigilosa a ellos y escuché a uno murmurar:

—La reina de sangre.

Todos los policías ahí tragaron saliva y tomaron todas sus cosas; le pidieron a la gente que dejara la escena tal y como ellos la habían dejado y que no se acercaran a ella, mientras se alejaban uno de ellos iba llamando refuerzos. A las pocas horas llegó el jefe en departamento de seguridad, Abel Otto, y sus ayudantes a inspeccionar la zona y el cadáver ya medio podrido. Me escabullí entre la gente y esperé su conclusión; el señor Otto descubrió mi corona y abrió los ojos como platos.

—Secretario Rayne, venga — se acercó a él un chico de no más de treinta años. El señor Otto le mostró la marca y el secretario Rayne se acomodó los lentes.

Ambos se alejaron del cadáver y se dirigieron al público que los contemplaba hacer su trabajo.

—Señores y señoras, lamentamos decirles que esta acción no pudo haber sido realizada por alguien que no fuera La Reina de Sangre — inmediatamente iniciaron los susurros que inundaron de miedo el mercado —. No queremos que entren en pánico, ya mandamos a varios agentes a inspeccionar la zona y está bastante claro que esa chica aún está aquí, en Baldar. Mañana llegaran militares a esta zona y armaremos una estrategia.

—¿Por qué no hoy? — gritó una mujer.

—¡Sí! ¿Por qué no hoy? — dijo un señor.

—Los militares están demasiado lejos, aunque los contactemos en este preciso momento no llegarían hasta mañana al medio día.

El pánico comenzó a crecer y yo me fui de ahí. Llegué a mi casa y tomé varias provisiones, las suficientes para un viaje de un mes, corrí al bosque por mi caballo y fui siguiendo al río. No me metería con los militares. Hui a Krish y saqué mi peluca antes de entrar.

Me hospedé en un lujoso hotel y cuando salí a la calle lo primero que hice fue buscar un puesto de periódicos. De nuevo, en primera plana: "La reina de sangre regresa, asesina a un mercader en Mauru. El gobierno ya tomó precauciones", paseé por los sitios más concurridos y toda la gente que tenía en sus manos el periódico del día cargaba también una cara de susto. Habían pasado ya tres años desde que asesiné al candidato Dukes y la sociedad ya se había acostumbrado a la paz, tal vez pensaron que mi único objetivo era el candidato, y se equivocaron.

Pasé el resto del día en la calle y contemplé el crepúsculo en la Plaza Girasoles, pensando en qué hacer para destruir a Krish por todo lo que me hiso. Yo sólo los ayudé. Cuando salí de mis pensamientos una leve luz roja se posaba en mi camisa, justo en mi corazón; fingí que no había visto nada y busqué de donde podría venir, no traía armas conmigo y en cuanto vi que el portador del arma se acercaba eché a correr; me movía de un lado a otro por si llegaba a disparar, hui por los callejones que unían a las calles principales, escuchando claramente cómo ese sujeto me venía siguiendo. No tenía muchas alternativas y subí a un edificio, cuando miré hacia atrás, ya eran tres personas que me seguían. Salté de un edificio a otro muchas veces y ya me estaba cansando, me detuve cuando vi que otras tres luces se acercaban a mí por enfrente, esperé a que se acercaran para combatirlos, pero no pude, ya había corrido bastante, y no era lo mismo que hace tres años. En cuanto se acercaron uno de ellos posó en mi boca una tela y quedé dormida.

 

Desperté en una sala llena de metal oxidado, tres hombres estaban frente a mí cuidando la puerta. Intenté acomodarme en la silla donde me tenían, pero estaba atada; moví la cabeza de un lado a otro y uno de esos hombres me quitó la tela que tenía en la boca.

—Llama a los demás — dijo.

Uno de los otros dos hombres se fue de la sala y regresó con otros tres más, jamás había secuestrado y jamás me habían secuestrado; el miedo comenzó a invadirme, pero lo supe disimular. Seis hombres estaban delante de mí en silencio y yo no me atreví a mirarlos a los ojos. Ni siquiera a emitir un sonido de dolor.

—¿Es ella? — dijo una voz arisca.

—Sí, es ella — dijo otra gélida.

—Aidah Jinks, ¿cierto? — volvió a hablar la voz arisca — ¡Respóndeme!

—Sí — dije temblorosa —, soy yo.

—¿Seguro que servirá? Se asustó — dijo el hombre que me quitó la tela.

—¿Sabes algo de ella?

—No.

—Entonces cállate, sé lo que hago.

—Desátenla — dijo la voz arisca.

Dos de ellos me quitaron los lazos atados a mí y me cargaron hasta una mesa, mantuve la mirada abajo y perdida, no sabía qué hacer. ¿Negociar? ¿Golpearlos?

—Aidah Jinks — la voz arisca encontró al fin su dueño, un señor de alrededor cuarenta o cincuenta años —, mejor conocida como La Reina de Sangre, ¿no?

—No me interesa cómo me llamó la sociedad — alcé la mirada y lo penetré con ella —. ¿Qué quieren de mí?

—Tu ayuda.

—¿Mi ayuda? — solté una risa escandalosa que hizo eco en la sala — Si necesitaran mi ayuda no me combatirían.

—No sabíamos cómo acercarnos a ti.

—¿Así que decidieron apuntarme con sus lucecitas? Si hubieran llegado a hablarme sobre la situación los habría escuchado.

—Necesitamos que asesines a alguien.

—¿Por qué no lo hacen ustedes? No soy un sicario, ¿acaso no son lo suficiente fuertes? ¿O quieren condenarme de nuevo a la muerte?

—Lexa, convéncela tú — el señor se puso de pie y dejó sentar a otro más joven, mucho más joven.

—No estoy interesada en asesinar a alguien que tal vez no signifique nada.

—Sé que te interesan las víctimas importantes en la sociedad, tal vez la que tenemos para ti te interese bastante.

—Mientes.

—El candidato a gobernador iba a ser gobernador y el tal Joseph Saab era un mercader que tenía varias alianzas con diferentes mercados de alta calidad. Dime si no tienen importancia en la sociedad.

—Cállate.

—Es inútil, Lexa — dijo otro hombre que no había intervenido —, nos trajiste a una chica inútil.

—No tengo por qué ayudarles, sólo es eso. Inútil tu madre.

Aquel hombre se acercó a mí con intenciones de golpearme, entonces me puse de pie y a él lo detuvo uno de sus compañeros.

—Pon una de tus asquerosas manos en mi cuerpo y mi cara será lo último que verás — me senté un poco más tranquila.

—Regresando al tema, en tu juicio por el crimen de asesinar al candidato dijiste que evitaste que trajera pobreza al país, es justo lo que queremos evitar nosotros.

—Para tu información, primor, el candidato Dukes ya está muerto, ¿por qué te sigues preocupando por él?

—No es el candidato Dukes.

—Entonces quién.

—Dices que no estás interesada en asesinar a alguien para nosotros, ya te he dicho suficiente. Puedes irte.

—Bien — me levanté — ¿No me va a guiar alguien?

El tal Lexa se paró, me abrió la puerta y me dejó salir, estuvo al lado mío hasta llegar a una puerta que irradiaba la luz de la mañana.

—¿Cuánto tiempo estuve aquí?

—Dormiste por 6 horas — abrió la puerta principal.

—Bueno, adiós.

—Deberías pensártelo mejor.

—¿Su propuesta? Ya he dicho que no estoy interesada.

—Amyra está en peligro.

—No me interesa.

—Velo por ti misma.

Le di unas palmadas en su hombro y me fui; mientras más me alejaba más curiosidad sentía por el trabajo, a quién querrían asesinar, miré hacia atrás y ese chico seguía plantado en la puerta, cuando se dio cuenta que lo vi bajó la mirada. Di media vuelta y tardé mucho en encontrar la salida a una avenida principal.

No presté mucha atención al sitio que rodeaba su escondite, solo me concentré en llegar a casa y buscar información sobre Amyra.

—"Nicolas Lowe, presidente de Amyra, reelegido dos veces, a pesar del poco tiempo que tiene en el gobierno la sociedad ya no lo acepta", ¿por qué fuiste reelegido entonces? "Casado y con tres hijos, todos ellos estudian fuera del país. Ha implementado una nueva forma de trabajo y de estudios que causó distintas protestas en el territorio. Busca renovar completamente el Libro Mayor". Supongo que si implementó una nueva reforma de estudios es para el bien de la sociedad y suya, ¿entonces por qué sus hijos estudian en el extranjero? No ha hecho nada al respecto para tener contento a su pueblo y su esposa se ve muy bien acomodada y aparte es hermana del ex presidente Mike Evans. Muy bien, muy bien. "Realizó su servicio del Ejército Alfa y el Omega a muy temprana edad" — me reí mientras leía toda su historia.

Salí a la biblioteca a sacar más información, encontré los libros más nuevos de historia política y averigüé que el presidente Lowe había sido acusado de lavado de dinero cuando fue diputado de Shirak, además en su periodo como Jefe de Seguridad liberó a muchos delincuentes, entre ellos al senador Richard Klein, acusado por tráfico de personas y lavado de dinero. Este señor presidente era un asco.

Esperé el atardecer, impaciente para salir y buscar a esos hombres. Los colores en el cielo iban desapareciendo y entonces subí al techo del hotel, me cambié de civil a asesina y escondí mi ropa en una bolsa dentro de una bodega. El primer sitio que me llegó a la mente fue el callejón pero no recordaba bien sus alrededores, después fui a la Plaza Girasoles y me quedé vigilándola por un largo rato, cientos de personas salían más por las noches y era difícil ver los rostros de todos; al final, el único sitio más obvio era el mercado, me acerqué a él y lo vi salir del mercado con varias cosas en sus brazos, a pesar de que el mercado ya estuviera cerrado; lo seguí por los techos e hice mi mayor esfuerzo en aprenderme el laberinto de callejones para llegar a su guarida.

Bajé un tramo del edificio escalándolo y cuando vi que ya estaba lo suficiente cerca del suelo me detuve y esperé a que él se acercara más; Lexa venía revisando las bolsas que traía abrazadas junto a su pecho y lo sobresalté cuando escuchó mi bajada.

—¿Qué- qué haces aquí? ¿Cómo supiste que-?

—¿Te asusté?

—Sí, mira, no lo creo.

—A mí no me da pena admitir que me asusté — le dije acercándome mucho él.

—Sólo un poco — alzó una ceja y me recorrió con los ojos — ¿Qué haces aquí?

—¡Oh, cierto! — me alejé de él — Nicolas Lowe es de quien estaban hablando en la mañana.

—¿Estuviste investigando?

—Yo no acepto algo si no sé de qué se trata, ¿entiendes? — le tomé la mano y lo ayudé a subir al techo — Ven conmigo.

Una vez arriba empezamos a correr y él parecía confundido pero divertido, llegamos hasta la Plaza Girasoles y le mostré la enorme huelga que se había formado exigiendo trabajo; ambos nos detuvimos en seco en la orilla del edificio.

—Todo esto es su culpa, ¿cierto? - le dije.

—Sí, de hecho.

—Yo no quiero ver a la ciudad así, de esta... forma. Me gustaría revivir cuando era una niña y todo estaba bien, sé que no puedo, pero me gustaría. Por eso acepto el trabajo que me dijeron, si asesinando al presidente Lowe logro que estemos más tranquilos, lo haré.

—¡Perfecto! Entonces, vámonos de aquí — dio media vuelta.

—Pero hay otra cosa, una vez muerto el presidente, ¿quién tomara su puesto?

—Eso... no lo sé.

—Era de esperarse, si quieres yo conozco a mucha gente que sabe liderar.

—Aidah — me tomó de los hombros y me acercó a él -, no sólo está en peligro el país.

—¿Eh?

—Lo está el mundo entero.

—¿Por qué?

—No te lo diré yo. No estoy calificado.

Volvimos a la guarida, Lexa me ayudó a orientarme para encontrarla más fácil y llegar rápido en caso de que me necesitaran.

—Lexa, suena nombre de niña — me miró confundido —, ¿trans?

—¡No! — exclamó enojado — Me dicen así.

—Suena muy homo.

—¿Estás en contra de ellos?

—Para nada, sólo me daba curiosidad tu nombre.

—Es mi apodo, mi nombre es Alexander, Alexander Lee — me ofreció la mano y se la estreché.

Entramos a su guarida, donde estaban los otros cinco hombres.

 

 

—Bienvenida al Club de los Anti-asociales.

 

 

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