Destiny

Destiny

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—Creo que estamos más que perdidos— declara mamá, examinando con frustración el enredado mapa que nos entregaron en una pequeña tienda de artesanías hace aproximadamente cuatro horas. La noche se cierne sobre nosotros, y nuestro GPS nos abandonó desde que ingresamos al espeso bosque. La falta de señal dejó a nuestros teléfonos inservibles, tanto para internet como para llamadas; la cobertura es inexistente.

—¿Sabes por qué estamos aquí, en medio de la nada? Porque no quisiste seguir las instrucciones del anciano y tomaste el camino equivocado. Ahora quién sabe cuándo llegaremos a casa de tus primos y cuánto tiempo durará la gasolina del tanque?— vuelve a hablar. Sus palabras reflejan la tensión, y papá, siempre tranquilo, intenta mantener la calma y encontrar el lado positivo de la situación.

—No deberías haber tomado ningún atajo. Los atajos son malos, ¿No ves películas de terror? Esos hombres deformes que comen gente... Estamos en un maldito bosque, a merced de caníbales que se llevarán a tu mujer e hijos, pero te dejarán vivo para que cargues con eso toda tu vida. Deberías haberme hecho caso cuando te dije que tomáramos el camino largo. Lo fácil siempre es malo.

—Oh, no, Martha, no me vas a regañar ahora, especialmente cuando estuviste de acuerdo en tomar ese atajo, aunque haya sido después de insistir"— se defiende papá ante las acusaciones de su esposa. Mamá baja la cabeza, recordando que al principio se negó a tomar la ruta más corta pero menos transitada, y luego aceptó.

—Lo único que debemos hacer ahora es seguir conduciendo hasta encontrar otra tienda de artesanías o la casa de alguna abuela. Esperemos que no sea una psicópata, ¿Verdad?— bromea mi padre, intentando aliviar la tensión. Sin embargo, solo logra que todos resoplemos con molestia.

—¿Recuerdas cuándo fue la última vez que vimos una tienda o gasolinera? ¡Fue hace como cuatro o cinco horas!— exclama mi madre, con una pelota antiestrés en sus manos, apretándola repetidamente mientras intenta regular su respiración.

—Lo mejor que podemos hacer ahora es continuar nuestro camino. Estamos en una carretera, nos debe llevar a alguna parte— intenta tranquilizar papá.

—Claro que nos llevará a alguna parte, pero ese lugar será nuestra muerte— murmura Arianna. Le doy un manotazo en el dorso de la mano después de su comentario oscuro. —¿Cómo puedes decir algo así en esta situación? ¿Y con una hermana tan miedosa como yo, que no puede dormir con las luces apagadas?—

—Es cierto, hemos visto “Camino equivocado“, sabes lo que puede pasar— agrega Arianna. La tensión en el auto es palpable mientras continuamos nuestro incierto camino, rodeados por la oscuridad del bosque.

—Hoy, lamentablemente, no encuentro tu contribución muy útil, Arianna — murmuro con un deje de resentimiento, girando mi rostro hacia la otra ventanilla, enfrentando las desventajas de ocupar el asiento central.

Antony, absorto en sus pensamientos, observa por la ventanilla correspondiente, aparentemente ajeno a la conversación que envuelve a nuestros padres en torno a temas tan sombríos como psicópatas y pérdidas. La condición de ser melliza de Antony me brinda un conocimiento íntimo sobre él, superando incluso el que nuestra propia madre podría poseer. En ocasiones, experimento ansias o una alegría intensa, emociones que no son mías, sino que pertenecen a mi hermano. Todos lo llaman la conexión especial entre gemelos, y eso me complace, pues sé que está preocupado por habernos extraviado, conduciendo sin un rumbo o destino claro.

Arianna, la hermana mayor de dieciocho años, puede resultar algo pesada en ocasiones, pero, a pesar de ello, es una hermana comprometida que vela por nosotros por encima de todo. Su expresividad es limitada; en este sentido, ella y Antony comparten la tendencia de mamá a no manifestar sus opiniones y preferir adaptarse a los cambios del mundo para encajar en él. Esta actitud no es positiva, ya que gradualmente te transforma en alguien que no eres, olvidando tu verdadera identidad, hasta convertirte en una mera copia de otra persona.

Yo soy la única a la que papá afirma que se asemeja a él, todo debido a mi cabello del mismo color que el suyo, un rojizo natural que me fascina, ya que en la ciudad no es común encontrar pelirrojos naturales. Mis ojos cafés, también herencia paterna, contrastan con los ojos oscuros de mis hermanos, que tomaron esa característica de mamá. Todos se parecen más a ella que a papá. Considero que esto desencadenó que fuera tan mimada por parte de papá desde temprana edad. No quiero insinuar que sea su favorita; siempre nos brindó el mismo cariño a los tres. Además, gracias a mi cabello rojo, de vez en cuando me llama Fiona. Pregunto, ¿a quién le gusta que le llamen Fiona? A nadie. Ella es una ogra. ¿O acaso me llama ogro indirectamente?

La complejidad de nuestros pensamientos se enreda aún más en medio de esta confusa travesía, donde la incertidumbre se fusiona con la oscuridad del bosque que nos rodea.

—¿Pero qué...?— Inclino mi cuerpo sobre el de mi hermano para asomar la cabeza por la ventanilla y observar lo que hay fuera del auto, en medio de un bosque que ahora parece haber cedido su lugar a un escenario completamente surrealista.

—¿Qué demonios hace un muro en medio de la jodida nada?— La pregunta de mi madre resuena con la misma confusión que todos compartimos, al ver ante nosotros, a unos escasos metros del auto, un imponente muro blanco. Su impecable estado denota reciente construcción, y su altura da la ilusión de que el sol mismo está cautivo al otro lado. Sin embargo, lo que me hiela la sangre es la visión de alambres de púas en la cima, organizados como en una prisión, indicando claramente que está diseñado para evitar cualquier intento de fuga desde dentro. No puedo discernir el final del muro, mi vista no alcanza más allá de su límite.

La escena evoca reminiscencias de épocas antiguas, con sus enormes palacios y vestimentas voluminosas. La incertidumbre se apodera de mí al estar en este lugar, y el temor se intensifica al observar a dos hombres armados en la cima del muro, apuntando directamente a nuestro auto. ¿Dónde demonios estamos metidos? Este lugar no figura en el mapa, pero el camino estaba ahí, justo al lado de la carretera. ¿Será esta la guarida de algún narcotraficante o una instalación gubernamental secreta? Ay, madre mía, temo que nos hemos adentrado en algo más oscuro y peligroso de lo que imaginamos.

El suelo comienza a temblar bajo nosotros, más precisamente, debajo del auto. Mis ojos se agrandan al máximo cuando el muro, de manera casi mágica, empieza a abrirse como una puerta doble, una parte hacia un lado, la otra hacia el otro. Del lado opuesto del muro emergen otros diez hombres, todos fuertemente armados con pistolas, apuntando directamente a nuestro auto. La desconcertante realidad de lo que se avecina se manifiesta ante nosotros, y el miedo se instala profundamente en cada uno de nosotros, tejiendo una trama de incertidumbre y peligro en este inesperado giro de los acontecimientos.

—Niños, manténganse dentro del vehículo —ordena mi padre, desciende y se dirige hacia esos individuos. Parece creer que puede gestionar la situación mediante el diálogo, pero estos individuos no parecen propensos a resolver las cosas con palabras, sino más bien con intimidación y violencia.

Un grito se escapa de mí cuando uno de los hombres golpea a mi padre en la cabeza con su arma. A pesar de mantenerse consciente, cae al suelo aturdido por el impacto. Mi madre reacciona rápidamente, asegurando todas las puertas al percatarse de que dos de esos individuos se dirigen hacia el vehículo, intentando forzar la entrada por todas las puertas.

Mi alarido se repite cuando el hombre junto a la puerta de Antony la arranca con un solo movimiento de su brazo, lanzándola contra el tronco de un árbol. La puerta se estrella contra el suelo después de ser desgarrada con una fuerza impresionante. No tengo tiempo para procesar lo que veo; estoy en estado de shock, mi mente luchando por asimilar la violencia de la escena. Un hombre acaba de arrancar la puerta del auto con una sola mano y la ha arrojado con tal fuerza que derribó un árbol.

Una mano fuerte agarra mi tobillo y tira con violencia. Mis piernas tocan la tierra mojada, cubriéndome de lodo y ocasionando raspaduras en mi extremidad y codo izquierdos. La sangre fluye y la herida se contamina con la tierra. A ese hombre no le importan mis gritos de dolor; me arrastra por el cabello hasta reunirme con mi familia. Nos tienen apiñados como si fuéramos ganado a punto de ser sacrificado, apuntándonos con sus armas.

El dolor en mis heridas es punzante, mi cabeza late por haber sido arrastrada unos metros por el cabello. Mi pierna sangra profusamente, al igual que mi cabeza, pues no me había percatado de que el tirón provocó que me golpeara con el filo de la puerta arrancada, añadiendo una herida más a mi ya lastimado estado. La incertidumbre y el miedo se intensifican, mientras enfrentamos la brutal y desconcertante realidad de nuestra situación.

—¿Qué acciones debemos emprender, Beta? —interroga uno de los individuos, posicionado frente a Arianna, quien se deleita de manera deplorable con sus piernas. La intensidad de su mirada eleva mi temor a dimensiones desconocidas —¿Acabamos con todos ellos?

—No —dicta el hombre, desviando su mirada hacia otro de sus cómplices —Aguardaremos al Alpha; él sabrá cómo lidiar con estos seres humanos. Los recluiremos en el calabozo esta noche. El Alpha llegará temprano mañana, y dudo que se encuentre tan fatigado como para no brindarnos un espectáculo aniquilando a estos seres humanos inmundos —todos los hombres ríen sádicamente.

Un nuevo individuo emerge con cadenas imponentes en sus manos. Nuevamente, me toman del cabello y me obligan a erguirme. Las heridas en mis piernas arden como el averno, y percibo un dolor en el hombro que había pasado desapercibido. Todo aconteció cuando el individuo despiadado me arrastró fuera del automóvil sin miramiento alguno, desgarrando mi indumentaria y causando estragos en la piel de mi hombro.

Oigo el sonido de cadenas y luego experimento cómo me obligan a alzar la cabeza para contemplar el cielo. Las lágrimas no cesan, y mis súplicas por la vida de mi familia y la mía caen en el vacío, ignoradas por todos los seres presentes y por los que aún han de existir en esta tierra. Un clic resuena, y siento algo pesado envolver mi cuello. Con mis manos, busco dilucidar qué me han hecho. Se trata de uno de esos collares metálicos para perros, pero más pesado y dotado de púas afiladas. Todos portan esos collares, pero solo el de Arianna y el mío ostentan esas púas cortantes, provocándonos heridas y haciéndonos sangrar con cada movimiento.

Guiados por violentos tirones, somos arrastrados al otro lado del muro, revelándose ante nosotros una escena que, en circunstancias diferentes, sería hermosa. Se trata de un pequeño pueblo anclado en el tiempo, donde elementos modernos, como farolas que iluminan las calles, coexisten armoniosamente. La arquitectura de las casas, en su mayoría construidas con piedra o ladrillos, exhibe una disposición precisa y estéticamente agradable. Las calles, igualmente, están pavimentadas con pulida y lisa piedra; la vida animal y aviar anima el entorno, mientras que los niños juegan con despreocupación.

Sin embargo, esta vitalidad se desvanece abruptamente al notar nuestra presencia.

Algunos niños reaccionan con gritos y huyen hacia sus hogares, mientras otros se quedan parados, sus rostros revelando sorpresa. A nuestro alrededor, se forma un tumulto de espectadores; mi expectativa de recibir ayuda tras la brutalidad sufrida se desvanece al observar la pasividad de quienes nos rodean. Contrario a lo esperado, los niños no muestran compasión; en cambio, lanzan gritos eufóricos y dan saltos. De manera súbita, una piedra mediana impacta directamente en mi cabeza, seguida por otras, desencadenando un torrente de lágrimas en mi familia y en mí. ¿Qué hemos hecho para merecer semejante trato? ¿En qué lugar infernal nos encontramos? ¿Qué ruta tomó papá para conducirnos a este tormento?

—Aria… —con dolor en el cuello, giro la cabeza para mirar a Antony, siempre más sensible y vulnerable en comparación con Arianna y conmigo. Me pregunto qué horrores atormentan su mente en estos momentos —¿Vamos a morir?

—Por supuesto que sí —responde con desdén el hombre a nuestro lado, enfatizando la cruda realidad con una obviedad cruel.

—No te dejes afectar por sus palabras, hermano, no lo permitas —respondo, buscando calmar a Antony, cuyas lágrimas fluyen con intensidad. La contemplación de mi hermano llorando siempre ha desencadenado en mí una profunda aflicción —No vamos a morir, ¿entendido? Saldremos de esto, de una forma u otra. Te lo prometo.

—¿Sabías que mentir es algo malo, humana? —interviene nuevamente el hombre, dando un tirón brusco a mi cadena, provocando un quejido doloroso —Entonces aprende eso. Nuestro Alpha los exterminará apenas regrese de la manada del sur, y estaré más que complacido de ser testigo de cómo les arrancan la piel del cuerpo o les sacan los ojos. Nuestro Alpha siempre ha demostrado creatividad en cuanto a torturas; la última vez, sumergió la lengua y el pene en aceite hirviendo solo por mirar a su pareja —el hombre parece regodearse con cada palabra, como si los horrores infligidos por su supuesto Alpha fueran acciones virtuosas y significativas.

Al dirigir nuevamente mi atención al entorno, una marea de náuseas me envuelve, acompañada de un efímero deseo de encontrar la muerte en ese instante. Nos encontramos en un calabozo vasto, que evoca las épocas contemporáneas, donde despiadados reyes gobiernan con imponentes castillos. Las paredes, en contraste con las casas, están erigidas con piedra de manera caótica, deliberadamente otorgándoles una apariencia fea y siniestra. La sangre seca y la mugre impregnan estas paredes, junto con marcas de garras en el suelo y los muros.

Instrumentos de tortura ocupan cada celda, incluidos aquellos que protagonizan las películas de terror, todos engalanados con púas negras que perforarían por completo con tan solo caer. De manera sorprendente, las celdas yacen desiertas, como si la presencia de cualquier alma hubiera sido erradicada.

—Muy bien, humanos —anuncia el hombre que aparentemente lidera al grupo, sentado en un banco en el suelo, esbozando una sonrisa malévola que incrementa el temor en nuestro interior —Este será su hogar durante las próximas trece horas hasta que nuestro Alpha llegue. ¿Saben lo mejor? Ya sabe que están aquí. Originalmente, no iba a llegar hasta pasado mañana, pero ahora tiene un incentivo para llegar mañana por la mañana. ¿No es emocionante? —nos habla como si fuéramos niños en una fiesta de cumpleaños y anuncian que llega el mago. Es como si fuéramos parte de un espectáculo macabro —Bueno, vamos a organizarlos así: los padres se quedarán con el hijo llorón. Eres un hombre; los hombres no lloran, aprendan eso. Las dos mujeres jóvenes estarán en celdas separadas.

Las cadenas que mantenían nuestra unión son desgarradas de cuajo con un solo tirón, dejándome en un estado de aturdimiento. La fuerza necesaria para tal hazaña confirma mis sospechas: nos encontramos en manos de una organización dirigida por un influyente narcotraficante que, de alguna manera, potencia a sus hombres con sustancias para conferirles una fuerza sobrehumana. La realidad que encaro parece extraída de los giros más oscuros de una mala película, una pesadilla palpable.

Las púas se incrustan con mayor intensidad en mi nuca cuando uno de esos individuos tira de ella para forzarme a caminar. Siento un líquido serpentear por mi espalda, manchando la camisa que llevaba puesta y agudizando el dolor en mi cuello. Sin embargo, todo esto palidece ante el temor que arraigo en lo más profundo de mi ser. El hombre me arrastra por pasillos tétricos, saturados de lodo, humedad, suciedad y rastros de sangre seca. Cada centímetro de las paredes narra los horrores que han acontecido aquí, mostrándolos de forma cruda y despiadada. En este recinto, no existe ni un ápice de belleza; solo persisten las marcas indelebles de dolor, crueldad, sangre y muerte.

¿Qué destino nos aguarda en este rincón lúgubre y desolado?

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Comments

Mary Lop

Mary Lop

me quede 😱 ,

2023-12-27

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