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El cruel despertar se ve envuelto en la oscura malevolencia de la realidad. El agua gélida, como el toque helado de la muerte, se aferra a mi piel, desgarrando la efímera ilusión de un sueño idílico. En mi ensoñación, el sendero erróneo es solo una quimera, y la llegada a la morada de los primos paternos se convierte en el prólogo de un verano mágico, atrapado entre las maravillas naturales de un pueblo de encanto.

La realidad, sin embargo, se presenta como un espectro despiadado. Arianna, en su desdén, proclama su inconformidad por la ausencia de señal, maldiciendo a todos por este destierro al confín del mundo, mientras su queja resuena como un lamento en la penumbra. Antony, con su rostro escarlata, encarna la fragilidad ante las alergias, una manifestación tangible de la vulnerabilidad humana en medio de la naturaleza indiferente.

Mi padre, anclado en la insipidez de la televisión, parece atrapado en un túnel sin fin de monotonía, mientras la cocina, epicentro de planes y esperanzas, se convierte en un rincón de incertidumbre y posible castigo. La cruda realidad, cual sombra lúgubre, se ciñe sobre mí, despojándome de la calidez de los sueños y sumiéndome en un abismo de frío y desasosiego.

La celda, emblema de desesperación, exhala una humedad pegajosa que impregna mis sentidos. Cada segundo transcurre en la penumbra, alimentando la agonía de una noche despiadada. Los accesos de tos, como un eco siniestro, resuenan en la caverna inhóspita, dejando una estela de dolor de garganta, una melodía disonante que se entrelaza con la sombría realidad que me rodea.

—Buenos días, humana.— el carcelero se arrodilla con una presencia ominosa, su sonrisa burlesca y maliciosa emana una oscura energía mientras se iguala a mi altura. Al reincorporarse, su mirada penetrante se posa en mi estómago y piernas, invocando un temor palpable. Un grito ahogado escapa de mis labios ante la insoportable presión de su pie en mi mano, las lágrimas fluyen sin restricciones, revelando mi vulnerabilidad.

—Jamás he abrazado la hipocresía, así que te revelaré mi deseo ferviente: que tu estancia en nuestra magnífica manada sea la más sombría de todas, y que se convierta en la última página de tu existencia aquí.

—Pudrete— murmuro, aún sintiendo el dolor punzante en mi mano, mientras su pie incrementa su implacable presión. La insolencia de mis palabras despierta la furia del carcelero, quien toma mi cabello con una fuerza sobrenatural, elevándome ligeramente. Un chillido gutural escapa de mis labios cuando su mano impacta mi mejilla con una descomunal cachetada, sumiéndome en un aturdimiento tenebroso que parece prolongarse en la eternidad.

Siento cómo la sangre fluye desde el interior de mi boca hasta el suelo, mi mejilla arde con una intensidad desconocida, y las lágrimas brotan de mis ojos sin restricciones. Cada respiración levanta una sutil capa de polvo y tierra en la habitación, provocando una corriente de coriza. Ni siquiera mi madre me había infligido un golpe tan brutal; aún me encuentro mareada por la resonancia de esa bofetada, mi visión nublada por el impacto.

Me pregunto cuánta fuerza posee este hombre para golpearme de tal manera y dejarme sumida en un aturdimiento perturbador. Su demostración de poder al destrozar la puerta del automóvil con un simple movimiento de su brazo, lanzándola contra un árbol, resonaba en mi mente, mientras la cachetada me obligaba a ver más allá de los límites de mi percepción, con la realidad dando vueltas.

Regreso a la conciencia cuando experimento un dolor más agudo en la zona de mi vientre, una presión inhumana que supera con creces la sufrida por mi mano. Su pie aplasta mi estómago con desprecio, como si fuera un desecho, y yo me siento precisamente así. El alivio momentáneo llega cuando retira su peso, pero la ilusión se desvanece rápidamente. El aire abandona mi cuerpo cuando su pie impacta en mi estómago con la ferocidad de un lanzamiento de fútbol, directo a la boca misma de mi estómago. Las lágrimas fluyen con facilidad, el oxígeno escasea y solo puedo sumergirme en la vorágine de dolor. Estos golpes parecen destinados a arrebatar la vida misma.

—¡Ay, humana, humana...!— un grito dolorido brota de mis labios cuando sujeta mi cabello con una ferocidad despiadada, manipulándome como si fuera un títere que no merece piedad —Tienes una suerte desmedida, demasiada. No me permiten infringirte daño, no tanto más bien, pero el Alpha no tardará en llegar—

Su otra mano se dirige al collar con espinas que aprisiona mi cuello, y un tirón en la cadena clava aún más espinas en mi nuca, provocando una quemazón intensa. Estas marcas, como un testimonio mudo de mi tormento, perdurarán toda mi existencia.

—Eres un espécimen de hembra bastante atractivo, no lo suficiente para mi gusto, pero lo bastante como para que me divierta con tu cuerpo. Podría compararte con una omega, pero jamás rebajaría a alguien de mi especie con algo tan repulsivo como tú—. Suelta mi cabello. Breve alivio crece en mí, pero es efímero; otro tirón a la cadena y contengo el grito que amenaza con escapar.

De forma grotesca, acerca su nariz a mi cuello y, como un ser retorcido y enfermo, aspira con avidez. Mi piel se estremece mientras intento alejarme inútilmente, su mano aferrada a mi cabello impide cualquier movimiento. Mi estómago se retuerce cuando su nariz sigue la línea de mi cuello, aspirando como si quisiera grabar mi olor en su mente, un olor que debe ser tan nauseabundo como este lugar

—Quizás suplique al Alpha que me conceda unas pocas horas para disfrutar de tu cuerpo, luego rogaré que me permita poner fin a tu vida con mis propias manos.

La punta de su nariz recorre cada centímetro de mi cuello, respira en el lugar y el asco me consume por completo. Aunque las ganas de golpearle son intensas, sé que debo contenerme; él posee una fuerza que supera con creces la mía. Siento un escalofrío cuando su mano aprieta mi cuello, no lo suficiente para extinguirme, pero sí para asfixiarme lentamente

—¿Quieres saber algo? Si ignoro tu pestilencia humana, puedo percibir el aroma a miel que emana de ti. Siempre he disfrutado arrebatar la virginidad a las hembras, pero contigo cumpliría mi fantasía de degustar un coño virgen de humana. Dicen que son deliciosos, aunque no duran mucho—. Cada palabra que pronuncia agita mi alma con repugnancia, mientras el dolor persistente se entrelaza con el odio que siento hacia este carcelero despiadado.

—Por favor, déjame— suplico en medio de sollozos. No es sólo el asco de sentirlo tan cerca de mi, también es el dolor en todo mi cuerpo que no parece detenerse —No me haga daño. Se lo suplico por favor— mi voz sale entrecortada por mis innumerables sollozos. El carcelero solo puede sonreír

 

—Eso, si, quiero que me supliques, humana, hazlo— mi estómago se revuelve cuando vuelve a acercar su nariz a mí cuello, notando como su voz se iba tiendo de excitación —De la misma forma vas a suplicar cuando tenga mi pene dentro de ti— tiemblo cuando su mano desciende desde mi cuello hasta mi hombro, acariciarando de una forma morbosa mi hombro por encima de la blusa

—Tengo muchos deseos de saber que es lo que se esconde debajo de toda esta ropa de sucia mojigata— me muevo incómoda cuando su mano empieza a descender hasta mis senos.

—Señor... — a la celda se desliza otro individuo, moviéndose con una urgencia inquietante. El carcelero suelta mi cuello con violencia, alejando por sus manos de mi pecho, dejándome caer al suelo con una brusquedad que resuena en la oscuridad. Un golpe leve pero doloroso acompaña mi caída, mientras el carcelero, con una expresión molesta, me permite saborear el frío suelo. La llegada repentina de este hombre, el Alpha, parece traer consigo una sombra más densa.

—Esa noticia es, sin duda, un alivio —, responde el carcelero con una sonrisa retorcida que revela una malevolencia palpable. Mi miedo se agudiza al ver que sus ojos verdes adquieren un fulgor siniestro de forma abrupta. — ¿Te asustaste, humana? Puedo sentir los latidos acelerados de tu corazón; tu miedo es música para mis oídos. Si fueras como nosotros, esto sería tu pan de cada día. Lamentablemente, tú y tu familia no son más que una plaga que debe ser purgada de este mundo—

—¿Qué intentas decirme con eso?— logro articular con un hilo de voz, arrastrándome con esfuerzo hacia atrás hasta que mi espalda encuentra el frío consuelo de la pared. La inseguridad se apodera de mí al no comprender por qué los ojos del carcelero adquieren esa tonalidad tétrica, sumergiéndome en la penumbra de la incertidumbre.

—No es de tu incumbencia, humana. Vas a morir de cualquier manera, y no hay nada mejor que dejar a alguien con una duda antes de morir— responde con un desdén que resuena en las paredes carcomidas de la celda. El carcelero y su sombrío acompañante se desvanecen entre las sombras, abandonándome a la agonizante soledad de mi encierro.

Las garras de la incertidumbre se clavan en mi ser, torturándome con preguntas sin respuestas. ¿Qué destino aguarda a mi familia en este infierno? ¿Se debaten en un sufrimiento similar al mío o enfrentan un tormento aún más oscuro? Prefiero mil veces cargar con todo el peso de la calamidad sobre mis hombros antes que permitir que la sombra alcance a quienes amo. Mis padres, con certeza, deben estar atrapados en un desesperado juego de negociación con aquellos que nos han arrebatado la libertad. No los culpo; en esta penumbra, el instinto de supervivencia se tiñe de desesperación.

Surge en mi mente la perturbadora posibilidad de que ellos, como aquellos que me custodian, no sean completamente humanos. ¿Es esta una prisión del gobierno donde la ciencia ha desatado horrores inimaginables sobre nosotros? ¿Hemos sido sujetos de experimentación genética, mejorados y distorsionados para superar los límites de la humanidad, explicando su insistencia en llamarme "humana" como si ellos mismos hubieran perdido esa condición?

La penumbra de la celda revela que todos aquí comparten una característica inquietante: ojos que destellan en tonalidades diversas de azul, verde y rojo. Al principio, consideré la posibilidad de que aquellos con ojos rojos ocultaran tras lentes su naturaleza, pero ahora me aferro a la escalofriante realidad de que son seres modificados genéticamente, imbuidos con una superioridad ominosa.

Mientras me sumerjo en la oscura maraña de especulaciones sobre la verdadera esencia de mis captores, el dolor y la incertidumbre me envuelven, convirtiendo mi desgarradora realidad en un abismo sin fin de sufrimiento.

En este sombrío rincón, la desolación me envuelve como una sombra persistente. Cautiva entre paredes que parecen cerrarse sobre mí, la luz tenue cuelga como un destello lejano, incapaz de iluminar la oscuridad que se cierne a mi alrededor. Mis extremidades, enlazadas y sin libertad, me sumergen en una sensación de impotencia, como si un pozo insuperable me retuviera en su abismo insondable.

La repulsión hacia las personas que me rodean se manifiesta visceralmente, provocándome náuseas y lágrimas simultáneas. Aunque el entorno es opresivo, mi mente se ve invadida por una amalgama de emociones. El dolor, el sufrimiento, la tristeza, la ira, la felicidad y la melancolía se entrelazan, formando un torbellino inescrutable que nubla mi pensamiento.

En medio de esta vorágine emocional, la introspección me lleva a rememorar momentos de mi vida. Como si fuera un filme de lo más preciado, los recuerdos desfilan ante mis ojos, impregnados de detalles que definen mi existencia. Encontrar la felicidad en esos pequeños destellos se convierte en un ejercicio doloroso, ya que la tristeza se enreda con la nostalgia en cada rincón de mi ser.

Las prolongadas disputas con Antony, a menudo insignificantes pero cargadas de significado, se entrelazan con las peleas constantes con Arianna, donde la belleza se convertía en un campo de batalla entre hermanos. Los reprimendas maternas, marcadas por su omnipresencia, contrastan con el orgullo inquebrantable de mi padre, incluso en los momentos más difíciles. La timidez inherente de mi mellizo frente a la vida y el temperamento abrasador de Arianna frente al mundo crean un tapiz complejo de relaciones familiares.

A pesar del entorno lúgubre que me aprisiona, esos recuerdos, aunque agridulces, se revelan como pilares indelebles de mi vida. Cada conflicto y cada sonrisa grabados en mi memoria, configuran la narrativa de una existencia que, incluso en la penumbra, sigue resonando con la riqueza de experiencias que definen mi ser.

La estridente puerta metálica se abre con violencia, sacándome de mis pensamientos. Mis lágrimas son rápidamente disimuladas mientras me acurruco más contra la pared, con la esperanza de que este recién llegado no note mi presencia. El miedo y el frío dominan mi tembloroso cuerpo, pero la sensación de opresión se intensifica con cada paso que se escucha retumbar en la habitación.

—Vaya, vaya, vaya..— La voz, teñida de desprecio, me hace temblar aún más. Entre mis muslos, veo un pantalón de traje caro y unos zapatos pulcros. Mi garganta aprieta al tragar, y sé que este recién llegado no será más amable que mi carcelero. Su mirada se clava en mí, y me aprieto más contra la pared, intentando ser invisible.

—Hasta que al fin te dignas a aparecer, mate..— Su tono despiadado se mezcla con el desprecio palpable en cada palabra. El miedo me domina, y siento que estamos en un callejón sin salida, enfrentándonos a alguien más cruel y despiadado que el carcelero.

—Por favor, déjame en paz, no me hagas daño— susurro. Mi voz temblorosa y ronca se pierde en el eco de la habitación. Su respuesta es un tirón brusco de mi cabello, forzándome a mirarlo. Sus ojos dorados destilan desprecio, y un escalofrío recorre mi espina dorsal.

Fijo mi mirada en el dorado intenso de sus ojos, una mirada que me hiela la sangre. Su apariencia física, a pesar de su atractivo, se ve empañada por la crueldad que emana de él.

—Aquí, quien manda soy yo. ¿Entiendes?— aprieta mi cabello con más fuerza, y asiento en un intento desesperado de calmarlo. Su siguiente comentario fue sobre mi aroma, dicho con desdén, me hace sentir vulnerable y repugnante en su presencia.

Su mano libera mi cabello con brutalidad, haciendo que mi cabeza golpee la pared.

—Déjame contarte algo. Toda tu familia está reunida en un mismo sitio, listos para morir de la forma más sangrienta y dolorosa que tu limitada mente es capaz de imaginar— Su sonrisa diabólica me llena de terror, y mis súplicas no parecen surtir efecto.

—No, por favor, no les hagan nada a mi familia— imploro, pero su satisfacción crece. Se levanta, ajusta su traje impecable y me mira con desprecio evidente

—Es eso lo que quieres, que tu familia esté a salvo, ¿Verdad?— asiento desesperadamente —¿Por mantenerlos a salvo eres capaz de cualquier cosa?"— Mi asentimiento es débil —¿Incluso servirme hasta que mueras?—

Incapaz de responder, su sonrisa maliciosa se ensancha, como si mi propio silencio fuera la respuesta que esperaba.

—Me parece perfecto. Ahora eres mía.— El desprecio en su voz resuena en mis oídos, mientras el terror se apodera de cada fibra de mi ser.

¿Qué será de mí ahora?

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Comments

Beatriz Valiente

Beatriz Valiente

De todas las novelas de seres mágicos, cómo de lobos ellos no son tan crueles; ésta es distinta pero me gusta

2024-01-30

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