Inesperado Amor
La luna brillaba en todo su esplendor en aquella noche oscura, como nunca se había mirado.
No había más luz en ese cielo negro que esa Luna llena, brillante y grande, como los ojos azules que la observaban con atención.
La ciudad estaba en todo su esplendor, las risas se escuchaban en muchos lugares, los pubs estaban llenos de jóvenes bailando y disfrutando, risas sin parar.
En otros lugares no estaban tan felices como ellos.
La pequeña castaña pensaba en su vida, en como nunca había podido ser capaz de al menos sonreír una vez, no recordaba que siendo bebé lo hiciera, las fotos de ella regada por la casa no mostraba al menos una pequeña sonrisa, su hermano le confirmó sus sospechas. Nunca había sonreído.
Era incapaz de sonreír… de sentir.
En ese momento, como cada noche, intentó sentir algo, se repitió una y otra vez que debía de sentir algo, pero nada se produjo en su interior.
¿Por qué?
Aquella pregunta había surcado su mente en más de una ocasión y nunca le hayó respuesta.
Veía a todos a su alrededor sonreír, reír, emocionarse, decepcionarse, enojarse, incluso llorar, pero ella en ningún momento había logrado sentir algo parecido.
Simplemente no lograba sentir.
Nuevamente se preguntó que estaba mal con ella. ¿Por qué había nacido de esa forma? ¿Por qué no tenía con quién expresarse?
Esas y otras preguntas se repetían solo en su interior, porque no tenía a nadie con quién expresarse, en su vida había tenido al menos alguien a quién expresarle lo que pasaba en su interior, las preguntas que surgían en su cabeza la mayoría del tiempo en el cual se quedaba pensando.
Si, la pequeña castaña a sus diecisiete años no había tenido al menos una amistad. Esa relación la había tenido solo con su hermano mayor, por cinco años, y que había terminado cuando él, a los diecisiete años, fué enviado al extranjero a culminar sus estudios, pero se enamoró, casó y, aunque volvió, continuó con los negocios de su familia, dejando poco tiempo y poco espacio en su vida para su hermanita.
Ella aprendió a vivir con eso.
Quiso sentirse mal, pero el que su hermano se haya alejado le dió lo mismo, la indiferencia era lo único capaz de sentir, aunque seguía preguntándose porqué.
Nada de lo que vivía le importaba…ni siquiera las humillaciones y atrocidades que le tocó vivir, cosa que nadie más que ella y los victimarios sabían.
La pequeña había perdido a su madre justo al momento de nacer… una vida era obtenida, al costo de una vida pérdida.
Aquello le pareció injusto, más la condición con la que había nacido, no le ayudaba a qué cambiará de parecer.
A sus diecisiete años era una joven muy hermosa.
Su estatura promedio de 1,67 metros, su piel clara como la porcelana que al estar durante mucho tiempo expuesta al sol se coloreaba de color rosa o un rojo muy claro, sus piernas cortas, tonificadas y firmes por el entrenamiento físico al cuál era sometida diariamente, caderas anchas y una pequeña cintura, pechos turgentes y firmes, sus glúteos redondos y firmes, ambos del tamaño ideal para la proporción de su cuerpo. Tenía la perfecta figura de reloj de arena que a muchos les encantaba y otras quisieran tener. Su rostro en forma de corazón era enmarcado y acariciado suavemente por el laceo cabello castaño que le llegaba a la los glúteos los cuáles rosaba cada que caminaba. Era lo único con lo que se sentía satisfecha de si misma y en lo único en lo cuál le dejaron elegir sobre su cuerpo. Tenía los pómulos marcados y pronunciados, de tal manera que su rostro se veía más fino y mucho más hermoso, una nariz perfilada, pequeña y perfecta que, cuando el sol coloreaba de rosa, la hacía ver tierna, labios rosas rellenos que mordía sin darse cuenta, más por maña que por otra cosa, unas perfiladas cejas castañas coronaban sus ojos, la derecha con una cicatriz en diagonal casi al final, gracias a un accidente que tuvo a los catorce, y en dónde no volvió a crecer ni un vello, dándole un aire intimidante y enigmático, tenía abundantes pestañas largas y gruesas, que cada que cerraba los ojos le rozaban las mejillas y hacían sombra, y ocultaban unos inexpresivos ojos azules tan claros que era imposible de creer que no mostraban absolutamente nada, ni siquiera frialdad, ego u orgullo, en ellos simplemente se reflejaba… nada.
Lentamente bajó la mirada hacia el jardín de aquella casa dónde se encontraba, nunca la había llamado su casa, no la sentía así. La fiesta que se desarrollaba en esos momentos estaba en su clímax.
Las damas disfrutaban de su amena charla con copas en las manos, comparando sus fortunas, contando sus viajes y compras, cuánto donaban a la caridad, aunque no por el ayudar a las personas, si no por el reconocimiento, y su próxima compra.
Los caballeros mantenían sus conversaciones centradas en sus negocios, las potenciales inversiones y sociedades que se pueden firmar entre ellos. Pocas mujeres participaban en esas charlas y lo hacían porque eran dueñas de sus imperios, aunque les había costado crearlos, mantenerlos y sobretodo hacerse valer y respetar delante de esos hombres.
Unas tenían más astucia y fortaleza que otras, pero al momento de hacer negocios, nada las detenía.
La pequeña castaña no quería estar allí.
Dirigió la mirada vacía hacía aquel que era su padre, mantenían un Ging-tonic en la mano izquierda y en la derecha tenía un puro de disfrutaba, mientras escuchaba a todos hablar de los negocios y hacía sus aportaciones siendo reconocido y alabado.
Ella sabía que esas alabanzas que recibía su padre eran falsas. Todos solo querían una cosa de él, hacer negocios y enriquecerse.
Su mirada vagó por el lugar hasta encontrar a su hermano.
Tenía a su esposa colgada del brazo, mientras charlaban de negocios en otro lado del jardín, mantenía un rostro neutro, pero en sus ojos se mantenía un brillo calculador.
Ella conocía esa mirada. Estaba segura que su hermano los tenía a todos comiendo de su mano y que con un tronar de dedos, conseguiría lo que quisiera.
Desvió la mirada por tercera vez y se encontró con su madrastra.
Reía muy contenta, mientras tocaba con su mano la gargantilla de diamantes que su esposo le había regalado y presumía toda su fortuna.
Aquello la hizo revolotear los ojos.
Para ella no había mujer más interesada que su madrastra.
Pero aquello le volvió a dar exactamente igual.
Por cuarta y última vez su mirada recorrió el lugar, hasta dar con un rostro que veía a diario: el de su hermanastra.
La joven tenía su misma edad, pero era todo lo contrario, alegre y divertida o mejor dicho divertina y la prueba de ello era que estaba recostada de uno de los árboles del bosque que formaba parte de los terrenos de la casa, mientras un joven la besaba como si su vida dependiera de ello. Sus piernas estaban enganchadas a la cadera del joven y su vestido arremangado en su cadera. El pantalón del muchacho se veía ligeramente caído y algo suelto. Por los movimientos que hacían se podía saber el acto que estaban haciendo.
No había que ser muy inteligente para descubrirlo.
Posó la mirada en el cielo negro, en la luna brillante y suspiró.
Un día más, un día menos.
Para ella no hacía la diferencia.
–Lucifer–
Lucia Fernanda Salvatierra Harrison. Ese fué el nombre que su padre decidió otorgarle.
Nunca entendió por qué, nada tenía que ver con él o su madre, pero tampoco le dió importancia cuando pudo entender su nombre.
Nada le importaba.
–Lucifer–Sus párpados cayeron al escuchar como repetían el llamado.
Se giró lentamente, abrió los ojos y clavó su mirada azúl e inexpresiva en la persona que le llamaba.
–Te he estado buscando, Lucifer. Tu padre requiere tu presencia–La tomó bruscamente de la mano y la halo para que caminara.
–Estaba admirando el cielo–Su voz en apenas un susurro, le respondió al jóven que la jaloneaba.
–No tienes que darme explicaciones–Le soltó con brusquedad.
–Lo digo por si mi padre pregunta a dónde nos fuimos–Le explicó y él la miró.
–Tienes razón–Respondió de mala manera y ella asintió.
Cuando llegaron a la planta baja de la mansión, se dirigieron a la puerta que daba al jardín, pero antes de salir, él se detuvo y volteó su cuerpo hacia el de ella.
–Ayudame con esta mierda–Señaló la corbata desecha–. Sabes que no sé cómo hacerle el maldito nudo.
Lucifer simplemente asintió.
Tomó con cuidado ambos extremos de la corbata y muy atenta comenzó a hacer el nudo.
Cuando lo estaba ajustando, no pudo evitar fijarse en que en el cuello de la camisa blanca tenía una marca roja en forma de labios, también que en su cuello tenía un muerdo y un chupetón.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué no terminas? Ya me estoy hartando–La voz de él mostraba lo irritado que se encontraba.
Si yo lo noté, sus padres y el mío pueden notarlo.
Esto nos traerá problemas.
–Ven–Ahora fué Lucifer quién lo jaloneó escaleras arriba.
– ¿Qué te pasa? Suéltame–Le ordenó.
–No puedo, recuerda que tenemos un trato–Le recordó con tranquilidad.
Él solo gruñó, pero se dejó llevar.
Realmente la odiaba.
Lucifer representaba todo lo que él odiaba, una chica vacía, sin ninguna expresión o sentimiento, frigida, hermética y cuadrada.
Nada le importaba.
Nada le dolía.
Pero ellos tenían un trato y no sería él quien lo rompiera.
– ¿Qué hacemos aquí? –Preguntó sentándose en la cama king de sábanas negras.
–Dame tu camisa–Le dijo revisando sus cajones.
– ¡¿Qué?! –La voz del joven se escuchó algo aguda y escandalizada.
Cómo si ella le dijera que le robará la inocencia…que él no tenía.
–Tienes un muerdo y un chupetón en el cuello. También tu camisa está llena de labial–Encontró lo que buscaba y se acercó a él–. Voy a cubrir lo de tu cuello y limpiar tu camisa–Concluyó con su explicación.
El joven asintió, mucho más tranquilo, y le entregó lo que Lucifer le pidió.
Se perdió en el baño por unos pocos minutos, mientras que el jóven le daba un recorrido a la habitación, aunque no era la primera vez que él se encontraba allí.
Lucifer limpiaba con agilidad la camisa del jóven y la colocó sobre el calentador de toallas para secarla.
Dejó ello y volvió con el jóven, quién seguía absorto mirando la habitación.
–Necesito que eches tu cabeza hacia atrás–El joven no pudo evitar exaltarse al escuchar su voz.
Simplemente la obedeció.
Lucifer se concentró en aplicar muy bien la base en el cuello del jóven, intentando igualar su tono de piel, le aplicó polvo compacto y un poco de polvo suelto, ocultando con cada pasada el muerdo y el enrojecimiento del chupetón.
Se alejó cuando vió que su trabajo había surtido efecto y que no quedaba ni un rastro de lo que anteriormente había visto.
–Listo–Se giró y guardó lo que había utilizado–. Para la próxima, trata de que no te dejen marcas, tus padres y el mío podrían darse cuenta–Le aclaró encaminándose al baño por la camisa.
– ¿Estás molesta? –Le preguntó burlón al verla aparecer por la puerta.
Ella agitó la cabeza en señal negativa.
La luz de la luna que se colaba en la habitación, se reflejó en su cabello, pero eso no llamó la atención de ninguno de los dos.
–Sabes que no siento nada–Le entregó la camisa seca.
–Intentaré que mis arranques de pasión no dejen marcas visibles–Pasó los brazos por ambas mangas–. Pero ya sabes cómo es esto, cuando se está en el calor del momento, eso es en lo que menos nos fijamos–Respondió comenzando a abrochar los botones desde abajo.
–Deja te ayudo–Ella comenzó con los de arriba para terminar más rápido–. Y con respecto a lo que has dicho; sabes bien que no sé nada de eso–Pasó al tercer botón.
–Cierto–Él dejó la tarea que estaba haciendo y sonrió amigable–. Olvide que aún eres inocente y si sigues por el camino que llevas, nunca dejarás de serlo–Ella dejó su tarea a mitad de camino, porque levantó su cabeza para verlo, pero sin apartar las manos de la camisa.
–No planeo dejar de hacerlo–Le aclaró con toda su sinceridad–. Por eso acepté lo que mi padre me impuso, porque sé que tú no me tocarías ni un cabello.
– ¿Por qué lo haría? –Preguntó realmente–. Estoy con chicas que no son tan…–Buscó una palabra no tan hiriente.
– ¿Vacías? –Preguntó, pero él negó.
–Hermeticas. Lo disfrutamos y luego ni nos conocemos–Aclaró.
–Gracias por nuestro trato–Le repitió.
–De nada, Lucifer–Se inclinó y dejó un beso en su frente.
Justo en ese momento, se abrió la puerta de la habitación.
Ambos jóvenes voltearon hacia la entrada de la habitación, dónde un hombre los miraba muy serio.
Para un hermano mayor, ver a su hermanita junto a su novio quien tiene la camisa a medio abrochar, siendo ella quien tiene las manos en los botones, y con los labios posados en su frente, no es la mejor escena con la que se pudo encontrar.
La piel del hermano mayor se volvió roja, la vena de su frente comenzó a palpitar y sus ojos se oscurecieron, mirando en la dirección de ese quién es el novio de su hermana.
–Lucia Fernanda–Habló con un tono de voz muy amenazante que no pasó desapercibido por ninguno de los dos.
–Hermano mayor–Inclinó su cabeza y se volteó a terminar con su trabajo–. Si vienes a avisarme que padre me está buscando, ya Brandon me avisó y ahora vamos–Tomó la corbata negra del chico y comenzó a anudarla, mientras le daba la explicación a su hermano.
–Padre tiene más de diez minutos esperando–Respondió el mayor furioso.
–Pido disculpas, Brandon y yo tardamos porque teníamos algo que hablar–Ayudó a su novio con el saco.
–Así es cuñado. Lucifer y yo teníamos algo que arreglar, pero ya está todo listo–Le ofreció el brazo a la pequeña castaña–. ¿Vamos?
Lucifer lo tomó y salió junto a Brandon bajo la intensa mirada de su hermano, quien los siguió de cerca.
Cuando llegaron al jardín, el hermano mayor, fué distraído por su esposa, quién se lo llevó a un lugar de este, dónde habían varias parejas.
–Tu hermano creyó que andábamos dando amor–Le susurró Brandon al oído con una sonrisa burlona.
Para otros fué un gesto íntimo de pareja.
Que lejos estaban de la verdad.
–Me di cuenta–Respondió Lucifer como si nada le afectaba y aquello era la realidad.
–Agradezco que no haya sacado su arma y se haya desechó de mí en ese instante–Su voz estaba llena de diversión, pero estaba siendo sincero.
–No lo haría, porque sabe que papá lo mataría.
– ¿Y tú qué le harías? –Lo miró.
–Nada.
El jóven solo sonrió y viró sus ojos.
Ambos terminaron de acortar la distancia que los separaba del señor Salvatierra y el grupo de caballeros que se encontraban acompañándolos.
–Padre–El hombre volteó ante el llamado de su única hija.
–Lucifer–Él le ofreció su mano, la cuál ella tomó sin dilatarse ni un segundo, soltando al mismo tiempo el brazo de su novio, para terminar de acercarse–. Te presentaré a unos socios. Compórtate –Lo último se lo susurró tan bajo que nadie más que ella lo escuchó.
–Si padre.
–Caballeros, les presento a La Reina Del Infierno, Lucifer–Los tres hombres le miraron y los dos más jóvenes le sonrieron de lado–. Lucifer, con gusto te presento a Miguel, Santo y Ángel.
La mirada del tercer jóven, viajó hacia la chica, quién estiró su mano hacia la dirección del mayor de los hombres, quien la tomó y la beso. El siguiente fué el jóven llamado Santo, quien solo le sonrió amigable y le aseguró que era un gusto conocerla.
Su mano entró en contacto con la de Ángel, quién la miraba a los ojos, mientras dejaba un beso en el dorso de su mano, lento y suave.
Hizo una leve inclinación y algo en ella cambió, aunque no se dió cuenta.
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