La luna brillaba en todo su esplendor en aquella noche oscura, como nunca se había mirado.
No había más luz en ese cielo negro que esa Luna llena, brillante y grande, como los ojos azules que la observaban con atención.
La ciudad estaba en todo su esplendor, las risas se escuchaban en muchos lugares, los pubs estaban llenos de jóvenes bailando y disfrutando, risas sin parar.
En otros lugares no estaban tan felices como ellos.
La pequeña castaña pensaba en su vida, en como nunca había podido ser capaz de al menos sonreír una vez, no recordaba que siendo bebé lo hiciera, las fotos de ella regada por la casa no mostraba al menos una pequeña sonrisa, su hermano le confirmó sus sospechas. Nunca había sonreído.
Era incapaz de sonreír… de sentir.
En ese momento, como cada noche, intentó sentir algo, se repitió una y otra vez que debía de sentir algo, pero nada se produjo en su interior.
¿Por qué?
Aquella pregunta había surcado su mente en más de una ocasión y nunca le hayó respuesta.
Veía a todos a su alrededor sonreír, reír, emocionarse, decepcionarse, enojarse, incluso llorar, pero ella en ningún momento había logrado sentir algo parecido.
Simplemente no lograba sentir.
Nuevamente se preguntó que estaba mal con ella. ¿Por qué había nacido de esa forma? ¿Por qué no tenía con quién expresarse?
Esas y otras preguntas se repetían solo en su interior, porque no tenía a nadie con quién expresarse, en su vida había tenido al menos alguien a quién expresarle lo que pasaba en su interior, las preguntas que surgían en su cabeza la mayoría del tiempo en el cual se quedaba pensando.
Si, la pequeña castaña a sus diecisiete años no había tenido al menos una amistad. Esa relación la había tenido solo con su hermano mayor, por cinco años, y que había terminado cuando él, a los diecisiete años, fué enviado al extranjero a culminar sus estudios, pero se enamoró, casó y, aunque volvió, continuó con los negocios de su familia, dejando poco tiempo y poco espacio en su vida para su hermanita.
Ella aprendió a vivir con eso.
Quiso sentirse mal, pero el que su hermano se haya alejado le dió lo mismo, la indiferencia era lo único capaz de sentir, aunque seguía preguntándose porqué.
Nada de lo que vivía le importaba…ni siquiera las humillaciones y atrocidades que le tocó vivir, cosa que nadie más que ella y los victimarios sabían.
La pequeña había perdido a su madre justo al momento de nacer… una vida era obtenida, al costo de una vida pérdida.
Aquello le pareció injusto, más la condición con la que había nacido, no le ayudaba a qué cambiará de parecer.
A sus diecisiete años era una joven muy hermosa.
Su estatura promedio de 1,67 metros, su piel clara como la porcelana que al estar durante mucho tiempo expuesta al sol se coloreaba de color rosa o un rojo muy claro, sus piernas cortas, tonificadas y firmes por el entrenamiento físico al cuál era sometida diariamente, caderas anchas y una pequeña cintura, pechos turgentes y firmes, sus glúteos redondos y firmes, ambos del tamaño ideal para la proporción de su cuerpo. Tenía la perfecta figura de reloj de arena que a muchos les encantaba y otras quisieran tener. Su rostro en forma de corazón era enmarcado y acariciado suavemente por el laceo cabello castaño que le llegaba a la los glúteos los cuáles rosaba cada que caminaba. Era lo único con lo que se sentía satisfecha de si misma y en lo único en lo cuál le dejaron elegir sobre su cuerpo. Tenía los pómulos marcados y pronunciados, de tal manera que su rostro se veía más fino y mucho más hermoso, una nariz perfilada, pequeña y perfecta que, cuando el sol coloreaba de rosa, la hacía ver tierna, labios rosas rellenos que mordía sin darse cuenta, más por maña que por otra cosa, unas perfiladas cejas castañas coronaban sus ojos, la derecha con una cicatriz en diagonal casi al final, gracias a un accidente que tuvo a los catorce, y en dónde no volvió a crecer ni un vello, dándole un aire intimidante y enigmático, tenía abundantes pestañas largas y gruesas, que cada que cerraba los ojos le rozaban las mejillas y hacían sombra, y ocultaban unos inexpresivos ojos azules tan claros que era imposible de creer que no mostraban absolutamente nada, ni siquiera frialdad, ego u orgullo, en ellos simplemente se reflejaba… nada.
Lentamente bajó la mirada hacia el jardín de aquella casa dónde se encontraba, nunca la había llamado su casa, no la sentía así. La fiesta que se desarrollaba en esos momentos estaba en su clímax.
Las damas disfrutaban de su amena charla con copas en las manos, comparando sus fortunas, contando sus viajes y compras, cuánto donaban a la caridad, aunque no por el ayudar a las personas, si no por el reconocimiento, y su próxima compra.
Los caballeros mantenían sus conversaciones centradas en sus negocios, las potenciales inversiones y sociedades que se pueden firmar entre ellos. Pocas mujeres participaban en esas charlas y lo hacían porque eran dueñas de sus imperios, aunque les había costado crearlos, mantenerlos y sobretodo hacerse valer y respetar delante de esos hombres.
Unas tenían más astucia y fortaleza que otras, pero al momento de hacer negocios, nada las detenía.
La pequeña castaña no quería estar allí.
Dirigió la mirada vacía hacía aquel que era su padre, mantenían un Ging-tonic en la mano izquierda y en la derecha tenía un puro de disfrutaba, mientras escuchaba a todos hablar de los negocios y hacía sus aportaciones siendo reconocido y alabado.
Ella sabía que esas alabanzas que recibía su padre eran falsas. Todos solo querían una cosa de él, hacer negocios y enriquecerse.
Su mirada vagó por el lugar hasta encontrar a su hermano.
Tenía a su esposa colgada del brazo, mientras charlaban de negocios en otro lado del jardín, mantenía un rostro neutro, pero en sus ojos se mantenía un brillo calculador.
Ella conocía esa mirada. Estaba segura que su hermano los tenía a todos comiendo de su mano y que con un tronar de dedos, conseguiría lo que quisiera.
Desvió la mirada por tercera vez y se encontró con su madrastra.
Reía muy contenta, mientras tocaba con su mano la gargantilla de diamantes que su esposo le había regalado y presumía toda su fortuna.
Aquello la hizo revolotear los ojos.
Para ella no había mujer más interesada que su madrastra.
Pero aquello le volvió a dar exactamente igual.
Por cuarta y última vez su mirada recorrió el lugar, hasta dar con un rostro que veía a diario: el de su hermanastra.
La joven tenía su misma edad, pero era todo lo contrario, alegre y divertida o mejor dicho divertina y la prueba de ello era que estaba recostada de uno de los árboles del bosque que formaba parte de los terrenos de la casa, mientras un joven la besaba como si su vida dependiera de ello. Sus piernas estaban enganchadas a la cadera del joven y su vestido arremangado en su cadera. El pantalón del muchacho se veía ligeramente caído y algo suelto. Por los movimientos que hacían se podía saber el acto que estaban haciendo.
No había que ser muy inteligente para descubrirlo.
Posó la mirada en el cielo negro, en la luna brillante y suspiró.
Un día más, un día menos.
Para ella no hacía la diferencia.
–Lucifer–
Lucia Fernanda Salvatierra Harrison. Ese fué el nombre que su padre decidió otorgarle.
Nunca entendió por qué, nada tenía que ver con él o su madre, pero tampoco le dió importancia cuando pudo entender su nombre.
Nada le importaba.
–Lucifer–Sus párpados cayeron al escuchar como repetían el llamado.
Se giró lentamente, abrió los ojos y clavó su mirada azúl e inexpresiva en la persona que le llamaba.
–Te he estado buscando, Lucifer. Tu padre requiere tu presencia–La tomó bruscamente de la mano y la halo para que caminara.
–Estaba admirando el cielo–Su voz en apenas un susurro, le respondió al jóven que la jaloneaba.
–No tienes que darme explicaciones–Le soltó con brusquedad.
–Lo digo por si mi padre pregunta a dónde nos fuimos–Le explicó y él la miró.
–Tienes razón–Respondió de mala manera y ella asintió.
Cuando llegaron a la planta baja de la mansión, se dirigieron a la puerta que daba al jardín, pero antes de salir, él se detuvo y volteó su cuerpo hacia el de ella.
–Ayudame con esta mierda–Señaló la corbata desecha–. Sabes que no sé cómo hacerle el maldito nudo.
Lucifer simplemente asintió.
Tomó con cuidado ambos extremos de la corbata y muy atenta comenzó a hacer el nudo.
Cuando lo estaba ajustando, no pudo evitar fijarse en que en el cuello de la camisa blanca tenía una marca roja en forma de labios, también que en su cuello tenía un muerdo y un chupetón.
– ¿Qué pasa? ¿Por qué no terminas? Ya me estoy hartando–La voz de él mostraba lo irritado que se encontraba.
Si yo lo noté, sus padres y el mío pueden notarlo.
Esto nos traerá problemas.
–Ven–Ahora fué Lucifer quién lo jaloneó escaleras arriba.
– ¿Qué te pasa? Suéltame–Le ordenó.
–No puedo, recuerda que tenemos un trato–Le recordó con tranquilidad.
Él solo gruñó, pero se dejó llevar.
Realmente la odiaba.
Lucifer representaba todo lo que él odiaba, una chica vacía, sin ninguna expresión o sentimiento, frigida, hermética y cuadrada.
Nada le importaba.
Nada le dolía.
Pero ellos tenían un trato y no sería él quien lo rompiera.
– ¿Qué hacemos aquí? –Preguntó sentándose en la cama king de sábanas negras.
–Dame tu camisa–Le dijo revisando sus cajones.
– ¡¿Qué?! –La voz del joven se escuchó algo aguda y escandalizada.
Cómo si ella le dijera que le robará la inocencia…que él no tenía.
–Tienes un muerdo y un chupetón en el cuello. También tu camisa está llena de labial–Encontró lo que buscaba y se acercó a él–. Voy a cubrir lo de tu cuello y limpiar tu camisa–Concluyó con su explicación.
El joven asintió, mucho más tranquilo, y le entregó lo que Lucifer le pidió.
Se perdió en el baño por unos pocos minutos, mientras que el jóven le daba un recorrido a la habitación, aunque no era la primera vez que él se encontraba allí.
Lucifer limpiaba con agilidad la camisa del jóven y la colocó sobre el calentador de toallas para secarla.
Dejó ello y volvió con el jóven, quién seguía absorto mirando la habitación.
–Necesito que eches tu cabeza hacia atrás–El joven no pudo evitar exaltarse al escuchar su voz.
Simplemente la obedeció.
Lucifer se concentró en aplicar muy bien la base en el cuello del jóven, intentando igualar su tono de piel, le aplicó polvo compacto y un poco de polvo suelto, ocultando con cada pasada el muerdo y el enrojecimiento del chupetón.
Se alejó cuando vió que su trabajo había surtido efecto y que no quedaba ni un rastro de lo que anteriormente había visto.
–Listo–Se giró y guardó lo que había utilizado–. Para la próxima, trata de que no te dejen marcas, tus padres y el mío podrían darse cuenta–Le aclaró encaminándose al baño por la camisa.
– ¿Estás molesta? –Le preguntó burlón al verla aparecer por la puerta.
Ella agitó la cabeza en señal negativa.
La luz de la luna que se colaba en la habitación, se reflejó en su cabello, pero eso no llamó la atención de ninguno de los dos.
–Sabes que no siento nada–Le entregó la camisa seca.
–Intentaré que mis arranques de pasión no dejen marcas visibles–Pasó los brazos por ambas mangas–. Pero ya sabes cómo es esto, cuando se está en el calor del momento, eso es en lo que menos nos fijamos–Respondió comenzando a abrochar los botones desde abajo.
–Deja te ayudo–Ella comenzó con los de arriba para terminar más rápido–. Y con respecto a lo que has dicho; sabes bien que no sé nada de eso–Pasó al tercer botón.
–Cierto–Él dejó la tarea que estaba haciendo y sonrió amigable–. Olvide que aún eres inocente y si sigues por el camino que llevas, nunca dejarás de serlo–Ella dejó su tarea a mitad de camino, porque levantó su cabeza para verlo, pero sin apartar las manos de la camisa.
–No planeo dejar de hacerlo–Le aclaró con toda su sinceridad–. Por eso acepté lo que mi padre me impuso, porque sé que tú no me tocarías ni un cabello.
– ¿Por qué lo haría? –Preguntó realmente–. Estoy con chicas que no son tan…–Buscó una palabra no tan hiriente.
– ¿Vacías? –Preguntó, pero él negó.
–Hermeticas. Lo disfrutamos y luego ni nos conocemos–Aclaró.
–Gracias por nuestro trato–Le repitió.
–De nada, Lucifer–Se inclinó y dejó un beso en su frente.
Justo en ese momento, se abrió la puerta de la habitación.
Ambos jóvenes voltearon hacia la entrada de la habitación, dónde un hombre los miraba muy serio.
Para un hermano mayor, ver a su hermanita junto a su novio quien tiene la camisa a medio abrochar, siendo ella quien tiene las manos en los botones, y con los labios posados en su frente, no es la mejor escena con la que se pudo encontrar.
La piel del hermano mayor se volvió roja, la vena de su frente comenzó a palpitar y sus ojos se oscurecieron, mirando en la dirección de ese quién es el novio de su hermana.
–Lucia Fernanda–Habló con un tono de voz muy amenazante que no pasó desapercibido por ninguno de los dos.
–Hermano mayor–Inclinó su cabeza y se volteó a terminar con su trabajo–. Si vienes a avisarme que padre me está buscando, ya Brandon me avisó y ahora vamos–Tomó la corbata negra del chico y comenzó a anudarla, mientras le daba la explicación a su hermano.
–Padre tiene más de diez minutos esperando–Respondió el mayor furioso.
–Pido disculpas, Brandon y yo tardamos porque teníamos algo que hablar–Ayudó a su novio con el saco.
–Así es cuñado. Lucifer y yo teníamos algo que arreglar, pero ya está todo listo–Le ofreció el brazo a la pequeña castaña–. ¿Vamos?
Lucifer lo tomó y salió junto a Brandon bajo la intensa mirada de su hermano, quien los siguió de cerca.
Cuando llegaron al jardín, el hermano mayor, fué distraído por su esposa, quién se lo llevó a un lugar de este, dónde habían varias parejas.
–Tu hermano creyó que andábamos dando amor–Le susurró Brandon al oído con una sonrisa burlona.
Para otros fué un gesto íntimo de pareja.
Que lejos estaban de la verdad.
–Me di cuenta–Respondió Lucifer como si nada le afectaba y aquello era la realidad.
–Agradezco que no haya sacado su arma y se haya desechó de mí en ese instante–Su voz estaba llena de diversión, pero estaba siendo sincero.
–No lo haría, porque sabe que papá lo mataría.
– ¿Y tú qué le harías? –Lo miró.
–Nada.
El jóven solo sonrió y viró sus ojos.
Ambos terminaron de acortar la distancia que los separaba del señor Salvatierra y el grupo de caballeros que se encontraban acompañándolos.
–Padre–El hombre volteó ante el llamado de su única hija.
–Lucifer–Él le ofreció su mano, la cuál ella tomó sin dilatarse ni un segundo, soltando al mismo tiempo el brazo de su novio, para terminar de acercarse–. Te presentaré a unos socios. Compórtate –Lo último se lo susurró tan bajo que nadie más que ella lo escuchó.
–Si padre.
–Caballeros, les presento a La Reina Del Infierno, Lucifer–Los tres hombres le miraron y los dos más jóvenes le sonrieron de lado–. Lucifer, con gusto te presento a Miguel, Santo y Ángel.
La mirada del tercer jóven, viajó hacia la chica, quién estiró su mano hacia la dirección del mayor de los hombres, quien la tomó y la beso. El siguiente fué el jóven llamado Santo, quien solo le sonrió amigable y le aseguró que era un gusto conocerla.
Su mano entró en contacto con la de Ángel, quién la miraba a los ojos, mientras dejaba un beso en el dorso de su mano, lento y suave.
Hizo una leve inclinación y algo en ella cambió, aunque no se dió cuenta.
La motocicleta negra surcaba las calles con rapidez, gracias al conductor que le gustaba sentir la adrenalina que le otorgaba la velocidad, pero esta vez no era por ello que conducía tan rápido.
Él escapa de ello que había provocado minutos atrás.
Una sonrisa divertida y maliciosa se mantenía en su rostro por todo el desastre que había provocado y que estaba disfrutando.
– ¡¿Puedes ser menos cínico?! –Escuchó el grito de su amigo, a pesar de los sonidos de la calle.
No, no puedo, aunque lo intente.
Las curvas cerradas que daba en la calle, provocaba que la motocicleta se ladeara de tal manera que parecía a punto de estar tocando la calle.
Aquello solo le divertía y le provocaba de ir por más.
Le encantaba meterse en problemas, porque le encantaba la forma en la que podía resolverlos.
Hizo una seña al amigo que lo acompañaba esa noche, quién entendió a la perfección lo que le decía.
Bajó la mirada por un segundo y cuando la levantó, la determinación brillaba en sus ojos, junto con algo más.
Su ojo derecho, tan azul como el cielo despejado, en ese momento se veía dos tonos más oscuros, cegado por la adrenalina. Su ojo izquierdo, tan verde claro, se había oscurecido hasta tomar el color de una aceituna.
A pesar de los colores distintos, tenían el mismo brillo.
Iba a por ello que quería y nada lo iba a detener ¿O si?
Sintió un impacto en su costado izquierdo, que lo lanzó con una sorprendente fuerza por la calle.
Logró soltar la motocicleta, pero no impidió que su cuerpo terminara rodando por el asfalto a varios metros del lugar el impacto.
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del hombre que lo había impactado.
Con total calma bajó de su moto y se acercó a él, quien yacía tendido en el suelo, boca abajo, aparentemente inconsciente.
A unos metros de ellos y en un lugar muy bien ubicado, en el cual nadie lo veía, estaba su amigo, preparado para cualquier cosa para la que le necesitara.
–Jefe, lo tenemos–Escuchó decir al hombre que se le acercaba –. Si, parece estar incos…
La frase quedó inconclusa, cuando un disparo en la cabeza le quitó la vida a aquel hombre.
El joven se levantó del asfalto como si no hubiera sido lanzado bruscamente de su moto minutos antes.
Sacudió su ropa y guardó el arma con una sonrisa burlona.
–Les falta mucho, cabrones –Hizo una pequeña reverencia y se incorporó, haciéndole una seña a su amigo al mismo tiempo.
–M*ldito c*brón con suerte–El castaño se acercó y el pelinegro subió a la moto, ya que la suya estaba muy dañada, para irse en ella–, tienes pacto con el diablo–Aseguró.
Para su amigo era imposible salir dañado.
–Nada de eso–Hizo una pequeña seña–. Mejor vámonos o mi padre nos matará porque llegaremos tarde a su jodida reunión–Le respondió fastidiado.
–Ya vamos tarde –Le recordó poniendo la moto en marcha.
–Pero él no lo sabe –Le guiñó haciéndole saber que ya había hecho una de las suyas.
La vida para aquel joven no había sido fácil, pero tampoco había sido desdichada e infeliz. Tenía sus momentos buenos, como sus momentos malos, aunque él había aprendido a gozar cada uno de ellos.
En ese mundo solo tenía a su padre, a quién amaba, cuidaba y respetaba, y a su mejor amigo, su mano derecha y al único al que le tenía confianza.
Su madre había muerto en su nacimiento, esa fué su primera mala experiencia, pero le había dejado una enseñanza: una vida era obtenida, al costo de una vida pérdida.
Para todos, el pelinegro tenía una vida de ensueño, dinero, mujeres, poder, y aunque si, era feliz, había algo en él que faltaba, aunque nadie más que él mismo sabía qué.
El pelinegro a sus dieciocho años, ya había vivido más que algunas personas a sus cincuenta.
Tenía una personalidad extrovertida, risueña, sincero y directo como él no había nadie. Había aprendido a no confiar en nadie y a no arrepentirse de las decisiones que tomaba, porque para bien o para mal, ya las había tomado y no había vuelta atrás.
Tenía una estatura de 2 metros, piel morena, dorada, que lo hacía ver exótico; sus largas y fuertes piernas, los grandes y fuertes músculos que había obtenido gracias a los esfuerzos, dedicación y las horas de entrenamiento al cuál se sometía y que le había otorgado la “tableta de chocolate” que muchos desearían tener. Tenía fuertes hombros, la espalda ancha y caderas estrechas, el triángulo invertido perfecto que volvía loca a cualquier mujer. Sus manos grandes y fuertes eran decoradas por tatuajes, algunos en el dorso y otros en los dedos, sobre los nudillos. El cabello negro, laceo, rapado a los costados y más largo arriba apuntaba hacia todos lados en un caos imperfectamente perfecto, con algunos mechones cayendo por su frente. Una mandíbula cuadrada y fuerte, haciéndolo lucir más varonil, tenía los pómulos un poco marcados, nada exagerado, pero que lo hacían ver interesante y atractivo, sus negras pestañas estaban depiladas, pero no dejaban de ser abundantes y gruesa, dos líneas estaban en forma diagonal casi llegando al final de la ceja izquierda, ni un vello surcaba ese espacio que habían creado a propósito y que le daba un toque enigmático, lo dejaba ver interesante y rebelde, nada lejos de la realidad. Unas gruesas pestañas negras ocultaban esos hermosos ojos de colores, tan expresivos que no le ocultaban nada a quienes conocía y lo conocían bien.
Había nacido con esa extraña condición que había heredado de su madre, por ello tenía los ojos de colores, aunque aquello lejos de molestarlo, le encantaba, era su enganche y nunca le había fallado.
A penas llegaron a la mansión, ambos se dieron una ducha rápida y cambiaron la ropa por unos smokings negros y salieron a todas prisas de la casa.
Llegaban media hora tarde y sabía que ya tenían problemas con el hombre que los estaba esperando en la fiesta.
– ¿Dónde estaban, muchachitos malcriados y desobedientes? –Les preguntó el hombre que los esperaba.
–Encangandonos de algo padre, pero ya estamos aquí–Respondió el pelinegro con total tranquilidad.
– ¿Andabas buscando problemas nuevamente, MiguelAngel? –La pregunta de su padre, solo le sacó una sonrisa.
–Yo no busco problemas, padre, ellos me buscan a mí y como el hombre que soy, les respondo–Aseguró con calma–. Ahora, ¿Podemos hacer lo que vinimos a hacer?
El mayor solo suspiró cansado y asintió.
Su hijo era tan parecido a él, que eso a veces, la mayoría del tiempo, lo sacaba de sus casillas y disgustaba mucho.
Al jóven pelinegro poco le interesó la fiesta en la que de encontraba y las conversaciones que sostenían las personas allí presente.
Era más de acción que de conversar y se estaba aburriendo.
Muchas chicas se le acercaron a hablarle e intentar ligar, pero estaba tan aburrido y con ganas de partir, que ni siquiera les presto atención.
Ninguna de esas chiquillas llamaba su atención, no eran lo que él buscaba.
Creyó que todas eran así, hasta que la vió.
La joven tenía el mejor cuerpo que había visto en su vida, entallado en un vestido rojo, pegado a su torso, resaltando cada curva y que se abría desde su pequeña cintura hasta llegar sobre sus rodillas en una falda amplía, princesa. El corpiño del vestido tenía encaje negro que hacía algunos patrones en forma de espirales y pequeñas flores que llegaba unos centímetros más abajo de su cintura, unos tacones rojos con negro altos, una capa larga negra con bordes de encaje rojo, al final y al principio sobre sus hombros que se arrastraba y formaba una cola. Y para finalizar una tiara roja con negro estaba sobre su cabeza, dándole el aspecto perfecto de la realezs.
El pelinegro no salía de su trance y no apartaba los ojos de ella, quien venía del brazo de un chico, al cuál ni le presto atención, en ese momento solo le importó la chica que venía caminando directamente hacia él con la cabeza en alto, sin expresión en el rostro maquillado perfectamente, y sin ningún sentimiento o brillo plasmado en sus ojos.
Te encontré.
–Padre–El hombre volteó ante el llamado de la chica.
–Lucifer–Él le ofreció su mano, la cuál ella tomó sin dilatarse ni un segundo, soltando al mismo tiempo el brazo del jóven que la acompañaba, para terminar de acercarse.
Los vió compartir unas palabras, pero no pudo escuchar nada de lo que se decían, aunque la curiosidad lo estaba carcomiendo.
Ambos se voltearon hacia los tres caballeros presentes.
Él la miró de pies a cabeza, escaneando cada centímetro de lo que podía ver.
Es hermosa.
–Caballeros, les presento a La Reina Del Infierno, Lucifer–El pelinegro no pudo evitar la sonrisa burlona y ladeada que le apareció en el rostro.
Santo tiene razón.
Haré pacto con el diablo.
Pero tiene que ser exclusivamente con este Ángel demoníaco que tengo frente a mí.
–. Lucifer, con gusto te presento a Miguel, Santo y Ángel.
La jóven estiró su mano hacía la dirección del mayor de los hombres, quien la tomó y la besó con respeto.
El siguiente fué Santo, quien solo le sonrió amigable y le aseguró que era un gusto conocerla.
La mano del pelinegro entró en contacto con la de Lucifer, una sensación lo recorrió de pies a cabeza y se encargó de mirarla a los ojos en todo momento, mientras llevaba los labios al dorso de su mano y lo besó, lento, suave, deseando prolongar el momento durante mucho yiemoo.
Vió a Lucifer inclinarse levemente, inclinó la cabeza, cerrando sus ojos por un segundo, lo cuál logró que él se diers cuenta que las pestañas rozaban sus mejillas.
Él hizo una pequeña reverencia, en nuestra de respeto y cortesía.
Ella parecía toda una reina… y él quería rendirle honores y tributos.
– ¿Pueden disculparnos? Necesito llevar a mi novia, con mis padres–Las palabras del jóven rubio sacaron bruscamente de sus pensamientos al pelinegro.
Tiene novio.
Vió como ella lo miró. No había nada plasmado en su mirada, pero aún no soltaba su mano.
La mirada de la jóven viajó hacia el rubio, aún seguía con su mirada vacía, que el pelinegro capto al instante.
No lo quiere.
Ese debe de ser un noviazgo arreglado.
Eso no me detendra.
Yo seré quien haga pacto con este Ángel demoníaco.
Si algo tenía el pelinegro era que sabía leer muy bien a las personas y nada se le escapaba.
–Disculpen–La voz dulce llegó a los oídos del pelinegro y no pudo evitar la sonrisa de admiración.
Se escuchaba como si los ángeles cantaban.
–. Que pasen buena noche–Le hizo una leve reverencia al pelinegro, quien correspondió, soltando su mano y la dejó irse del brazo de su novio.
– ¿En dónde nos quedamos? –Preguntó el señor Salvatierra a los caballeros.
–Disculpenos, pero Santo y yo iremos por algo de tomar–Avisó cordialmente el pelinegro y le hizo una seña a su amigo, quién lo acompañó.
–Te ví como la veías, c*brón con suerte–Le dijo su amigo burlón.
–Tienes razón, Santo, toda tu estúpida vida has tenido razón. Haré pacto con el diablo–Le dijo completamente seguro.
Esa chica le dió todo un giro en los dos minutos en los cuáles hablaron.
¿Por qué?
Él no lo sabía, pero de lo que si estaba seguro era de que no iba a desperdiciar esa oportunidad, aunque a nadie le gustaba.
Haría un gran pacto, el mejor pacto de su vida, y nadie lo detendría.
– ¿Con el diablo o con Lucifer?
La burla en la voz de su amigo no le pasó desapercibida, pero lejos de molestarlo, lo alegró.
Este idiot* me conoce bien.
Se que me ayudará.
–Desde este día, haré pacto con Lucifer.
– ¿Y si ella no quiere hacer pacto contigo? ¿Acaso no viste que tiene novio? –Le señaló con la barbilla a la pareja que estaba en una mesa tomando una copa muy de cerca.
– ¿Y acaso tú no vez como ella lo ve?
Santo fijó muy bien la mirada.
Para cualquiera que los viera por menos de cinco segundos, diría que ambos se ven con atención, pero la realidad era diferente.
Ella veía hacia detrás de él con desinterés y poca concentración, realmente parecía que su mente estaba lejos de allí.
Él veía con atención detrás de ella, siendo específicos a una chica que le coqueteaba discretamente y a quién él le estaba correspondiendo las atenciones.
–Simplemente no lo ve–
–Exacto amigo, exacto–Asintió tomando una copa–. Conmigo será diferente, ya lo verás. Ella seguirá sin prestarle atención al mundo, pero por estar presentándome atención a mí –Aseguró confiado.
– ¿Seguro? –Su amigo lo miró poco convencido.
Ese le parecía un reto muy grande.
–Completamente.
Te encontré.
Y no te dejaré escapar, Lucifer.
A pesar de ser muy tarde, la reunión continuaba en la mansión Salvatierra.
Lucifer no esperaba la hora de retirarse, estaba cansada y con sueño, pero debía de seguir allí, hasta que el último invitado se retirara o sabía que tendría problemas con su padre.
Lo primero que se le había inculcado era a ser cordial y educada.
No podía retirarse de una reunión donde ella era una de las anfitrionas, ya había logrado escaparse por unos minutos gracias a su novio, ya no podía repetir eso o eso creía.
–Lucifer–El rubio se inclinó hacia el oído de su novia, quién miraba distraídamente la casa–. Necesito un favor –Ella lo miró.
–Lo acabas de hacer–Le recordó con tranquilidad.
–Lo sé, pero esa morena no me quita la vista de encima y no me atrevo a desperdiciar está oportunidad –La castaña miró a la dirección que su novio miraba y se encontró con una pelinegra, morena, que no le quitaba la mirada de encima al rubio.
Todas las jóvenes presentes estaban enteradas de que el rubio mantenía una relación con la proclamada y conocida Reina Del Infierno, pero si está no se quejaba de las andanzas de su novio, ellas no se detendrían ante nada.
–Esta bien, pero solo si me permites ir a descansar y me buscas cuando termines–El rubio asintió, no era una locura, ni un precio muy alto lo que le pedía la castaña.
Le hizo una seña a la morena que ella entendió muy bien, y se dirigió con su novia al interior de la casa, bajo una mirada que ninguno de los dos notó.
En las escaleras se separaron y tomaron rutas diferentes. Lucifer ingresó a su habitación, se quitó los tacones y la capa, dejándola caer al suelo y se recostó en su cama que ese día le parecía más cómoda que de costumbre.
Cerró los ojos y una mirada de colores de adueñó de sus pensamientos.
Abrió los ojos.
¿Por qué pienso en ese jóven?
Se preguntó, pero no supo darse una respuesta.
Nunca había pensado en nadie, ¿Por qué en ese momento si? ¿Por qué al cerrar los ojos esa mirada o ese rostro invadian sus pensamientos inconscientemente y sin que ella pudiera controlarlo?
No tenía respuestas para las muchas preguntas que la invadian, así que poco a poco, fué quedándose dormida.
Una hora después bajaba renovada y con tranquilidad del brazo de su novio, quién se veía muy feliz.
Muchas personas comenzaban a especular sobre el porqué de la felicidad del jóven y creían que la pequeña castaña tenía mucho que ver.
Cuan lejos estaban de la realidad.
La orquesta que habían contratado para esa noche, tocaba una suave melodía que invitaba a muchas parejas a bailar en el centro de la pista que habían colocado.
–Señorita Lucifer, ¿Le molesta que me lleve a bailar a su novio? –La pelinegra, se dirigió a ella con amabilidad.
–No–A penas respondió.
El rubio sonrió y le dió el acostumbrado beso en la coronilla a Lucifer, quién lo vió retirarse con la pelinegra y volvió a concentrarse en la copa de vino tinto que tenía en la mano.
El color del vino se traspasaba a su pálida piel, que lo absorbía de tal manera que parecía parte de ella.
Le daba un aspecto misterioso y algo macabro.
Alejaba a muchos, pero había alguien valiente, que lejos de sentir que eso lo alejaba, lo atraía.
–Señorita Lucifer–Levantó la mirada lentamente y la conectó con esos ojos de colores que habían invadido sus pensamientos en su descanso –. ¿Me concedería el honor de bailar conmigo esta pieza?
La sencillez y amabilidad con la que le habló aquel jóven, la impulsó a aceptar en un suave susurro y se levantó, acompañándolo a la pista.
La jóven pasó ambas manos sobre los hombros del jóven pelinegro y las dejó detrás de su nuca.
Manteniendo una distancia prudente, el jóven la sostuvo de la pequeña cintura y comenzó a guiarla en los pasos al ritmo de la suave melodía.
Todas las miradas del lugar se concentraron en aquella pareja.
Las conversaciones cesaron.
Con incredulidad admiraban la escena que se presentaba frente a ellos.
La familia Salvatierra era la más sorprendida de todos.
El hermano mayor tenía el rostro contraído y rojo de la rabia, de los celos. No quería que nadie se acercará a su pequeña hermanita y ahora ya tenía a otro jóven rondándola.
La hermanastra veía con furia y envidia como la pequeña castaña estaba bailando con un jóven tan guapo y de reprochaba el no haberlo visto antes e ir por él.
La madrastra también se encontraba furiosa, no quería que la pequeña castaña recibiera más atenciones de las que ya recibía y ahora, al parecer, ya se había ganado la atención del pelinegro que no apartaba la mirada de ella.
El señor Salvatierra veía con asombro, incredulidad y algo de satisfacción la escena presentada.
Su pequeña hija estaba bailando con un jóven, aunque esté no era su novio, pero se encontraba bailando con alguien por primera vez en su vida.
Aquello fué uns escena jamás vista para todos.
La pequeña castaña había recibido clases particulares de baile desde que tenía cuatro años.
Había asistido a ese tipo de eventos con su padre y hermano desde que había cumplido los siete años.
Pero siempre había rechazado el bailar con cualquier persona, su padre, hermano, novio o algún otro.
Parecía una bailarina.
Se desplazaba con gracia, belleza y agilidad por toda la pista ahora vacía.
Todos se habían detenido para verlos.
¿Por qué bailaba con el jóven pelinegro?
Ni ella tenía una respuesta clara para eso.
La canción cambió.
Al ver cómo se separaban, creyeron que la escena nunca antes vista había llegado a su fin, pero cuan equivocados estaban.
Los jóvenes se distanciaron por poco menos de un metro e hicieron una reverencia hacia el otro y volvieron a acercarse.
La pequeña castaña colocó su mano sobre el hombro del jóven, quién colocó suavemente su mano sobre la pequeña cintura y con la otra tomó su mano libre, entrelazándolas.
Se deslizaban por toda la pista al ritmo de la música de la orquesta, era como un baile real, donde ellos dos eran el centro de atención.
El jóven le daba vueltas, la giraba en sus brazos, los cuáles ella sentía que la sostenían con firmeza y algo más que ella no notó.
El jóven la tomó con firmeza de la cintura y la levantó lentamente, dando una vuelta y la mantuvo en el aire cuando la canción terminó.
Muchos aplausos llenaron el jardín.
El jóven pelinegro la bajó suave.
Ella se sintió muy cerca de su cuerpo.
Lo miró a los ojos, sentía su rostro acercándose y ella no hacía nada por alejarse.
–Lucifer–Ambos se alejaron al escuchar la voz ronca del señor Salvatierra.
–Padre–La jóven inclinó la cabeza.
–Señor–Vió al pelinegro de ojos de colores inclinarse–. Si permite, me gustaría invitar pronto a Lucifer a mi hogar–La castaña lo miró confundida.
Era la primera vez que recibía una invitación de esa.
Nadie se acercaba a ella.
Al contrario.
¿Por qué me hace una invitación como esa?
– ¿Para qué? –La pregunta del hombre hizo eco a la pregunta de Lucifer.
–Me gustaría hablar de negocios con ella. He escuchado mucho de la forma en que Lucifer hace sus negocios y quisiera que pongamos en práctica nuestros métodos –La explicación del jóven sonó muy buena y convincente para el hombre.
Él esperaba hacer pronto negocios con Ángel.
Él no hacía negocios con todo el mundo, solo los mantenía con su padre y su amigo, era una buena oportunidad y sabía que Lucifer lo ayudaría en ello.
–Si, no tengo ningún inconveniente –Aceptó con tranquilidad.
– ¿Y para usted hay inconveniente Lucifer?
La castaña lo miró y negó con tranquilidad.
–No tengo inconveniente, además de que es mi obligación–
Vió aparecer una sonrisa en los labios del chico, aunque no quiso preguntar o descifrar porqué.
– ¿Cuándo podría ir?
La pequeña castaña miró a su padre.
El día de mañana ella tenía varias obligaciones que cumplir.
–Mañana se me es imposible, si gusta puede ser pasado mañana–El pelinegro asintió.
–Enviaré a mi chofer para que venga por usted pasado mañana a la hora del almuerzo–Asintió–. Si me disculpan, debo retirarme a cumplir con algunas obligaciones–Hizo una pequeña reverencia que fué correspondida.
El jóven dió un paso para retirarse, cuando se escuchó un fuerte y claro disparo.
Lucifer reaccionó al momento y jaló al jóven hacia ella con firmeza, pegándolo a su cuerpo, evitando así que el disparo impactara su cuerpo.
El disparo vino de un lugar del bosque.
Todas las luces de la mansión se encendieron y apuntaron hacia allá, revelando a los hombres ocultos, que de inmediato fueron apuntados y que respondieron.
–M*lditos c*brones, me siguieron–La queja casi silenciosa del jóven, no pasó desapercibida por Lucifer, quién lo sujetaba.
–Padre–Aquella palabra sonó a una pedida de permiso.
–Ya sabes que hacer, Lucifer.
La jóven asintió y soltó a aquel que sujetaba, la falda de su vestido fué levantada unos centímetros, mostrando sus lechoso muslos que no pasaron desapercibidos por ningún hombre en ese lugar, exceptuando sus familiares, y de las correas alrededor de ellos, sacó sus armas ocultas.
Lanzó una nueve milímetros en dirección al rubio, quién la tomó y comenzó a disparar hacia todos aquellos agresores.
Lucifer se movía con agilidad, empuñando los cuchillos con una agilidad que cualquiera envidiaria.
Disparaba contra aquellos que estaban lejos de su alcance y cortaba a aquellos que tenía a su alcance.
Era un deleite para muchos ver a Lucifer en combate.
Sintió como levantaban su capa para tomar algo, pero no le prestó tanta importancia, porque sabía quién era.
Su novio buscaba las otras armas ocultas que tenía en la capa y luego se quedó a su lado, espalda con espalda.
– ¿Te divertiste bailando? –No pudo evitar preguntarle.
La curiosidad le ganó.
–No es el momento–Le recordó Lucifer dando una patada en el estómago del hombre que se acercaba y luego disparó–. Y sabes bien que yo no siento–Movió su capa y desenfundó la catana que tenía muy bien guardada.
La hoja de color rojo, con el mango negro brillaba bajo la luz de la Luna.
La levantó, acercándola a su rostro, pegándolo a su mejilla y mantuvo la mirada de frente, aún vacía.
–Tienes rostro de sádica –Le señaló su novio con una sonrisa.
Eso aterró a la mayoría.
–Y con respecto a lo otro. Creo que ya llegó tu hora de sentir.
La pequeña castaña se alejó luego de escuchar aquello, yéndose en contra de sus enemigos, la espada era tan filosa, que solo necesitaba de pequeños movimientos y una requerida fuerza para cortar lo que deseaba.
Había mutilado a varios.
Los dejaba sin brazos, piernas o los cortaba a la mitad, a algunos solo le quitaba la cabeza.
Le hacía justicia a su nombre.
Era Lucifer.
El Ángel demoníaco.
– ¡LUCIFER! –Aquel grito llamó su atención, su mirada viajó hacia atrás, del lugar que provenía, pero no sé encontró con quién la había llamado, al contrario, encontró a un hombre con una sonrisa de satisfacción que se borró al instante de sentir como aquella espada lo atravesaba, entrando por su estómago y saliendo por su espalda.
Un jadeo de dolor se le escapó, junto con sangre que escupió, manchando así el rostro de Lucifer quién ni se inmutó y movió la espada hacia arriba con fuerza, cortando el torso del hombre y le dió una fuerte patada, sacando al mismo tiempo la espada.
–Lucifer. ¿Te encuentras bien? Estás herida–Su mirada viajó al mismo lugar que el jóven pelinegro veía.
Tenía una bala incrustada en su brazo izquierdo y la sangre corría como si habían abierto una tubería.
– ¡BRANDON! –El grito de la castaña, alertó al rubio, quien de acercó y comenzó a cubrirla.
– ¿Estás bien? ¿Te duele? –Ella miró al pelinegro y en sus ojos reflejaba preocupación.
Ella no lo entendió.
–Ella no siente dolor, ahora ayúdame a cubrirla que intentarán llegar a ella –La respuesta del rubio que disparaba hacía varias direcciones, hizo que el pelinegro dejara de mirarla.
Él ya sabía cómo era el protocolo, siempre que veían a Lucifer herida, intentaban llegar a ella. Todos eran iguales. Por ello comenzaba siempre a cubrirla y protegerla, mientras ella se recuperaba.
El preocupado Ángel comenzó a disparar en contra de todos, acompañando al rubio.
Lucifer soltó una de las correas que se encontraban en su muslo y la sujetó con fuerza, aplicando un torniquete en su brazo para evitar que la sangre siguiera corriendo.
Miró hacia un lado, pues sentía una mirada y lo corroboró al encontrarse con su padre, quien disparaba. Le hizo una breve seña, levantando la barbilla a lo cuál ella solo asintió.
–Brandon, necesito que ejecutemos el plan–Le informó.
–Bien. Lanza las bombas –
Lucifer tocó su brazalete y varias bombas salieron disparadas de la casa. El humo comenzó a dispersarse por el lugar, confundiendo a todas las personas que se encontraban presentes.
Brandon le hizo una seña.
La pequeña castaña tomó la mano del pelinegro a quién vió muy confundido y comenzó a correr con el en dirección a la casa, antes de que el humo se dispersara.
– ¿Qué hacemos? No podemos dejarlos solos–El pelinegro reclamó.
–Tranquilo, los acabaremos todos de una vez–Le respondió Brandon apuntando hacia todos lados en la mansión por si les salían con una sorpresa.
Lucifer los llevó hacia su habitación, ocupó su escritorio rápidamente y abrió las tres laptops que tenía sobre este.
Vió por las cámaras que el humo comenzaba a dispersarse y todos estaban marcados y confundidos.
Movió rápidamente sus dedos sobre los tres teclados preparando todo y susurró:
–Que comience la depuración.
Los drones salieron de la casa, siendo manejados por Lucifer.
Los rostros de los enemigos se llenaron de terror e intentaron correr, pero solo alcanzaron a dar pocos pasos que provocó las lluvias de balas.
Todas ellas eran computarizadas y se dirigían a un único objetivo que era el que Lucifer quería y controlaba.
Los cuerpos fueron cayendo sin vida poco a poco, en dos minutos, no quedaba nadie de esas personas que fueron a arruinar la fiesta.
El jardín era un baño de sangre, algunos de los invitados se encontraban heridos, pero nada grave o que no pudieran solucionar.
–Eres muy buena, Lucifer–Le halagó el pelinegro y ella lo miró, asintiendo.
–Perfecta–Los labios de Brandon, entraron en contacto con su coronilla.
–Vamos–Habló el pelinegro serio y ellos asintieron.
Bajaron los tres al jardín, el pelinegro mostraba su preocupación por la herida de Lucifer, pero ella le aseguró que estaba bien y que no sentía nada.
–Reina Del Infierno–Su hermano le hizo una reverencia y todos lo que pudieron lo imitaron, mostrando mucho respeto.
–Lucifer–Su padre la miró con admiración y orgullo en sus ojos.
Ella solo asintió.
–Lucifer, necesitas un médico –Su hermano expresó con preocupación al notar su brazo.
–Me encuentro bien. No siento nada –Respondió con tranquilidad.
–La perdida de sangre es grave, Lucifer. Llamaremos un médico–Le respondió su padre seriamente y ella solo asintió.
–Si padre.
Varios doctores llegaron, pero el de confianza de la familia Salvatierra fué el encargado de la pequeña castaña que se encontraba sentada en su silla, mirando el baño de sangre que ella había creado con una copa en la mano.
El doctor le quitó el torniquete e hizo la extracción de la bala para luego proceder a colocarle los puntos y Lucifer ni enterada, hasta que el doctor avisó que ya había terminado.
–Necesita reposo–Avisó.
–Mañana tengo obligaciones –Habló Lucifer en recordatorio para su padre y hermano.
Sabía que ellos se toman eso del reposo muy encerio.
–Y puede cumplirlas, siempre y cuando no haga ningún esfuerzo con ese brazo–Le aclaró el doctor y ella asintió.
–Bien, me retiro–Se incorporó, pero al instante todo su mundo dió vueltas y tuvo que sostenerse lo más pronto posible de algo que se encontraba a su lado.
– ¿Te encuentras bien, Lucifer? –Sintió un aliento en su oído y levantó la mirada.
El pelinegro llamado Ángel la sostenía.
–Me he mareado –Explicó.
–Puedo llevarte a tu habitación, ya que tu novio está ocupado –Le señaló con la barbilla una dirección, la cuál ella miró.
Brandon estaba ayudando a sus padres a ayudar a una jóven que estaba herida.
–Si no es molestia, acepto su ayuda–
El jóven le aseguró que no era molestia y con cuidado y suavidad la levantó para llevarla en sus brazos hacia la casa.
Todos miraron la escena y luego a Brandon, quien estaba más al pendiente de ayudar que de las miradas de todos.
– ¿Me podría llevar al baño?
Ángel asintió y se adentró al enorme baño de la habitación negra y roja.
La dejó sola por un momento, mientras ella se daba una ducha para retirar la sangre y se colocaba su piyama.
Salió pocos minutos después, sujetándose de las paredes porque aún se sentía mareada.
Él al verla, corrió a ayudarla y la llevó hasta la cama de sábanas negras dónde con cuidado la dejó e introdujo debajo de las sábanas.
–Bien Lucifer, ya que estás sana y salva en tu cama, yo me retiro, debo arreglar unas cuentas con el causante de este atentado –Le explicó con tranquilidad y ella asintió, sin entender el porqué de sus explicaciones.
Nadie nunca me daba explicaciones.
–Suerte y espero que no lo asesinen–Él sonrió.
–No lo harán –Aseguró–. Ah, espero que no haya cambiado de opinión y si pueda hacerme el honor de visitar mi hogar y que hagamos negocios–Le mencionó esperanzado de que no haya cambiado de opinión.
Si bien fué su culpa de que hayan atentado en contra de la casa de Lucifer, ella no quería faltar a su palabra, ni a la invitación que él le había hecho.
–Iré, no se preocupe –Le respondió.
–Tratame de tú y llámame Ángel, solo tengo dieciocho
Ella asintió.
–Bien Ángel, tu también puedes tratarme de tú –Él asintió.
–Espero que nuevamente me concedas el honor y la satisfacción de bailar juntos.
Ella no supo qué responder y no sabía porqué.
Sin embargo, vió la sonrisa que él tenía y que nunca desaparecía, o eso creía ella.
–Buenas noches, Lucifer.
–Buenas noches, Ángel.
Él se retiró, dejándola a solas en la enorme habitación, permitiéndole cerrar los ojos para descansar, pero esos ojos volvieron a invadir su mente.
Que lindos ojos tienes.
¿Por qué no dejo de recordarlos?
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