La motocicleta negra surcaba las calles con rapidez, gracias al conductor que le gustaba sentir la adrenalina que le otorgaba la velocidad, pero esta vez no era por ello que conducía tan rápido.
Él escapa de ello que había provocado minutos atrás.
Una sonrisa divertida y maliciosa se mantenía en su rostro por todo el desastre que había provocado y que estaba disfrutando.
– ¡¿Puedes ser menos cínico?! –Escuchó el grito de su amigo, a pesar de los sonidos de la calle.
No, no puedo, aunque lo intente.
Las curvas cerradas que daba en la calle, provocaba que la motocicleta se ladeara de tal manera que parecía a punto de estar tocando la calle.
Aquello solo le divertía y le provocaba de ir por más.
Le encantaba meterse en problemas, porque le encantaba la forma en la que podía resolverlos.
Hizo una seña al amigo que lo acompañaba esa noche, quién entendió a la perfección lo que le decía.
Bajó la mirada por un segundo y cuando la levantó, la determinación brillaba en sus ojos, junto con algo más.
Su ojo derecho, tan azul como el cielo despejado, en ese momento se veía dos tonos más oscuros, cegado por la adrenalina. Su ojo izquierdo, tan verde claro, se había oscurecido hasta tomar el color de una aceituna.
A pesar de los colores distintos, tenían el mismo brillo.
Iba a por ello que quería y nada lo iba a detener ¿O si?
Sintió un impacto en su costado izquierdo, que lo lanzó con una sorprendente fuerza por la calle.
Logró soltar la motocicleta, pero no impidió que su cuerpo terminara rodando por el asfalto a varios metros del lugar el impacto.
Una sonrisa de satisfacción apareció en el rostro del hombre que lo había impactado.
Con total calma bajó de su moto y se acercó a él, quien yacía tendido en el suelo, boca abajo, aparentemente inconsciente.
A unos metros de ellos y en un lugar muy bien ubicado, en el cual nadie lo veía, estaba su amigo, preparado para cualquier cosa para la que le necesitara.
–Jefe, lo tenemos–Escuchó decir al hombre que se le acercaba –. Si, parece estar incos…
La frase quedó inconclusa, cuando un disparo en la cabeza le quitó la vida a aquel hombre.
El joven se levantó del asfalto como si no hubiera sido lanzado bruscamente de su moto minutos antes.
Sacudió su ropa y guardó el arma con una sonrisa burlona.
–Les falta mucho, cabrones –Hizo una pequeña reverencia y se incorporó, haciéndole una seña a su amigo al mismo tiempo.
–M*ldito c*brón con suerte–El castaño se acercó y el pelinegro subió a la moto, ya que la suya estaba muy dañada, para irse en ella–, tienes pacto con el diablo–Aseguró.
Para su amigo era imposible salir dañado.
–Nada de eso–Hizo una pequeña seña–. Mejor vámonos o mi padre nos matará porque llegaremos tarde a su jodida reunión–Le respondió fastidiado.
–Ya vamos tarde –Le recordó poniendo la moto en marcha.
–Pero él no lo sabe –Le guiñó haciéndole saber que ya había hecho una de las suyas.
La vida para aquel joven no había sido fácil, pero tampoco había sido desdichada e infeliz. Tenía sus momentos buenos, como sus momentos malos, aunque él había aprendido a gozar cada uno de ellos.
En ese mundo solo tenía a su padre, a quién amaba, cuidaba y respetaba, y a su mejor amigo, su mano derecha y al único al que le tenía confianza.
Su madre había muerto en su nacimiento, esa fué su primera mala experiencia, pero le había dejado una enseñanza: una vida era obtenida, al costo de una vida pérdida.
Para todos, el pelinegro tenía una vida de ensueño, dinero, mujeres, poder, y aunque si, era feliz, había algo en él que faltaba, aunque nadie más que él mismo sabía qué.
El pelinegro a sus dieciocho años, ya había vivido más que algunas personas a sus cincuenta.
Tenía una personalidad extrovertida, risueña, sincero y directo como él no había nadie. Había aprendido a no confiar en nadie y a no arrepentirse de las decisiones que tomaba, porque para bien o para mal, ya las había tomado y no había vuelta atrás.
Tenía una estatura de 2 metros, piel morena, dorada, que lo hacía ver exótico; sus largas y fuertes piernas, los grandes y fuertes músculos que había obtenido gracias a los esfuerzos, dedicación y las horas de entrenamiento al cuál se sometía y que le había otorgado la “tableta de chocolate” que muchos desearían tener. Tenía fuertes hombros, la espalda ancha y caderas estrechas, el triángulo invertido perfecto que volvía loca a cualquier mujer. Sus manos grandes y fuertes eran decoradas por tatuajes, algunos en el dorso y otros en los dedos, sobre los nudillos. El cabello negro, laceo, rapado a los costados y más largo arriba apuntaba hacia todos lados en un caos imperfectamente perfecto, con algunos mechones cayendo por su frente. Una mandíbula cuadrada y fuerte, haciéndolo lucir más varonil, tenía los pómulos un poco marcados, nada exagerado, pero que lo hacían ver interesante y atractivo, sus negras pestañas estaban depiladas, pero no dejaban de ser abundantes y gruesa, dos líneas estaban en forma diagonal casi llegando al final de la ceja izquierda, ni un vello surcaba ese espacio que habían creado a propósito y que le daba un toque enigmático, lo dejaba ver interesante y rebelde, nada lejos de la realidad. Unas gruesas pestañas negras ocultaban esos hermosos ojos de colores, tan expresivos que no le ocultaban nada a quienes conocía y lo conocían bien.
Había nacido con esa extraña condición que había heredado de su madre, por ello tenía los ojos de colores, aunque aquello lejos de molestarlo, le encantaba, era su enganche y nunca le había fallado.
A penas llegaron a la mansión, ambos se dieron una ducha rápida y cambiaron la ropa por unos smokings negros y salieron a todas prisas de la casa.
Llegaban media hora tarde y sabía que ya tenían problemas con el hombre que los estaba esperando en la fiesta.
– ¿Dónde estaban, muchachitos malcriados y desobedientes? –Les preguntó el hombre que los esperaba.
–Encangandonos de algo padre, pero ya estamos aquí–Respondió el pelinegro con total tranquilidad.
– ¿Andabas buscando problemas nuevamente, MiguelAngel? –La pregunta de su padre, solo le sacó una sonrisa.
–Yo no busco problemas, padre, ellos me buscan a mí y como el hombre que soy, les respondo–Aseguró con calma–. Ahora, ¿Podemos hacer lo que vinimos a hacer?
El mayor solo suspiró cansado y asintió.
Su hijo era tan parecido a él, que eso a veces, la mayoría del tiempo, lo sacaba de sus casillas y disgustaba mucho.
Al jóven pelinegro poco le interesó la fiesta en la que de encontraba y las conversaciones que sostenían las personas allí presente.
Era más de acción que de conversar y se estaba aburriendo.
Muchas chicas se le acercaron a hablarle e intentar ligar, pero estaba tan aburrido y con ganas de partir, que ni siquiera les presto atención.
Ninguna de esas chiquillas llamaba su atención, no eran lo que él buscaba.
Creyó que todas eran así, hasta que la vió.
La joven tenía el mejor cuerpo que había visto en su vida, entallado en un vestido rojo, pegado a su torso, resaltando cada curva y que se abría desde su pequeña cintura hasta llegar sobre sus rodillas en una falda amplía, princesa. El corpiño del vestido tenía encaje negro que hacía algunos patrones en forma de espirales y pequeñas flores que llegaba unos centímetros más abajo de su cintura, unos tacones rojos con negro altos, una capa larga negra con bordes de encaje rojo, al final y al principio sobre sus hombros que se arrastraba y formaba una cola. Y para finalizar una tiara roja con negro estaba sobre su cabeza, dándole el aspecto perfecto de la realezs.
El pelinegro no salía de su trance y no apartaba los ojos de ella, quien venía del brazo de un chico, al cuál ni le presto atención, en ese momento solo le importó la chica que venía caminando directamente hacia él con la cabeza en alto, sin expresión en el rostro maquillado perfectamente, y sin ningún sentimiento o brillo plasmado en sus ojos.
Te encontré.
–Padre–El hombre volteó ante el llamado de la chica.
–Lucifer–Él le ofreció su mano, la cuál ella tomó sin dilatarse ni un segundo, soltando al mismo tiempo el brazo del jóven que la acompañaba, para terminar de acercarse.
Los vió compartir unas palabras, pero no pudo escuchar nada de lo que se decían, aunque la curiosidad lo estaba carcomiendo.
Ambos se voltearon hacia los tres caballeros presentes.
Él la miró de pies a cabeza, escaneando cada centímetro de lo que podía ver.
Es hermosa.
–Caballeros, les presento a La Reina Del Infierno, Lucifer–El pelinegro no pudo evitar la sonrisa burlona y ladeada que le apareció en el rostro.
Santo tiene razón.
Haré pacto con el diablo.
Pero tiene que ser exclusivamente con este Ángel demoníaco que tengo frente a mí.
–. Lucifer, con gusto te presento a Miguel, Santo y Ángel.
La jóven estiró su mano hacía la dirección del mayor de los hombres, quien la tomó y la besó con respeto.
El siguiente fué Santo, quien solo le sonrió amigable y le aseguró que era un gusto conocerla.
La mano del pelinegro entró en contacto con la de Lucifer, una sensación lo recorrió de pies a cabeza y se encargó de mirarla a los ojos en todo momento, mientras llevaba los labios al dorso de su mano y lo besó, lento, suave, deseando prolongar el momento durante mucho yiemoo.
Vió a Lucifer inclinarse levemente, inclinó la cabeza, cerrando sus ojos por un segundo, lo cuál logró que él se diers cuenta que las pestañas rozaban sus mejillas.
Él hizo una pequeña reverencia, en nuestra de respeto y cortesía.
Ella parecía toda una reina… y él quería rendirle honores y tributos.
– ¿Pueden disculparnos? Necesito llevar a mi novia, con mis padres–Las palabras del jóven rubio sacaron bruscamente de sus pensamientos al pelinegro.
Tiene novio.
Vió como ella lo miró. No había nada plasmado en su mirada, pero aún no soltaba su mano.
La mirada de la jóven viajó hacia el rubio, aún seguía con su mirada vacía, que el pelinegro capto al instante.
No lo quiere.
Ese debe de ser un noviazgo arreglado.
Eso no me detendra.
Yo seré quien haga pacto con este Ángel demoníaco.
Si algo tenía el pelinegro era que sabía leer muy bien a las personas y nada se le escapaba.
–Disculpen–La voz dulce llegó a los oídos del pelinegro y no pudo evitar la sonrisa de admiración.
Se escuchaba como si los ángeles cantaban.
–. Que pasen buena noche–Le hizo una leve reverencia al pelinegro, quien correspondió, soltando su mano y la dejó irse del brazo de su novio.
– ¿En dónde nos quedamos? –Preguntó el señor Salvatierra a los caballeros.
–Disculpenos, pero Santo y yo iremos por algo de tomar–Avisó cordialmente el pelinegro y le hizo una seña a su amigo, quién lo acompañó.
–Te ví como la veías, c*brón con suerte–Le dijo su amigo burlón.
–Tienes razón, Santo, toda tu estúpida vida has tenido razón. Haré pacto con el diablo–Le dijo completamente seguro.
Esa chica le dió todo un giro en los dos minutos en los cuáles hablaron.
¿Por qué?
Él no lo sabía, pero de lo que si estaba seguro era de que no iba a desperdiciar esa oportunidad, aunque a nadie le gustaba.
Haría un gran pacto, el mejor pacto de su vida, y nadie lo detendría.
– ¿Con el diablo o con Lucifer?
La burla en la voz de su amigo no le pasó desapercibida, pero lejos de molestarlo, lo alegró.
Este idiot* me conoce bien.
Se que me ayudará.
–Desde este día, haré pacto con Lucifer.
– ¿Y si ella no quiere hacer pacto contigo? ¿Acaso no viste que tiene novio? –Le señaló con la barbilla a la pareja que estaba en una mesa tomando una copa muy de cerca.
– ¿Y acaso tú no vez como ella lo ve?
Santo fijó muy bien la mirada.
Para cualquiera que los viera por menos de cinco segundos, diría que ambos se ven con atención, pero la realidad era diferente.
Ella veía hacia detrás de él con desinterés y poca concentración, realmente parecía que su mente estaba lejos de allí.
Él veía con atención detrás de ella, siendo específicos a una chica que le coqueteaba discretamente y a quién él le estaba correspondiendo las atenciones.
–Simplemente no lo ve–
–Exacto amigo, exacto–Asintió tomando una copa–. Conmigo será diferente, ya lo verás. Ella seguirá sin prestarle atención al mundo, pero por estar presentándome atención a mí –Aseguró confiado.
– ¿Seguro? –Su amigo lo miró poco convencido.
Ese le parecía un reto muy grande.
–Completamente.
Te encontré.
Y no te dejaré escapar, Lucifer.
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