Por lo general, yo era la primera en llegar al jardín de infantes, pero ese día fui la última. Jesse estaba tan angustiado por mi tardanza que, apenas me vio, se arrojó a mis brazos y comenzó a llorar. Tras secarle un poco las lágrimas, lo tomé de la mano y salimos. Ivan estaba esperándonos junto al coche y se le oscureció el rostro cuando vio los ojos irritados del pequeño.
—Eres un hombrecito, así que no puedes llorar como una niñita todos los días. Muestra un poco de valentía, ¿quieres? —reprochó el padre.
Jesse se detuvo de inmediato y me agarró la manga con fuerza.
—No lo regañes por eso. ¿Cómo puedes estar enojado con él? —respondí mientras intentaba mantener la calma. Luego, alcé a mi hijo para consolarlo.
—¿Eres un bebé? ¿Todavía necesitas que te abracen como uno? —añadió Ivan, con el rostro y la voz llenos de exasperación. Sabía que él estaba descargando su frustración conmigo en Jesse y quería discutírselo, pero no podía hacerlo enfrente de nuestro hijo. No quería asustarlo, así que tuve que quedarme callada. Él me miró y dijo—: En serio no entiendo cómo te convertiste en una madre así. No parece un varón; lo mimas demasiado.
A decir verdad, en general no me importaba cuando Ivan hacía ese tipo de comentarios sobre mí, pues creía que eran quejas sin sentido y nada más. Pero después de la charla con Morley, me di cuenta de que tal vez mi actitud lo había cansado hacía mucho tiempo. Se me estremeció el corazón y la ira me brotó con tanta fuerza que no pude reprimirla.
—Los niños son más varoniles cuando sus padres pasan tiempo con ellos. Trabajas horas extra todos los días y tienes viajes de negocios todas las semanas. No pasas ni dos horas al mes con él. ¿Cómo te atreves a tratarlo así? —Me detuve para sostener a Jesse con un solo brazo y le arrebaté las llaves del coche a mi esposo—. Si no quieres volver a casa a la noche, no hace falta que lo hagas.
Dicho eso, subí al vehículo con el niño y lo encendí. Antes de arrancar, miré por el espejo retrovisor, pero Ivan seguía parado en el mismo lugar, dudando si acercarse o no. Sin más, tomé la decisión de pisar el acelerador y el coche salió como una flecha. Jesse, que estaba sentado en el asiento del copiloto, se volvió para mirar hacia atrás.
—¿Por qué papá no viene a casa con nosotros? —No contesté. Se me llenaron los ojos de lágrimas y tenía miedo de liberar todas mis emociones en el momento en que abriera la boca. Sin embargo, al notar mi actitud inusual, mi hijo preguntó con cautela—: Mamá, ¿por qué lloras?
Cuando escuché su vocecita, ya no pude contenerme y las lágrimas comenzaron a caer una tras otra. Para no preocuparlo, intenté tranquilizarme respirando hondo un par de veces antes de responderle.
—Estoy bien. Tengo algo en los ojos —mentí, pero no me creyó. Era un niño inteligente.
—No. Papá te hizo enojar.
—No te preocupes. No tienes que involucrarte en los temas de los adultos.
En los cuarenta minutos que duró el viaje a casa, no me atreví a derramar otra lágrima. Cuando llegamos, preparé la cena para Jesse como de costumbre, lo ayudé con la tarea, jugamos un rato, lo bañé y luego lo acosté en la cama. Mientras lo miraba dormir, las heridas que tenía en el corazón volvieron a abrirse, pero me obligué a contener el llanto hasta que salí de la habitación. Una vez en el pasillo, las lágrimas empezaron a caer indiscriminadamente. Me apoyé contra la puerta y dejé escapar un suspiro prolongado, pues de verdad no sabía por qué mi matrimonio había terminado de esa forma. Al cabo de unos minutos, sonó el móvil, que tenía en el bolsillo, y me dirigí a mi dormitorio para hablar tranquila.
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Comments
mimar silva
dignidad sin locura
2023-07-10
2
mimar silva
UPS!! respuesta viceral
2023-07-10
0
Liliana Herrera
¡¡Que ⚽️tudo!!
2023-06-30
0