Capítulo 7.

...Evan Moon....

Me cuesta mucho dormir, solo doy vueltas en la cama, por lo que me levanto de la cama y miro el reloj en la mesita de luz 01:45 AM, agarro mi celular y lo guardó en el bolsillo de mi pantalón por las dudas.

Necesito entrenar, es lo único que me ayuda a liberar el estrés que tengo. Siempre el entrenamiento logra qué pudiera descansar y dejar de pensar mucho.

Camino hacia la puerta de mi habitación, la abro y salgo. Descalzo avanzó por los pasillos hasta llegar a la última puerta, enciendo la luz. Mi papá y yo hicimos un cuarto de entrenamiento, hay dos sacos de boxeo, dos máquinas de Gym, un banco para descansar y un pequeño ring.

Me encamino hasta donde está el saco de boxeo, una vez que estoy enfrente, empiezo a golpearlo despacio y después ganó velocidad.

¿Por qué la vida es injusta?

¿Por qué no puedo estar con el amor de mi vida?

¿Por qué no puedo ser feliz?

¿Cómo puedo dejar de sentir este dolor?

¿Cómo puedo ayudar a los demás, si no me siento completo?

Muchas preguntas rondan por mí cabeza, siento una gota de sudor caer por mí frente y golpeó con más fuerza, el saco se mueve con violencia ante cada ataque que doy.

—Si sigues así, vas a terminar rompiéndolo — dice una voz suave, miro por mi hombro y veo a mi madre apoyada en la puerta de brazos cruzados.

Sigo golpeando el saco, la siento acercándose a mí.

—Cariño — sus manos me detienen, gruño — deja de lastimarte — toma mis manos que tienen algo de sangre.

—El dolor es mí única medicina — susurró.

—No es cierto, ¿Sabes el dolor que me provocas lastimándote? Eres mi primer hijo, no quiero perderte — algunas lágrimas caen de sus ojos provocando un sentimiento de culpa.

—No vas a perderme — la abrazo — es solo un saco mamá.

—Sabes de lo que te hablo, no soy tonta. Solo prométeme que tendrás cuidado.

Me tenso de inmediato.

—Lo prometo.

Asiente con la cabeza satisfecha y se aleja de mí.

—No te acuestes tarde.

—Ya soy grande.

—Eres mi bebé — ruedo los ojos reprimiendo una sonrisa — buenas noches.

—Descansa mamá.

Siento mí celular vibrar en mí bolsillo, lo tomo y veo que es una llamada de Ian.

—¿Le sucedió algo a mí mielcita? — le pregunto una vez que lo atiendo.

—Hola ¿No? Tu mielcita está bien.

—¿Y para qué me llamaste? — camino hasta sentarme en un banco.

—Lo encontré.

—Mierda... ¿Dónde?

—En un edificio abandonado, cuando vuelva de Argentina, nos encargaremos de él.

—Perfecto — cuelgo.

Mandé a Ian, mi mejor amigo y el próximo beta a cuidar a mí mielcita, ya que los desgraciados que me alejaron de mí mujer están más cerca de lo que creí, le llega a pasar algo a Aylin y juro que voy a matarlos a todos.

—Si — gruñe Daemon.

Daemon es mi lobo, cuando me transformo; Tengo el pelaje negro, ojos rojos brillantes y mido 1,7 m.

El jueves me envió una foto de mí mujer en una tienda, fue la primera vez que la vi, después de mucho tiempo. Está muy hermosa, juro que tuve unas ganas de llorar, no sabía cuanta falta me hacía hasta que vi esa foto. Extraño su sonrisa, sus abrazos, su extraña personalidad, su cara de enojada cuando no la dejaban dormir. La extraño y ya no aguanto no tenerla a mí lado.

—¿Quién es? — quiere saber mi hermana a mi lado, no la escuché entrar.

—Alguien.

—Dime, soy tu hermana.

Observó el pijama de corazones que tiene puesto, niego con la cabeza divertido.

—Es alguien importante para que la tengas de fondo de pantalla.

—Lo es — sonrió triste.

—¿Quieres contarme?

Suspiró.

—Ella...Ella es mí mate.

—¿Qué? — jadea sorprendida.

Ella no se acuerda mucho de Aylin, porque tuvimos que borrar algunos recuerdos por seguridad.

—La encontré cuando era pequeño.