Bateria : Polo Negativo (Tomo 2)
Cuando era pequeño me gustaba mucho jugar con mi hermano, era de entre de todos mis familiares mi persona favorita, mi mejor amigo en la vida, mi guardián y mi ejemplo a seguir. Lo admiraba mucho porque para mí en ese momento él era el mejor en todo: la escuela, con los niños de la calle, en los videojuegos, asimismo con mis papas era el mejor hijo. Y para mí era el mejor hermano. Tenía una personalidad que siempre hacía que los demás lo siguieran, incluyéndome.
Para mí, era imperativo poder alcanzarlo, parecerme lo más que se pudiera a él. Intentar a llegar a ser como era él. De esa manera, iba a poder ser visto por mi papá. Aunque ahora que lo pienso, no recuerdo mucho de él, debido a su trabajo, había meses en los que no lo veíamos y cuando regresaba se quedaba períodos cortos de tiempo, pero cuando estaba en casa, su favorito para todo siempre era Jonás.
Yo quería por una vez, ser el que al que le preguntaran como le fue en la escuela, ser el que le trajera a mi papá sus pantuflas, mostrar sus calificaciones y ser el centro de la simpatía de mi papá. Pero había veces que por más que me esforzaba no podía. La única que parecía preocuparse por mi era mi madre y mi abuelita, aun así, debido al trabajo de mi mamá no era sujeto de tantas atenciones.
Poco a poco dejé de esforzarme, y mi hermano, aunque seguía siendo el mismo yo dejé de perseguir ser como él. Era más fuerte mi desilusión que las ganas de querer alcanzarlo y comencé a ser todo lo contrario que mi hermano, deje de esforzarme por ser visto y me convertí en un niño más bien hosco, no es que yo planeara que fuera de esa forma. Simplemente, las circunstancias así me llevaron a serlo. Y con el tiempo, fui aceptando esa realidad y a vivir así, me acostumbré a ser solitario, callado, y huraño. Era incluso mejor de lo que esperaba, ya que, de esa manera podía vivir un poco más libre.
Mi hermano, aunque era bastante popular, muy alegre, muy listo, muy inteligente, y muy todo también tenía que cargar con el peso de serlo siempre, y cumplir con las expectativas de todos siempre. Y yo, por el contrario, reía ante esa situación, porque yo no tenía que perseguir más ese destino. Tal vez no era visto por todos, pero era libre de seguir como yo quisiera, que, aunque gris, era mío por elección.
Estaba en tercero de primaria y recuerdo perfectamente ser tan gris y perezoso como siempre había sido. Realmente nada me interesaba, exceptuando el futbol soccer. Para lo cual siempre he considerado que soy bastante bueno, aunque no tanto como mi hermano. Mis calificaciones eran pésimas y no tenía amigos reales. Salvo algunos compañeros con los que jugaba futbol a la hora del recreo.
Un día entró una niña nueva a la escuela, a mitad de año. No le presté mucha atención, era bastante molesta por que hablaba con todo mundo y aunque en un principio intentó hablarme pronto se dio cuenta que yo no era del tipo de niño que podía ser su amigo. Se rindió muy fácil. A la hora del recreo, vi varias veces que la molestaban por sus ojos. Por alguna razón sentí que eran injustos, no era que tuviera ojos de tomate (así se burlaban de ella) solo eran grandes y ya. Algunas veces sentía el impulso de decirles algo, mi mama se hubiera molestado por no haber intervenido, pero igual no lo hice. Todo me daba lo mismo. Si no lo veo no pasa, si no me meto no sucede. Esa era mi forma de pensar.
En una clase trabajando en equipo, hicimos un reto de multiplicaciones. Yo iba bastante lento con mi parte y ella, la “niña ojos de tomate”, no se quejó de mí, me ayudó a terminar, me explico lo que no entendía y todavía se tomó la molestia de enseñarme más ejemplos. Era la primera vez que recibía de alguien extraño, diferente a mi familia, una atención desinteresada. Incluso elogió mi letra, para animarme, cosa que me hacía sentir bastante raro. “Por qué lo hace?”, pensé.
Me causaba mucha intriga saber que clase de persona haría algo así, ¿Por qué me había ayudado si yo muchas veces la ignoré? Cuando la niña recién llegó, yo no le dirigí la palabra, nunca le presté mis cosas y mucho menos le ayudé a copiar las tareas. ¿Por qué me iba a ayudar? ¡Que rara!
Ese día nos ganamos ir al cuarto de la cooperativa escolar, nunca había ido. Jonas me había contado como era, pero yo, ni en mis sueños más locos hubiera pensado que podría ir por mis propios medios.
Era como ir de excursión a la casita de los dulces, me emocionó mucho ver todas las golosinas, los objetos perdidos, balones, aros, material de deportes. Nos pusimos a jugar emocionados. Hasta un carrito de paletas había, ella mencionó que quería un helado de chocolate…
Creo que fue a partir de ese momento, que me sentí feliz y agradecido de estar ahí, hacia mucho que no me había dado algo tanta emoción. No soy tonto, si yo estaba ahí era por ella y no por mis nulas habilidades en matemáticas. Me sentía en deuda, porque, a pesar de mi comportamiento insulso, ella que había podido optar por ser igual que yo, me compartió un poquito de la pequeña felicidad que ese cuarto significaba.
A veces, a los niños les gustan cosas que son muy sencillas.
Para ella, era un cono de chocolate y para mí, era sentir que era tomado en cuenta por alguien.
En el piso, me encontré una moneda, ¿Qué es esto? ¿Mi cumpleaños? Me sentía bastante emocionado, era un día en el que había encontrado un hada madrina, un poco de comprensión, una ida al cuarto de las maravillas y aparte una moneda. ¡Ya podía morir en paz! Pero antes de eso… quería darle a mi “pequeña hada madrina de ojos grandes” un regalo por haberme compartido ese momento. A la salida compré dos conos de chocolate. De esa forma iba a coronar el momento con un detalle tan dulce como el que ella había tenido conmigo, sin embargo, antes de terminarlo ella se fue, y yo me sentí raro.
“¡Adiós, Lucio!” ella me gritó a lo lejos con una sonrisa en la boca, “Adiós Ari” … te veo mañana, pensé.
El resto puedo relatarlo a detalle y extenderme páginas y páginas de como esa niña me volvió de un niño huraño a uno más sociable, más animado, con más risas y entusiasmo. Tal y como debería ser un niño. Pero bastará con que les diga que ella fue mi heroína en la escuela. Y eso, describe a la perfección todo lo que yo pueda decir de ella.
Me sentía tan feliz y animado como nunca me había sentido. Hasta en mi casa se dieron cuenta y constantemente me preguntaban qué era lo que me pasaba, pensando que era algún síntoma de mi locura. Yo simplemente era feliz.
Un par de meses después y apenas estrenando mi nueva forma de ser, tuve la noticia más impresionante que un niño puede recibir.
Ese día mi mamá estaba en la sala de estar esperándonos a Jonás y a mí, él todavía cursaba el 6to grado. Mi abuelita, que rara vez nos visitaba estaba con mi madre, consolándola y animándola. ¿Qué pasa mama? Nunca la había visto tan desecha. Ella nos dijo a mi hermano y a mí que nos sentáramos. Mientras escuchábamos, yo podía sentir como algo dentro de mi se quebraba, era noticias de mi papá, que había fallecido en un accidente.
Mi mamá que había querido ser fuerte no contuvo sus lágrimas enfrente de nosotros, la mujer que siempre había lucido serena e impasible ante todo ese dia se quebró. Mi hermano, no contuvo tampoco sus emociones y explotó en llanto para luego buscar los brazos de mi mama. Sin embargo, en mis las emociones estaban contenidas…
Apenas empezaba a ver un atisbo de alegría en mi vida y ya me era arrebatado mi razón de querer ser mejor.
“Si no lo veo no existe, sino lo veo no lo siento”, pensé.
No me malentiendan, no es que no sintiera el dolor, yo también quería abrazar a mi mamá, también sentía el ardiente deseo de llorar, pero en lugar de eso me quedé inmóvil sin poder reaccionar. Fue un shock muy grande. Solo pude llorar hasta que mi abuelita me abrazó, de otro modo, me hubiera quedado vació y expectante sin poder respirar.
El funeral y la sepultura fueron muy rápidos, o así me lo parecieron. De momento, ya veía tierra caer en el sepulcro de mi padre.
“Ahora ya nunca voy a poder ser tu favorito ¿A quién le voy a presumir que ya sé multiplicar de dos dígitos y qué ya sé dominar el balón? ¿A quién le voy a mostrar qué pasé de año y qué crecí 5 centímetros? ¿Quién me va a castigar porque choque el carro? ¿A quién le voy a presumir qué tengo novia o qué me pelee en la escuela?
Aunque no estabas, estabas. Y si no te veíamos sabíamos que ahí te veríamos. Porque a pesar de tus extensos viajes siempre volvías a casa con nosotros Papá. Pero por alguna razón, esta vez ya no vas a regresar”
“Si no lo veo no existe, si no lo veo no lo siento”, me repetía constantemente. Pero, en realidad yo podía ver todo el dolor, y a su vez también podía sentir todo el sufrimiento. Me ahogaba en mi cuarto llorando hasta que me quedaba dormido y me levantaba como un zombie aparentando ante todos que nada me ocurría con mi aspecto de niño sombrío.
No fui el único que enfrento negativamente la partida de papa, él se fue y con él se llevó la personalidad brillante de mi hermano, Jonás se convirtió en más bien una calamidad para mi mamá. Mi mamá desapareció aún más, al tener que trabajar para solventar los pagos y yo me volví invisible, con mi máscara insensible con la cual no podían hacerme daño.
Le rogué a mi mamá, pero no la pude convencer de no llevarme más a la escuela, no quería regresar. Si yo había tenido una pequeña ventana de redención hacia una personalidad menos obscura, ahora me había convertido, en una semana, en un ser totalmente melancólico. Y no tenía ganas de ver a nadie mucho menos a la niña fastidiosa que seguramente me iba a molestar con sus preguntas insistentes “¿Qué tienes?, ¿Qué te pasa?, etc., etc.”
Regresé a regañadientes y en venganza, me comporté cruel y áspero con los demás, no hablé con nadie, me limité a sentarme y mirar únicamente hacia la ventana. Estaba bastante molesto con todo mundo, ¿acaso a alguien le importa lo que me pase? ¡No!, en este mundo nadie es bueno. Agradecí que tampoco la “fastidiosa” parecía interesada.
“Si no lo veo no existe, si no lo veo no lo siento”
Pero mi pequeño ángel fastidioso de ojos grandes no pensaba lo mismo. Un lunes por la mañana lo primero que hizo mientras yo dejaba caer mi existencia en el pupitre sin ánimo alguno, fue darme pastel de chocolate, me tocó la mano y me dijo con voz bajita: “es para ti, esta rico, ya no estés triste”
No creo que ella supiera porque estaba triste, trataba de que la tristeza no se me notara usando mi mascara. ¿Pero si no fue así como se dio cuenta? ¿se me notaba que estaba triste?, ella se fijó en mí y buscó animarme con un pequeño detalle para hacerme sentir mejor. Al principio me moleste “No te importa niña” pero su cara amable y su tierna sonrisa me doblegaron.
Como dije antes, los niños somos felices con pequeñas cosas y detalles.
No sentí, que ni en mi casa, alguien se haya preocupado por mi así. Todos estaban lidiando con ellos mismos. Así que ese pastel, aunque era un detalle pequeño significaba mucho más. “Pequeña hada madrina, otra vez lo hiciste”
¿Por qué me ayudas? Yo, que no le intereso a nadie, que soy invisible. Que estoy solo. Miras debajo de mi máscara y me ves como realmente soy: un niño nada más. Miras en mi interior y esperas que salga de mi caparazón y dé lo mejor de mí y que te siga tus ojos de pelota y tu sonrisa de boba.
Esa niña no sabe lo que hizo por mi… con su luminosidad, ternura y calidez, poco a poco salvó a este niño de ser infeliz. Y, aunque a ratos yo volvía a mi obscuridad, mi heroína iba y me sacaba de ahí nuevamente.
Mi papá se fue ese año y me dejo un dulce ángel chistoso y fastidioso para ser mi amiga.
Ariadne.
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