Metamorfosis: Renacimiento Total

Cuando entré a la preparatoria, me di cuenta de que me había vuelto bastante popular con las mujeres.

Aparentemente mi renovado físico y la combinación de mis rasgos llamaban mucho la atención. Alto, cabello negro, tez blanca, ojos negros, atlético, delgado. A mi me parecía bastante regular.

Sin embargo, no me llamaba a la curiosidad ninguna mujer. Me refiero a que, claro que las veía, era un puberto con necesidades, pero yo no advertía ningún sentimiento por ninguna chica de mi edad.

Todas eran exactamente lo mismo: frivolidad, insensatez, falta de amor propio y egoísmo. Nadie se acercaba a mí por un interes genuino hacia mi persona. Por lo tanto, decidí hacer lo mismo y no acercarme a nadie, no hasta que alguien de verdad se interesará en mí, aunque eso parecía una proeza imposible de lograr.

Y si, no lo pude evitar, volví a pensar en ella de nuevo. Soy un obsesivo, ¿Cómo era posible que siguiera pensando en eso? Sin embargo, desde mi perspectiva, era la única persona que había sido autentica conmigo, que no se acercó a mí con doble intención. Era una niña y sin embargo mostró más empatía que muchos adultos.

Me preguntaba si ¿seguiría siendo la misma? ¿Qué habría sido de ella? Obviamente físicamente habría cambiado, pero ¿por dentro? Me picaba la curiosidad saber en quien se había convertido, no importaba su exterior sino, lo más importante ¿seguiría teniendo ese dulce corazón? ¿Dónde estás ahora Ariadne? ¿Serás feliz? Seguro que sí, pensé...

Saliendo de la escuela y de regreso a mi casa me atravesé sin fijarme un semáforo en verde, llevaba los audífonos puestos y no escuche nada. Luego sentí un empujón fuerte que me hizo perder el equilibrio y embarré toda mi humanidad sobre el pavimento.

Claro que en un principio le dije a quién me empujo hasta de lo que moriría, pero luego al ver los coches tan cerca, me di cuenta de que más bien me habían ayudado. Desde entonces Diego se convirtió en mi mejor amigo, el único, ahora que lo pienso.

Antes, nunca había tenido un amigo de verdad. Aunque Diego era todo lo contrario a mí, nos llevábamos muy bien. Jugábamos FIFA en mi casa o en la suya saliendo de la escuela, íbamos a las fiestas a las que lo invitaban, o simplemente pasábamos una tarde de ocio y comida chatarra. Él era muy social y agradable, siempre tratando de simpatizarle a los demás. Hablando con todo mundo. Y a pesar de que no era muy popular con el sexo opuesto no lo necesitaba porque tenía novia. Otra cosa que era diferente a mí.

- ¿Por qué no le dices que sea tu novia? – me preguntó Diego

- Por qué no quiero – dije mientras trataba de anotar un gol más en el FIFA deYBax

- Chale – dijo él desanimado

- ¿Qué? ¿ya te vas a rendir? – le dije burlándome

- Naaa, no es eso. No entiendo por qué si tienes chance de andar con la chava más guapa de la escuela no lo haces. Eres muy tonto.

- Es que no me gusta

- Eres tonto o ciego

- No me refiero a lo obvio… trata mal a sus amigas y eso no me gusta

- Entonces estas esperando que sea bonita y la madre Teresa

- No seas menso, tampoco es eso… solo quiero encontrar a alguien menos frívola

- Mmm

- ¿Qué?

- Estas idiotx, ¿Cómo le vas a gustar a alguien así si siempre tienes cara de gárgola?

- Ya te gané otra vez – me reí, mientras él aceptaba su derrota una vez más.

 

 

No esperaba que Diego entendiera mis razones, a veces ni yo me entendía, pero en eso tenía razón. Yo era muy inaccesible.

Así que decidí dar un pequeño giro a mi acostumbrada forma de ser, animado por los consejos de mi amigo. Empecé a socializar con las personas y con eso conseguí un par de citas, una novia, fiestas, la perdida de mi virginidad, un leve acercamiento a las drogas y el alcohol.

Sin darme cuenta pronto me encontré rodeado de personas parecidas a las que una vez se habían reído de mi en el pasado y no me gustó, porque el nivel de hipocresía que estaba manejando llegaba a niveles tóxicos. Yo no me sentía a gusto, yo prefería mil veces estar en mi casa viendo caricaturas que besarme con la chica #3 de la fiesta de “X” persona que tampoco conocía.

Un día venía de una fiesta bastante borracho, no me preocupaba en realidad porque mi mamá estaba como siempre de guardia en el hospital. Ella es enfermera de tiempo completo. Y mi hermano, no lo sé. Había dejado solita otra vez a mi abuelita.

“Pórtate bien hijo”, me dijo mi abuelita cuando me fui.

Cuando llegue a mi casa había una ambulancia en la cochera, se estaba yendo. En la puerta estaba mi mama y mi hermano con la cara endurecida. Se me bajó la borrachera de la impresión.

- ¿Qué pasó? – le pregunté a mi mama preocupado

- Hijo, vamos adentro, te explico.

- ¿Y mi abue?

- ¡Fue tu culpa! - me gritó mi hermano

- ¿Qué dices idiotx? – le contesté enojado a Jonás

- Que dejaste a mi abuelita sola y se murió, se fue, ya no está, gracias a que Lucio andaba haciendo quien sabe qué.

Pude haber reaccionado del modo en que usualmente lo hago: analizar, pensar, poner mi cara fría y dejar pasar. Pero esta vez las palabras me calaron muy en el fondo. ¿Mi abuelita murió? ¿Mi viejita? ¿Yo la dejé sola? ¿Es mi culpa?

Me le fui a los golpes a mi hermano, tenía mucha irá reprimida hacia Jonás. La persona que más quise, ahora se convertía en el ser que más despreciaba. ¿Por qué es mi culpa? Le gritaba mientras le repartía todos los golpes que podía y él a su vez, también arremetía contra mí.

Afortunadamente algunos vecinos nos separaron. Un Jonás con la nariz sangrando y yo con la boca hinchada y roja, nos seguíamos gritando estupideces, mientras mi mamá que no sabía que hacer trataba de que ambos nos calmáramos. Finalmente, mi hermano me grito un par de insultos más y se fue. Mi mamá trató de detenerlo, pero yo la detuve y la abracé.

Esa noche no pude dormir, me la pasé en vela, en parte por lo que mi hermano me había dicho. Y por el dolor que me causaba haber perdido a mi viejita. Yo me sentía culpable, de que la persona que más quería en esa casa, aún más que a mi mamá se había ido. Me sentía realmente devastado.

“Mientras esté yo aquí, nadie puede lastimarte” recordaba las palabras de mi abuelita. Siempre cariñosa y amable...

Le reclamé a Dios de nuevo, ¡¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí?! ¿Por qué siempre me tiene que quitar a las personas que amo? ¿Cuál es la finalidad de dejarme siempre solo? ¿Por qué no puedo simplemente ser feliz y ya?

¡Pues ya estoy solo, ya estarás contento!, .

Me sumí en mi dolor y como si no hubiera aprendido nada del pasado, me volví el mismo gusano de siempre. Pero esta vez fue mucho peor, esta vez, yo no tenía ganas de nada.

Ya ni siquiera tenía ganas de seguir vivo.

Pasé varios meses tormentosos, apenas si hablaba, me aislé del mundo, de mis nuevos amigos, de Diego, de mi novia, de mi mamá, mucho más de mi hermano, de mí. Solo pensaba en que había dejado sola a mi abuelita esa noche, por mi estúpida necesidad de ser aceptado por personas que ahora se burlaban de mí.

“Ya ves sigue siendo el mismo raro de siempre” decían detrás mío.

Sin siquiera preguntarme como me sentía por mi pérdida. Y la que se decía mi novia, era mucho peor, me terminó al no poder cumplir con sus expectativas de novia con necesidades sociales. Y no, tampoco me pregunto o se preocupó por mi duelo, pero su partida fue un dolor pasajero.

El único que parecía entenderme un poco era Diego, pero su constante optimismo me molestaba. Necesitaba alguien que me escuchará solamente no que me dijera que me animará y se mostrará positivo todo el tiempo.

Todo lo demás perdió peso, yo vivía sumido en mi depresión. Casi repruebo el semestre, ya no hacia ninguna tarea, casi no iba a la escuela. Me la pasaba dormido o encerrado en mi cuarto. No tenía ningún propósito en la vida y al no encontrarlo no había razón para que yo siguiera vivo.

- Lucio, por favor arregla tu cuarto – me regaño mi mama, pero yo no le contesté – También báñate, ah te dejé comida en el microondas. Oye …estoy libre el fin de semana, podemos hacer algo que te guste ¿sí? – insistió

- Si mama – le contesté para que se fuera

Me dolía profundamente darle un nuevo dolor a mi madre, pero el dolor que yo sentía tampoco era fácil de sobrellevar. Internamente me despedí de ella, “lo siento mamá”.

Por fin iba a poder descansar de este sufrimiento que había comenzado con mi padre y terminado con mi abuelita, pronto acabaría con mi dolor. No me daba miedo morir, sentía que del otro lado mi abuelita me vería.

Fui al baño y me tomé las pastillas para dormir que usaba mi mama, estaba un frasco medio vació. Suficientes para mi objetivo. Luego me fui a mi cama y dejé el frasco a un lado.

Pronto empecé a sentir frío y entumecimiento en mi cuerpo, no me dolía nada. Después de un rato ya me encontraba tranquilo, escuché la voz de mi abuelita que le decía a un Lucio más pequeño:

“Mi niño, ya no llores, para Dios eres un niño tan lindo y adorable, cualesquiera que sean tus problemas siempre serás su hijo, todos somos sus hijos. Tu papá esta con él ahora y un día tú también lo verás, pero no ahora. Así y un día yo también iré con él. Pero no te asustes, todo aquel que cree en él no muere realmente y los que con su hijo están nuevos nacen, quienes claman por su nombre jamás se perderán, búscalo siempre que tengas tristeza en tu corazón Lucio”

Mi abuelita siempre cuidándome. “Mientras esté yo aquí, nadie puede lastimarte”, recordé sus palabras y me sentí contento por poder ir con ella.

“Vámonos Lucio” me jaló una mano pequeña y su sonrisa me guío por un camino lleno de árboles frondosos. “No vayas para allá, no te quedes atrás Lucio”, me gritó ella. La niña iba corriendo muy rápido, su cabello ondulado y negro iba volando por el aire. “Espérame”, le grité, miré mis manos pequeñas, yo era un niño. De pronto desapareció y me quedé quieto a la mitad del camino. Luego su voz, la de ella, se oía a lo lejos decirme “Ahora es tu turno, ayúdame, no te vayas”. “¿Dónde estás?” Le grité, pero no me volvió a decir nada más.

Lo siguiente que recuerdo es estar afuera del coche de Diego devolviendo el estómago, se había orillado en una calle que no podía reconocer, estaba muy desorientado y mareado.

- ¡Que susto! ¿Estás bien, te sientes mejor?

- Si, si – dije mientras seguía devolviendo el estómago a hiel - ¿tienes agua?

- Si, toma – me dio una botella

- Debo llevarte al hospital

- No, así está bien – seguía teniendo la sensación de vomitar, pero solo salía agua amarga de mi boca

- ¿ Lucio que ibas a hacer? No me importa te voy a llevar al Dr.

- Está bien, estoy bien

- Si aja…, voy a tener que decirle a tu mamá…

- Noooo, por favor, estoy bien en serio. -  voltee a verlo suplicándole que no lo hiciera- Lo prometo. Ya entendí, ya entendí

- Has vivido 3 meses como cavernícola, encerrado, no hablas, no vas a la escuela, no haces nada, yo te entiendo, pero esto ya se pasó del límite, ¡necesitas ayuda!

- Lo sé, voy a buscar a mi asesor de la secundaria, no es la primera vez que me pasa

- ¿Esto?

- Algo así. Pero me refiero a estar deprimido, no es la primera vez. Lo buscaré…

- No te creo, yo voy contigo, márcale ahora. Y también te voy a llevar con un Dr., a lo mejor no al hospital, pero si con alguien de confianza.

Diego me llevó con un Dr. el cual estaba seguro no me iba a hacer preguntas extrañas, me inyectó naloxona para la intoxicación. Diego, además, se cercioró que yo acudiera con alguien para ayudarme psicológicamente y luego me llevo a mi casa. Tuvimos que decir muchas mentiras ese día, para justificar mi estado, pero él se comportó como el mejor.

Tiempo después platique con mi mamá y mi hermano, me disculpe por mi comportamiento destructivo. Nunca les dije exactamente lo que pasó ese día, pero dejé claro que ese era mi sentimiento. Lo que realmente sucedió era un secreto por el cual le debía un favor de vida a mi amigo.

Mi mamá se alegró de mi cambio y me pidió disculpas por alejarse de mí y no saber cómo apoyarme. Mi hermano también se disculpó por lo que me dijo esa noche y por cómo no pudo ser un mejor hermano y amigo para mí.

Yo seguía yendo a terapia y poco a poco iba sintiéndome mejor.

Lo que hice empezó como una bomba de tiempo, no me di cuando lo accioné ni cuando comenzó a drenarme la cabeza, lo de mi abuelita solo fue un detonante, pero imagino que era el cúmulo de situaciones que tenía desde la partida de mi papa. La verdad, es que, de haber tenido éxito, no solo yo iba a dejar esta existencia, sino que iba a dejar más dolor y desesperanza en aquellos que me querían y que se quedarían aquí.

Me apenaba decir mis sentimientos, y me escondía bajo la máscara de la frialdad para evitar el dolor. Siempre me repetía que si no lo veía no existía. Lo que más deseaba era no sentir.

Ahora sin embargo podía encontrarme a mí mismo añorando la riqueza de mi propia vida y mostrando mi verdadero yo, obteniendo una reconstrucción de mismo mucho más firme y real.

Alguna vez, pensé en que quería ayudar a personas con problemas de depresión para que así no tuvieran que pasar por lo que yo pasé. Pero obviamente no podría seguir con ese objetivo si yo no miraba a fondo dentro de mí. No significaba cambiar quien era, era entender por qué era.

El duelo de un ser querido es un proceso muy personal, merece respeto, cuidado especializado y apoyo. En ese sentido, yo había sufrido 3 duelos y en mayor o menor medida todos me habían tocado el corazón. Lo que menos necesita alguien en esa situación, es ser catalogado. Dentro de mis terapias yo me sentía comprendido y apoyado, solo así pude tener la paz que siempre había buscado.

Por supuesto, al finalizar la preparatoria me inscribí e ingresé a la facultad de psicología en la universidad de mi ciudad. Me emocionaba mucho y mi asesor me pidió seguir acudiendo a las terapias y yo accedí de buena gana. También estuve jugando más futbol y decidí alejarme voluntariamente de las compañías que sentía eran innecesarias en mi vida y no le aportaban ningún valor agregado.

Estaba en deuda con mi amigo Diego, que me había ayudado tanto y que se había convertido en una persona importante en mi vida. Quería agradecerle con algo más, pero me prometí hacerlo en el futuro, estaba seguro en el que ya llegaría el momento en que yo tuviera que retribuirlo. Esperaba poder corresponder de la misma forma en la que él lo hizo.

Esta parte de mi vida la llamo la batería con pila recargable, de esas que no tienen que estarse cambiando constantemente. Me sentía totalmente renovado y con mucha fuerza para emprender mis objetivos.

 

Un nuevo Lucio.  

 

 

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