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Bateria : Polo Negativo (Tomo 2)

Si no lo veo no pasa, si no lo hago no sucede.

Cuando era pequeño me gustaba mucho jugar con mi hermano, era de entre de todos mis familiares mi persona favorita, mi mejor amigo en la vida, mi guardián y mi ejemplo a seguir. Lo admiraba mucho porque para mí en ese momento él era el mejor en todo: la escuela, con los niños de la calle, en los videojuegos, asimismo con mis papas era el mejor hijo. Y para mí era el mejor hermano. Tenía una personalidad que siempre hacía que los demás lo siguieran, incluyéndome.

Para mí, era imperativo poder alcanzarlo, parecerme lo más que se pudiera a él. Intentar a llegar a ser como era él. De esa manera, iba a poder ser visto por mi papá. Aunque ahora que lo pienso, no recuerdo mucho de él, debido a su trabajo, había meses en los que no lo veíamos y cuando regresaba se quedaba períodos cortos de tiempo, pero cuando estaba en casa, su favorito para todo siempre era Jonás.

Yo quería por una vez, ser el que al que le preguntaran como le fue en la escuela, ser el que le trajera a mi papá sus pantuflas, mostrar sus calificaciones y ser el centro de la simpatía de mi papá. Pero había veces que por más que me esforzaba no podía. La única que parecía preocuparse por mi era mi madre y mi abuelita, aun así, debido al trabajo de mi mamá no era sujeto de tantas atenciones.

Poco a poco dejé de esforzarme, y mi hermano, aunque seguía siendo el mismo yo dejé de perseguir ser como él. Era más fuerte mi desilusión que las ganas de querer alcanzarlo y comencé a ser todo lo contrario que mi hermano, deje de esforzarme por ser visto y me convertí en un niño más bien hosco, no es que yo planeara que fuera de esa forma. Simplemente, las circunstancias así me llevaron a serlo. Y con el tiempo, fui aceptando esa realidad y a vivir así, me acostumbré a ser solitario, callado, y huraño. Era incluso mejor de lo que esperaba, ya que, de esa manera podía vivir un poco más libre.

Mi hermano, aunque era bastante popular, muy alegre, muy listo, muy inteligente, y muy todo también tenía que cargar con el peso de serlo siempre, y cumplir con las expectativas de todos siempre. Y yo, por el contrario, reía ante esa situación, porque yo no tenía que perseguir más ese destino. Tal vez no era visto por todos, pero era libre de seguir como yo quisiera, que, aunque gris, era mío por elección.

Estaba en tercero de primaria y recuerdo perfectamente ser tan gris y perezoso como siempre había sido. Realmente nada me interesaba, exceptuando el futbol soccer. Para lo cual siempre he considerado que soy bastante bueno, aunque no tanto como mi hermano. Mis calificaciones eran pésimas y no tenía amigos reales. Salvo algunos compañeros con los que jugaba futbol a la hora del recreo.

Un día entró una niña nueva a la escuela, a mitad de año. No le presté mucha atención, era bastante molesta por que hablaba con todo mundo y aunque en un principio intentó hablarme pronto se dio cuenta que yo no era del tipo de niño que podía ser su amigo. Se rindió muy fácil. A la hora del recreo, vi varias veces que la molestaban por sus ojos. Por alguna razón sentí que eran injustos, no era que tuviera ojos de tomate (así se burlaban de ella) solo eran grandes y ya. Algunas veces sentía el impulso de decirles algo, mi mama se hubiera molestado por no haber intervenido, pero igual no lo hice. Todo me daba lo mismo. Si no lo veo no pasa, si no me meto no sucede. Esa era mi forma de pensar.

En una clase trabajando en equipo, hicimos un reto de multiplicaciones. Yo iba bastante lento con mi parte y ella, la “niña ojos de tomate”, no se quejó de mí, me ayudó a terminar, me explico lo que no entendía y todavía se tomó la molestia de enseñarme más ejemplos. Era la primera vez que recibía de alguien extraño, diferente a mi familia, una atención desinteresada. Incluso elogió mi letra, para animarme, cosa que me hacía sentir bastante raro. “Por qué lo hace?”, pensé.

Me causaba mucha intriga saber que clase de persona haría algo así, ¿Por qué me había ayudado si yo muchas veces la ignoré? Cuando la niña recién llegó, yo no le dirigí la palabra, nunca le presté mis cosas y mucho menos le ayudé a copiar las tareas. ¿Por qué me iba a ayudar? ¡Que rara!

Ese día nos ganamos ir al cuarto de la cooperativa escolar, nunca había ido. Jonas me había contado como era, pero yo, ni en mis sueños más locos hubiera pensado que podría ir por mis propios medios.

Era como ir de excursión a la casita de los dulces, me emocionó mucho ver todas las golosinas, los objetos perdidos, balones, aros, material de deportes. Nos pusimos a jugar emocionados. Hasta un carrito de paletas había, ella mencionó que quería un helado de chocolate…

Creo que fue a partir de ese momento, que me sentí feliz y agradecido de estar ahí, hacia mucho que no me había dado algo tanta emoción. No soy tonto, si yo estaba ahí era por ella y no por mis nulas habilidades en matemáticas. Me sentía en deuda, porque, a pesar de mi comportamiento insulso, ella que había podido optar por ser igual que yo, me compartió un poquito de la pequeña felicidad que ese cuarto significaba.

A veces, a los niños les gustan cosas que son muy sencillas.

Para ella, era un cono de chocolate y para mí, era sentir que era tomado en cuenta por alguien.

En el piso, me encontré una moneda, ¿Qué es esto? ¿Mi cumpleaños? Me sentía bastante emocionado, era un día en el que había encontrado un hada madrina, un poco de comprensión, una ida al cuarto de las maravillas y aparte una moneda. ¡Ya podía morir en paz! Pero antes de eso… quería darle a mi “pequeña hada madrina de ojos grandes” un regalo por haberme compartido ese momento. A la salida compré dos conos de chocolate. De esa forma iba a coronar el momento con un detalle tan dulce como el que ella había tenido conmigo, sin embargo, antes de terminarlo ella se fue, y yo me sentí raro.

“¡Adiós, Lucio!” ella me gritó a lo lejos con una sonrisa en la boca, “Adiós Ari” … te veo mañana, pensé.

El resto puedo relatarlo a detalle y extenderme páginas y páginas de como esa niña me volvió de un niño huraño a uno más sociable, más animado, con más risas y entusiasmo. Tal y como debería ser un niño. Pero bastará con que les diga que ella fue mi heroína en la escuela. Y eso, describe a la perfección todo lo que yo pueda decir de ella.

Me sentía tan feliz y animado como nunca me había sentido. Hasta en mi casa se dieron cuenta y constantemente me preguntaban qué era lo que me pasaba, pensando que era algún síntoma de mi locura. Yo simplemente era feliz.

Un par de meses después y apenas estrenando mi nueva forma de ser, tuve la noticia más impresionante que un niño puede recibir.

Ese día mi mamá estaba en la sala de estar esperándonos a Jonás y a mí, él todavía cursaba el 6to grado. Mi abuelita, que rara vez nos visitaba estaba con mi madre, consolándola y animándola. ¿Qué pasa mama? Nunca la había visto tan desecha. Ella nos dijo a mi hermano y a mí que nos sentáramos. Mientras escuchábamos, yo podía sentir como algo dentro de mi se quebraba, era noticias de mi papá, que había fallecido en un accidente.

Mi mamá que había querido ser fuerte no contuvo sus lágrimas enfrente de nosotros, la mujer que siempre había lucido serena e impasible ante todo ese dia se quebró. Mi hermano, no contuvo tampoco sus emociones y explotó en llanto para luego buscar los brazos de mi mama. Sin embargo, en mis las emociones estaban contenidas…

Apenas empezaba a ver un atisbo de alegría en mi vida y ya me era arrebatado mi razón de querer ser mejor.

“Si no lo veo no existe, sino lo veo no lo siento”, pensé.

No me malentiendan, no es que no sintiera el dolor, yo también quería abrazar a mi mamá, también sentía el ardiente deseo de llorar, pero en lugar de eso me quedé inmóvil sin poder reaccionar. Fue un shock muy grande. Solo pude llorar hasta que mi abuelita me abrazó, de otro modo, me hubiera quedado vació y expectante sin poder respirar.

El funeral y la sepultura fueron muy rápidos, o así me lo parecieron. De momento, ya veía tierra caer en el sepulcro de mi padre.

“Ahora ya nunca voy a poder ser tu favorito ¿A quién le voy a presumir que ya sé multiplicar de dos dígitos y qué ya sé dominar el balón? ¿A quién le voy a mostrar qué pasé de año y qué crecí 5 centímetros? ¿Quién me va a castigar porque choque el carro? ¿A quién le voy a presumir qué tengo novia o qué me pelee en la escuela?

Aunque no estabas, estabas. Y si no te veíamos sabíamos que ahí te veríamos. Porque a pesar de tus extensos viajes siempre volvías a casa con nosotros Papá. Pero por alguna razón, esta vez ya no vas a regresar”

“Si no lo veo no existe, si no lo veo no lo siento”, me repetía constantemente. Pero, en realidad yo podía ver todo el dolor, y a su vez también podía sentir todo el sufrimiento. Me ahogaba en mi cuarto llorando hasta que me quedaba dormido y me levantaba como un zombie aparentando ante todos que nada me ocurría con mi aspecto de niño sombrío.

No fui el único que enfrento negativamente la partida de papa, él se fue y con él se llevó la personalidad brillante de mi hermano, Jonás se convirtió en más bien una calamidad para mi mamá. Mi mamá desapareció aún más, al tener que trabajar para solventar los pagos y yo me volví invisible, con mi máscara insensible con la cual no podían hacerme daño.

Le rogué a mi mamá, pero no la pude convencer de no llevarme más a la escuela, no quería regresar. Si yo había tenido una pequeña ventana de redención hacia una personalidad menos obscura, ahora me había convertido, en una semana, en un ser totalmente melancólico. Y no tenía ganas de ver a nadie mucho menos a la niña fastidiosa que seguramente me iba a molestar con sus preguntas insistentes “¿Qué tienes?, ¿Qué te pasa?, etc., etc.”

Regresé a regañadientes y en venganza, me comporté cruel y áspero con los demás, no hablé con nadie, me limité a sentarme y mirar únicamente hacia la ventana. Estaba bastante molesto con todo mundo, ¿acaso a alguien le importa lo que me pase? ¡No!, en este mundo nadie es bueno. Agradecí que tampoco la “fastidiosa” parecía interesada.

“Si no lo veo no existe, si no lo veo no lo siento”

Pero mi pequeño ángel fastidioso de ojos grandes no pensaba lo mismo. Un lunes por la mañana lo primero que hizo mientras yo dejaba caer mi existencia en el pupitre sin ánimo alguno, fue darme pastel de chocolate, me tocó la mano y me dijo con voz bajita: “es para ti, esta rico, ya no estés triste”

No creo que ella supiera porque estaba triste, trataba de que la tristeza no se me notara usando mi mascara. ¿Pero si no fue así como se dio cuenta? ¿se me notaba que estaba triste?, ella se fijó en mí y buscó animarme con un pequeño detalle para hacerme sentir mejor. Al principio me moleste “No te importa niña” pero su cara amable y su tierna sonrisa me doblegaron.

Como dije antes, los niños somos felices con pequeñas cosas y detalles.

No sentí, que ni en mi casa, alguien se haya preocupado por mi así. Todos estaban lidiando con ellos mismos. Así que ese pastel, aunque era un detalle pequeño significaba mucho más. “Pequeña hada madrina, otra vez lo hiciste”

¿Por qué me ayudas? Yo, que no le intereso a nadie, que soy invisible. Que estoy solo. Miras debajo de mi máscara y me ves como realmente soy: un niño nada más. Miras en mi interior y esperas que salga de mi caparazón y dé lo mejor de mí y que te siga tus ojos de pelota y tu sonrisa de boba.

Esa niña no sabe lo que hizo por mi… con su luminosidad, ternura y calidez, poco a poco salvó a este niño de ser infeliz. Y, aunque a ratos yo volvía a mi obscuridad, mi heroína iba y me sacaba de ahí nuevamente.

Mi papá se fue ese año y me dejo un dulce ángel chistoso y fastidioso para ser mi amiga.

Ariadne.

 

 

 

 

En tinieblas.

Quisiera decir que me porté bien con el ángel que envió mi papa a cuidarme, pero he de confesar que muchas veces trataba de huir y seguir con mi acostumbrada forma de ser, haciéndola a un lado de forma muy grosera. Pero ella nunca se rindió conmigo, me sorprendía como ella era tan tenaz conmigo. Finalmente ella ganó me volví tan cercano de ella, que ya sabía cómo hacerla reír, que le preocupaba, por que lloraba, a que le tenía miedo y hasta quien era su personaje de tele favorito.

De repente me vi queriendo todo de ella, su atención, su alegría, su tiempo libre, su amistad y entre más cerquita estuviera de mí, mi corazón se  sentía menos chiquito. Cuando estaba alrededor de Ari, no me sentía triste, por eso le pedía a mi mamá que me llevara a estudiar por las tardes a su casa, aunque en realidad yo iba a verla.

Por consecuencia, mis calificaciones nunca fueron mejores, me sentía menos agobiado y más alegre. A pesar de que en mi casa manejaban ratos apesadumbrados, yo me mantenía bastante ecuánime. Pensaba que todo eso se debía gracias a mi hadita de ojitos chistosos.

En la TV vi un programa donde decían que el amor cambia a las personas. ¿Me puedo enamorar a los 10 años? ¿Qué tan grande necesito ser para sentirme así? ¿Qué edad tiene el amor? ¿No soy muy pequeño? Los niños de mi edad no piensan en eso, ¿o sí?

Decidí usar una fuente indiscutible para resolver mis dudas: ¡una novela de TV que veía mi abuelita! Pero solo obtuve más dudas. ¿Lo que siento es amor? ¿Qué es el amor? ¿Amor es besar?

Así que un día le robé un beso a Ari, solo para ver que se sentía, pero no pude contener la vergüenza y me fui corriendo. ¡Diablos! Sentía que me iba a explotar el corazón, entonces ¿si estoy enamorado?, se siente muy curioso, me daban cosquillas en el estómago.

Constantemente escribía Lucio y Ariadne en hojas de papel, luego las hacía figuritas de rana o de avión y las dejaba en su lugar. ¿Se habrá dado cuenta? Ella siempre las guardaba y luego las iluminaba. Nunca supe si un día las abrió.

Un día se burlaron de mi porque me le quedé viendo mientras tomaba agua, le sujeté el cabello para que no se mojará. No sé qué cara hice o si fue la delicada forma de ayudarla, que los demás niños se rieron de mí. “¿Es tu novia?” se reían.  Me molesté “¡Si y que, y él que se ría de ella o de mi me las va a pagar!”, los amenacé.

Desde entonces no volvieron a molestar a mi novia, jeje. Ahora todo mundo pensaba eso y yo me reía internamente. Aunque nunca le dije mis sentimientos a Ari, yo me sentía muy contento por ser su “novio de mentiras”.

No era un amor de novelas con besos y esas cosas. Yo estaba seguro de que la amaba porque admiraba a la niña que me había hecho ser un niño feliz y diferente, que me había salvado de mi peor momento y que me animaba siempre a ser mejor. ¿Es eso amor? Por alguna razón esa niña tenía motivación interna que me contagiaba, aunque nunca supe de donde la sacaba.

Un día ella le pregunté a un grupo de niñas como se le hacía para decirle a otra que te gustaba. Aunque en realidad Ari no me gustaba, yo estaba 100% seguro de que lo que sentía era amor, pero eso no se lo dije a las niñas. Ellas se pusieron muy bobas y se reían, no me decían nada concreto. Hubiera valido más preguntarle a mi abuelita, pensé.

Cuando regrese al salón, Ari ya estaba sentada en otro lugar y evito hablarme. ¿Se habrá enterado? ¿Las niñas bobas le dijeron que me gusta? Si así era, ¿debería preguntarle? Pero me sentía muy apenado y no pude mirarla, y la evité por unos días. ¿Estaría molesta? Ya casi terminaba el ciclo escolar y yo la extrañaba mucho. Quería decirle, tenía que decirle, pero por alguna razón no lo hice.

Después ella me dijo que, si podía regresar a sentarse conmigo, pero le dije que no. No porque no la quisiera de regreso, sino porque a mi mamá se le ocurrió la fantástica idea de cambiarme a otra escuela. A una más cerca de la secundaria de Jonas. Estaba muy enojado y aunque patalee, llore e hice berrinche de niño chiquito mi mama no cedió. Pronto nos íbamos a separar por completo y yo no quería tener que explicarle que ya no nos íbamos a ver nunca más.

Al terminar el cuarto grado dejé esa escuela y a la pequeña hada madrina que me había salvado.

Esta parte de mi vida, la pueden ver como si yo fuera un aparato electrónico conectado a la corriente eléctrica (mi papa) y remplazándola por una batería más pequeña (Ariadne) para luego dejarme por completo sin energía (Yo).

 

 

Las máscaras de la vida son las simulaciones que se usan para aparentar lo que uno no es.

 

 

Miedo, Aprensión, junto con mucha frustración, eran los sentimientos que me acompañaron en la secundaria, del resto de la primaria no puedo decir mucho, son irrelevantes y sentí que fueron un mal sueño.

Me habían arrancado tanto de mi interior que ya no sentía nada. ¿Por qué? Me preguntaba constantemente ¿por qué me hacían esto?, ¿por qué tenía que vivir en la soledad? ¿Por qué yo? Todo lo que me hacía hecho feliz me lo habían quitado. Estaba muy deprimido. Nadie me notaba. Ni mi mamá, ni mi hermano, la única que era buena conmigo era mi abuela y las papas sabor queso con salsa.

Si, comía muchas porquerías, a nadie le importaba y gané bastante peso. Pero, aun y comiendo las papas sabor queso con salsa que tanto me gustaban ¿Por qué el dolor no se iba?

Desafortunadamente con esta nueva imagen de un yo más obeso y enano, solo provoque más indiferencia y desagrado en los demás. Ahora soy el “porky” de la secundaria. “Pinche marrano”, “Vaca glotona” “Tripón” “gordo” “Seboso asqueroso” y “Cerdo” son pocos de los muchos mantras recitados por mis compañeros que estudiaban para comediantes.

El resto de mis compañeros, incluidas mujeres, todos sin excepción se reían de mí. Y yo sentía que me hundía más y más en mi propia miseria.

¿Por qué no me dejan en paz?

Pero entre más me alejaba para evitar sus bromas más me insultaban, más me perdía en el dolor y yo seguía comiendo más papas sabor queso. Gordo, insultos, dolor y más papas sabor queso , era un círculo interminable de sufrimiento.

Una vez soñé que me veía a mí mismo en medio de la cancha de deportes y el resto de la escuela estaba riéndose de mí, gritándome todo tipo de insultos y adjetivos relacionados con mi apariencia. El sueño era una pesadilla, pero era mi realidad ya que todos los días durante dos largos años de secundaria, tuve que soportar ser humillado inclusive golpeado por ser quien yo era.

No podía quedarme sin hacer nada, tenía un poco de fuerza todavía dentro de mí, que usaba para montar la máscara de indiferencia. Aparenté ser frío y que no me importaban los demás, que la vida me andaba sobre ruedas, así sin más, sin turbulencias, conflictos o preocupaciones.

Pero en realidad estaba muerto de miedo, triste y solo. Yo era una gran bola de grasa mentirosa, me veía al espejo y miraba a un Lucio que no conocía, no podía reconocer mi reflejo, porque era alguien falso y horrible. Me daba asco esa imagen. Y para no sentirme tan miserable, volvía a comer más papas sabor queso con salsa..

Alguna vez le quise decir a mi mamá, pobre, ella estaba inmersa en los pagos, el trabajo, su propio dolor y todo lo demás que poco podía hacer por mí. ¿Mi abuela? Apenas si podía con ella. ¿Mi hermano? Metido en su propio mundo, él a diferencia de mí, había usado la fortaleza para esconder su dolor por la pérdida de mi papa.

Cada día que pasaba me sentía más y más abrumado, más y más gordo, más y más triste. Si tan solo alguien me hubiera podido mostrar su piedad. Alguien como la tierna niña de ojos grandes. Pero no, estaba muy lejos de encontrar la redención así nuevamente. Esta vez estaba por mi cuenta, solo y tendría que salir de mi auto-compadecimiento.

Mi abuelita me habló muchas veces del amor de Dios, la veía orar y recitar rosarios enteros. Pero yo constantemente me preguntaba por qué el amor de Dios permitía que un niño como yo, ahora adolescente, pasara por todas esas constantes humillaciones y nunca veía su misericordia.

Me enoje con Dios. Me había quitado a mi padre y a mi hada madrina. Me había puesto en una escuela donde me trataban como basura y además me sentía más y más vacío.

El sueño de la cancha de deportes cambio, de pronto me vi cayendo a un obscuro precipicio del que no podía volver. Durante semanas tuve el mismo sueño y siempre despertaba asustado. No fue sino hasta que un día escuche una voz que me llamaba mientras caía.

“No escuches las mentiras que afloran en tiempos de soledad. La soledad miente. Cuando se arrastra hacia arriba, podrías estar rodeado de personas con lágrimas justo detrás de los ojos. Incluso el acto de contener las lágrimas causa dolor punzante.

La soledad dirá: “Estoy sentada aquí en una mesa para dos, sola. Y nadie ve mi dolor” Mentiras también dice: “Siempre me sentiré así. La oscuridad me vencerá cuando el sol se ponga y la muerte es mi única esperanza” más mentiras. La soledad susurra: “mi fe es débil y mi corazón siempre dolerá.

La soledad no significa “solo” o “soledad”. La soledad se siente como si nadie me entendiera; Dios no me ama; No soy digno de nada; Y no tengo ninguna fé. En lugar de escuchar las mentiras, deja que la soledad te lleve a tu redentor. No niegues tus sentimientos llenándote de cosas que no te satisfacen: relaciones vacías, comida, ropa, dinero, cosas.

La soledad quiere robarte la paz. Admitir tu soledad le permite al Señor entrar en tu vida, cuando lo dejas entrar, eres capaz de enfrentar la realidad de la soledad sin temor y avanzar en fé”

No entendía bien mi sueño, era demasiado abstracto y honestamente yo no era un conocedor del tema de Dios. Nunca me acerqué y mi madre tampoco era una fiel creyente. Es decir, claro que creía en un ser omnipotente creador de todo, pero no podía creer que un Dios así me dejará vivir tanto sufrimiento. Si Dios está en todos lados, ¿Por qué no me escucha?

Un día mi abuelita me vio revisando sus oraciones y su Biblia, y me preguntó por qué mi curiosidad:

Se lo dije así sin más: “¿Por qué Dios permite que sea tan infeliz? ¿Por qué hay tanta gente sufriendo? ¿Por qué hay gente mala? Ella me miró tiernamente y me dijo:

Toda la creación de Dios es perfecta, sin embargo, desde la existencia de la maldad, Dios solo ha querido que su creación más importante vea la verdad: que solo a través de él se puede llegar a la felicidad. Dejándonos que nosotros mismos nos demos cuenta de ello. La pobreza, los asesinatos, la infelicidad, las guerras no son producto de Dios sino de la maldad de los hombres que han sido corrompidos por la maldad.

Así tu mi niño, no es que Dios quiera que seas infeliz, cosas malas pasan, pero no eres el único aquí. Hay aún más personas que han sufrido como tu o peor. Dios no te ha quitado todo y te ha dado muchos dones mas que no has visto.

Pero no hay mal que dure cien años … si le has hablado de tu pesar, Dios no te dejará sufrir. Él te escucha siempre.

 

“Mientras esté yo aquí, nadie puede lastimarte” me dijo mi viejita, abrazándome siempre cariñosamente.

 

Lo intenté, después de todo ¿qué podía perder? Hablaba con ese ser y le decía de mis penas. Extrañamente comencé a sentirme mejor y como de cierta forma el peso de mi infortunio se iba aligerando, cuando dejaba de prestarle atención yo me sentía mejor. Cuando dejé de escuchar a los demás y escuchar mi interior yo empecé a ser menos vulnerable.

Cuando ingresé a tercero había un nuevo asesor que era psicólogo, acudí a él por curiosidad y me ayudó bastante con mi depresión, usando la psicoterapia para reflexionar sobre mi relación con mi padre, con mi madre y finalmente con mi hermano. Me ayudó a sanar mis heridas con ellos, aunque yo no les dijese con palabras directamente.

Fue muy revelador para mí, y también me dejó ver mi interés por la psicología, que se convertiría en el futuro en mi carrera profesional. Ya que, había adquirido una disposición sincera por las personas a las que les ocurriera lo mismo que me paso a mí. Yo quería dar un poquito de lo que yo había recibido también.

Fue a finales de ese último año que empecé a crecer, me volví más alto hasta llegar a 1.80 mts, me cambio la voz y perdí mucho peso. Debido a eso estaba más ligero y por consiguiente pude hacer cosas que me gustaban, como el futbol.

Curiosamente todo se fue dando como fichas de dominó en fila, al caer la primera el resto se fue dando en automático y pronto aquellos que me insultaban eran mis aduladores. Me jacté de ese hecho y seguí mostrándoles mi indiferencia de siempre. No pensaba devolverles la humillación, pero no permitiría que esos gusanos me robaran mi renovada energía.

Me sentía como si una larva que había estado podrida dentro de mi hubiera sufrido una metamorfosis y salieran alas ligeras y brillantes para convertirme en el joven que ahora era. Mucho más confiado y animado.

Entonces me sentí agradecido, con mi viejecita que me cuidó y aconsejó, con mi asesor que me explicó, pero también con mi familia a la cual perdoné. Me costó algo de trabajo entenderlo, pero yo por fin pude ver que, de cierta forma, ellos también estaban lidiando con su propio dolor.

Todos, traemos un peso a cuestas de nosotros, nos parece muy abrumadora, no le decimos a nadie porque pensamos que a nadie le importa, pensamos que nadie nos apoya o que somos intrascendentes. Pero al compartirlo, al liberarlo, al platicarlo se vuelve mucho más llevadero, hay de infiernos a infiernos, hay personas que no tienen nada que comer o donde vivir y frente a eso mis problemas son una estupidez, y contrariamente, para el rey de Etiopia soy una tragedia viviente, “hay de infiernos a infiernos” y este es el que me toco a mí.

Por alguna razón, yo estaba saliendo adelante y quería que mi nuevo yo exterior reflejara mi yo interior. ¿O había sido al revés? Efectivamente, fue al revés.

Estaba agradecido de que yo pude tener la oportunidad de sanar y que me pudieron ayudar a ser una mejor persona, un mejor Lucio.

Digamos que esta parte de mi vida era como si hubiera conseguido una batería de reemplazo, era temporal y había funcionado bastante bien.

 

 

 

 

Metamorfosis: Renacimiento Total

Cuando entré a la preparatoria, me di cuenta de que me había vuelto bastante popular con las mujeres.

Aparentemente mi renovado físico y la combinación de mis rasgos llamaban mucho la atención. Alto, cabello negro, tez blanca, ojos negros, atlético, delgado. A mi me parecía bastante regular.

Sin embargo, no me llamaba a la curiosidad ninguna mujer. Me refiero a que, claro que las veía, era un puberto con necesidades, pero yo no advertía ningún sentimiento por ninguna chica de mi edad.

Todas eran exactamente lo mismo: frivolidad, insensatez, falta de amor propio y egoísmo. Nadie se acercaba a mí por un interes genuino hacia mi persona. Por lo tanto, decidí hacer lo mismo y no acercarme a nadie, no hasta que alguien de verdad se interesará en mí, aunque eso parecía una proeza imposible de lograr.

Y si, no lo pude evitar, volví a pensar en ella de nuevo. Soy un obsesivo, ¿Cómo era posible que siguiera pensando en eso? Sin embargo, desde mi perspectiva, era la única persona que había sido autentica conmigo, que no se acercó a mí con doble intención. Era una niña y sin embargo mostró más empatía que muchos adultos.

Me preguntaba si ¿seguiría siendo la misma? ¿Qué habría sido de ella? Obviamente físicamente habría cambiado, pero ¿por dentro? Me picaba la curiosidad saber en quien se había convertido, no importaba su exterior sino, lo más importante ¿seguiría teniendo ese dulce corazón? ¿Dónde estás ahora Ariadne? ¿Serás feliz? Seguro que sí, pensé...

Saliendo de la escuela y de regreso a mi casa me atravesé sin fijarme un semáforo en verde, llevaba los audífonos puestos y no escuche nada. Luego sentí un empujón fuerte que me hizo perder el equilibrio y embarré toda mi humanidad sobre el pavimento.

Claro que en un principio le dije a quién me empujo hasta de lo que moriría, pero luego al ver los coches tan cerca, me di cuenta de que más bien me habían ayudado. Desde entonces Diego se convirtió en mi mejor amigo, el único, ahora que lo pienso.

Antes, nunca había tenido un amigo de verdad. Aunque Diego era todo lo contrario a mí, nos llevábamos muy bien. Jugábamos FIFA en mi casa o en la suya saliendo de la escuela, íbamos a las fiestas a las que lo invitaban, o simplemente pasábamos una tarde de ocio y comida chatarra. Él era muy social y agradable, siempre tratando de simpatizarle a los demás. Hablando con todo mundo. Y a pesar de que no era muy popular con el sexo opuesto no lo necesitaba porque tenía novia. Otra cosa que era diferente a mí.

- ¿Por qué no le dices que sea tu novia? – me preguntó Diego

- Por qué no quiero – dije mientras trataba de anotar un gol más en el FIFA deYBax

- Chale – dijo él desanimado

- ¿Qué? ¿ya te vas a rendir? – le dije burlándome

- Naaa, no es eso. No entiendo por qué si tienes chance de andar con la chava más guapa de la escuela no lo haces. Eres muy tonto.

- Es que no me gusta

- Eres tonto o ciego

- No me refiero a lo obvio… trata mal a sus amigas y eso no me gusta

- Entonces estas esperando que sea bonita y la madre Teresa

- No seas menso, tampoco es eso… solo quiero encontrar a alguien menos frívola

- Mmm

- ¿Qué?

- Estas idiotx, ¿Cómo le vas a gustar a alguien así si siempre tienes cara de gárgola?

- Ya te gané otra vez – me reí, mientras él aceptaba su derrota una vez más.

 

 

No esperaba que Diego entendiera mis razones, a veces ni yo me entendía, pero en eso tenía razón. Yo era muy inaccesible.

Así que decidí dar un pequeño giro a mi acostumbrada forma de ser, animado por los consejos de mi amigo. Empecé a socializar con las personas y con eso conseguí un par de citas, una novia, fiestas, la perdida de mi virginidad, un leve acercamiento a las drogas y el alcohol.

Sin darme cuenta pronto me encontré rodeado de personas parecidas a las que una vez se habían reído de mi en el pasado y no me gustó, porque el nivel de hipocresía que estaba manejando llegaba a niveles tóxicos. Yo no me sentía a gusto, yo prefería mil veces estar en mi casa viendo caricaturas que besarme con la chica #3 de la fiesta de “X” persona que tampoco conocía.

Un día venía de una fiesta bastante borracho, no me preocupaba en realidad porque mi mamá estaba como siempre de guardia en el hospital. Ella es enfermera de tiempo completo. Y mi hermano, no lo sé. Había dejado solita otra vez a mi abuelita.

“Pórtate bien hijo”, me dijo mi abuelita cuando me fui.

Cuando llegue a mi casa había una ambulancia en la cochera, se estaba yendo. En la puerta estaba mi mama y mi hermano con la cara endurecida. Se me bajó la borrachera de la impresión.

- ¿Qué pasó? – le pregunté a mi mama preocupado

- Hijo, vamos adentro, te explico.

- ¿Y mi abue?

- ¡Fue tu culpa! - me gritó mi hermano

- ¿Qué dices idiotx? – le contesté enojado a Jonás

- Que dejaste a mi abuelita sola y se murió, se fue, ya no está, gracias a que Lucio andaba haciendo quien sabe qué.

Pude haber reaccionado del modo en que usualmente lo hago: analizar, pensar, poner mi cara fría y dejar pasar. Pero esta vez las palabras me calaron muy en el fondo. ¿Mi abuelita murió? ¿Mi viejita? ¿Yo la dejé sola? ¿Es mi culpa?

Me le fui a los golpes a mi hermano, tenía mucha irá reprimida hacia Jonás. La persona que más quise, ahora se convertía en el ser que más despreciaba. ¿Por qué es mi culpa? Le gritaba mientras le repartía todos los golpes que podía y él a su vez, también arremetía contra mí.

Afortunadamente algunos vecinos nos separaron. Un Jonás con la nariz sangrando y yo con la boca hinchada y roja, nos seguíamos gritando estupideces, mientras mi mamá que no sabía que hacer trataba de que ambos nos calmáramos. Finalmente, mi hermano me grito un par de insultos más y se fue. Mi mamá trató de detenerlo, pero yo la detuve y la abracé.

Esa noche no pude dormir, me la pasé en vela, en parte por lo que mi hermano me había dicho. Y por el dolor que me causaba haber perdido a mi viejita. Yo me sentía culpable, de que la persona que más quería en esa casa, aún más que a mi mamá se había ido. Me sentía realmente devastado.

“Mientras esté yo aquí, nadie puede lastimarte” recordaba las palabras de mi abuelita. Siempre cariñosa y amable...

Le reclamé a Dios de nuevo, ¡¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí?! ¿Por qué siempre me tiene que quitar a las personas que amo? ¿Cuál es la finalidad de dejarme siempre solo? ¿Por qué no puedo simplemente ser feliz y ya?

¡Pues ya estoy solo, ya estarás contento!, .

Me sumí en mi dolor y como si no hubiera aprendido nada del pasado, me volví el mismo gusano de siempre. Pero esta vez fue mucho peor, esta vez, yo no tenía ganas de nada.

Ya ni siquiera tenía ganas de seguir vivo.

Pasé varios meses tormentosos, apenas si hablaba, me aislé del mundo, de mis nuevos amigos, de Diego, de mi novia, de mi mamá, mucho más de mi hermano, de mí. Solo pensaba en que había dejado sola a mi abuelita esa noche, por mi estúpida necesidad de ser aceptado por personas que ahora se burlaban de mí.

“Ya ves sigue siendo el mismo raro de siempre” decían detrás mío.

Sin siquiera preguntarme como me sentía por mi pérdida. Y la que se decía mi novia, era mucho peor, me terminó al no poder cumplir con sus expectativas de novia con necesidades sociales. Y no, tampoco me pregunto o se preocupó por mi duelo, pero su partida fue un dolor pasajero.

El único que parecía entenderme un poco era Diego, pero su constante optimismo me molestaba. Necesitaba alguien que me escuchará solamente no que me dijera que me animará y se mostrará positivo todo el tiempo.

Todo lo demás perdió peso, yo vivía sumido en mi depresión. Casi repruebo el semestre, ya no hacia ninguna tarea, casi no iba a la escuela. Me la pasaba dormido o encerrado en mi cuarto. No tenía ningún propósito en la vida y al no encontrarlo no había razón para que yo siguiera vivo.

- Lucio, por favor arregla tu cuarto – me regaño mi mama, pero yo no le contesté – También báñate, ah te dejé comida en el microondas. Oye …estoy libre el fin de semana, podemos hacer algo que te guste ¿sí? – insistió

- Si mama – le contesté para que se fuera

Me dolía profundamente darle un nuevo dolor a mi madre, pero el dolor que yo sentía tampoco era fácil de sobrellevar. Internamente me despedí de ella, “lo siento mamá”.

Por fin iba a poder descansar de este sufrimiento que había comenzado con mi padre y terminado con mi abuelita, pronto acabaría con mi dolor. No me daba miedo morir, sentía que del otro lado mi abuelita me vería.

Fui al baño y me tomé las pastillas para dormir que usaba mi mama, estaba un frasco medio vació. Suficientes para mi objetivo. Luego me fui a mi cama y dejé el frasco a un lado.

Pronto empecé a sentir frío y entumecimiento en mi cuerpo, no me dolía nada. Después de un rato ya me encontraba tranquilo, escuché la voz de mi abuelita que le decía a un Lucio más pequeño:

“Mi niño, ya no llores, para Dios eres un niño tan lindo y adorable, cualesquiera que sean tus problemas siempre serás su hijo, todos somos sus hijos. Tu papá esta con él ahora y un día tú también lo verás, pero no ahora. Así y un día yo también iré con él. Pero no te asustes, todo aquel que cree en él no muere realmente y los que con su hijo están nuevos nacen, quienes claman por su nombre jamás se perderán, búscalo siempre que tengas tristeza en tu corazón Lucio”

Mi abuelita siempre cuidándome. “Mientras esté yo aquí, nadie puede lastimarte”, recordé sus palabras y me sentí contento por poder ir con ella.

“Vámonos Lucio” me jaló una mano pequeña y su sonrisa me guío por un camino lleno de árboles frondosos. “No vayas para allá, no te quedes atrás Lucio”, me gritó ella. La niña iba corriendo muy rápido, su cabello ondulado y negro iba volando por el aire. “Espérame”, le grité, miré mis manos pequeñas, yo era un niño. De pronto desapareció y me quedé quieto a la mitad del camino. Luego su voz, la de ella, se oía a lo lejos decirme “Ahora es tu turno, ayúdame, no te vayas”. “¿Dónde estás?” Le grité, pero no me volvió a decir nada más.

Lo siguiente que recuerdo es estar afuera del coche de Diego devolviendo el estómago, se había orillado en una calle que no podía reconocer, estaba muy desorientado y mareado.

- ¡Que susto! ¿Estás bien, te sientes mejor?

- Si, si – dije mientras seguía devolviendo el estómago a hiel - ¿tienes agua?

- Si, toma – me dio una botella

- Debo llevarte al hospital

- No, así está bien – seguía teniendo la sensación de vomitar, pero solo salía agua amarga de mi boca

- ¿ Lucio que ibas a hacer? No me importa te voy a llevar al Dr.

- Está bien, estoy bien

- Si aja…, voy a tener que decirle a tu mamá…

- Noooo, por favor, estoy bien en serio. -  voltee a verlo suplicándole que no lo hiciera- Lo prometo. Ya entendí, ya entendí

- Has vivido 3 meses como cavernícola, encerrado, no hablas, no vas a la escuela, no haces nada, yo te entiendo, pero esto ya se pasó del límite, ¡necesitas ayuda!

- Lo sé, voy a buscar a mi asesor de la secundaria, no es la primera vez que me pasa

- ¿Esto?

- Algo así. Pero me refiero a estar deprimido, no es la primera vez. Lo buscaré…

- No te creo, yo voy contigo, márcale ahora. Y también te voy a llevar con un Dr., a lo mejor no al hospital, pero si con alguien de confianza.

Diego me llevó con un Dr. el cual estaba seguro no me iba a hacer preguntas extrañas, me inyectó naloxona para la intoxicación. Diego, además, se cercioró que yo acudiera con alguien para ayudarme psicológicamente y luego me llevo a mi casa. Tuvimos que decir muchas mentiras ese día, para justificar mi estado, pero él se comportó como el mejor.

Tiempo después platique con mi mamá y mi hermano, me disculpe por mi comportamiento destructivo. Nunca les dije exactamente lo que pasó ese día, pero dejé claro que ese era mi sentimiento. Lo que realmente sucedió era un secreto por el cual le debía un favor de vida a mi amigo.

Mi mamá se alegró de mi cambio y me pidió disculpas por alejarse de mí y no saber cómo apoyarme. Mi hermano también se disculpó por lo que me dijo esa noche y por cómo no pudo ser un mejor hermano y amigo para mí.

Yo seguía yendo a terapia y poco a poco iba sintiéndome mejor.

Lo que hice empezó como una bomba de tiempo, no me di cuando lo accioné ni cuando comenzó a drenarme la cabeza, lo de mi abuelita solo fue un detonante, pero imagino que era el cúmulo de situaciones que tenía desde la partida de mi papa. La verdad, es que, de haber tenido éxito, no solo yo iba a dejar esta existencia, sino que iba a dejar más dolor y desesperanza en aquellos que me querían y que se quedarían aquí.

Me apenaba decir mis sentimientos, y me escondía bajo la máscara de la frialdad para evitar el dolor. Siempre me repetía que si no lo veía no existía. Lo que más deseaba era no sentir.

Ahora sin embargo podía encontrarme a mí mismo añorando la riqueza de mi propia vida y mostrando mi verdadero yo, obteniendo una reconstrucción de mismo mucho más firme y real.

Alguna vez, pensé en que quería ayudar a personas con problemas de depresión para que así no tuvieran que pasar por lo que yo pasé. Pero obviamente no podría seguir con ese objetivo si yo no miraba a fondo dentro de mí. No significaba cambiar quien era, era entender por qué era.

El duelo de un ser querido es un proceso muy personal, merece respeto, cuidado especializado y apoyo. En ese sentido, yo había sufrido 3 duelos y en mayor o menor medida todos me habían tocado el corazón. Lo que menos necesita alguien en esa situación, es ser catalogado. Dentro de mis terapias yo me sentía comprendido y apoyado, solo así pude tener la paz que siempre había buscado.

Por supuesto, al finalizar la preparatoria me inscribí e ingresé a la facultad de psicología en la universidad de mi ciudad. Me emocionaba mucho y mi asesor me pidió seguir acudiendo a las terapias y yo accedí de buena gana. También estuve jugando más futbol y decidí alejarme voluntariamente de las compañías que sentía eran innecesarias en mi vida y no le aportaban ningún valor agregado.

Estaba en deuda con mi amigo Diego, que me había ayudado tanto y que se había convertido en una persona importante en mi vida. Quería agradecerle con algo más, pero me prometí hacerlo en el futuro, estaba seguro en el que ya llegaría el momento en que yo tuviera que retribuirlo. Esperaba poder corresponder de la misma forma en la que él lo hizo.

Esta parte de mi vida la llamo la batería con pila recargable, de esas que no tienen que estarse cambiando constantemente. Me sentía totalmente renovado y con mucha fuerza para emprender mis objetivos.

 

Un nuevo Lucio.  

 

 

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