Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
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Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
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Capítulo 07. Fingir sumisión.
Alessandro frunció el ceño, visiblemente molesto con la forma despectiva en que Alonzo lo había llamado. Se levantó con un movimiento brusco, y caminó hacia él con esa aura imponente y represiva que siempre lograba intimidar hasta al más temido de los militares.
—¿A quién le estás diciendo bastardo, pequeña mierda? —sus palabras, llenas de burla, resonaron en el aire, aunque su tono frío hacía evidente la amenaza implícita.
A pesar de la advertencia en su voz y la amenaza en su mirada, Alonzo no se retractó. Estaba furioso. Aunque el miedo serpenteaba en su interior, la ira nublaba sus pensamientos. Alessandro Bernocchi le había robado algo valioso, su primera vez, y lo había hecho sin su consentimiento.
—A usted, señor Bernocchi. Usted es un bastardo. —Su voz fue firme, sin titubeos, mientras mantenía la mirada fija en los ojos del hombre. Alessandro, por un instante, pareció sorprendido. El descaro de Alonzo lo irritaba, pero al mismo tiempo despertaba en él un interés sádico. Pocos se atrevían a desafiarlo, y aquellos que lo hacían rara vez sobrevivían para contar la historia.
—Fuiste tú quien empezó todo, Alonzo —dijo Alessandro con frialdad, sus palabras atravesando el aire como cuchillas—. Quise ayudarte, me conmovió tu patética historia de amor no correspondido. Era tan parecida a la mía, que llegué a apiadarme de ti. Pero tan pronto como entramos en esa habitación, fuiste tú quien se lanzó sobre mí.
Alonzo lo miró boquiabierto, incapaz de procesar lo que estaba oyendo. ¿Él había comenzado todo? No podía ser cierto. Para Alonzo, las relaciones sexuales eran sagradas, reservadas solo para alguien a quien amara profundamente. La idea de haber iniciado algo con un hombre como Alessandro, un completo desconocido, le resultaba inconcebible. Abrió la boca para replicar, pero las palabras se negaban a salir. No podía recordar con claridad lo que había sucedido aquella noche.
—Yo... yo no soy esa clase de persona —murmuró finalmente, su voz temblorosa y cargada de duda, más hablando para sí mismo que para Alessandro.
Alessandro se acercó aún más, su presencia amenazante envolviendo a Alonzo como una sombra oscura. Levantó su barbilla con una mano firme, apretando lo suficiente como para hacerle sentir su poder.
—¿No? —susurró con crueldad—. Me rogaste por más, Alonzo. Querías que te lo diera más fuerte... hasta que no pudieras soportarlo más.
El rostro de Alonzo se tornó de un rojo intenso, una mezcla de vergüenza y repulsión recorriéndolo. Se apartó bruscamente, como si el simple contacto de Alessandro le quemara la piel. Trataba desesperadamente de recordar, de reconstruir los fragmentos de lo sucedido. Y poco a poco, las imágenes comenzaron a resurgir en su mente: él, agarrándolo de la camisa, besándolo con desesperación; él, arrodillado frente a Alessandro, desabrochando su cinturón. Y luego, el momento en que se arrojó sobre la cama, rogando por más, suplicando entre jadeos y gritos ahogados.
El calor subió por su cuello, envolviendo su rostro. Quería desaparecer, hundirse en el suelo y que la tierra lo tragara. ¿Cómo había podido llegar a ese punto? ¿Cómo había perdido tanto control sobre sí mismo?
Alessandro, al notar el cambio en su expresión, esbozó una sonrisa arrogante, saboreando su victoria.
—¿Ya lo recuerdas? —preguntó con una satisfacción cruel.
Alonzo cubrió su rostro con ambas manos, incapaz de soportar el peso de su propia vergüenza. Sus dedos temblaban al presionar contra su piel, y asintió débilmente.
—Lo siento —murmuró en voz baja, con una timidez rota, como si esas dos palabras pudieran borrar lo ocurrido.
—¿Y entonces? —insistió Alessandro, sus ojos entrecerrados mientras lo examinaba—. ¿Por qué te acostaste conmigo, Alonzo?
Alonzo apartó las manos de su rostro lentamente, aún sintiendo el rubor ardiendo en sus mejillas. Respiró hondo, como si ese suspiro pudiera aliviar el dolor que lo oprimía por dentro. Los recuerdos de Elio, el hombre que amaba, lo golpearon con la fuerza de una tormenta. Recordó su boda, el brillo de felicidad en sus ojos mientras se casaba con otro. Ese recuerdo lo desarmó por completo.
—Mi... la persona que me gusta se casó con otro —confesó finalmente, con la voz rota—. Estaba destrozado y bebí demasiado. No era yo mismo. —Su voz se llenó de tristeza, esa tristeza amarga y profunda que nace cuando alguien pierde algo irrecuperable. Levantó la mirada, reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban—. No era una trampa para atraparlo, lo juro.
Alessandro lo observó en silencio por un largo instante, una sonrisa cínica asomando en el borde de sus labios.
—¿De verdad esperas que te crea? —dijo con una mueca desdeñosa—. Llegaste ese día para venderme una mansión, ¿y esperas que no me dé cuenta de que era una trampa?
—No tengo nada que ver con la Interpol —respondió Alonzo con firmeza—. Ni soy alguien de quien deba preocuparse.
El corazón de Alonzo latía con fuerza, pero sabía que no podía rendirse. Aunque Alessandro era un criminal temido, Alonzo aún creía en la posibilidad de que lo liberara si podía demostrar su inocencia. Aunque era difícil imaginar que alguien como Alessandro confiaría en él, tenía que intentarlo. Tenía una vida por delante y no estaba dispuesto a perderla en manos de un criminal despiadado.
Alessandro lo miró fríamente, su expresión inescrutable.
—Si eres una amenaza o no, eso lo decidiré yo, ¿entendido? —dijo con voz cortante—. Vas a quedarte aquí hasta que capturemos a esa rata apestosa y la cortemos en pedazos.
Alonzo sintió cómo se le helaba la sangre. No podía pasar un día más con esos hombres. Quedarse allí significaba firmar su sentencia de muerte. Prefería morir huyendo antes que languidecer esperando su final.
Bajó la mirada, en un gesto de aparente sumisión.
—¿Me dejará ir después? —preguntó en un susurro casi inaudible.
Alessandro no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Alonzo con desagrado, como si lo estuviera evaluando. Odiaba a la gente que se rendía fácilmente.
—Quizás —murmuró finalmente, dando unos pasos hasta quedar frente a él. Puso una mano en el hombro de Alonzo, inclinándose un poco para que su voz sonara aún más amenazante—. Pero si intentas huir, te buscaré hasta en el mismo infierno.
El corazón de Alonzo se estremeció. Era como si Alessandro hubiera leído sus pensamientos, como si hubiera adivinado sus planes de escape. Tendría que ser más cuidadoso, encontrar una manera de engañarlo, de hacerlo bajar la guardia.
—Nunca haría algo tan estúpido —dijo, forzando una sonrisa amarga—. No soy tan tonto, señor.
Alessandro le lanzó una última mirada penetrante antes de darse la vuelta y marcharse. Los pasos de su captor resonaban en el pasillo mientras Alonzo permanecía inmóvil, escuchando el eco que se desvanecía en la distancia. Cuando finalmente todo quedó en silencio, se dejó caer de rodillas en el suelo. La desesperación lo invadió.
Quedarse allí era una sentencia de muerte. Huir significaba lo mismo. Cualquier decisión que tomara podría llevarlo a una fosa en algún rincón olvidado del mundo. Pero no podía rendirse. Debía cooperar, sí, fingir sumisión, y esperar el momento adecuado. Algún día, tendría su oportunidad de escapar. Y cuando ese día llegara, Alessandro no volvería a verlo jamás.