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Heridas Que Reabren

Heridas Que Reabren

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Padre soltero / Madre soltera
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Eduardo Barragán Ardissino

Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.

NovelToon tiene autorización de Eduardo Barragán Ardissino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 24: Pleito nuevo

Afortunadamente, todavía podía ayudar a su nieta con las tareas escolares. Sabía que, en algunos años, llegaría el momento en que se le haría imposible, ya que los conocimientos que le impartieron a la niña serían algo muy distinto a los que ella recibió en su juventud. Se preguntó si también podría ayudar a Germán con eso, si tuviera que hacerlo, la próxima vez que se quedara en su casa.

Carolina escribía apresuradamente, porque su abuela le había dicho que le iba a permitir salir a jugar cuando hubiese terminado. En la escuela puedo estar con Germán y con Sofía únicamente durante el recreo, y por unos pocos minutos, pues ambos tenían otros amigos, e incluso Carolina había empezado a hacer el intento de conseguir algunos más, para ella, en su salón de clases. En ese momento, solo pensaba en terminar los deberes rápidamente, y en salir a jugar con los dos.

Su abuela la dejó sola en la mesa unos segundos para ir a cerrar la puerta principal del departamento. Solamente la abrió para que el pequeño Toby saliera a tomar aire fresco, como todos los días. No existía peligro de que hiciera alguna de sus necesidades en los pasillos, o en las escaleras, ya que ella lo había sacado a pasear minutos atrás. Mientras cerraba la puerta, después de que el perro entró, pudo ver a Sofía jugando sola afuera.

Aparentemente, llevaba ahí unos cuantos minutos. A pesar de que Carolina había olvidado todo el asunto de aquel juguete desaparecido, meses atrás, Argelia lo recordaba esporádicamente. En esa lejana noche, a su nieta solo le preocupaba que su abuela se pudiera enfurecer con ella, y que sus tíos se enteraran del extravío. Al saber que nada de eso sucedería, se fue a acostar con una sonrisa de tranquilidad en el rostro. A diferencia de Bautista y Leonor, su abuela se limitó a darle una pequeña reprimenda, en la que le repitió un par de veces que debía cuidar mejor sus cosas. No obstante, Argelia nunca se convenció de que Caro realmente hubiera perdido esa muñeca. La actitud de la joven madre cuando le preguntó al respecto fue lo que más sonó dentro de su cabeza. No entendía por qué esa actitud, cómo si estuviera siendo acusada de un crimen. Nunca llegó a gritarle, pero se le hizo evidente, por lo que siempre sospechó que su pequeña hija se había llevado a propósito ese juguete. Sin embargo, unas simples sospechas no eran motivos suficientes para prohibirle a Carolina jugar con esa nena, con la que parecía llevarse bastante bien. Casi todos los días jugaba un rato con ella, cuando no se estaba divirtiendo con Germán. En ocasiones pasaban el rato los tres juntos. Argelia no quería ser la responsable de arruinar eso, en especial cuando nada era seguro, cuando no podía evitar sentir que una parte de ella misma estaba estigmatizando a esa pequeña familia al sospechar así.

Cerró la puerta y volvió junto a su nieta, un segundo antes de que Germán hiciera su aparición allá abajo dirigiéndose hacia Sofía.

—¿Y Caro? —le preguntó él a la niña.

—Todavía no bajó —contestó ella—. Me dijo que su abuela la va a dejar salir cuando termine de hacer la tarea.

El niño le dedicó una mirada al departamento de su amiga ausente, la cual duró menos de cinco segundos. No sabía si lo mejor era distraerse solo, hasta que Carolina hiciese acto de presencia, o hacerlo jugando un poco con Sofía. Nunca lo había hecho. Al jugar con esa niña, siempre estuvo Carolina presente. No sentía rechazo alguno hacia Sofía, pero tampoco experimentaba deseos de jugar con ella si su amiga no estaba ahí. No la consideraba realmente una amiga, y era fácil para él darse cuenta de que ese sentimiento era recíproco. Fue así desde el instante en que se dirigieron la palabra por primera vez, pero cualquier rastro de deseo por volverse un amigo cercano de esa chica, como lo era de Carolina, se esfumó después de haber presenciado aquella ridícula disputa entre su papá y la mamá de ella, la que pretendió no haber visto.

Su padre creyó que así fue, ya que aún no había ido a despertarlo. Antes de hacer eso, quería finalizar la tarea que se propuso la noche anterior: barrer toda la basura que se encontraba en el patio, debido a aquella especie de fiesta que se llevó a cabo en alguno de los departamentos del complejo.

Afortunadamente, el volumen de la música no molestó en lo absoluto al padre y al hijo, quienes durmieron como cualquier otra noche, debido principalmente a la distancia que parecía haber entre esa torre y la suya. Fabián sólo pensaba en los vecinos de esos misteriosos fiesteros ¿Por qué no se quejaban por el ruido? ¿Lo estarían haciendo, pero sus reclamos no eran escuchados? ¿No les molestaba todo ese ruido por alguna razón? Se quedó dormido mientras se hacía mentalmente estas preguntas. 

Lo primero que vio al bajar en la mañana fue evidencia de que aquel jolgorio se había trasladado fuera del departamento donde dio inicio. En el piso se veían algunas botellas de cerveza vacías (una o dos rotas), también de vino y de fernet; tampoco faltaban los paquetes de comida chatarra vacíos en contados sectores del lugar.

Fabián consideró avisarle a Daniel, pero ya que toda esa basura se encontraba en un sitio donde no podía molestarlo, optó por ignorar todo eso, pues las personas responsables probablemente se encargarían. Volvió a considerar quejarse con alguien, al ver que no hubo ningún cambio cuando llegó la noche. Ya era tarde para eso, por lo que pensó en hacerlo en algún momento del día siguiente, pero no tardó en decir que no.

Ya que él no tenía la menor idea respecto a la identidad de los realizadores de aquel pequeño evento, dedujo que Daniel tampoco lo sabría. Además, ese hombre sería capaz de mandar a alguien para hacer la limpieza y luego cobrarles la misma a cada uno de los inquilinos del lugar. De modo que, mientras se acomodaba en la cama, decidió que pondría la alarma de su celular media hora antes, de modo de tener tiempo para limpiar él mismo ese desastre antes de dejar a su hijo con Argelia e irse a trabajar.

Sin despertar a su hijo, puso manos a la obra. Una simple escoba era todo lo que necesitaba para juntar toda esa basura.

Así como no se enteró de que su nene se había levantado de la cama, tampoco se percató de que Reyna lo estaba mirando desde el rincón de su ventana que la persiana no cubría.

Ella se asomó luego de considerar el volver a llevar a cabo uno de esos paseos cortos de las madrugadas. La presencia de Fabián ahí afuera, tan cerca de su torre, echó abajo ese plan. Otra vez aquel hombre le arruinó esa actividad. Pero no fue solo eso lo que hizo que se enfureciera. Se dijo a sí misma que si él quería guerra, ella le daría guerra. Luego de colocarse la bata apresuradamente, salió de la casa sin saber exactamente lo que diría, cómo iba a dar inicio a su reclamo. No tardó en encontrar su respuesta.

Sin percatarse de que una persona acababa de salir de su departamento, Fabián dejó su escoba en la pared más cercana y fue por la pala para recoger todo el montón de basura que había juntado. No había hecho la mitad del camino cuando sintió el fuerte impacto en su espalda.

—¡Ya me tenés harta! —le gritó Reyna, blandiendo con ambas manos la escoba con la que le había dado aquel golpe, luego de que él se volteara confundido— ¡Escúchame bien una cosa! ¡Si volvés a dejar basura enfrente de mi casa, te la voy a dar por la cabeza!

Confundido y molesto, por aquella extraña e inesperada situación, intentó hablar firme y razonablemente con esa mujer, pero sus palabras fueron ignoradas.

—¡Ahora mismo sacas todo eso de ahí! —exclamó Reyna, tirando la escoba al piso con rabia, para luego dar media vuelta y retirarse del lugar, decidida a hacer oído sordo a lo que el padre de Germán dijera.

Él no fue capaz de explicarle lo que en verdad estaba haciendo. Con más preguntas que respuestas, y con algo de dolor en su espalda, optó por atender el capricho de esa loca. Podría sólo haber recogido todo con la escoba y la pala, pero prefirió mover la basura a otro lado, y luego levantarla. Le enfurecía hacer algo así para complacer a una persona como esa. Pero ya que únicamente buscaba evitar problemas, tanto para él como para su hijo, hizo el intento de dejarle en claro a aquella mujer que sus apresuradas conclusiones estaban del todo equivocadas. No podía entender qué la había llevado a creer eso.

La sensación de déjà vu que experimentaba en esos momentos era compartida, pues Germán vivía lo mismo desde la ventana de su casa. La madre de Sofía le recordó a su propia madre. El tono, los gestos, la violencia. Presenciar esos segundos fue como revivir la época en que Hada vivía con los dos, y la aún peor época en la que él tuvo que vivir solo con ella. Deseó no haberse levantado de su cama para ver qué estaba haciendo su padre a esa hora.

Cuando Fabián entró, fingió que acababa de levantarse, y él que le creyó.

El niño no sabía qué hacer al encontrarse a solas con la hija de la mujer que había tratado mal a su papá; con esa nena que no le caía ni mal ni bien. Ella sentía dudas similares en aquel momento, ya que también presenció desde su casa el pequeño conflicto entre su madre y el padre de él.

Extrañada por el modo en que su madre agarró su bata y abrió la puerta, fue instantáneamente a la ventana, y presenció el fugaz episodio desde el mismo lugar en el que su mamá espiaba pocos segundos antes. Llegó a tiempo para ver el golpe, y cómo su mamá arremetía contra el papá de Germán.

—¿Viste? Tu madre se ocupó del problema —dijo Reyna, después cerrar la puerta y volver a colocar la bata en su lugar—. Se quería hacer el vivo, pero conmigo va a salir perdiendo. Espero que lo haya entendido bien. 

Al echar un vistazo afuera, por el lugar acostumbrado, contempló con regocijo como el tipo ese obedecía su orden. No sabía cómo, pero de algún modo Fabián se había dado cuenta de que ella y sus invitadas, e invitados, fueron quienes dejaron todo eso tirado en la reunión que tuvieron dos noches atrás. Pensó por un momento que esa debía ser su manera de echarle en cara que tenía que limpiar lo que había hecho. No obstante, acabó por desechar esa idea, ya que estaba segura de que el hombre no podría haber descubierto eso, al no haberlo visto acercarse a su torre durante la fiesta, en ningún momento. Por lo que debía asumir que ese creído simplemente asumió que ella era la responsable, lo que solo la hizo enfurecer aún más, pero no la sorprendió en lo más mínimo. Su madre siempre les advirtió, a ella y a sus hermanas, que así serían con ella toda esa clase de gente, y Reyna educaba a Sofía de la misma manera. No quería que esta creyera que valía menos que esos por tener mucho menos dinero, o por no tener un trabajo, pues cómo le enseñó su mamá, lo importante siempre es el amor que una les da a sus hijas e hijos. De no ser por estas enseñanzas, Reyna jamás se habría atrevido a dar a luz y criar a su pequeña hija, y sabía muy bien que ella misma nunca habría nacido, como tampoco sus hermanas, o su sobrinas y sobrinos; pero ninguna se dejó intimidar jamás. Ni siquiera los días que tenían poco o nada para comer consiguieron eso, pues se repetían a sí mismas que eran mucho más fuertes que eso, y mucho más fuertes que los miedos que el mundo quería imponerles.

Reyna tuvo que enfrentar muchas privaciones durante su niñez, por lo que sabía cómo ayudar a su hija a afrontar las dificultades de la vida, luego de verse obligadas a abandonar al padre de la niña, y comenzar a arreglárselas sin él. No había sido una tarea sencilla, pero la menor de edad demostró tener la fortaleza que su madre tanto necesitaba de ella, motivada por las palabras de esta, y por la felicidad que dejaba ver en su cara desde que fueron a vivir a aquel sitio. Felicidad que parecía haber sido alterada con la llegada de aquel hombre y del nene. Esto se volvía más evidente con cada día transcurrido, lo cual hacía sentir mal a la niña. No le gustaba ver a su mamá haciendo las mismas expresiones que ponía todos los días, cuando vivían con su papá. Habían escapado de eso, y le entristecía ver que las volvió a alcanzar.  Sabía que el causante de eso era el hombre adulto ese, pero el chico que se encontraba ahí cerca suyo era el hijo de esa persona, por lo que prefirió ignorarlo hasta que llegara Carolina, hasta que la situación la forzara a jugar con él.

Los ladridos llamaron la atención de Germán y de Sofía. 

—¡Ahí bajo! —gritó Carolina, a la vez que cerraba la puerta de su casa.

Se despidió de Toby, quien le ladraba inquieto en la ventana abierta, y bajó los escalones corriendo. Estaba ansiosa por divertirse un rato después de haber terminado con sus deberes, y a la vez no quería arriesgarse a que su abuela le pidiera el favor de sacar a pasear al perro. Por lo general, cuando se ponía así de revoltoso al ver salir a alguna de sus humanas, significaba que tenía deseos de salir a hacer sus necesidades. A ella no le parecía difícil pasearlo, pero sí tedioso, además de que lo último que deseaba era ocuparse de una de las labores de la casa inmediatamente después de una labor escolar. Argelia lo sacaría ella misma, si consideraba que Toby efectivamente quería eso.

—¿A qué quieren jugar? —preguntó la recién llegada, antes de que cualquiera de los dos que la aguardaban tuviera la oportunidad de saludarla.

—A cualquier cosa —respondió Sofía. 

—Podemos jugar a la pelota —sugirió Germán.

—No, ¿por qué a eso?—reclamó Sofía— Eso es solamente para varones. Mejor juguemos con las muñecas y muñecos.

A Carolina y a Germán les llamó la atención la velocidad con la que su acompañante había cambiado de parecer, queriendo jugar a aquel juego después de haber dicho que cualquiera le daba igual, pero ninguno de los dos lo mencionó, y ambos accedieron a la propuesta de Sofía.

Ella se sintió complacida al ver que ese nene no se saldría con la suya. Quería jugar a la pelota porque sabía que era mejor que ellas dos, por ser nenas. Así podría sentirse superior y burlarse de ambas hasta cansarse. Afortunadamente, su mamá le había advertido al respecto en más de una ocasión.

Sin molestarse en explicar las reglas, pues Carolina ya las conocía, puso sus juguetes en el orden que deseaba.

—¿Y yo? —preguntó Germán, al ver que esa nena dividía todos los muñecos entre ella y Caro.

—Primero ella y yo —contestó Sofía, dándose cuenta de que había olvidado incluirlo a él en sus planes, acostumbrada a jugar una contra una—. La que gane juega contra vos. 

—¿Y si mejor hacemos las peleas de a tres? —sugirió Carolina, quien quería probar un juego ligeramente distinto al que su amiga tanto parecía gustarle, además sentía que estaban excluyendo a Germán—. Los tres podemos usar un muñeco cada uno al mismo tiempo, todos contra todos.

Germán se mostró de acuerdo con la idea, pues no deseaba quedarse ahí sentado, únicamente mirando, hasta que fuera su turno de jugar, pero Sofía tenía sus dudas.

—Pero son pocos los juguetes que traje —les hizo notar ella—. Van a ser muy poquitas las peleas si repartimos nada más esto.

—Yo traigo más de mi casa —se ofreció el muchacho.

Motivada por la curiosidad de cómo resultaría aquel juego suyo, al sumar un tercer jugador, Sofía finalmente optó por decir que sí.

Germán, que creía ya haber entendido todas las reglas de ese sencillo juego, se apresuró a su casa, en busca de algunos muñecos. Las dos niñas esperarían ahí su regreso pacientemente.

—Cuando vuelva, tenés que volver a repartir los juguetes —dijo Caro—. Los tuyos y los de él.

—¿No querés ir vos también a buscar algunos? —se le ocurrió a Sofía.

—No puedo entrar a mi casa. Recién vi que mi abuela salió a pasear a Toby. 

—¿Vos no tenés la llave de tu casa? 

—No, mi abuela y yo nada más tenemos una.

Evitó decirle que, de todas maneras, su abuela le prohibía sacar sus juguetes cuando jugara con Sofía, desde el día en el que perdió su unicornio. No entendía por qué, ya que los podía extraviar también al jugar con Germán, pero no la desobedecería. Solo guardó silencio para no arriesgarse a que su amiga se enojara con ella. No sospechaba que esta ya había comenzado a molestarse, pero no con ella, sino con Germán.

Quería evitar darle la oportunidad a aquel chico de presumir lo que tenía, pero no tuvo éxito. Seguramente por eso se ofreció tan rápidamente a colaborar. Pero ella no le permitiría hacer eso sin devolverle algo. Su mamá se alegraría con ella. Estaba segura de eso.

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Pilar Milano
no está terminada, cuándo la termines la leeo
Eduardo Barragán Ardissino: Yo ya la tengo terminada, voy subiendo un capítulo nuevo cada tanto.
total 1 replies
Rosa Ardissino
💖
Viki Barragan
👍
Kami
Me gustó la forma de narrar
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias♥️.
total 1 replies
Tae Kook
No puedo creer lo bien que escribes. ¡Me tienes enganchada! 🔥🤩
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias, me alegra saberlo💖.
total 1 replies
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