Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
NovelToon tiene autorización de Joselyn Alejandra Roldan para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 24: La Larga Noche del Alma
El viento de la noche soplaba frío, pero Nia no lo sentía. Había algo más helado en su interior, un vacío que se abría como un abismo ante ella. Caminó sin rumbo, sus tacones resonando en el pavimento como un eco lejano, sin importar el destino ni las luces de la ciudad que seguían brillando ajenas a su tormenta interna.
La imagen de Ethan y Amara se repetía en su mente, como una película que no podía detener. El beso, la forma en que Ethan se había entregado a esa mujer, a algo que Nia no podía comprender ni aceptar. Todo lo que pensó que era real, todo lo que creía haber construido con él, se desmoronó en ese momento. ¿Cómo pudo ser tan ciego? ¿Cómo pudo amarla a ella y, al mismo tiempo, abrazar a Amara con tanto desespero?
Cada paso que daba la alejaba más de él, pero también de sí misma. Sentía una presión en el pecho, un dolor punzante que la ahogaba por dentro. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había terminado en el borde de un abismo tan grande, donde el amor se convertía en una ilusión, una mentira?
Las luces de la ciudad seguían parpadeando, como si el mundo siguiera girando, como si nada hubiera cambiado. Pero ella sabía que todo era diferente, que nada volvería a ser lo mismo. La confianza que una vez tuvo en Ethan se había desvanecido, y ahora solo quedaba la sombra de lo que pudo haber sido.
Al mismo tiempo, en el restaurante:
Ethan se quedó en el umbral de la puerta, viendo cómo Nia se alejaba en la oscuridad, como una figura que se desvanecía en la distancia. Sus manos temblaban, y una sensación de impotencia lo invadió. Quería correr tras ella, detenerla, abrazarla, explicarle que todo había sido un error, que lo de Amara no significaba nada. Pero sabía que no podía. Las palabras ya no tenían poder, y su presencia en ese momento solo haría las cosas más complicadas.
Amara se acercó, su vestido rojo brillando bajo las luces del restaurante, su expresión suavizada, casi condescendiente.
—Ethan, ¿qué pasa? —preguntó con un tono que no dejaba lugar a dudas. Sabía lo que acababa de ocurrir.
Él no la miró, su atención completamente absorbida por la figura de Nia desapareciendo en la distancia.
—Voy a ir tras ella —dijo, sus palabras firmes, pero con un peso que lo hacía sonar vulnerable.
Amara lo observó por un momento, su mirada calculadora. Sabía lo que estaba en juego. Ethan Sinclair, el hombre que había estado tan cerca de ella en el pasado, estaba ahora atrapado entre dos mundos. Y ella no pensaba dejarlo ir tan fácilmente.
—Ethan, no hagas algo que te arrepientas —dijo Amara, su tono suave pero cargado de advertencia. —Si vas tras ella ahora, todo se complicará más de lo que ya está. Nia es… una bailarina. Tú eres un hombre de negocios. No encajan.
Ethan la miró, por fin volviendo su atención hacia Amara. Había algo en sus palabras que lo hizo detenerse, pero la determinación en su corazón era más fuerte. No podía dejar que todo se desmoronara por un malentendido. No podía dejar ir a Nia sin luchar.
—No, Amara. Ella es lo que quiero, lo que necesito. No voy a dejarla ir —dijo con voz firme.
Amara frunció el ceño, pero luego soltó una pequeña risa, como si lo que él dijera le causara una ligera diversión.
—Lo que pasa, Ethan, es que ya no te queda mucho tiempo para hacer todo eso. Si vas tras ella ahora, todo lo que has construido, todo lo que has logrado con tu empresa, se pondrá en peligro. ¿Estás dispuesto a perderlo todo por una bailarina que, en el fondo, nunca podrá ser lo que tú necesitas?
Las palabras de Amara fueron como dagas afiladas. Él no respondió de inmediato, mirando hacia la salida donde Nia había desaparecido, sintiendo que el peso de sus decisiones lo arrastraba a un lugar del que no sabía cómo escapar. Sabía lo que ella decía, sabía que el futuro de su carrera estaba en juego. Pero también sabía que nada de eso importaba si Nia ya no estaba a su lado.
Mientras tanto, en la calle:
Nia caminaba sin rumbo fijo. Las calles de Manhattan, iluminadas pero vacías a esa hora de la noche, no ofrecían consuelo. El sonido de sus tacones se perdía entre los ruidos lejanos de la ciudad. Ya no le importaba. Había dejado atrás su amor, su esperanza, y solo quedaba la incertidumbre del futuro.
De repente, escuchó el sonido de pasos rápidos acercándose, seguidos de una voz familiar que la hizo detenerse en seco.
—Nia, por favor, espera.
Era Ethan.
Ella cerró los ojos, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza, cómo las lágrimas amenazaban con brotar de nuevo. ¿Por qué tenía que volver? ¿Por qué ahora?
—Ethan, no... —dijo sin volverse, su voz temblorosa, pero con una firmeza que no había sentido antes.
Él la alcanzó, poniéndose frente a ella. La luz de la calle iluminaba su rostro, y aunque su expresión estaba llena de dolor, Nia no pudo evitar ver la sinceridad en sus ojos.
—Nia, por favor... déjame explicarte —rogó él, tomando suavemente su brazo para hacerla mirarlo.
Ella no lo miró. No quería ver esa mirada de arrepentimiento. Sabía que las palabras ya no significaban nada. Lo que vio en la terraza, lo que ella presenció, no podía borrarlo con una simple explicación.
—No, Ethan, ya no quiero escuchar más promesas —dijo con firmeza. —Vi lo que sucedió. Vi cómo Amara te besaba, y no sé si alguna vez entendiste lo que realmente significaba lo que teníamos.
Ethan sintió un nudo en la garganta. Todo lo que había creído saber sobre su relación con Nia se desmoronaba ante él. No tenía excusas, no tenía nada que decir. Solo una verdad dolorosa: la había perdido.
—Te amo, Nia —dijo finalmente, las palabras saliendo de su boca como un susurro desesperado. —Te amo más de lo que creí posible, y lo que pasó con Amara no significa nada. Ella está en mi pasado.
Nia lo miró finalmente, pero no encontró consuelo en sus palabras. Solo el eco de lo que una vez fue.
—No sé si puedo creer en ti otra vez, Ethan —respondió con tristeza. —Porque ahora todo lo que tenemos parece una mentira.
El silencio que siguió fue pesado, interminable. Los dos se quedaron allí, bajo las luces de la ciudad, con el peso de la verdad entre ellos, y la comprensión de que el amor, aunque fuerte, a veces no es suficiente para sanar todas las heridas.